viernes, 15 de enero de 2016

IGNACIO DE LA POTTERIE S.J: GNOSIS: NI HISTORIA, NI MISTERIO


En diciembre de 1994, la revista Letture publicó un artículo de Mons. Gianfranco Ravasi: "Las mil vidas de Jesús", dicho autor volvió a proponer el tema en las páginas del diario italiano "Il sole 24Ore"; y ese mismo día, en el diario de los obispos italianos Avvenire, apareció otro artículo suyo: "Jesús muy judío y poco cristiano".

El artículo de Letture, como siempre rico en citas bibliográficas, estaba construido, sin embargo, sobre un profundo equívoco, lo que puede suscitar en el lector común perplejidad. Después de examinar los muchos intentos de escribir vidas de Jesús de los últimos cien años (por ejemplo, las de Ricciotti, Papini,Renan - meditada por Gianfranco Ravasi en italiano -, Daniel Rops, etc), parece negar, usando un tono irónico, la posibilidad de lanzar también la realidad histórica de Jesús.

Desde hace más de cien años el problema principal en la lectura de los Evangelios es el de la ruptura entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Una ruptura que se remonta a la escuela del racionalismo alemán, según la cual el Jesús que presentan los Evangelios casi ya no es una figura histórica. Es, pues, necesario distinguir entre el Jesús que vivió de verdad en Palestina en torno a los primeros años de nuestra era y el que aparece en las narraciones de los evangelistas: estos últimos no fueron, según esta escuela, testigos, y los Evangelios nacieron de mitos helenistas.

A más de un siglo de distancia podemos decir hoy, como recordó el cardenal Ratzinger en "La interpretación en conflicto", que "es con este convencimiento de base como Bultmann - y con él la mayoría de los exégetas modernos- lee la Biblia".

La concepción del protestante Bultmann, padre del racionalismo, sigue condicionando a menudo la interpretación de los Evangelios. Un día en Roma oí a un prestigioso discípulo de Bultmann hacer esta síntesis: "El Jesús de la historia en científicamente inalcanzable y teológicamente irrelevante".

Según el autor del artículo de Letture, los evangelios se presentan como una vida de Jesús. Pero este es "un género literario imposible". Y explica que, desde Bultmann en adelante, los "biblistas serios" no aceptan hacer vidas de Jesús. "Los neo-testamentaristas se niegan a escribir una biografía de Jesús de Nazaret y se contentan de perfiles teológicos o de status questionis".

Pero aquí existe una equivocación fundamental. Es evidentemente imposible escribir una vida de Jesús haciendo una biografía en sentido moderno, con fechas concretas y siguiendo los itinerarios exactos que recorrió. Pero esto no quiere decir que los Evangelios no narren la historia de Jesús. Hoy nos hallamos frente a una dicotomía muy peligrosa, y que hay que delimitar bien para poder rebatir.

Cuando se habla sobre Jesús unos quieren hacer sólo historia, aplicando las rigurosas exigencias del método histórico-científico; otros, en cambio, reducen todo a su mensaje, al kerygma (anuncio). Las dos posiciones son incorrectas.

Examinemos en primer lugar la equivocación en que caen los primeros, los que sólo quieren hacer una investigación científica sobre el Jesús histórico. Veamos algunos ejemplos, que aparecieron en las librerías ( en inglés). John Crossan es autor de El Jesús histórico, La vida de un campesino judío mediterráneo. Y John P. Meier ha escrito Un judío marginal. Redefiniendo al Jesús histórico. Se trata de dos libros voluminosos, cada uno de más de 400 páginas. Escribe Meier en la introducción: "Imaginemos que tenemos cuatro especialistas bien preparados a nivel histórico: un católico, un protestante, un judío y un agnóstico. Y que trabajen juntos para decir quién es Jesús. El resultado, concluye sería que " el Jesús histórico es un judío marginal", sin gran importancia. Es curioso que una prestigiosa revista católica, la Reveu Biblique (1992), haya escrito de ese libro: "Se recordará como el acontecimiento más significativo del siglo XX en la historia de los estudios bíblicos católicos". El perfil que nos da de Jesús es el de un pobre palestino que hizo hablar de sí. Para la historia, obviamente, el misterio ligado a su persona no existe.

El otro extremo en el que se cae es el de reducir todo al Kerygma. En este caso se elimina la historia, y la importancia de Jesús está únicamente en el anuncio teológico : el Evangelio es sólo un "Theoloúgumenon". Es la tesis del libro de Jacques Duquesne, Jesús, que ha suscitado gran estupor en Francia y del que se han vendido casi 300.000 ejemplares. Duquesne divide su libro en las diversas fases que marcan la vida de Jesús. 

Desde el principio se comprende que postura toma el autor. La infancia de Jesús que narran los Evangelios, evidentemente no es histórica: no es serio tomar en serio el anuncio que un ángel hizo a una pobre muchacha judía. Además, por lo que se refiere a los milagros no existen pruebas. Y nadie estuvo presente en la resurrección, por lo que no puede documentar. La única importancia de Jesús, explica Duquesne, es el mensaje ( el Theoloúgumenon) que nos dejó y al que quien quiera puede dar su adhesión.

Estas dos posturas ejemplifican el debate en el que se han enzarzado muchos exégetas contemporáneos: o bien de Jesús se hace una historia poco interesante ( en el fondo no era más que un judío marginal), o bien se reduce su mensaje a pura literatura.

En suma a los exégetas les cuesta aceptar que a través de los Evangelios nos podemos remontar al Jesús histórico. Y sin embargo, en el Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI hizo introducir, con su autoridad, una frase en la Constitución Dei Verbum. Está en el párrafo 19, donde se lee que la Iglesia " afirma sin dudar la historicidad de los Evangelios". Una frase que aparece también y con relieve en el reciente Catecismo de la Iglesia católica (n.126).

Esta frase confirma que, si no se pueden hacer vidas de Jesús, se puede, sin embargo, llegar al Jesús de la historia, ya que en los Evangelios se narran hechos reales, que sucedieron verdaderamente ( esto vale tanto para la concepción virginal de Jesús, como para sus milagros, y así mismo para su resurrección física, contrariamente a lo que afirma Duquesne, Meier y otros).

En el origen de la tradición evangélica no hay mitos helenistas, sino testigos: " Lo que oímos, lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos os lo anunciamos ahora" (1 Jn 11,2).

Hechos reales que efectivamente acontecieron, aunque a veces no estén narrados con todo detalle. Hechos de los que se escribe después de la resurrección de Jesús, es decir, después de que el Señor hizo comprender a sus hermanos el sentido de todo lo que habían vivido durante aquellos tres años de vida común. Es por ello por lo que de estos hechos reales los Evangelios nos comunican, por lo menos en bosquejo, también el sentido. Como escribía san Gregorio Magno, para comprender la Biblia "hay que pasar de la historia al misterio". Muy a menudo los exégetas modernos anulan lo uno y lo otro.

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