Despierta
tú que duermes (Ef 5,14)!! El texto de la Escritura quiere ser una campanada
amorosa, para que advirtamos la apremiante
llamada de Dios, que nos sacude del sueño en el que estamos sumergidos,
ante el bien que nos reclama o el mal que nos asecha.
El mal que nos
asecha
Estamos amenazados por los tres enemigos de la naturaleza humana: mundo, demonio y carne. El sueño, frente al mal que nos asecha, designa simbólicamente, la incapacidad que tenemos para reconocer a nuestros enemigos y ver sus estrategias.
Es
malo para el hombre, estar 5 horas frente al televisor, la computadora o el
play, porque se tornan dueños de mis horas, volviéndome vulnerable e inactivo.
El hombre herido por el pecado, sin Dios
y sin su luz orientadora, tiene oscurecida su inteligencia y debilitada su
voluntad. La estrategia del mal para destruirnos comienza por desarmarnos. El sueño
profundo inicialmente es una somnolencia, que permite el diálogo interior, con
una voz que desautoriza la de Dios, que está en nuestra conciencia, poniendo
inicialmente la duda sobre lo que es bueno o malo para mí.
La
cultura del entretenimiento se instala en nuestro corazón, no como algo que hay
que controlar en su justa medida, sino como aquella realidad a la que le entrego mis horas y días.
Viviendo entretenidos, sin medida y verdadera ubicación de estas realidades, me
vuelvo incapaz de enfrentar mis obstáculos. El mal que me asecha, está fuera y dentro de mí, es la propuesta
cultural del momento como camino hacia la felicidad, sembrada como tentación
por el enemigo y que impacta en mi yo herido, dejándome vacío.
El mal que me asecha tiene una fuerte impronta espiritual, no podré vencerlo,
si estoy desarmado espiritualmente.
Un
hombre lleno de conocimientos tecnológicos, extremadamente eficiente en estrategias sociales, reconocido públicamente
por sus logros y su bienestar económico, no está, únicamente con estas
herramientas en condiciones de enfrentar el mal que lo asecha. No tendrán
solidez alguna, aquellos que han puesto todos su esfuerzo y confianza en estas cosas.
El bien que nos
reclama
La
caridad es la llave que abre el camino hacia la felicidad. Dios cuenta contigo,
los hombres, incluso los que lo ignoran, necesitan de ti. Vivir en la caridad,
es introducir oxígeno en un mundo en polución. “El amor al prójimo enraizado en
el amor a Dios, es ante todo una tarea de cada fiel, pero lo es también para
toda la comunidad eclesial…”[1].
La
tarea comienza cuando reconocemos y luchamos contra nuestros egoísmos. El yo no
quiere ser removido del poder. La promoción del individualismo y el materialismo, te incapacitan para la percepción
del bien, o te disuaden del compromiso que
este comporta, en las renuncias y sacrificios que exige.
Qué
quiere Dios de mí? Que me ame y respete, que también esto lo haga con los
demás, pero y fundamentalmente, que conozca el verdadero contenido de la
palabra “amor”, y para ello debo abrirme a las enseñanzas de Jesús. Debo
conocerlas y fundamentalmente, vivirlas. Él me revela el verdadero “amor”, ese que me busca y quiere habitar en
mí, el que” todo lo puede, todo lo espera, todo lo soporta… el que nunca
pasará”. Las falsificaciones del amor siempre encuentran razones para no salir
de nosotros mismos. Siempre ven asechanzas en toda forma de entrega.
Estamos distraído? Creo que
sí. No distinguimos claramente lo importante de lo secundario. No queremos
“complicaciones”, y por ello, no hay
compromisos con el amor que nos reclama, ni con la búsqueda de la verdad que
nos atrae. La tradición cristiana ha sintetizado siempre en la palabra conversión,
el programa central de nuestra vida. Volvernos al amor y la verdad de
Dios manifestados en Cristo, nos transformará en servidores humildes y atentos
del bien que nos reclama y el mal que nos asecha. De allí, la Escritura Santa, viene en nuestro auxilio: Despierta tú que
duermes!! El que tenga oídos que oiga, y
el que tenga ojos que vea…
[1]
Benedicto XVI, Deus caritas est, N. 20.
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