Nuestra fe católica afirma que la tercera persona de la Santísima Trinidad procede del Padre y del Hijo. Con profunda veneración, constatamos además que la presencia y la intercesión de María en el Cenáculo fue providencial para que los Apóstoles recibiesen el don del Espíritu en el primer Pentecostés de la era cristiana. Dios ha querido que el mayor de sus dones, el Espíritu Santo, tenga a María por “madrina”, al igual que el resto de las gracias del Cielo.
El Espíritu Santo, plenitud de la obra de Cristo
Para que nos demos cuenta de la importancia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, nos puede ayudar el reflexionar sobre las palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan: “Os conviene que yo me vaya, porque así vendrá a vosotros el Espíritu que viene de mi Padre” (Jn 16, 7). Dicho de otra manera: ¡hemos “salido ganando” con la Ascensión de Jesús a los cielos, porque fue compensada con creces en la venida del Espíritu Santo! En efecto, sin la acción del Espíritu Santo no habríamos podido conocer en profundidad a Jesucristo: “Pero el abogado, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis cuanto yo os he enseñado y os lo explicará todo” (Jn 14, 26).
Dos errores distintos, pero confluyentes
Necesitamos renovar nuestra fe en el Espíritu Santo, precisamente cuando se está extendiendo la absurda creencia de que el “acceso” a la figura de Jesucristo haya podido permanecer vedado hasta el momento presente. Parece que gracias a algunas recientes investigaciones ¡estaríamos en disposición de conocer, por primera vez, el mensaje original de Jesucristo! Esta falsa suposición se está difundiendo en ámbitos y niveles bien distintos:
En primer lugar, la encontramos muy desarrollada en la abundante literatura y filmografía anticatólica de corte esotérico. Se intenta intoxicar la opinión pública, presentando lo que es mera quimera e invención, bajo un ambiguo formato que emula a la historia novelada. Los guiones de estas producciones son muy similares: la Iglesia Católica habría “secuestrado” al auténtico Jesucristo a lo largo de la historia, hasta que ha llegado este momento en que somos liberados de la ignorancia, gracias al descubrimiento de algún papiro secreto que habría sido ocultado y custodiado a lo largo de los siglos por las órdenes oscurantistas medievales. ¡La cosa sería para tomarla a risa, si no fuera por la desafección sembrada, que lleva incluso a confundir la ficción con la realidad!
Pero no estamos hablando exclusivamente de un fenómeno extraeclesial. Entre nosotros, también se desarrollan métodos exegéticos que buscan el acceso al “Jesús histórico”, que bien parecen dar crédito a la premisa de que la fe en Jesucristo predicada por la Iglesia Católica se haya alejado de la figura originaria. En efecto, determinadas exégesis de los textos evangélicos utilizan exclusivamente el método histórico-crítico, y desprecian o ignoran la exégesis canónica que la Iglesia ha realizado durante veinte siglos bajo la asistencia del Espíritu Santo. Quienes así proceden, parecen olvidarse de que el Magisterio de la Iglesia y los mismos santos, han sido inspirados y sostenidos en todo momento por la acción del Espíritu, para profundizar y predicar el misterio de Cristo.
Nosotros no dudamos de que la promesa de asistencia del Espíritu se ha visto cumplida con creces, de forma que hoy estamos en disposición de hacer una afirmación que posiblemente pueda sorprender y escandalizar a quienes han asumido los errores de planteamiento a los que nos hemos referido: los católicos del siglo XXI tenemos un conocimiento mucho más profundo y exacto de la figura y del mensaje de Jesucristo que el que tuvieron sus primeros discípulos. Más aún, no nos cabe duda de que los cristianos que vivan dentro de cinco siglos se habrán acercado a Jesucristo y a su Evangelio, todavía más que nosotros.
En pocas palabras: el paso del tiempo no nos ha alejado de Jesucristo, sino todo lo contrario; ya que es el Espíritu Santo quien dirige la historia de la salvación hasta la plena manifestación del Señor en la Parusía. Mientras tanto, el Paráclito, el Espíritu de la Verdad, continúa guiándonos hacia la plena comprensión del misterio de Cristo, nos fortalece con sus dones y nos enriquece con sus carismas.
Nos preparamos para un nuevo Pentecostés, porque Dios desea completar en nosotros la santidad que obró en María. Así lo decía el “Papa bueno”, el beato Juan XXIII: “El Espíritu Santo, que formó el cuerpo de Cristo en el seno de María, forma también, une, sana y fortifica a los miembros de Cristo”. Por ello, por intercesión de Santa María suplicamos: ¡Ven, Espíritu Santo!
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