“Hace unos quince años, observaba cómo mis estudiantes universitarios estraban en el salón de clases para nuestra primera sesión de teología de la fe. Esa fue la primera vez que ví a Tommy. Mis ojos y mente parpadearon. Él peinaba su cabello largo de color pajizo, el cual llegaba quince centímetros debajo de sus hombros. Era la primera vez que veía un joven con un cabello tan largo. Supongo que entonces empezaba a ponerse de moda. Sé que lo que cuenta no es lo que está sobre la cabeza, sino lo que hay en su interior, pero ese día no estaba preparado y mis emociones quedaron sin control y de inmediato catalogué a Tommy con una “E” de extraño... muy extraño.
Tommy resultó ser el “ateo en residencia” en mi curso de teología de la fe. De una manera constante, él objetaba, sonreía o gimoteaba respecto a la posibilidad de un Padre-Dios que amara incondicionalmente. Durante un semestre, vivimos en relativa paz los dos, aunque admito que en ocasiones me resultaba molesto. Cuando al final del curso, se acercó para entregarme el examen final, me preguntó con un tono un poco cínico:
-¿Cree que alguna vez encontraré a Dios?
Al instante decidí darle un poco de terapia de choque.
-¡No! – respondí con mucho énfasis.
-¡Oh – fue su respuesta-. Pensé que ese era el producto que promovía.
Lo deje alejarse cinco pasos de la puerta del salón de clases y le grité:
¡Tommy! ¡No creo que tú llegues a encontrarlo, pero estoy absolutamente seguro de que Él te encontrará a ti!
Él encogió un poco los hombros y salió de mi clase y de mi vida (temporalmente). Me sentí un poco desilusionado al pensar que no comprendió mi frase ingeniosa “¡Él te encontrará!” Al menos, yo pensaba que era ingeniosa.
Más tarde, me enteré de que Tommy se graduó, por lo cual me sentí debidamente complacido. Luego me llegó una noticia triste. Me enteré de que Tommy tenía un cáncer mortal. Antes de que pudiera buscarlo, él fue a verme. Su cuerpo estaba enflaquecido y su cabello largo se había caído, como resultado de la quimioterapia. Sin embargo, sus ojos brillaban y su voz era firme, por primera vez, según creo.
-Tommy, he pensado en ti con frecuencia. ¡me enteré de que estabas enfermo! –exclamé.
-Oh, sí, muy enfermo. Tengo cáncer en los dos pulmones. Es cuestión de semanas.
-¿Puedes hablar sobre ello, Tom?
-Seguro, ¿qué le gustaría saber?
-¿Qué se siente tener sólo veinticuatro años y estar muriendo?
-Bueno, podría ser peor.
-¿Cómo qué?
-Como tener cincuenta años y no tener valores o ideales. Como tener cincuenta años y pensar que beber mucho alcohol, seducir mujeres y gastar dinero son las cosas “importantes” en la vida.
Empecé a buscar en mi archivo mental la letra “E”, donde clasifique a Tom como extraño. (Juro que todos a los que trato de rechazar por clasificación, Dios los envía de vuelta a mi vida para educarme.)
-Por lo que vine a verlo, en realidad – añadió Tom-, es por algo que me dijo el último día de clases.
-Le pregunté si pensaba que algún día encontraría yo a Dios –continuó-, y usted dijo, “¡no!”, lo cual me sorprendió. Después añadió, “pero él te encontrará”. Pensé mucho en eso, a pesar de que mi búsqueda de Dios no era muy intensa en aquel tiempo.
-Sin embargo, cuando los médicos me quitaron un tumor de la ingle y me dijeron que era maligno, entonces pensé en localizar a Dios. Cuando la malignidad se extendió por mis órganos vitales, empecé a golpear con los puños ensangrentados contra la puerta de bronce del cielo, pero Dios no salió. En realidad, no sucedió nada. ¿Alguna vez intentó algo durante mucho tiempo, con mucho esfuerzo pero sin éxito? Uno se harta psicológicamente, se fastidia de intentarlo y se da por vencido. Un día desperté y en lugar de lanzar más golpes inútiles a esa pared alta de ladrillos para llamar a Dios, me dí por vencido.
Fue entonces que decidí pasar el tiempo que me quedaba haciendo algo más provechoso. Pensé en usted y en su clase, y recordé algo más que dijo: “La tristeza esencial es pasar por la vida sin amar. Sin embargo, sería casi igualmente triste el pasar por esta vida y dejar este mundo sin ni siquiera decirles a aquellos que uno ama que los ha amado.”
“Así, empecé con el más difícil: mi papá. Él leía el periódico cuando me acerqué a él y le dije: “Papá...”
“-Sí, ¿qué? –preguntó él, sin bajar el periódico.
“-Papá, me gustaría hablar contigo.
“-Bueno, habla.
“-Quiero decir... Es realmente importante.
“El periódico bajó lentamente unos ocho centímetros.
“-¿Qué es?
“-Papá, te amo. Sólo quería que lo supieras.”
Tom me sonrió y dijo con satisfacción obvia, como si sintiera fluir una alegría cálida y secreta en su interior:
-El periódico cayó al piso. Entonces, mi padre hizo dos cosas, que yo no recordaba que hubiera hecho con anterioridad. Lloró y me abrazó. Hablamos toda la noche, a pesar de que él tenía que irse a trabajar muy temprano al día siguiente. Me sentía tan bien al estar cerca de mi padre, al ver sus lágrimas, al sentir su abrazo, al escucharlo decir que me amaba.
“Fue más fácil con mi madre y hermanito. Ellos también lloraron conmigo, nos abrazamos, empezamos a decirnos cosas bonitas. Compartimos las cosas que guardamos en secreto durante tantos años. Sólo lamenté una cosa: el haber esperado tanto tiempo. Allí estaba yo, a la sombra de la muerte, y apenas empezaba a abrirme a las personas a las que había tenido tan cerca.
“Fue entonces que me dí cuenta que Dios estaba allí, muy cerca, demasiado cerca. Supongo que yo era como una especie de entrenador de animales que sostiene un aro y les dice: “vamos, salta a través de él, Vamos, te daré tres días, tres semanas,.. uno, dos... ¡salta!, ¡salta!, el tiempo se te está acabando. Y Dios no es una mascota, sino una persona.
-¿Sabe? Dios hace las cosas a su manera y a su tiempo, y a veces no soportamos eso.
“Pero, lo importante, es que Él estaba allí. Él estaba sonriendo y me encontró. Usted tenía razón. Yo no lo encontré, sino que Él fue el que me encontró, incluso después de que dejé de buscarlo.
-Tommy, creo que estás diciendo algo muy importante y mucho más grande de lo que tú crees. Para mí, al menos, estás diciendo que la manera más segura para encontrar a Dios es no hacerlo una posesión privada, un solucionador de problemas, o un consuelo instantáneo en momentos de necesidad, sino cuando uno se abre al amor. ¿Sabes que san Juan también lo dijo? “Dios es amor, y cualquiera que viva en el amor, vive en Dios y Dios vive en él”.
-¿Podría pedirte un favor, Tom? –pregunté-. Cuando te tuve en mi clase te consideré una verdadera molestia, pero ahora puedes compensarme. ¿Vendrías a mi curso actual de teología de la fe y les dirías lo que acabas de decirme? Si yo se los dijera, no sería tan efectivo como si tú se los dices. ¡Tú lo sabes!, muchos jóvenes necesitan escuchar lo que yo he escuchado.
-¡Oh! Estaba listo para usted, mas no sé si estoy listo para la clase.
-Tom, piénsalo. Si llegas a estar listo, me llamas.
Tommy llamó unos días después, dijo estar listo para la clase y que quería hacer eso por Dios y por mí. Fijamos una fecha. Sin embargo, nos quedamos esperando, nunca pudo hacerlo. Él tenía otra cita mucho más importante que la que tenía conmigo y con mi clase. Por supuesto, su vida no terminó en realidad con su muerte, sólo cambió y él ya lo sabía. Dio el gran paso desde la fe hacia la contemplación perfecta. Encontró una vida mucho más hermosa que la que el ojo humano ha visto o el oído humano ha escuchado o la mente humana ha imaginado.
Antes de que muriera, hablamos por última vez.
-No podré asistir a su clase- dijo Tom.
Lo sé, Tom.
-Ahora yo le quiero pedir un favor, Padre Powell.
-¿Cuál? Tom.
-¿Se los dirá por mí? ¿Se lo dirá... a todo el mundo por mí?
-Lo haré, Tom. Se los diré. Lo haré lo mejor posible.
La vida sobre la tierra de Tom terminó. -Y cuando el Padre Powell concluye su libro.- termina diciendo:
-Se los dije, Tommy... lo mejor que pude.
Tommy resultó ser el “ateo en residencia” en mi curso de teología de la fe. De una manera constante, él objetaba, sonreía o gimoteaba respecto a la posibilidad de un Padre-Dios que amara incondicionalmente. Durante un semestre, vivimos en relativa paz los dos, aunque admito que en ocasiones me resultaba molesto. Cuando al final del curso, se acercó para entregarme el examen final, me preguntó con un tono un poco cínico:
-¿Cree que alguna vez encontraré a Dios?
Al instante decidí darle un poco de terapia de choque.
-¡No! – respondí con mucho énfasis.
-¡Oh – fue su respuesta-. Pensé que ese era el producto que promovía.
Lo deje alejarse cinco pasos de la puerta del salón de clases y le grité:
¡Tommy! ¡No creo que tú llegues a encontrarlo, pero estoy absolutamente seguro de que Él te encontrará a ti!
Él encogió un poco los hombros y salió de mi clase y de mi vida (temporalmente). Me sentí un poco desilusionado al pensar que no comprendió mi frase ingeniosa “¡Él te encontrará!” Al menos, yo pensaba que era ingeniosa.
Más tarde, me enteré de que Tommy se graduó, por lo cual me sentí debidamente complacido. Luego me llegó una noticia triste. Me enteré de que Tommy tenía un cáncer mortal. Antes de que pudiera buscarlo, él fue a verme. Su cuerpo estaba enflaquecido y su cabello largo se había caído, como resultado de la quimioterapia. Sin embargo, sus ojos brillaban y su voz era firme, por primera vez, según creo.
-Tommy, he pensado en ti con frecuencia. ¡me enteré de que estabas enfermo! –exclamé.
-Oh, sí, muy enfermo. Tengo cáncer en los dos pulmones. Es cuestión de semanas.
-¿Puedes hablar sobre ello, Tom?
-Seguro, ¿qué le gustaría saber?
-¿Qué se siente tener sólo veinticuatro años y estar muriendo?
-Bueno, podría ser peor.
-¿Cómo qué?
-Como tener cincuenta años y no tener valores o ideales. Como tener cincuenta años y pensar que beber mucho alcohol, seducir mujeres y gastar dinero son las cosas “importantes” en la vida.
Empecé a buscar en mi archivo mental la letra “E”, donde clasifique a Tom como extraño. (Juro que todos a los que trato de rechazar por clasificación, Dios los envía de vuelta a mi vida para educarme.)
-Por lo que vine a verlo, en realidad – añadió Tom-, es por algo que me dijo el último día de clases.
-Le pregunté si pensaba que algún día encontraría yo a Dios –continuó-, y usted dijo, “¡no!”, lo cual me sorprendió. Después añadió, “pero él te encontrará”. Pensé mucho en eso, a pesar de que mi búsqueda de Dios no era muy intensa en aquel tiempo.
-Sin embargo, cuando los médicos me quitaron un tumor de la ingle y me dijeron que era maligno, entonces pensé en localizar a Dios. Cuando la malignidad se extendió por mis órganos vitales, empecé a golpear con los puños ensangrentados contra la puerta de bronce del cielo, pero Dios no salió. En realidad, no sucedió nada. ¿Alguna vez intentó algo durante mucho tiempo, con mucho esfuerzo pero sin éxito? Uno se harta psicológicamente, se fastidia de intentarlo y se da por vencido. Un día desperté y en lugar de lanzar más golpes inútiles a esa pared alta de ladrillos para llamar a Dios, me dí por vencido.
Fue entonces que decidí pasar el tiempo que me quedaba haciendo algo más provechoso. Pensé en usted y en su clase, y recordé algo más que dijo: “La tristeza esencial es pasar por la vida sin amar. Sin embargo, sería casi igualmente triste el pasar por esta vida y dejar este mundo sin ni siquiera decirles a aquellos que uno ama que los ha amado.”
“Así, empecé con el más difícil: mi papá. Él leía el periódico cuando me acerqué a él y le dije: “Papá...”
“-Sí, ¿qué? –preguntó él, sin bajar el periódico.
“-Papá, me gustaría hablar contigo.
“-Bueno, habla.
“-Quiero decir... Es realmente importante.
“El periódico bajó lentamente unos ocho centímetros.
“-¿Qué es?
“-Papá, te amo. Sólo quería que lo supieras.”
Tom me sonrió y dijo con satisfacción obvia, como si sintiera fluir una alegría cálida y secreta en su interior:
-El periódico cayó al piso. Entonces, mi padre hizo dos cosas, que yo no recordaba que hubiera hecho con anterioridad. Lloró y me abrazó. Hablamos toda la noche, a pesar de que él tenía que irse a trabajar muy temprano al día siguiente. Me sentía tan bien al estar cerca de mi padre, al ver sus lágrimas, al sentir su abrazo, al escucharlo decir que me amaba.
“Fue más fácil con mi madre y hermanito. Ellos también lloraron conmigo, nos abrazamos, empezamos a decirnos cosas bonitas. Compartimos las cosas que guardamos en secreto durante tantos años. Sólo lamenté una cosa: el haber esperado tanto tiempo. Allí estaba yo, a la sombra de la muerte, y apenas empezaba a abrirme a las personas a las que había tenido tan cerca.
“Fue entonces que me dí cuenta que Dios estaba allí, muy cerca, demasiado cerca. Supongo que yo era como una especie de entrenador de animales que sostiene un aro y les dice: “vamos, salta a través de él, Vamos, te daré tres días, tres semanas,.. uno, dos... ¡salta!, ¡salta!, el tiempo se te está acabando. Y Dios no es una mascota, sino una persona.
-¿Sabe? Dios hace las cosas a su manera y a su tiempo, y a veces no soportamos eso.
“Pero, lo importante, es que Él estaba allí. Él estaba sonriendo y me encontró. Usted tenía razón. Yo no lo encontré, sino que Él fue el que me encontró, incluso después de que dejé de buscarlo.
-Tommy, creo que estás diciendo algo muy importante y mucho más grande de lo que tú crees. Para mí, al menos, estás diciendo que la manera más segura para encontrar a Dios es no hacerlo una posesión privada, un solucionador de problemas, o un consuelo instantáneo en momentos de necesidad, sino cuando uno se abre al amor. ¿Sabes que san Juan también lo dijo? “Dios es amor, y cualquiera que viva en el amor, vive en Dios y Dios vive en él”.
-¿Podría pedirte un favor, Tom? –pregunté-. Cuando te tuve en mi clase te consideré una verdadera molestia, pero ahora puedes compensarme. ¿Vendrías a mi curso actual de teología de la fe y les dirías lo que acabas de decirme? Si yo se los dijera, no sería tan efectivo como si tú se los dices. ¡Tú lo sabes!, muchos jóvenes necesitan escuchar lo que yo he escuchado.
-¡Oh! Estaba listo para usted, mas no sé si estoy listo para la clase.
-Tom, piénsalo. Si llegas a estar listo, me llamas.
Tommy llamó unos días después, dijo estar listo para la clase y que quería hacer eso por Dios y por mí. Fijamos una fecha. Sin embargo, nos quedamos esperando, nunca pudo hacerlo. Él tenía otra cita mucho más importante que la que tenía conmigo y con mi clase. Por supuesto, su vida no terminó en realidad con su muerte, sólo cambió y él ya lo sabía. Dio el gran paso desde la fe hacia la contemplación perfecta. Encontró una vida mucho más hermosa que la que el ojo humano ha visto o el oído humano ha escuchado o la mente humana ha imaginado.
Antes de que muriera, hablamos por última vez.
-No podré asistir a su clase- dijo Tom.
Lo sé, Tom.
-Ahora yo le quiero pedir un favor, Padre Powell.
-¿Cuál? Tom.
-¿Se los dirá por mí? ¿Se lo dirá... a todo el mundo por mí?
-Lo haré, Tom. Se los diré. Lo haré lo mejor posible.
La vida sobre la tierra de Tom terminó. -Y cuando el Padre Powell concluye su libro.- termina diciendo:
-Se los dije, Tommy... lo mejor que pude.
(Historia narrada por el padre John Powell, en su libro: “El amor incondicional”)
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