martes, 19 de octubre de 2010

MONSEÑOR HÉCTOR AGUER: DISCÍPULOS MISIONEROS

Hoy quiero retomar dos líneas del Documento de Aparecida. Recuerden ustedes que se trata de aquel texto que recoge las conclusiones de la Vª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que se celebró en Brasil, hace poco más de dos años.

Me parece que son las dos líneas esenciales, que es bueno retomar periódicamente para que no caigan en el olvido.La primera es que en ese Documento se perfila la identidad de los católicos con esta fórmula tan bella: cada uno es, y debe ser, un discípulo misionero de Jesucristo. La segunda es el impulso misional que esa Conferencia quiso dar a la Iglesia y que se registra en el Documento con la propuesta final de una misión continental.

Estas dos temáticas están fuertemente ligadas entre sí. Tomemos el tema de la misión. No se trata solamente de organizar misiones, como se realizan en parroquias o en capillas, en distintas regiones de una diócesis, sino que se trata, ante todo, de otorgar a la actividad pastoral ordinaria de la Iglesia un estilo y un aliento misionero.

Todo tendría que ser enfocado desde allí, sin perjuicio de que en determinados momentos y en determinados lugares se realicen misiones específicas. Existe una pedagogía y una metodología tradicional de misiones populares que es preciso retomar siempre como se viene haciendo. Es importante destacar que la Iglesia se reconoce como misionera. No es una novedad. Lo ha sido siempre. En el fondo, el impulso misionero que queremos dar hoy a las comunidades cristianas entronca con el envío primero, originario, de Jesús.

La idea del cristiano como discípulo misionero viene de aquel envío de los Apóstoles, antes de la Ascensión, cuando el Señor les dice: vayan por todo el mundo y hagan que todos los pueblos sean discípulos míos. Eso no lo puede hacer un misionero si no es, ante todo, un discípulo.

Vayamos entonces al otro tema. El Documento de Aparecida no ha separado discípulo por un lado y misionero por el otro. Uno puede ser un discípulo pero no tener conciencia de que el discipulado exige compartir el don recibido y el don recibido es la persona de Jesús, la gracia de la Salvación, el pertenecer a la Iglesia, el vivir como hijos de Dios. El Documento ha querido unir esos dos términos. Todo discípulo es misionero. Tampoco nadie puede ser misionero sino es un seguidor de Jesús. El discípulo es el que va detrás del Maestro, el que lo ha tomado a Jesús como Maestro, aprende de Él y vive en comunión con Él.

No es posible que la Iglesia actualice continuamente su vocación misionera si cada uno de sus miembros no se reconoce a sí mismo como discípulo misionero, si no profundiza lo que significa el discipulado y si no se prepara para la misión.

Esta participación en la misión total de la Iglesia puede tener características muy distintas. Muchos, a partir de su carácter de miembros de un movimiento de formación o de apostolado o de su participación en un grupo misionero en la parroquia; otros con su permanencia en la vida de la Iglesia a través del culto dominical u otra participación, pero tiene que saber que en su familia, en su barrio, en las distintas actividades que lo implican en el orden temporal, tiene que compartir el don de la fe que ha recibido y debe hacerse, de algún modo, misionero.

Ahora, desde el punto de vista sistemático, si queremos hablar de una organización pastoral, no es posible que la Iglesia, hoy día, relance fuertemente la misión, en el contexto cultural tan complicado del mundo actual, si no forma discípulos misioneros. Y esta idea de que cada cristiano es un discípulo misionero es algo que va a costar mucho encarnar en la realidad concreta de la vida de la gente.

En muchas parroquias y comunidades cristianas existe todavía un dinamismo que retiene a sus miembros en la propia vida interna, en la que reciben la atención religiosa que necesitan; mucha gente se refiere centrípetamente al centro parroquial. Hay que ir complementando ese movimiento con un impulso centrífugo; la comunidad cristiana no espera que la gente se acerque para solicitar un servicio religioso, sacramental, sino que sale en busca de los alejados, de los indiferentes. Cada parroquia, cada comunidad cristiana debe comprenderse a sí misma como un centro misionero.

¿Pero qué es lo que va a misionar? ¿De dónde va a misionar? Lo hará de la abundancia de vida, de la abundancia de su discipulado.Estas son nociones catequísticas y espirituales básicas, si ustedes quieren, pero es preciso recordarlas siempre y pensar mucho en ellas.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

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