El 25 de marzo celebramos el misterio de la Encarnación. La milenaria promesa de salvación de Dios, se acerca a la realidad humana, para imprimir en la historia de los hombres, una “fuerza de salvación” en dirección de la casa del Padre.
Esta poderosa acción de Dios ordenada a la salvación de los hombres, debe ser recibida en el mundo, y encuentra en la pequeñez de María la disponibilidad necesaria, para esta decisión suya de “acampar” entre nosotros. En el seno de la Virgen se vinculan para siempre el cielo y la tierra, realizándose "el sublime intercambio". Dios comienza a gestarse humanamente, en la carne y la sangre de la Hija de Israel.
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