lunes, 19 de diciembre de 2011

MONSEÑOR RENÉ LAURENTÍN: ¿CÓMO JUZGAR LA AUTENTICIDAD DE LAS APARICIONES?

¿Es posible responder a la pregunta planteada por el cardenal Sin y por tantos cristianos? sobre las apariciones actuales de la Virgen: ¿qué quiere Ella decir al mundo?

Subrayemos que la pregunta es restringida. Concierne a apariciones de la Virgen exclusivamente. Mas interesa destacar que estas apariciones de la Virgen se refieren siempre a Cristo y se acompañan a menudo de apariciones del Señor, como se verá, especialmente, en Damas, Medjugorje, Kibeho, San Nicolás, etc.

La cuestión supone un doble interrogante:

1. ¿Dónde se aparece auténticamente la Virgen?

Solamente en función de esta primera respuesta se podrá responder a la segunda:

2. ¿Qué dice?

¿DÓNDE SE APARECE LA VIRGEN?

Vamos a contestar a esta pregunta según los criterios largamente madurados en la Iglesia y recientemente puestos a punto por un breve documento (confidencial) de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (25 de febrero de 1978).

Intentaremos juzgar según los criterios siguientes:

1. Información suficiente: Éste no es aún el caso para Grouchevo en la URSS (Ucrania 1) y para otras, en Italia especialmente 2, o en Nigeria 3.}

2. Ortodoxia: ¿Son estas apariciones conformes con la fe y las costumbres? Porque un error serio en estas materias basta para descartar la autenticidad. «Todo reino dividido contra sí mismo será desolado» (Mt 12, 25; Mc 3, 24).

3. Transparencia: ¿Se refieren apariciones y videntes a Dios, a Cristo, al Evangelio, al servicio de Dios y de los hombres para el bien de la fe, de la felicidad y de la paz? ¿O se refieren a ellos mismos, a las particularidades de sus opciones y de su visión, a la abundancia de sus inspiraciones, a la extravagancia de sus ritos, etc.?

4. Hay signos serios de que el dedo de Dios está allí, como decía monseñor Laurence: curaciones, conversiones y otros milagros, como la danza del sol de Fátima, y otros signos del Cielo.

5. ¿Han discernido los expertos de diversas competencias (médicos y psiquiatras) la salud o patología de los videntes, sobre todo en los momentos de éxtasis?

Sé muy bien que este último criterio está en discusión. Efectivamente, los primeros estudios llamados «científicos» (es decir, experimentales) del éxtasis se realizaron sobre enfermos mentales por los racionalistas Charcot y Janet. Ellos indujeron este estado de desconexión en los histéricos.

Los teólogos, algunas veces a remolque del racionalismo, por respetar la ciencia, han asumido sus conclusiones. Han considerado de buen grado el éxtasis como un fenómeno patológico, para concluir que el Todopoderoso podía hacer use de lo patológico para manifestarse.

Y es indudable que Dios se manifiesta a personas enfermas, incluso mentalmente -sobre todo a título personal-, porque Dios no desprecia a nadie y su misericordia alcanza a todos. Pero estas gracias singulares concedidas para alivio de estos enfermos no son exponente de lo que aquí se aborda.

Los teólogos son demasiado proclives a erigir en paradigma los casos singulares, con tal de que resulten instructivos o significativos. Así, la teología clásica insistía mucho sobre el bautismo recibido en estado de pecado mortal, para manifestar su infalible validez ex opere operato. Pero no es el caso normal, sino un caso límite y lamentable. Por lo mismo, si Dios quiere comunicarse a un hombre en estado patológico, su gracia no le va a agravar más su enfermedad, sino que le va a procurar un factor de mejoría o de curación, según su Providencia.

Hay que llevar cuidado para no confundirse. Porque cuando Charcot inducía al éxtasis a un histérico -es decir, le procuraba una cierta desconexión con el mundo exterior-, explotaba y agravaba su histeria para su placer, no para su bien.

Y este criterio es principal, decisivo, puesto que nos ha sido dado por el mismo Cristo: ¿Consiguen buenos frutos las apariciones, o lo contrario? Aun aquí, el gusto de los teólogos por los casos límite ha erigido un nuevo principio: las visiones se dan a los videntes para los demás, no para ellos mismos.

Importa poco, pues, que el vidente sea o no sea pecador. Puesto que su función consiste en transmitir los mensajes y los signos a los demás. Es ésta una tesis clásica. Pero la experiencia constante de la Iglesia pone de relieve que tampoco aquí se trata de un caso normal, sino de un caso límite y extraño.

El mismo San Pablo subraya que «Quien habla lenguas, se edifica a sí mismo» (1 Cor 14, 4). Si el vidente es una persona desviada del buen camino o un pecador, la misión que Dios le ha confiado se resiente de ello y el hecho debe ser inscrito en la relación de factores negativos. Si el vidente, por el contrario, se santifica por las apariciones, como en el caso de Santa Bernadette o de Santa Catalina Labouré, esta santidad aporta un argumento de gran valor.

6. ¿Es la autoridad eclesiástica favorable o desfavorable? Aunque la Iglesia no se vale de la infalibilidad al emitir su juicio, siempre conjetural, su calificado criterio incorpora una singular y considerable importancia. Normalmente, es decisivo su dictamen sobre el primer punto: la no conformidad de una aparición con la fe o las costumbres puede descalificar una aparición con estricta autoridad. Y este juicio requiere siempre respéto y obediencia.

Sentado ya cuanto se acaba de decir, no voy a caer en la presunción o la vanagloria de intentar una interpretación del conjunto de las apariciones en curso, cuando aún son difíciles de juzgar. ¿Quién podría hacerlo, mientras cada uno de los obispos locales permanece a la expectativa; mientras la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, desbordada por la profusión de estos fenómenos, guarda la lógica discreción que conviene a su posición oficial; en asunto en el cual los Papas no han querido comprometerse, para evitar absolutamente que pueda crearse la menor confusión entre su infalibilidad doctrinal y el juicio conjetural en estas materias?. Por ello opta Juan Pablo II por unas actitudes discretas, promoviendo y facilitando intercambios de información entre los órganos competentes de la Iglesia y diversos expertos; no toma posición nunca, pero reza ardientemente para que el dictamen se haga con acierto.

Ahora bien, si es posible que la autoridad mantenga posturas cautelares, un particular experto puede arriesgarse en la materia, porque no compromete más que su propia reputación y las razones que aporta en pro o en contra en cada caso: me guardo muy bien de no olvidar ninguno de los dos platos de la balanza.

En cualquier caso, el juicio negativo tampoco tiene por objeto abrumar a quienes están equivocados de buena fe (véase el anexo sobre apariciones sin credibilidad).

Hay que realizar un trabajo inmenso para juzgar correctamente una aparición. Lourdes me ha exigido más de veinte años; Pontmain, más de cinco; nueve años la Medalla Milagrosa, y todo ello contando con equipos de trabajo. He aprendido que algunas de estas manifestaciones dejaban un amplio campo al escepticismo, en las mismas instituciones que se han beneficiado de ellas, sin que estas discretas dudas sean consideradas como pecado por parte de la Iglesia.

En fin, que hasta entre las manifestaciones aprobadas había partes para discernir entre la autenticidad esencial y la parte de debilidad humana, incluido el pecado, del cual los videntes no están exentos. Medjugorje me ha costado ya dieciocho viajes y miles de horas de trabajo. Puedo, por tanto, calibrar los límites y la relatividad de un juicio de conjunto sobre tantas apariciones de las que he tenido un conocimiento más rápido. Si persevero es porque no solamente el cardenal Sin, sino la misma Sagrada Congregación de la Iglesia acoge y anima en principio el trabajo preparatorio de los expertos.

Las Normas de esta Congregación sobre la manera de proceder para juzgar presuntas apariciones y revelaciones privadas (25 de febrero de 1978) contemplan formalmente que el Papa puede intervenir cuando hubiera insuficiencia o error en el juicio local, y que su intervención puede ser motivada a petición de un grupo calificado de fieles (coetus qualificatus fidelium).

La Congregación ratifica aquí su experiencia. Toma nota de que expertos -teólogos o médicos- verdaderamente competentes puedan ir más allá de lo alcanzado con erróneos juicios locales. Tales dictámenes especializados, elaborados por grupos competentes, advirtieron a la Santa Sede que el obispo de Mostar estaba equivocado, cuando éste se desplazó a Roma para emitir su decisión negativa. A la Congregación habían llegado documentos de médicos y teólogos franceses a italianos que ponían de relieve la seriedad de Medjugorje y la importancia de no apagar el Espíritu (cfr. 1 Thes 5, 19).

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