«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (Mt 16,13). «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15).
Desde que apareció en la tierra, Jesús siempre ha sido para los hombres un enigma inquietante. ¿Quién es Jesús? Ninguno, por más que se haga el indiferente o el desinteresado, puede huir de esta interrogante durante todo el tiempo de su existencia.
En el pasaje que hemos leído, Jesús mismo presenta la provocativa cuestión, y parece querer evaluar el decir de la "gente" (a la opinión común), y busca también la respuesta de los Apóstoles del Señor, esto es de la Iglesia.
El mundo da como respuesta pareceres muy diversos, en una gran confusión: «Algunos… otros… otros». La Iglesia, por boca de Pedro da como respuesta la verdad, que no puede ser sino una y permanecer una e idéntica a través de los siglos.
¿Quién es Jesús? ¿Un genio que ha intuido antes que lo otros las exigencias de la justicia y del amor que se encuentran en el corazón humano o un desequilibrado que llega a creerse Dios? ¿Un gran maestro de la existencia o un revolucionario fracasado? ¿Un gran sabio difunto para recordar, pero que no pude salvar porque él mismo ha muerto o nada menos que un exaltado que ha pedido a sus discípulos amarlo más a que al padre o a la madre?
En la babel de estas hipótesis (que son así formuladas) se destaca simple y claramente la respuesta de Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). «El Cristo», es decir el «Mesías», Aquel que los hombres han esperado desde siempre; Aquel que es el objeto de la nostalgia y del gran deseo espontáneo de todo espíritu humano que no ha renunciado a pensar; Aquel que ha sido enviado por Dios para reconducirnos a Dios. Tomen consciencia, no uno elegido por los hombres para interpretar sus aspiraciones, sino él enviado por el Creador del universo para revelar el hombre al propio hombre y para señalar a todos el destino pensado para nosotros.
«El Hijo de Dios vivo», enviado a nosotros, pero no por una divinidad abstracta y lejana, gélida e infinitamente indiferente, sino por Dios vivo; esto es de Dios que vive y da la vida; Dios que es centro de nuestro existir, que cuando no sabemos referirlo a Dios vivo aparece denso, insensato, y desierto absurdo.
Es «El Hijo de Dios vivo», porque está permanentemente vivo, tanto como está perennemente vivo su Padre. Señalo por ello que la muerte que lo ha podido tocar, sin embargo no lo ha podido retener en su dominio. Él ha resucitado, y aún hoy está verdadera y plenamente vivo.
El mundo da como respuesta pareceres muy diversos, en una gran confusión: «Algunos… otros… otros». La Iglesia, por boca de Pedro da como respuesta la verdad, que no puede ser sino una y permanecer una e idéntica a través de los siglos.
¿Quién es Jesús? ¿Un genio que ha intuido antes que lo otros las exigencias de la justicia y del amor que se encuentran en el corazón humano o un desequilibrado que llega a creerse Dios? ¿Un gran maestro de la existencia o un revolucionario fracasado? ¿Un gran sabio difunto para recordar, pero que no pude salvar porque él mismo ha muerto o nada menos que un exaltado que ha pedido a sus discípulos amarlo más a que al padre o a la madre?
En la babel de estas hipótesis (que son así formuladas) se destaca simple y claramente la respuesta de Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). «El Cristo», es decir el «Mesías», Aquel que los hombres han esperado desde siempre; Aquel que es el objeto de la nostalgia y del gran deseo espontáneo de todo espíritu humano que no ha renunciado a pensar; Aquel que ha sido enviado por Dios para reconducirnos a Dios. Tomen consciencia, no uno elegido por los hombres para interpretar sus aspiraciones, sino él enviado por el Creador del universo para revelar el hombre al propio hombre y para señalar a todos el destino pensado para nosotros.
«El Hijo de Dios vivo», enviado a nosotros, pero no por una divinidad abstracta y lejana, gélida e infinitamente indiferente, sino por Dios vivo; esto es de Dios que vive y da la vida; Dios que es centro de nuestro existir, que cuando no sabemos referirlo a Dios vivo aparece denso, insensato, y desierto absurdo.
Es «El Hijo de Dios vivo», porque está permanentemente vivo, tanto como está perennemente vivo su Padre. Señalo por ello que la muerte que lo ha podido tocar, sin embargo no lo ha podido retener en su dominio. Él ha resucitado, y aún hoy está verdadera y plenamente vivo.
Miremos bien que en la respuesta de Pedro no solamente está incluida una respuesta de fe, sino también una profecía. Una profesión de fe en la divinidad de Jesús de Nazaret, aunque ha compartido la existencia doliente y fatigada de tantos. Y la profecía en la resurrección, que es el modelo y el principio de la nuestra.
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