Si tratáramos de reconstruir minuciosamente, el modo en que se celebraban las bodas en tiempos de Jesús, para comprender el meollo de esta enseñanza, no lo alcanzaríamos. Nuestro evangelista no esta interesado en los detalles de la boda, aquí sus principales protagonistas no son los novios: son Jesús, María y los discípulos. Poca información nos aporta el texto sobre los novios; apenas una escueta referencia al novio en el final del pasaje (2,9), y de la novia se guarda el más absoluto silencio. Perfectamente podríamos resumir el inicio de esta perícopa diciendo; Hay una boda y son invitados María, Jesús y sus discípulos. La vida pública de Cristo, en este evangelio, tiene su inicio con la celebración de una boda. ¿Cuál es la verdad que esconde y manifiesta este símbolo de la boda?
El evangelista nos describe un hecho de revelación concreto e histórico que sirve de marco para enseñar una verdad teológica. En el, nos invita a descubrir dos planos existentes y a realizar una especie de gimnasia en su lectura, para ir desde el hecho de revelación real, entendido como símbolo, hacia su verdad como fundamento. El pasaje es sumamente rico en términos teológicos que son muy importantes en nuestro evangelista: novio (2,9), hora (2,4), creyeron (2,11), mujer (2,4), discípulos (2,2.11.12), comienzo (2,11),signos (2,11), vino (2,3.9.10), boda (2,1.3), gloria (2,11). Este vocabulario nos permite comprender que estamos ante la manifestación de Jesús a sus discípulos, por medio de un signo, que devela su gloria para que ellos crean. Una manifestación de su gloria que se presenta ya en su tensión progresiva, pues el develamiento total se dará plenamente en su "Hora".
La boda mesiánica que se inicia es la del Cordero. Jesús es el novio que se une a su pueblo, simbolizado aquí por María, mencionada con el apelativo de "Mujer", imagen que evoca a la Hija de Sión. "Como en el Antiguo Testamento la ciudad santa era llamada con una imagen femenina, «la hija de Sión», así en el Apocalipsis de Juan la Jerusalén celeste es representada «como esposa adornada para su esposo» (Ap. 21, 2). El símbolo femenino delinea el rostro de la Iglesia en sus diferentes rasgos de novia, esposa y madre, subrayando así una dimensión de amor y de fecundidad"[1].
Es el comienzo de la boda que celebra el Cordero con el nuevo pueblo escatológico, que se encuentra en germen en María y sus discípulos, este inicio del ministerio público de Jesús manifiesta a Israel al novio tan esperado, al Mesías, que los invita a la Nueva Alianza. La imagen de Jesús como el novio, es la que nos presenta el bautista en Jn 3,28-30.
"Vosotros mismos me sois testigos de que dije: "Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. 29 El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. 30 Es preciso que él crezca y que yo disminuya".
La alegría que embarga el corazón del bautista ha alcanzado su plenitud porque ha escuchado la voz del novio, y ello proclama la llegada del Elegido de Dios (Jn 1, 34) que se desposará con su pueblo en una Nueva Alianza. El pueblo se encuentra pobre como las tinajas de piedra que se encuentran vacías, y la respuesta de Dios a esta pobreza y vaciedad, con la visita del novio, no es proporcional a los esfuerzos humanos. Dios responde abundantemente. La cruz será el manantial del que brote el vino nuevo para el banquete mesiánico, así Caná es figura que anticipa, aunque veladamente el abundante don de la Pascua.
Esta boda que remite a la cruz, señalada como la Hora, también encuentra una referencia única en el modo en que se dirige Jesús a su Madre, llamándola "Mujer". Únicamente en este evangelio María es llamada "Mujer", y lo es, por dos veces, en la escena de Caná (Jn 2,1-12) y en la del Calvario[2] (Jn 19,25-27). No hay otra referencia en la Escritura, ni en la literatura antigua, en la que un hijo llame a su madre "Mujer". Hay un vínculo estrecho y único entre la boda y la cruz. La boda que se celebra, da inicio a la misión mesiánica de Jesús que se manifestará plenamente en la entrega total de Jesús. La boda de la Nueva Alianza se sella con la muerte de Jesús y ella devela la abundancia del vino bueno (Jn 2,9-10), símbolo en la Antigua Alianza de los bienes mesiánicos, que brotan de esta entrega amorosa.
El evangelio de Juan en su totalidad es la boda de la Nueva Alianza y su banquete, entre Dios y su pueblo, que se inicia en el capítulo 2 y concluye en el capítulo 19, cuando en la "Hora de Jesús", el esposo se ofrece para que su pueblo tenga vida en abundancia, como Cordero que quita el pecado del mundo. "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna"(Jn 3,16).
¿Cómo Jesús consuma esta boda? Este tema, Juan lo desarrollará a lo largo de su evangelio, la fidelidad a la Alianza, expresada como cumplimiento de la voluntad del Padre, se consuma en un amor que se entrega hasta el extremo (Jn13,1)."Al final del relato, María y los discípulos forman la comunidad mesiánica, unida en la fe al Hijo de Dios que ha manifestado allí precisamente su gloria; allí está el núcleo de la iglesia en torno a su Señor..."[3].
Este pasaje tiene una fuerte impronta cristológica, pero también presenta una clara referencia mariológica . Con el requerimiento de María a Jesús,"no tienen ", se inicia una misión que Jesús encomendará a su Madre. Ella intercede por las necesidades de los hombres. Esta mediación que el texto nos presenta en forma de requerimiento, algunos piensan que la hizo a modo de consejo práctico, preanunciando lo que se develará en el Calvario. Su mediación materna, es recibida de su Hijo en la cruz, Juan allí simboliza a los discípulos del Señor. Jesús la llama, también aquí , "Mujer" y la asocia a su Hora de una manera singular. Es la Madre de los creyentes que intercede ante su Hijo. Su maternidad universal supone una singular participación en este misterioso alumbramiento. La espada de dolor que atraviesa su alma abre un camino hacia la salvación. María ante la cruz de su Hijo padece dolores de alumbramiento y recibe la mediación como fruto de la abundancia de los bienes mesiánicos que trae su Hijo, muerto en la cruz.
Jesús es el novio, y el vino bueno es símbolo de los bienes mesiánicos que la redención abundantemente distribuye. El Mesías trae la nueva Ley y sabiduría que edificará al nuevo pueblo, del cual son germen María y los discípulos. En Caná se da inicio a la vida pública de Jesús, anunciando que han comenzado los tiempos mesiánicos y el Mesías-novio ha invitado a todos al banquete superabundante de su entrega. Al igual que el vino (Jn 2,9), muchos desconocen el origen del Mesías, e incluso son sorprendidos por su imprevista aparición, pero las palabras de María resuenan como un eco[4] de la voz del Padre, que en el relato del Bautismo, ausente en el evangelio de Juan y presente en los sinópticos, confirma esta misión y nos invita a obedecerle. "Hagan todo lo que él les diga".
[1] Catequesis del Papa Juan Pablo II, durante la Audiencia General del Miércoles 24 de febrero de 2001
[2] "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,25-27).
[3] M. Thurian: María, madre del Señor, figura de la Iglesia, 158.
[4] Tema maravillosamente desarrollado por el R P Horacio Bojorge en María a través de los evangelistas.
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