El Camino de la Infancia Espiritual recorrido por Santa Teresita de Lisieux es una fuente inagotable de gracia para la Iglesia Universal. "Su mensaje, a menudo sintetizado en el así llamado «caminito», que no es más que el camino evangélico de la santidad para todos, ha sido objeto de estudio por parte de teólogos y autores de espiritualidad"[1]. La maestra del Carmelo de Lisieux con su camino fecundo de obediencia a la gracia divina, siguiendo como modelo al Niño santo y perfecto en los elementos constitutivos de su figura simple y atrayente, ha logrado plasmar un camino ascensional de la caridad teologal.
Como maestra, "descubre y comunica a las novicias encomendadas a su cuidado el caminito de la Infancia Espiritual. Progresando en el, ella penetra cada vez más en el misterio de la Iglesia y, atraída por el amor de Cristo, siente crecer en sí misma la vocación apostólica y misionera, que la impulsa a llevar a todos hacia el encuentro con el Esposo divino"[2].
"A fines del siglo XIX, quedaban todavía huellas muy fuertes del jansenismo, con su Dios rígido y severo. En el clima que se respiraba, la vida cristiana era sobre todo una cuestión de combate ascético. La virtud esencial del buen cristiano era una voluntad de hierro para aplicar al pie de la letra las enseñanzas y merecer así la gracia divina. Por lo cual, es un milagro ulterior el hecho de que, en un tiempo así, con todo el contexto cultural dominante en la Iglesia que jugaba en contra, haya brotado la santidad de Teresa de Lisieux, en la que todo es debido a lo que Dios realiza en ella, y no a lo que ella hubiera podido aportar por sí misma"[3].
Para los estudiosos del tema, los pilares de la Infancia Espiritual son cuatro: la humildad, la confianza en Dios, el santo abandono y el celo, estas cuatro aristas de la Caridad teologal cimientan la Infancia Espiritual como camino ascensional que se encuentra implícito en la enseñanza evangélica. Un camino original y sugestivo que despliega la Caridad teologal en lo esencial de la existencia cristiana. Es necesario entonces reconocer el lugar que ocupan las cuatro vertientes antes expuestas y su íntima e indisoluble vinculación. Al pasar del programa a la realidad de la vida, cada elemento constitutivo de la Infancia Espiritual se estereotipa en una fórmula. Así el de la humildad es "soy débil y pequeña", el de la confianza en Dios; "Señor, confío en Ti"; el celo; "todo por mi Dios". La fórmula del abandono en su existencia, en momentos de gozo y en los de sufrimiento será esta: "¡Sí, Padre!".Con esta actitud vital, su vida una y otra vez, congregará el ejercicio permanente de múltiples virtudes, dado que numerosos caminos se unifican en el abandono.
En este breve y parcial esbozo, nuestra mirada se posa sobre el "Abandono", al que es conducida en un determinado momento la existencia creyente. El Amor teologal la congrega ante la entrega abismal que supone el abandono.
Nuestra maestra del Carmelo suplicaba a Santa Cecilia:
"Alcanzadme, Oh Cecilia, que entre la lucha y la guerra, -goce del abandono, que es fruto del amor…"[4].
Hacia allí la conduce la comprensión de su pequeñez y debilidad, pues el pequeño siente la necesidad de dejarse llevar; su debilidad le lanza esperando hallar su más firme apoyo. La confianza tiende allí con todas sus fuerzas, pues instintivamente el que confía se entrega, y una entera confianza conduce a un completo abandono en los brazos del Esposo adorado. Pero, sobre todo, el abandono es el término y la consecuencia del "crescendo" de la caridad teologal en la vida del creyente. El amor que se Abandona en el Amado tiene la firme certeza de que su entrega será fecundada en el momento oportuno. Renuncia a los consuelos de la repercusión de su entrega, y descansa saciadamente sus deseos haciéndolos cada vez más uno con los deseos de su Amado. Amar es darse, pero, la manera más perfecta de darse, es abandonarse.
La doctora del Carmelo cumpliendo perfectamente lo que acabamos de decir, declara:
"Al presente me encuentro enferma y no me curaré. Sin embargo, vivo en paz…Desde hace mucho tiempo no me pertenezco; me entregué del todo a Jesús…Es muy libre de hacer de mí lo que le plazca"[5].
El amor que se abisma en Dios, sale de los límites de las posibilidades humanas apoyándose totalmente en Él, esta salida para nada supone un despreocuparse de las realidades temporales. Anclada en Dios, participa en la medida que se lo concede su Señor del amor que Él tiene por la obra de sus manos. Abandonarse, en efecto, no es despreocuparse en absoluto de los sucesos del mundo. Este amor la sumerge en la realidad más esencial de la obra de la salvación y la mueve a ofrecerse como "víctima de expiación".
" ¡Oh Jesús! Os pido solo la paz. La paz y, sobre todo el amor sin límites, infinito! Jesús: que muera yo mártir por Ti: concédeme el martirio del corazón o el del cuerpo. ¡Ah!¡Prefiero que me des los dos!"[6]
"Dándose a Él abdica en sus manos todas sus preocupaciones, olvida sus propias necesidades y manifiesta, por ende, que tiene ilimitada confianza en aquel a quien se entrega"[7].Como Abraham está pronta a sacrificarle en cualquier momento la prenda más querida y, como sabe que Dios salva y restaura icuando parece todo perdido. La entrega de sí es un acto de amor perfecto. Como la esposa del Cantar de los Cantares, Teresita murmura: "duermo, pero mi corazón vela"(5,2). El total abandono que expresa aquel que " duerme", se complementa con la actividad interior del alma expresada en el "corazón que vela".Confiada y abismada en el amor de su esposo, su fe reposa serenamente en su presencia invisible, y su alma vela aguardando la visita de su Señor.
En los brazos de Dios
La imagen del niño que duerme en los brazos de su padre, utilizada por la Santa, expresa la paz que reina en su corazón. El abandonó se manifiesta como el fruto maduro del amor a Dios.
"Jesús se complace en mostrarme el único camino que me conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono al niñito que se duerme sin miedo en los brazos de su padre..."
Dios cuida de cada uno de nosotros con una ternura inefable, el niño que duerme en los brazos de su padre con total confianza, ha aventado el temor, sintiéndose seguro, protegido y amado. En los brazos del Padre, cual muralla protectora, Teresa se abandona, sabiendo que su debilidad encontrará en la solidez de su Amado el camino hacia la cima del amor.
Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ninguna sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas sino únicamente abandono y gratitud... (MsB1vº)
El enunciado que Teresa realiza, se presenta a nuestro espíritu como una demostración evidente, en el camino de la santificación el abandono es un componente esencial. Dios es fiel, y no abandona la obra de sus manos. Jesús "el testigo fiel" manifiesta con su vida y especialmente con su muerte y resurrección esta verdad que nutre la vida del creyente en la entrega de todo su corazón.
Una reflexión final
... mi director que es Jesús, me enseña a no llevar cuentas de mis actos, Él me enseña a hacerlo todo por amor, a no negarle nada, a estar contenta cuando él me ofrece una ocasión de demostrarle que le amo; pero esta se hace en la paz, en el abandono, es Jesús quien lo hace todo y yo no hago nada" [8].
Teresa se entregó en cuerpo y alma a Jesús, pero nunca trasmitió ni sugirió, que esta entrega fuese una especie de "salto al vacío". Pensamiento un tanto pelagiano[9] que a veces merodea en algunos círculos católicos. Dios es Amor y este Amor, se ha manifestado abundantemente en la entrega del Hijo y en la donación del Espíritu Santo. Dios ha dado el Espíritu sin medida.
Abandonarse en Dios es la suprema seguridad, su Palabra es una roca inconmovible, y su Amor fecunda y sostiene la entrega generosa por débil que sea. "No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios" (I Sam 2,1), él "guarda los pasos de sus amigos" (I Sam 2,9)para que puedan confiadamente entregarse.
Recordemos la oración de Carlos de Foucault:
Padre mío me abandono a ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mi te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo, lo acepto todo.
Con tal que tu voluntad se haga en mi
y en tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo.
Y porque para mí amarte es darme,
entregarme en tus manos sin medida
con infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
El Dios que se esconde en la postura del "salto al vacío" no es el de Jesucristo ni el que Teresa que Lisieux nos entregó. "Sin embargo, no por eso ignora el sentimiento de la ausencia de Dios, cuya dura experiencia ha hecho, a su manera, nuestro siglo: "A veces le parece a este pajarito (con quien ella se compara) no creer que exista otra cosa sino las nubes que lo envuelven... Es el momento de la alegría perfecta para el pobre, pequeño y débil ser... Qué dicha para él permanecer allí y fijar la mirada en la luz invisible que se oculta a su fe ".
Que la debilidad humana sienta el peso de la exigencia de amar así, no hay dudas de ello; que la fe avanza en la oscuridad y se purifica a veces sin consuelos, y esto produce incertidumbres, nadie lo niega. Porque el misterio de nuestra incorporación a Cristo y el de nuestra vida en Él es a la vez un misterio de abandono e iluminación. Nuestra fuerza reside en la promesa del testigo fiel, Jesucristo prometió estar con los hombres "todos los días" hasta el fin del mundo, esta presencia suya nos invita a vivir confiadamente en su Amor. Este Amor, como don inefable que se derrama en nuestros corazones es el Espíritu Santo. Su acción multiforme, es presentada en el Evangelio según San Juan, como destinada a fortalecer, consolar y penetrar la entrega de los discípulos en el misterio del amor de Dios que se manifestó en Jesucristo, una entrega que se realiza únicamente participando del mismo Amor entregado, que Resucitado se dona en Pentecostés. Esta efusión, es una invitación a vivir confiadamente en el amor, el abandono.
El Amor que viene de Dios no esta bajo las leyes del mercado de consumo, no se trata de oferta y demanda. En el Amor que Dios nos revela, no se vive bajo la ley del cálculo, la respuesta no parte de la evaluación de lo recibido. El que ama no aguarda, sale al encuentro del otro, navega en el espacio de la gratuidad bebiendo permanentemente de esa fuente que brota incesantemente hasta la Vida Eterna (Jn 4). "Con la infancia espiritual experimentamos que todo viene de Dios, a él vuelve y en él permanece, para la salvación de todos, en un misterio de amor misericordioso. Ese es el mensaje doctrinal que enseñó y vivió esta santa. Como para los santos de la Iglesia de todos los tiempos, también para ella, en su experiencia espiritual, el centro y la plenitud de la revelación es Cristo. Teresa conoció a Jesús, lo amó y lo hizo amar con la pasión de una esposa. Penetró en los misterios de su infancia, en las palabras de su Evangelio, en la pasión del Siervo que sufre, esculpida en su santa Faz, en el esplendor de su existencia gloriosa y en su presencia eucarística. Cantó todas las expresiones de la caridad divina de Cristo, como las presenta el Evangelio (cf. Poesías, 24 «Acuérdate, mi Amor»)"[10].¡Que nuestro amor, por la gracia de Dios, pueda florecer en el fruto maduro del Abandono!
La poesía de Teresita que colocamos a continuación, expresa claramente como en el camino del Amor el abandono es su fruto maduro.
"En la tierra hay un árbol
Prodigioso Oh! misterio sus raíces se encuentran, profundas en los cielos
Jamás bajo su sombra
se pueden sufrir males; seguro se reposa, sin miedo a tempestades.
"Amor" se denomina
Ese árbol inefable, Y el "abandono" es su fruto deleitable.
Tal fruto en esta vida
me da la bienandanza, a mi alma regocija su divina fragancia.
Cuando toco este fruto,
me parece un tesoro; y, gustado en la boca, resulta aún más sabroso.
Él me abre en este mundo
un océano de paz, y en esta paz profunda es siempre mi vagar…
Me lanza el abandono
a tus brazos Jesús solo él me hace vivir allá en el cielo azul.
A ti yo me abandono,
oh, mi Esposo divino; y ya solo ambiciono tu mirar peregrino.
Durmiéndome en tu pecho,
te quiero sonreír; y que "¡Te amo, Señor!" por siempre repetir. |
Como la margarita
de cáliz amarillo, yo, humilde florcita, siempre hacia el sol me inclino.
Oh! admirable Rey,
y de mi vida Sol, es tu divina hostia pequeña como yo….
De su celeste llama
el rayo luminoso hace nacer en mi alma el perfecto abandono.
Todas las criaturas
pueden abandonarme, yo intentaré sin quejas junto a ti resignarme.
Si tú me abandonases,
sin tus dulces caricias, mi divino Tesoro, aún te sonreiría.
En paz quiero esperar
tu vuelta, mi Señor, sin suspender jamás mis cánticos de amor.
Nada, nada me inquieta,
Nada puede turbarme, Mas alto que la alondra Mi alma sabe elevarse.
Más allá de las nubes
siempre es azul el cielo, y se tocan las playas donde Dios tiene el Reino.
Yo espero en paz la gloria
de la eterna Mansión, ¡ pues tengo en el sagrario el Fruto del amor! |
[1] DIVINI AMORIS SCIENTIA N°1; Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es declarada Doctora de la Iglesia Universal , Juan Pablo II; 19 de octubre de 1997.
[2] Ibíd. , N°5.
[3] G. Danneels, Historia de un alma, 30 Días.
[4] La melodía de Santa Cecilia
[5] Historia de un alma, IX, 21.
[6] HA VIII, 4.
[7] La Infancia Espiritual, Fernando de Santa Inés o.c.d,
[8] Carta 142.
[9] "Pero quisiera agregar que en tiempos de Teresa, como también en los nuestros, la tendencia dominante que acompaña a la Iglesia sigue siendo lo que antiguamente se llamaba pelagianismo. Sencillamente, consiste en creer que hacer es más seguro que recibir, que podemos actuar solos. Luego viene el semi-pelagianismo, esto es, la actitud de aquellos que dicen: Todo lo podemos hacer solos, Señor; nada más que para los últimos metros de nuestra carrera necesitamos de tu parte una pequeña ayuda, un pequeño empuje..." Entrevista al Card. G. Danneels en 30 Días.
[10] DIVINI AMORIS SCIENTIA, N°8.
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