En la 32ª Feria del Libro de Buenos Aires se exhibió una oferta abundantísima de obras que representan los arrabales de la religión: adivinación, magia, esoterismo, supersticiones varias, y tuvo gran éxito de ventas el género “ficción religiosa”, que en romance criollo habría que nombrar, más bien, macaneo, es decir, embuste y desatino. Estos especímenes podrían servir al honesto entretenimiento de los lectores, si no se los quisiera hacer pasar por la verdad. ¡Qué notable!, la materia y víctima de estas ficciones es siempre el catolicismo. Las obras de este tipo despiden infaltablemente un tufillo gnóstico y pretenden descubrir secretos que la Iglesia habría ocultado con engaños; como si se dijera: esta “historia” revela lo que los curas hasta ahora nos han impedido conocer. No son ficciones inocentes; la intención anticatólica resulta manifiesta.
De “El código Da Vinci”, de Dan Brown, se vendieron en el mundo alrededor de 40 millones de ejemplares, y al film que se estrenará dentro de pocos días podrán verlo unos 800 millones de personas. En la Feria ha sido uno de los libros más solicitados. En la trama de esta novela se mezclan como en un cóctel datos históricos tergiversados sin pudor con invenciones absurdas. El autor declara que todas las descripciones de obras de arte, arquitectura, documentos y ritos son verdaderos; pero en realidad, el conjunto es una composición ingeniosa de muchísimos errores en cuestiones históricas y religiosas en la interpretación de fenómenos culturales y artísticos. Los críticos, y no pocos, los han señalado oportunamente.
¿Cuál es el argumento? Jesús no es Dios, sino un hombre que formó pareja con María Magdalena y tuvo una hija con ella; de esta descendencia procede el fabuloso secreto del Santo Grial. Jesús, que fue el primer feminista, le habría confiado la Iglesia a su mujer, ellos representaban la dualidad masculino-femenina y sus primeros seguidores adoraban al principio femenino sacralizado. Tal sería el tenor original del cristianismo. La Iglesia Católica es un invento del emperador Constantino, que en el Concilio de Nicea del año 325 hizo divinizar a Jesús; ella desencadenó una cruenta persecución contra los adoradores de lo femenino, que trataron de conservar clandestinamente su creencia. El priorato de Sión protege a la descendencia de Cristo y transmite aquel cristianismo gnóstico a través de códigos, como los que Leonardo Da Vinci habría dejado en sus pinturas. En la actualidad es el Opus Dei el encargado de impedir, maquiavélicamente, que los héroes de la novela saquen a luz el secreto y no vacila en llegar al crimen para lograrlo.
Con el caso de este “best-seller” se vincula un acontecimiento ocurrido precisamente en los días previos a la Semana Santa: se anunció clamorosamente en Washington la publicación del Evangelio de Judas. El papiro en lengua copta había sido hallado en el valle del Nilo en la década de 1970, pero era conocido en su versión griega desde la más remota antigüedad. Ahora se lo presenta sospechosamente como una novedad que permitirá reinterpretar la pasión de Cristo, su significado y consecuencias.
En los siglos II y IV se escribieron numerosos evangelios apócrifos, varios de ellos atribuídos, según el recurso literario de la pseudoepigrafía, a personalidades autorizadas: Pedro, Felipe, Santiago, Bartolomé, Nicodemo. Algunas de estas obras contienen amplificaciones edificantes de la vida de Jesús y de su Madre; otras manifiestan desviaciones gnósticas que desnaturalizan la fe cristiana. El así llamado Evangelio de Judas procede de la secta de los “cainitas”, que reivindicaban a las figuras negativas de la Biblia: Caín, al que veneraban junto a la Serpiente de la tentación original, Cam, los Sodomitas, Esaú y finalmente Judas; con estas referencias justificaban sus obscenidades y delitos. San Ireneo, obispo de Lyon, lo identificó hace más de 1800 años: “Dicen que Judas conocía todas estas cosas y justamente porque él solo conocía toda la verdad más que los otros, ejecutó el misterio de la traición; presentan estas invenciones bajo el nombre de Evangelio de Judas”.
La National Geographic Magazine embolsará sin duda millones de dólares al auspiciar la traducción y publicación del papiro; ha conseguido ya llamar la atención lanzando el anuncio en la proximidad de la Pascua. El operativo es un buen negocio, pero incluye también un elemento ideológico: inducir a la duda sobre la verdad de los cuatro Evangelios canónicos y sobre la tradición de la Iglesia. ¡Los lectores podrán ahora desengañarse y acceder al secreto cuyo conocimiento se les impedía alcanzar! El “descubrimiento” del Evangelio de Judas es otra pieza de un montaje universal contra la fe católica, que cuenta con una eficacia propagandística arrolladora.
La inclinación de tantos lectores por el género “ficción religiosa” es un fenómeno ambiguo. Por un lado revela una saludable inquietud de búsqueda de sentido, de trascendencia, en definitiva, de Dios. Pero también curiosidad malsana y debilidad ante la antigua solicitación del gnosticismo, que atrae con los cantos de sirena que invitan a la posesión de un saber oculto, al margen de la regla de la fe. Mucha gente, que manifiesta indiferencia o rechazo ante los dogmas del cristianismo, acepta acríticamente aquellas ficciones deformes. Se cumple una vez más lo que predijo San Pablo: “llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas”. El mismo apóstol advertía a los gálatas: “No se engañen: nadie se burla de Dios”.
+ Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata
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