sábado, 6 de noviembre de 2010

HANS URS VON BALTHASAR: XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. El martirio de los siete hermanos del que se informa en la primera lectura, contienen también el primer testimonio seguro de la fe en la resurrección.Los hermanos son cruelmente torturados -son azotados sin piedad, se les arranca la lengua, la piel y las extremidades-,pero, ante el asombro de los que los torturan, ellos soportan todo esto aludiendo a la resurrección, en la que esperan recuperar su integridad corporal. Dios les ha dado una esperanza que nadie puede quitarles, mientras que los miembros que han recibido del cielo y que les ha sido arrancados, podrán recuperarlos en el más allá. Se nos presenta aquí un ideal ciertamente heroico que nos muestra lo que concretamente Pablo quiere decir con estas palabras. "Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria" (2 Cor 4,17), algo que en modo alguno vale sólo para el martirio cruento, sino para todo tipo de tribulación terrenal que, por muy pesada que sea, es ligera como una pluma en comparación con lo prometido.

Dios no es un Dios de muertos. Por eso puede Jesús en el evangelio liquidar de un plumazo la estúpida casuística de los saduceos a propósito de la mujer casada siete veces.La resurrección de los muertos será sin duda una resurrección corporal, pero como los que sean juzgados dignos de la vida futura ya no morirán, el matrimonio y la procreación ya no tendrán ningún sentido en ella -lo que no quiere decir que no se podrá distinguir entre hombre y mujer-; los transfigurados en Dios poseerán una forma totalmente distinta de fecundidad. Pues la fecundidad pertenece a la imagen de Dios en el hombre, pero esta fecundidad no tendrá ya nada que ver con la mortalidad sino con la vitalidad que participa de la fecundidad viviente de Dios. Si Dios es presentado como el dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, es decir el Dios de los vivos, entonces los que viven en Dios son también fecundos con dios: en la tierra en su pueblo temporal, en el cielo con este mismo pueblo, de una manera que sólo Dios y sus ángeles conocen.

Hermanos rezad por nosotros. En la segunda lectura se nos promete-como a los hermanos mártires de la primera- "consuelo permanente y una gran esperanza"; pero se nos promete además, ya en la tierra,una comprensión de la fecundidad espiritual.Esta procede de Cristo y de la Antigua Alianza todavía no la conoce. Los hombres que esperan firmemente la vuelta de Cristo y la resurrección, los hombres cuyo corazón ama a Dios y reciben de Dios "la fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas",puedan ya desde ahora mediante su oración "para que la palabra de Dios siga su avance glorioso" y poder así poner coto al poder "de los hombres perversos y malvados": La oración cristiana es como una esclusa abierta por la que las aguas de la gracia celeste pueden derramarse sobre el mundo.

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