Trataremos sobre las relaciones
entre Adán y Cristo, delineadas por san Pablo en la conocida página de
la carta a los Romanos (Rm 5, 12-21), en la que entrega a
la Iglesia las líneas esenciales de la doctrina sobre el pecado
original. En verdad, ya en la primera carta a los Corintios, tratando
sobre la fe en la resurrección, san Pablo había introducido la
confrontación entre el primer padre y Cristo: "Pues del mismo modo que
en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. (...) Fue
hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu
que da vida" (1 Co 15, 22.45). Con Rm 5, 12-21 la
confrontación entre Cristo y Adán se hace más articulada e iluminadora:
san Pablo recorre la historia de la salvación desde Adán hasta la Ley y
desde esta hasta Cristo. En el centro de la escena no se encuentra Adán,
con las consecuencias del pecado sobre la humanidad, sino Jesucristo y
la gracia que, mediante él, ha sido derramada abundantemente sobre la
humanidad. La repetición del "mucho más" referido a Cristo subraya cómo
el don recibido en él sobrepasa con mucho al pecado de Adán y sus
consecuencias sobre la humanidad, hasta el punto de que san Pablo puede
llegar a la conclusión: "Pero donde abundó el pecado sobreabundó la
gracia" (Rm 5, 20). Por tanto, la confrontación que san Pablo
traza entre Adán y Cristo pone de manifiesto la inferioridad del primer
hombre respecto a la superioridad del segundo.
Por otro lado, para poner de relieve el inconmensurable
don de la gracia, en Cristo, san Pablo alude al pecado de Adán: se
podría decir que, si no hubiera sido para demostrar la centralidad de la
gracia, él no se habría entretenido en hablar del pecado que "a causa
de un solo hombre entró en el mundo y, con el pecado, la muerte" (Rm 5,
12). Por eso, si en la fe de la Iglesia ha madurado la conciencia del
dogma del pecado original, es porque este está inseparablemente
vinculado a otro dogma, el de la salvación y la libertad en Cristo. Como
consecuencia, nunca deberíamos tratar sobre el pecado de Adán y de la
humanidad separándolos del contexto de la salvación, es decir, sin
situarlos en el horizonte de la justificación en Cristo.
Pero, como hombres de hoy, debemos preguntarnos: ¿Qué es
el pecado original? ¿Qué enseña san Pablo? ¿Qué enseña la Iglesia? ¿Es
sostenible también hoy esta doctrina? Muchos piensan que, a la luz de la
historia de la evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un
primer pecado, que después se difundiría en toda la historia de la
humanidad. Y, en consecuencia, también la cuestión de la Redención y del
Redentor perdería su fundamento. Por tanto: ¿existe el pecado original o
no?
Para poder responder debemos distinguir dos aspectos de
la doctrina sobre el pecado original. Existe un aspecto empírico, es
decir, una realidad concreta, visible —yo diría, tangible— para todos; y
un aspecto misterioso, que concierne al fundamento ontológico de este
hecho. El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro ser.
Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente
también lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a
hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a
hacer sólo lo que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien,
contra Dios y contra el prójimo.
San Pablo en su carta a los Romanos expresó esta
contradicción en nuestro ser con estas palabras: "Querer el bien lo
tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que
quiero, sino que obro el mal que no quiero" (Rm 7, 18-19). Esta
contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de
nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre cómo
en torno a nosotros prevalece esta segunda voluntad. Basta pensar en las
noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Lo
vemos cada día: es un hecho.
Como consecuencia de este poder del mal en nuestra alma,
se ha desarrollado en la historia un río sucio, que envenena la
geografía de la historia humana. El gran pensador francés Blaise Pascal
habló de una "segunda naturaleza", que se superpone a nuestra naturaleza
originaria, buena. Esta "segunda naturaleza" nos presenta el mal como
algo normal para el hombre. Así también la típica expresión "esto es
humano" tiene un doble significado. "Esto es humano" puede querer decir:
este hombre es bueno, realmente actúa como debería actuar un hombre.
Pero "esto es humano" puede también querer decir algo falso: el mal es
normal, es humano. El mal parece haberse convertido en una segunda
naturaleza. Esta contradicción del ser humano, de nuestra historia, debe
provocar, y provoca también hoy, el deseo de redención. En realidad, el
deseo de que el mundo cambie y la promesa de que se creará un mundo de
justicia, de paz y de bien, está presente en todas partes: por ejemplo,
en la política todos hablan de la necesidad de cambiar el mundo, de
crear un mundo más justo. Y precisamente esto es expresión del deseo de
que haya una liberación de la contradicción que experimentamos en
nosotros mismos.
Por tanto, el hecho del poder del mal en el corazón
humano y en la historia humana es innegable. La cuestión es: ¿Cómo se
explica este mal? En la historia del pensamiento, prescindiendo de la fe
cristiana, existe un modelo principal de explicación, con algunas
variaciones. Este modelo dice: el ser mismo es contradictorio, lleva en
sí tanto el bien como el mal. En la antigüedad esta idea implicaba la
opinión de que existían dos principios igualmente originarios: un
principio bueno y un principio malo. Este dualismo sería insuperable:
los dos principios están al mismo nivel, y por ello existirá siempre,
desde el origen del ser, esta contradicción. Así pues, la contradicción
de nuestro ser reflejaría sólo la contrariedad de los dos principios
divinos, por decirlo así.
En la versión evolucionista, atea, del mundo vuelve de
un modo nuevo esa misma visión. Aunque, en esa concepción, la visión del
ser es monista, se supone que el ser como tal desde el principio lleva
en sí el bien y el mal. El ser mismo no es simplemente bueno, sino
abierto al bien y al mal. El mal es tan originario como el bien. Y la
historia humana desarrollaría solamente el modelo ya presente en toda la
evolución precedente. Lo que los cristianos llaman pecado original sólo
sería en realidad el carácter mixto del ser, una mezcla de bien y de
mal que, según esta teoría, pertenecería a la naturaleza misma del ser.
En el fondo, es una visión desesperada: si es así, el mal es invencible.
Al final sólo cuenta el propio interés. Y todo progreso habría que
pagarlo necesariamente con un río de mal, y quien quisiera servir al
progreso debería aceptar pagar este precio. La política, en el fondo,
está planteada sobre estas premisas, y vemos sus efectos. Este
pensamiento moderno, al final, sólo puede crear tristeza y cinismo.
Así, preguntamos de nuevo: ¿Qué dice la fe, atestiguada
por san Pablo? Como primer punto, la fe confirma el hecho de la
competición entre ambas naturalezas, el hecho de este mal cuya sombra
pesa sobre toda la creación. Hemos escuchado el capítulo 7 de la carta a los Romanos, pero
podríamos añadir el capítulo 8. El mal existe, sencillamente.
Como
explicación, en contraste con los dualismos y los monismos que hemos
considerado brevemente y que nos han parecido desoladores, la fe nos
dice: existen dos misterios de luz y un misterio de noche, que sin
embargo está rodeado por los misterios de luz. El primer misterio de luz
es este: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno
malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio
es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. Por eso, tampoco el ser es una
mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por eso es un bien
existir, es un bien vivir. Este es el gozoso anuncio de la fe: sólo hay
una fuente buena, el Creador. Así pues, vivir es un bien; ser hombre,
mujer, es algo bueno; la vida es un bien. Después sigue un misterio de
oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del ser mismo, no es
igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una
libertad que abusa.
¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece
oscuro. El mal no es lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz.
El mal permanece misterioso. Se lo representa con grandes imágenes, como
lo hace el capítulo 3 del Génesis, con la visión de los dos árboles, de
la serpiente, del hombre pecador. Una gran imagen que nos hace
adivinar, pero que no puede explicar lo que es en sí mismo ilógico.
Podemos adivinar, no explicar; ni siquiera podemos narrarlo como un
hecho junto a otro, porque es una realidad más profunda. Sigue siendo un
misterio de oscuridad, de noche.
Pero se le añade inmediatamente un misterio de luz. El
mal viene de una fuente subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Por
eso, el mal puede ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es
curable. Las visiones dualistas, incluido el monismo del evolucionismo,
no pueden decir que el hombre es curable; pero si el mal procede sólo de
una fuente subordinada, es cierto que el hombre puede curarse. Y el
libro de la Sabiduría dice: "Las criaturas del mundo son saludables" (Sb 1, 14).
Y finalmente, como último punto, el hombre no sólo se
puede curar, de hecho está curado. Dios ha introducido la curación. Ha
entrado personalmente en la historia. A la permanente fuente del mal ha
opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y resucitado, nuevo
Adán, opone al río sucio del mal un río de luz. Y este río está presente
en la historia: son los santos, los grandes santos, pero también los
santos humildes, los simples fieles. El río de luz que procede de Cristo
está presente, es poderoso.
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