domingo, 20 de febrero de 2011

MONSEÑOR ALBERTO SANGUINETTI: LA LUZ Y LA VERDAD

No basta tener un ojo, es necesaria la luz para poder ver. La luz nos permite descubrir el mundo, captar las diferencias, darnos cuenta dónde estamos, captar a los demás, incluso reconocer nuestro cuerpo y nuestro rostro. Esta experiencia básica nos lleva a la imagen universal de la luz, como aquello que permite todo conocimiento. En un caso concreto, opinamos que ‘a la luz’ de los datos que se tienen podemos llegar a una conclusión. Cuando algo llega a ser conocido por todos, ‘sale a la luz’. El conocimiento no es algo mecánico, implica el sujeto; entonces juzgamos que alguien ‘tiene pocas luces’, o por el contrario ‘es una luz’.

Hablamos también de la luz de la razón, como esa potencia que ilumina los datos que recibimos y los ordena de tal modo que nos permite comprenderlos, con una comprensión que también posibilita organizar la existencia. El siglo XVIII es llamado el Siglo de las luces, o Ilustración, por el desarrollo de la razón científica, y la exaltación del poder del hombre de someter todo a unos principios racionales. La cultura de todos nosotros está toda ella en el ámbito del desarrollo de la razón, aplicada a la ciencia y la técnica para dominar el mundo y hacerlo producir, y del intento de dominar todo con el razonamiento. De alguna forma todos estamos en el ámbito de una cultura ‘ilustrada’: todos participamos de los beneficios de la ciencia y de la técnica y también todos queremos vivir en una sociedad racionalmente ordenada, que respete los derechos humanos, que sea justa.

Por otra parte, como el ser humano es libre y además mira al futuro, es prospectivo, busca alcanzar lo que aún no tiene, en todo el actuar del hombre se requiere la fe. No se trata específicamente de la fe religiosa, sino de que cada uno afirma y elige fiarse de que una realidad o una idea sirve para algo, es buena, es posible que se alcance. Hablamos de fe humana, es decir, de ‘creer que vale la pena’, ‘creer que es posible’, fiarnos de que por nosotros mismos o con la ayuda de los demás se llegará a la luz. En este sentido decimos: ‘yo creo en la ciencia”, es decir, juzgo que es un valor y que puede obtener un bien; ‘creo en la democracia’, es decir, juzgo con razones que es una buena forma de organización social, que es posible, y espero que sea justa y provechosa; creo que me irá bien con determinada persona. Vemos, pues, que la fe, el creer, es parte del conocer de todos los hombres, incluido el más racionalista – cree en la razón – y el más ateo – cree que su opción es correcta y buena. Todo hombre razona y todo hombre cree. Comprendida así, la Ilustración fue una inmensa opción de fe en que algunos principios permitirían encasillar la realidad, dominarla y hacerla de alguna forma perfecta. De esa misma fe humana participaron las grandes ideologías que quisieron organizar el mundo, justificadas en parte por alguna comprensión racional – determinadas razones – y por la fe de que así se lograba un mundo mejor. Con frecuencia obligaron a pueblos enteros a someterse a una supuesta verdad creída como salvadora y los sometieron a muchas injusticias.

Si me he explicado bien, todos los hombres cuando pensamos, cuando dialogamos, cuando discutimos, cuando buscamos la luz de la verdad, es bueno darnos cuenta de dos órdenes de luces que utilizamos. Uno es el de la razón y las razones que damos. Otro es el que se funda en razones, pero también tiene una cuota de voluntad, de ‘creer’, de ‘esperar’, de ‘confiar’. En todos los casos tenemos que sopesar las razones y también darnos cuenta del valor de ese ‘creer’. Cada fe y cada razón deben interactuar y, de alguna forma, criticarse mutuamente.

En el proceso de recibir la luz, no basta que haya luz, es necesario tener un ojo para poder ver. Por eso, Jesús dice: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!” (Mt 6, 22-23). Entonces, la razón del hombre no piensa sola, depende de las actitudes interiores, de los intereses, de la pureza, de la rectitud, del amor a la verdad, de la humildad para aceptar la realidad, cuando gusta y cuando no. En gran parte, la posibilidad de alcanzar la verdad, depende de la capacidad de dejarse iluminar, de aceptar lo que es aunque contradiga nuestra voluntad de poder, en humillarnos ante la verdad, aunque me muestre lo que no me agrada o no pensaba. En parte encontramos la verdad, si recibimos la luz y si estamos dispuestos a dejarnos iluminar por ella y a reconocerla.

El miércoles 2 de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor Jesús en el templo, del Encuentro de Dios con los hombres, la Iglesia ha proclamado con las palabras del Evangelio a Jesús como “luz para alumbrar a las naciones y gloria del pueblo de Dios Israel” (Lc. 2,30).

Los católicos tenemos que ser apasionados de la verdad. Los católicos creemos que la luz de la razón es buena, y que tenemos que dejarnos guiar por ella, porque es un reflejo de Cristo, el Verbo, el Logos, la Luz verdadera, que todo lo ha creado. Por eso defendemos la razón, la capacidad del hombre y de los hombres de alcanzar la verdad y el valor universal de la verdad. Al mismo tiempo, sabemos que el Verbo y Palabra de Dios, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre con lo que Él ha hecho y dicho en su carne (cf. Jn.1,9.14.18). Nuestra fe personal se fía de él y se deja iluminar plenamente por quien es la luz del mundo. La razón nos sostiene y nos hace ver la razonabilidad de la fe. La luz de la fe nos hace comprender mejor lo que la razón piensa, y la levanta a alturas inimaginables. El entendimiento busca la fe; la fe busca el entendimiento. De esta forma, crece también la cultura católica, con su inmensa complejidad, que abarca todo lo existente. Como seguidores de Jesús, estamos llamados a ser luz del mundo, es decir dejar que Cristo, luz verdadera se refleje en su Iglesia. Por eso, debemos tanto actuar, como dar testimonio de la verdad. Para ello, los católicos estamos continuamente llamados a generar una rica cultura de razón y de fe. Tenemos que dar razón de nuestra esperanza (1 Pe.3,15), y saber comunicar la luz de la fe, arraigados y cimentados en la caridad (Ef.3,17), sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio que oísteis, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo (Col.1,23).

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