1. El providencial
evento de gracia que ha sido para la Iglesia el Año jubilar, la induce a
mirar con fe y esperanza el camino apenas iniciado del nuevo milenio.
"Nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo - he escrito en la
Carta apostólica Novo millennio ineunte - debe hacerse más rápida... Nos
acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la que... he confiado el
tercer milenio" (n. 58).Con profundo gozo he sabido por tanto que la
Orden del Carmen, en sus dos ramas, antigua y reformada, quiere expresar
su propio amor filial hacia su Patrona, dedicando el año 2001 a Ella,
invocada como Flor del Carmelo, Madre y Guía en el camino de la
santidad. A este respecto, no puedo dejar de subrayar una feliz
coincidencia: la celebración de este año Mariano para todo el Carmelo
acaece, según nos transmite una venerable tradición de la misma Orden,
en el 750° aniversario de la entrega del Escapulario. Es
consiguientemente una celebración que constituye para toda la Familia
Carmelitana una maravillosa ocasión para profundizar no sólo en su
espiritualidad mariana, sino para vivirla cada vez más a la luz del
puesto que la Virgen Madre de Dios y de los hombres ocupa en el misterio
de Cristo y de la Iglesia y, por tanto, para seguirle a Ella que es la
"Estrella de la evangelización’ (cfr. Novo millennio ineunte, n. 58).
2. Las distintas
generaciones del Carmelo, desde los orígenes hasta hoy, en su itinerario
hacia la "santa montaña, Jesucristo nuestro Señor" (Misal Romano,
Colecta de la Misa en honor de la B. V. María del Monte Carmelo, 16 de
julio), han tratado de plasmar la propia vida sobre el ejemplo de María.
Por esto, en el Carmelo y en toda alma movida por un tierno afecto
hacia la Virgen y Madre Santísima, florece la contemplación de la que,
desde el principio, supo estar abierta a la escucha de la Palabra de
Dios y obediente a su voluntad (Lc 2,19.5 1). María, de hecho, educada y
plasmada por el Espíritu (cfr. Lc 2,44-50), fue capaz de leer en la fe
su propia historia (cfr. Lc 1,46-55) y, dócil a la inspiración divina,
"avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el
Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo
erguida (cfr. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y
asociándose con entrañas de madre a su sacrificio" (Lumen gentium, 58).
3. La contemplación
de la Virgen nos la presenta mientras, como Madre solícita, ve crecer a
su Hijo en Nazaret (cfr. Lc 2,40.52), lo sigue por los caminos de
Palestina, lo asiste en las bodas de Caná (cfr. Jn 2,5) y, a los pies de
la Cruz, se convierte en la Madre asociada con su ofrecimiento,
donándose a todos los hombres en la entrega que el mismo Jesús hace de
Ella a su discípulo predilecto (cfr. Jn 19,26). Como Madre de la
Iglesia, la Virgen Santa está unida a los discípulos "en continua
oración" (At 1,14) y, como Mujer nueva que anticipa en sí lo que se
realizará un día en todos nosotros con la plena fruición de la vida
trinitaria, es elevada al Cielo, desde donde extiende el manto de
protección de su misericordia sobre los hijos que peregrinan hacia el
monte santo de la gloria. Una tal actitud contemplativa de la mente y
del corazón lleva a admirar la experiencia de fe y de amor de la Virgen,
que ya vive en sí cuanto todo fiel desea y espera realizar en el
misterio de Cristo y de la Iglesia (cfr. Sacrosanctum Concilium, 103;
Lumen gentium, 53). Justamente por esto, los carmelitas y las carmelitas
han elegido a María como su Patrona y Madre espiritual y la tienen
siempre ante los ojos del corazón como la Virgen Purísima que guía a
todos al perfecto conocimiento e imitación de Cristo. Florece así una
intimidad de relaciones espirituales que incrementan cada vez más la
comunión con Cristo y con María. Para los Miembros de la Familia
Carmelitana María, la Virgen Madre de Dios y de los hombres, no es sólo
un modelo para imitar, sino también una dulce presencia de Madre y
Hermana en la cual confiar. Con acierto santa Teresa de Jesús exhortaba:
"Imitad a María y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta
Señora y el bien de tenerla por Patrona" (Castillo interior, III, I ,3).
4. Esta intensa vida
mariana, que se expresa en la oración confiada, en la entusiasta
alabanza y en una diligente imitación, conduce a comprender cómo la
forma más genuina de la devoción a la Virgen Santísima, expresada por el
humilde signo del Escapulario, es la consagración a su Corazón
Inmaculado (cfr. PIO XII, Carta Neminem profecto latet [11 febrero 1950:
AAS 42, 1950, pp. 390-391]; Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 67). De ese modo, se opera en el corazón una creciente comunión
y familiaridad con la Virgen Santa, "como nueva manera de vivir para
Dios y de continuar aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su madre
María" (cfr. Discurso del Angelus, en Insegnamenti XI/3, 1988, p. 173).
Se nos sitúa así, según la expresión del Beato mártir carmelita Tito
Brandsma, en profunda sintonía con María la Theotokos, convirtiéndonos
como Ella en transmisores de la vida divina: "También a nosotros nos
manda el Señor su ángel... también nosotros debemos recibir a Dios en
nuestros corazones, llevarlo en nuestro interior, alimentarlo y hacerlo
crecer en nosotros de modo tal que él nazca de nosotros y con nosotros
viva como el Dios-con-nosotros, el Emmanuel" (De la relación del B. Tito
Brandsma al Congreso Mariológico de Tongerloo, agosto 1936).Este rico
patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, a través
de la difusión de la devoción del Santo Escapulario, en un tesoro para
toda la Iglesia. Por su sencillez, por su valor antropológico y por la
relación con el rol de María para con la Iglesia y la humanidad, esta
devoción ha sido percibida profunda y ampliamente por el pueblo de Dios,
hasta el punto de encontrar expresión en la memoria del 16 de julio,
presente en el Calendario litúrgico de la Iglesia universal.
5. En el signo del
Escapulario se evidencia una síntesis eficaz de la espiritualidad
mariana, que alimenta la devoción de los creyentes, haciéndoles
sensibles a la presencia amorosa de la Virgen Madre en sus vidas. El
Escapulario es esencialmente un «hábito». Quien lo recibe viene agregado
o asociado en un grado más o menos íntimo a la Orden del Carmelo,
dedicada al servicio de la Virgen para el bien de toda la Iglesia (cfr.
Fórmula de la imposición del Escapulario, en el "Rito de la Bendición e
imposición del Escapulario", aprobado por la Congregación para el Culto
divino y la disciplina de los Sacramentos, 5/1/1996). Quien viste el
Escapulario viene por tanto introducido en la tierra del Carmelo, para
que "coma de sus frutos y bienes" (cfr. Ger 2,7), y experimenta la
presencia dulce y materna de María, en el compromiso cotidiano de
revestirse interiormente de Jesucristo y de manifestarlo vivo en sí para
el bien de la Iglesia y de toda la humanidad (cfr. Fórmula de la
imposición del Escapulario, cit.).Dos, por tanto, son las verdades
evocadas en el signo del Escapulario: por una parte, la protección
continua de la Virgen Santísima, no sólo a lo largo del camino de la
vida, sino también en el momento del tránsito hacia la plenitud de la
gloria eterna; por otra, la conciencia de que la devoción hacia Ella no
puede limitarse a oraciones y obsequios en su honor en algunas
circunstancias, sino que debe constituir un «hábito», es decir una
actitud permanente de la propia conducta cristiana, entretejida de
oración y de vida interior, mediante la frecuente práctica de los
Sacramentos y el concreto ejercicio de las obras de misericordia
espiritual y corporal. De este modo el Escapulario se convierte en signo
de «alianza» y de comunión recíproca entre María y los fieles: de
hecho, traduce de manera concreta la entrega que Jesús, desde la cruz,
hizo a Juan, y en él a todos nosotros, de su Madre, y la entrega del
apóstol predilecto y de nosotros a Ella, constituida como nuestra Madre
espiritual.
6. De esta
espiritualidad mariana, que plasma interiormente las personas y les
configura a Cristo, primogénito entre muchos hermanos, son un espléndido
ejemplo los testimonios de santidad y de sabiduría de tantos Santos y
Santas del Carmelo, todos ellos crecidos a la sombra y bajo la tutela de
la Madre. ¡También yo llevo sobre mi corazón, desde hace tanto tiempo,
el Escapulario del Carmen! Por el amor que nutro hacia la celeste Madre
común, cuya protección experimento continuamente, deseo que este año
mariano ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a
los piadosos fieles que la veneran filialmente, a crecer en su amor e
irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la
oración, invocada como Madre de la misericordia, Madre de la esperanza y
de la gracia. Con estos augurios, imparto gustoso la Bendición
Apostólica a todos los frailes, las monjas, las hermanas, los laicos y
las laicas de la Familia Carmelitana, que tanto se esfuerzan por
difundir entre el pueblo de Dios la verdadera devoción a María, Estrella
del mar y Flor del Carmelo.
Del Vaticano, 25 marzo 2001
Joannes Paulus II
Joannes Paulus II
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