Tantas veces me ha ocurrido, al estar presenciando una película, ser testigo de una escena que probablemente todos conocemos, en donde uno de los dos protagonistas del romance, que debía llegar a una hora determinada al aeropuerto, estación del metro, tren o simplemente a un lugar indicado para una cita, aparece corriendo desaforadamente, pero lamentablemente llegando tarde. Y esta historia se repite tantas veces en la vida cotidiana, incluso en la relación de fe, hay personas bautizadas que parecen revivir esta experiencia en sus vidas permanentemente. Uno llega a pensar si verdaderamente su boleto no estará marcado con la hora equivocada, que los desorienta, impidiéndoles estar adecuadamente dispuestos para la hora del Encuentro.
Cuántos hermanos y hermanas, hombres de buena voluntad estuvieron tan cerca pero llegaron tarde. Cuántas invitaciones fueron bien recibidas, provocando ese hormigueo inicial de deseo y ansiedad, que anhela la llegada de la hora del Encuentro. Cuántas invitaciones del Señor malogradas! Buenos deseos sofocados. Cuantas motivos de postergaciones sin sentido! "Lo dejaré para después que me reciba… cuando se solucionen las cosas económicas…crezcan los niños……las vacaciones, o luego de la jubilación…" Estamos siempre dejándolo para mañana, pero realmente,¿habrá para mí un mañana? ¿Por qué falla nuestra decisión inicial o es insuficiente, para mantener encendida en nosotros la intención primera?
Cuántas intenciones se quedan en el andén de nuestra existencia, frente alguna vidriera, observando un partido de fútbol o en medio del noticiero. Estamos inmersos en la cultura del entretenimiento, con una extensa gama de actividades que nos ayudarán a postergar la decisión de llegar a tiempo a la cita.
Las decisiones duran lo que un suspiro, perdiendo totalmente su consistencia, y así como se han encendido se apagan. Y en el anverso de la moneda están tantos lamentos, con el consiguiente reconocimiento de postergaciones sin sentido, y con la consiguiente nostalgia por los días perdidos.
Hoy suena para ti el silbato del tren, que tiene diversos destinos, puedes ponerte en camino de una reconciliación postergada, una decisión pendiente que duerme en el baúl de tu casa, esperando tu respuesta, una promesa abandonada frente a un periódico sensacionalista, una visita a la cárcel o al hospital. Un silbato del tren que cambiará tu vida. Hoy has reconocido que ese llamado es para ti. Al preparar tu corazón, no olvides la alegría que reina en este reconocimiento. No dejes pasar esta oportunidad.
La voz de Dios, se asemeja mucho a ese silbato del tren, que anuncia su llegada y también su partida, pero podemos nosotros, ante las invitaciones de Dios, ser únicamente espectadores pasivos, que ven como las puertas una y otra vez, se abren y cierran, permaneciendo inmóviles en nuestro lugar. Para decidirnos debemos vencer nuestra comodidad y aparente seguridad. Intenta reconocer en tantas situaciones que la vida te presenta, la voz de Dios que te invita a subirte al tren.
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