lunes, 16 de julio de 2018

SAN JUAN PABLO II: 750 ANIVERSARIO DE LA ENTREGA DEL ESCAPULARIO

1. El providencial evento de gracia que ha sido para la Iglesia el Año jubilar, la induce a mirar con fe y esperanza el camino apenas iniciado del nuevo milenio. "Nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo - he escrito en la Carta apostólica Novo millennio ineunte - debe hacerse más rápida... Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la que... he confiado el tercer milenio" (n. 58).Con profundo gozo he sabido por tanto que la Orden del Carmen, en sus dos ramas, antigua y reformada, quiere expresar su propio amor filial hacia su Patrona, dedicando el año 2001 a Ella, invocada como Flor del Carmelo, Madre y Guía en el camino de la santidad. A este respecto, no puedo dejar de subrayar una feliz coincidencia: la celebración de este año Mariano para todo el Carmelo acaece, según nos transmite una venerable tradición de la misma Orden, en el 750° aniversario de la entrega del Escapulario. Es consiguientemente una celebración que constituye para toda la Familia Carmelitana una maravillosa ocasión para profundizar no sólo en su espiritualidad mariana, sino para vivirla cada vez más a la luz del puesto que la Virgen Madre de Dios y de los hombres ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia y, por tanto, para seguirle a Ella que es la "Estrella de la evangelización’ (cfr. Novo millennio ineunte, n. 58).
 
2. Las distintas generaciones del Carmelo, desde los orígenes hasta hoy, en su itinerario hacia la "santa montaña, Jesucristo nuestro Señor" (Misal Romano, Colecta de la Misa en honor de la B. V. María del Monte Carmelo, 16 de julio), han tratado de plasmar la propia vida sobre el ejemplo de María. Por esto, en el Carmelo y en toda alma movida por un tierno afecto hacia la Virgen y Madre Santísima, florece la contemplación de la que, desde el principio, supo estar abierta a la escucha de la Palabra de Dios y obediente a su voluntad (Lc 2,19.5 1). María, de hecho, educada y plasmada por el Espíritu (cfr. Lc 2,44-50), fue capaz de leer en la fe su propia historia (cfr. Lc 1,46-55) y, dócil a la inspiración divina, "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cfr. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio" (Lumen gentium, 58).
 
3. La contemplación de la Virgen nos la presenta mientras, como Madre solícita, ve crecer a su Hijo en Nazaret (cfr. Lc 2,40.52), lo sigue por los caminos de Palestina, lo asiste en las bodas de Caná (cfr. Jn 2,5) y, a los pies de la Cruz, se convierte en la Madre asociada con su ofrecimiento, donándose a todos los hombres en la entrega que el mismo Jesús hace de Ella a su discípulo predilecto (cfr. Jn 19,26). Como Madre de la Iglesia, la Virgen Santa está unida a los discípulos "en continua oración" (At 1,14) y, como Mujer nueva que anticipa en sí lo que se realizará un día en todos nosotros con la plena fruición de la vida trinitaria, es elevada al Cielo, desde donde extiende el manto de protección de su misericordia sobre los hijos que peregrinan hacia el monte santo de la gloria. Una tal actitud contemplativa de la mente y del corazón lleva a admirar la experiencia de fe y de amor de la Virgen, que ya vive en sí cuanto todo fiel desea y espera realizar en el misterio de Cristo y de la Iglesia (cfr. Sacrosanctum Concilium, 103; Lumen gentium, 53). Justamente por esto, los carmelitas y las carmelitas han elegido a María como su Patrona y Madre espiritual y la tienen siempre ante los ojos del corazón como la Virgen Purísima que guía a todos al perfecto conocimiento e imitación de Cristo. Florece así una intimidad de relaciones espirituales que incrementan cada vez más la comunión con Cristo y con María. Para los Miembros de la Familia Carmelitana María, la Virgen Madre de Dios y de los hombres, no es sólo un modelo para imitar, sino también una dulce presencia de Madre y Hermana en la cual confiar. Con acierto santa Teresa de Jesús exhortaba: "Imitad a María y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por Patrona" (Castillo interior, III, I ,3).
 
4. Esta intensa vida mariana, que se expresa en la oración confiada, en la entusiasta alabanza y en una diligente imitación, conduce a comprender cómo la forma más genuina de la devoción a la Virgen Santísima, expresada por el humilde signo del Escapulario, es la consagración a su Corazón Inmaculado (cfr. PIO XII, Carta Neminem profecto latet [11 febrero 1950: AAS 42, 1950, pp. 390-391]; Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 67). De ese modo, se opera en el corazón una creciente comunión y familiaridad con la Virgen Santa, "como nueva manera de vivir para Dios y de continuar aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su madre María" (cfr. Discurso del Angelus, en Insegnamenti XI/3, 1988, p. 173). Se nos sitúa así, según la expresión del Beato mártir carmelita Tito Brandsma, en profunda sintonía con María la Theotokos, convirtiéndonos como Ella en transmisores de la vida divina: "También a nosotros nos manda el Señor su ángel... también nosotros debemos recibir a Dios en nuestros corazones, llevarlo en nuestro interior, alimentarlo y hacerlo crecer en nosotros de modo tal que él nazca de nosotros y con nosotros viva como el Dios-con-nosotros, el Emmanuel" (De la relación del B. Tito Brandsma al Congreso Mariológico de Tongerloo, agosto 1936).Este rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, a través de la difusión de la devoción del Santo Escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia. Por su sencillez, por su valor antropológico y por la relación con el rol de María para con la Iglesia y la humanidad, esta devoción ha sido percibida profunda y ampliamente por el pueblo de Dios, hasta el punto de encontrar expresión en la memoria del 16 de julio, presente en el Calendario litúrgico de la Iglesia universal.
 
5. En el signo del Escapulario se evidencia una síntesis eficaz de la espiritualidad mariana, que alimenta la devoción de los creyentes, haciéndoles sensibles a la presencia amorosa de la Virgen Madre en sus vidas. El Escapulario es esencialmente un «hábito». Quien lo recibe viene agregado o asociado en un grado más o menos íntimo a la Orden del Carmelo, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de toda la Iglesia (cfr. Fórmula de la imposición del Escapulario, en el "Rito de la Bendición e imposición del Escapulario", aprobado por la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos, 5/1/1996). Quien viste el Escapulario viene por tanto introducido en la tierra del Carmelo, para que "coma de sus frutos y bienes" (cfr. Ger 2,7), y experimenta la presencia dulce y materna de María, en el compromiso cotidiano de revestirse interiormente de Jesucristo y de manifestarlo vivo en sí para el bien de la Iglesia y de toda la humanidad (cfr. Fórmula de la imposición del Escapulario, cit.).Dos, por tanto, son las verdades evocadas en el signo del Escapulario: por una parte, la protección continua de la Virgen Santísima, no sólo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento del tránsito hacia la plenitud de la gloria eterna; por otra, la conciencia de que la devoción hacia Ella no puede limitarse a oraciones y obsequios en su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un «hábito», es decir una actitud permanente de la propia conducta cristiana, entretejida de oración y de vida interior, mediante la frecuente práctica de los Sacramentos y el concreto ejercicio de las obras de misericordia espiritual y corporal. De este modo el Escapulario se convierte en signo de «alianza» y de comunión recíproca entre María y los fieles: de hecho, traduce de manera concreta la entrega que Jesús, desde la cruz, hizo a Juan, y en él a todos nosotros, de su Madre, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a Ella, constituida como nuestra Madre espiritual.
 
6. De esta espiritualidad mariana, que plasma interiormente las personas y les configura a Cristo, primogénito entre muchos hermanos, son un espléndido ejemplo los testimonios de santidad y de sabiduría de tantos Santos y Santas del Carmelo, todos ellos crecidos a la sombra y bajo la tutela de la Madre. ¡También yo llevo sobre mi corazón, desde hace tanto tiempo, el Escapulario del Carmen! Por el amor que nutro hacia la celeste Madre común, cuya protección experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fieles que la veneran filialmente, a crecer en su amor e irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia. Con estos augurios, imparto gustoso la Bendición Apostólica a todos los frailes, las monjas, las hermanas, los laicos y las laicas de la Familia Carmelitana, que tanto se esfuerzan por difundir entre el pueblo de Dios la verdadera devoción a María, Estrella del mar y Flor del Carmelo.
 
Del Vaticano, 25 marzo 2001
Joannes Paulus II

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