domingo, 17 de mayo de 2009

BENEDICTO XVI: DISCURSO DE DESPEDIDA DE TIERRA SANTA


Señor presidente, señor primer ministro, excelencias, señoras y señores, mientras me dispongo a retornar a Roma querría compartir con ustedes algunas de las cosas que más me han impresionado interiormente durante mi peregrinación en Tierra Santa. [...]
Señor presidente, usted y yo hemos plantado un árbol de olivo en su residencia, en el día de mi llegada a Israel. Como usted sabe, el árbol de olivo es una imagen utilizada por san Pablo para describir las relaciones estrechísimas entre cristianos y judíos. En su carta a los Romanos, Pablo describe cómo la Iglesia de los gentiles es como un brote de olivo selvático, injertado en el árbol de olivo bueno que es el pueblo de la Alianza (cfr. 11, 17-24). Extraemos nuestro alimento de las mismas raíces espirituales. Nos encontramos como hermanos, hermanos que en ciertos momentos de la historia común han tenido una relación tensa, pero que ahora están firmemente empeñados en la construcción de puentes de amistad duradera.

La ceremonia en el palacio presidencial ha sido seguida por uno de los momentos más solemnes de mi permanencia en Israel: mi visita al Memorial del Holocausto en Yad Vashem, donde he rendido homenaje a las víctimas de la Shoah. Allí también he encontrado a algunos de los sobrevivientes. Esos encuentros profundamente conmovedores han renovado recuerdos de mi visita, tres años atrás, al campo de la muerte en Auschwitz, donde también tantos judíos – madres, padres, maridos, esposas, hijos, hijas, hermanos, hermanas, amigos – fueron brutalmente exterminados bajo un régimen sin Dios, que propagaba una ideología de antisemitismo y odio. Ese espantoso capítulo de la historia jamás debe ser olvidado o negado. Al contrario, esos oscuros recuerdos deben reforzar nuestra determinación de acercarnos todavía más unos a otros, como ramas del mismo olivo, nutridos por las mismas raíces y unidos por un amor fraterno.

Señor presidente, le agradezco la calidez de su hospitalidad, muy apreciada, y deseo que conste el hecho que he venido a visitar este país como amigo de los israelitas, así como soy amigo del pueblo palestino. Los amigos aman transcurrir el tiempo en compañía recíproca y se afligen profundamente al ver sufrir al otro. Ningún amigo de los israelitas y de los palestinos puede evitar entristecerse por la continua tensión entre vuestros dos pueblos. Ningún amigo puede hacer menos que llorar por los sufrimientos y las pérdidas de vidas humanas que ambos pueblos han sufrido en las últimas seis décadas. 

Me permito dirigir este llamado a todo el pueblo de estas tierras: ¡No más derramamiento de sangre! ¡No más desencuentros! ¡No más terrorismo! ¡No más guerra! Por el contrario, rompamos el círculo vicioso de la violencia. Que pueda instaurarse una paz duradera basada en la justicia, que haya verdadera reconciliación y curación. Que se reconozca universalmente que el Estado de Israel tiene el derecho a existir y a gozar de paz y seguridad dentro de límites reconocidos internacionalmente. Que se reconozca igualmente que el pueblo palestino tiene el derecho a una patria independiente y soberana, a vivir con dignidad y a viajar libremente. Que la "two-State solution", la solución de los dos Estados, se haga realidad y no quede como un sueño. Y que la paz pueda difundirse por estas tierras; que puedan ser "luz para las naciones" (Isaías 42, 6), llevando esperanza a otras numerosas regiones que son golpeadas por conflictos.

Una de las visiones más tristes para mí, durante mi visita a estas tierras, ha sido la del muro. Mientras lo bordeaba, he rezado por un futuro en el que los pueblos de Tierra Santa puedan vivir juntos, en paz y armonía, sin la necesidad de semejantes instrumentos de seguridad y de separación, sino respetándose y confiando uno en el otro, renunciando a toda forma de violencia y de agresión. Señor presidente, sé cuán difícil será alcanzar ese objetivo. Sé cuán difícil es su tarea y la de la autoridad palestina. Pero le aseguro que mis oraciones y las oraciones de los católicos de todo el mundo lo acompañan, mientras usted sigue esforzándose para construir una paz justa y duradera en esta región. [...] Les digo a todos: gracias y que el Señor esté con ustedes. ¡Shalom!

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