La muerte como "kairos" de Dios
Diác. Jorge Novoa
Participé de una misa, en la que rezamos por el alma de un párroco que falleció súbitamente, experimentó lo que llaman los médicos, una muerte súbita. Alguien que se encontraba cerca, me manifestó el siguiente comentario …"un instante nos separa". Las palabras se prendieron de mi corazón fuertemente, las encontraba reales, con ellas se expresaba muy claramente algo de esa realidad con cierta crudeza, pero con profundidad. De todas formas, la expresión me resultaba incompleta, la intuición de la fe me decía que algo le faltaba. Un instante es efímero e indefinido, y al mismo tiempo sumamente preciso para describir la presencia de esa realidad de la existencia humana, tan imprecisa como próxima. Dice Teresa de Lisieux, "mi vida es un instante, una efímera hora, momento que evade que huye veloz"[1]. Un instante nos separa de ella.
"La muerte se ha convertido en el tabú más fuerte del mundo moderno"[2]. La cultura del bienestar censura toda exposición sobre el tema, desterrando una y otra vez el mencionar su nombre, debido a la tristeza que produce hablar de ella a los hombres de hoy. Los cementerios han sido retirados de las ciudades, no solo por razones de higiene, en los más modernos, ya no se visibilizan cruces ni epitafios."No hay un testimonio más elocuente para el fracaso del materialismo que su horror y su pánico ante la muerte. Si la muerte no es más que el último e irreparable fallo de la máquina del cuerpo, no deja de ser consecuente que se retire a la muerte al anonimato de una clínica. Solo si se la considera desde este punto de vista materialista, se puede calificar de "buena muerte", la muerte ocurrida de repente, sin dolor y sin darse cuenta"[3]."No es sabia la ceguera ante este destino indefectible, ante la desastrosa ruina que comporta, ante la misteriosa metamorfosis que está para realizarse en mi ser, ante lo que se avecina"[4].
Dios al dirigirnos su Palabra, nos ha revelado progresivamente el sentido de la muerte a la luz de la muerte-resurrección (Pascua) de Jesucristo. La revelación ha sido progresiva, y los escritores inspirados se preguntan en la Antigua Alianza, por la suerte que corren los que bajan a la fosa. Este enigma, como lo expresa el Concilio (GS 18), encontró su luz definitiva en la Pascua de Jesucristo. Ahora ese acontecimiento, irradia su luz sobre este enigma de la existencia humana, y se nos revelará en el libro del Apocalipsis que "son bienaventurados los que mueren el Señor". Esto ha ocurrido, nos dice san Pablo en la carta a los Corintios, con una repercusión universal, para todos los hombres, Jesucristo aparece como Señor de la muerte, incluso nos ha advertido, que más debiéramos temer a la que llaman en el Apocalipsis "segunda muerte", y que hace referencia a la condenación eterna. El Señor de la muerte nos anuncia la posibilidad que ya tenemos de tomar parte en su victoria sobre ella.
Hablemos propiamente de ese instante que conduce a la muerte, podemos describirlo, con una categoría bíblica, como Kairós[5], es decir, como un tiempo oportuno[6], en el que se realiza la visita de Dios. El término, también incluye una referencia a la respuesta del hombre. Podemos vinculando estas realidades de la existencia humana, describir este Kairós como camino que conduce "del instante a la eternidad". De allí, que completaría la expresión inicial diciendo: "un instante nos separa de Él"[7].
La muerte como "kairós de Dios" puede ser contemplada en un itinerario que supondría tres experiencias de la vida cristiana: llamada, tránsito y encuentro.
Llamada
Este nacimiento a la vida eterna es fruto de la última llamada de Dios. Recordemos la bellísima oración que conocemos como Alma de Cristo, donde repetimos: "En la hora de mi muerte llámame y mándame ir a Ti". Toda la vida cristiana debe vivirse en clave vocacional, ella debe ser la expresión del diálogo que se establece a lo largo de la vida, y que permite descubrir y vivir la voluntad de Dios. Sígueme es una palabra vocacional clave, con la que el Señor introduce a los llamados en el lenguaje del discipulado, siendo instruidos por el Espíritu Santo para caminar a la luz de la fe. Esta llamada que los coloca en la Iglesia, los pone en movimiento, en camino, y en diálogo permanente con Aquél a quien sirven.
Recordemos aquellas palabras memorables, del otrora cardenal Ratzinger, en la misa de exequias de Juan Pablo II, presentando toda la vida del insigne Papa en clave vocacional: "«Sígueme», esta palabra lapidaria de Cristo puede considerarse la llave para comprender el mensaje que viene de la vida de nuestro llorado y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos mortales depositamos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud".
Sígueme se encuentra en el comienzo de la vida creyente, en su entramado y también al final del camino, en el que hemos sido invitados a caminar confiando en su misericordia. Ésta es la última llamada[8] a seguirlo por el silencioso camino de la cruz, para lo cual, es necesario preparase. El cardenal Schonborn recordando el rito[9] de los dominicos, describe esta dimensión de llamada: "si el moribundo da señales de que la muerte es inminente, el sacerdote le dirige la palabra con estas duras y tremendas palabras: <>….el saber que la muerte es la salida para el gran viaje y que es Dios mismo el que, por medio del sacerdote, llama a esta salida: <> (Tú has mandado salir de este siglo)- así lo dice un antiguo ritual" [10].
Recordemos aquellas palabras memorables, del otrora cardenal Ratzinger, en la misa de exequias de Juan Pablo II, presentando toda la vida del insigne Papa en clave vocacional: "«Sígueme», esta palabra lapidaria de Cristo puede considerarse la llave para comprender el mensaje que viene de la vida de nuestro llorado y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos mortales depositamos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud".
Sígueme se encuentra en el comienzo de la vida creyente, en su entramado y también al final del camino, en el que hemos sido invitados a caminar confiando en su misericordia. Ésta es la última llamada[8] a seguirlo por el silencioso camino de la cruz, para lo cual, es necesario preparase. El cardenal Schonborn recordando el rito[9] de los dominicos, describe esta dimensión de llamada: "si el moribundo da señales de que la muerte es inminente, el sacerdote le dirige la palabra con estas duras y tremendas palabras: <
Así manifestaba Juan Pablo II, como deseaba vivir su Kairos.
"Velad porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor" (cf. Mt 24, 42), estas palabras me recuerdan la última llamada, que vendrá en el momento que quiera el Señor. Quiero seguirle y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrenal me prepare a este momento. No sé cuando llegará, pero como todo, también deposito este momento en las manos de la Madre de mi Maestro: Totus Tuus. En sus manos maternas lo dejo todo y a todos aquellos con quienes me ha ligado mi vida y mi vocación"[11].
Estas palabras sobre el momento de la muerte, expresadas en clave de seguimiento, develan el valor de todas las realidades de la vida en orden a la preparación de este acontecimiento, que se manifiesta como imprevisto. Velar es una expresión metafórica, que literalmente designa la" decisión de renunciar al sueño" para estar vigilante. A los cristianos, una y otra vez en la Escritura, se les manifiesta la necesidad de prepararse para recibir al Señor que viene. Pesan severamente las palabras del evangelio: "No todo el que me dice Señor, Señor…" ¿Cómo pueden los cristianos cumplir con fidelidad, la recomendación del Señor de velar? El cristiano vela en la medida en que no descuida su vida de fe, evitando la trágica ruptura que se da entre fe y vida, para ello debe mantener un trato asiduo con el Señor por medio de la oración, la celebración de los sacramentos, y especialmente dos: reconciliación y eucaristía, alimentos que preparan para velar. La invitación a velar, interpela sobre el amor que le tenemos al Señor y a los hermanos. Es imposible alimentar la espera vigilante que nos propone el Señor, si no escuchamos y vivimos la Palabra de Dios. Velar es amar.
Tránsito
¿Cuál es el destino de nuestra peregrinación: la nada, algo o alguien? Si de ella, nuestra meta es Él (Dios), la muerte aparecerá a la luz de la fe, como un tránsito[12]. Ya en el cristianismo primitivo, la muerte se celebra como "tránsito". Recordemos como, en el Evangelio según San Juan[13], toda la vida de Cristo está presentada como un retorno a la casa del Padre. "Nacer significa comenzar el camino hacia el Padre; vivir significa recorrer cada día, cada hora, un tramo de camino en el retorno a la propia casa"[14]. "Una existencia en tránsito solo es posible allí donde la muerte como "tránsitus" de ésta a la otra vida no es reprimida"[15].
Juan Pablo II en su testamento espiritual escribía aludiendo a esta realidad: "aquel tránsito que para cada uno de nosotros es el momento de la propia muerte. Del adiós a este mundo -para nacer a otro, al mundo futuro, signo elocuente (añadido encima: decisivo) es para nosotros la Resurrección de Cristo". Frente a la muerte, dirá Ignacio de Antioquía, "mi parto está ya inminente"[16]. En estas palabras, se nos invita a contemplar la muerte como un nacimiento, recordemos como las fechas de las celebraciones de los santos, son los días de su partida de este mundo, la Iglesia con su sabiduría nos enseña que en ese día, ellos nacen a la eternidad.
El Cardenal Schonborn en un pequeño librito[17] en el que reflexiona sobre la muerte, se lamenta de la reducción que ha experimentado el renovado rito postconciliar de difuntos. Lanza una afirmación aguda, "la muerte ya no es más, ni siquiera en los conventos un acontecimiento litúrgico; solo es una situación clínica. La "sala de estar" y la "sala de morir" están separadas entre sí, de manera que la muerte ha desaparecido totalmente incluso de los conventos. Y esto -no nos extrañe- trae consecuencias para la vida"[18]. Esta incapacidad que experimenta el mundo moderno y que se "cuela" en los ámbitos religiosos, debilita la posibilidad de reconocer y expresar en símbolos y signos, la experiencia de tránsito del hombre. "Querer eliminar todo esto diciendo que es "un mundo imaginario pasado de moda", no demuestra que nuestro tiempo sea más ilustrado sobre la escatología del hombre, sino, más bien, que hoy hemos perdido aquel antiguo saber existencial, común para toda la humanidad"[19]. Se sorprende, Schonborn, de que nuestra época se encuentre tan perdida "ante este cambio tan decisivo de la existencia", como lo es, este pasar de ésta vida a la otra. "No es, por tanto extraño que surja un nuevo interés por lo rituales de difuntos de antiguas generaciones"[20].
Encuentro
Finalmente, en ella se da el encuentro para el que hemos sido llamados a la existencia, la vida como peregrinación es una lenta o presurosa marcha en dirección de este encuentro. La utilización de esta categoría permite comprender una verdad fundamental, Jesús nos advierte con distintas imágenes sobre su visita imprevista, pero, y esto es lo más importante, conocemos perfectamente al que viene de esta manera. Y esto debe llenarnos de profunda paz, a veces, la imagen imprevista del ladrón, nos ha hecho inconscientemente asociar su visita, con la llegada de un desconocido (o de lo desconocido) que nos atemoriza. El Espíritu Santo nos ha dado a conocer de modo real al que viene a llamarnos en la muerte. No debemos olvidar que el esperado, "nos ha amado hasta el extremo", llamándonos amigos y descubriéndonos que volvía a la casa del Padre para prepararnos un lugar. Las palabras y hechos de la vida del Señor alimentan nuestra fe, comunicándonos esperanza y paz.. Él nos acompaña y sostiene en la espera amorosa, para finalmente venir a nuestro encuentro.
La muerte es presentada en una catequesis papal[21] como la puerta que abre al encuentro con el Padre:"ciertamente, es preciso pasar por la muerte, pero ya con la certeza de que nos encontraremos con el Padre cuando «este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad» (1 Co 15, 54)." Cristo nos ha revelado el rostro del Padre, verlo es ver al Padre, canta en Señor en toda su existencia, el cántico de la fidelidad a la voluntad del Padre. En Cristo, el rostro del Padre se nos manifiesta cercano, conocido, es el Espíritu Santo el que nos introduce en la íntima invocación: Ábba. Repetimos con el salmista: "en la sentencias tendrás razón en el juicio brillará tu rectitud….(Sl 50)" Las personas divinas que vienen a nuestro encuentro se han revelado como Amor."Dios es amor" (I Jn). El encuentro que se produce es el lugar de la realización de este Amor…
Los mártires de la primera hora, vivían intensamente la dimensión de encuentro que tiene la muerte. San Ignacio de Antioquia la propone como "alcanzar a Cristo": "Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras, quebrantamientos de huesos, descoyuntamientos de miembros, trituraciones de todo mi cuerpo, torturas atroces del diablo, sólo con que pueda yo alcanzar a Cristo…Para mí es más bello morir y pasar a Cristo, que reinar sobre los confines de la tierra. Voy en pos de aquel que murió por nosotros: voy en pos de aquel que resucitó por nosotros."[22].Teresita de niño Jesús, escribía: "a mi Jesús deseo ver sin velos, sin nubes"[23]
El modo de celebrar la muerte, parece denotar ciertas enfermedades que padece la fe, no es mi intención abordar esta compleja situación, solo mencionaremos este diagnóstico iluminador. "Mirar a nuestro tiempo con los ojos de la fe significa ser capaz de mirar al hombre, al mundo y a la historia a la luz de Cristo crucificado y resucitado, única estrella capaz de orientar «al hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y las estrecheces de una lógica tecnocrática»(«Fides et ratio», 15)… De hecho, la cultura secularizada ha penetrado en la mente y en el corazón de no pocos consagrados, que ven en ella una forma de acceso a la modernidad y de acercamiento al mundo contemporáneo. La consecuencia es que junto con un indudable impulso generoso, capaz de testimonio y de entrega total, la vida consagrada experimenta hoy la insidia de la mediocridad, del aburguesamiento y de la mentalidad consumista[24]. En el texto de benedicto XVI aparecen tres grandes causa que distorsionan la fe y sus expresiones: la mentalidad inmanentista, la cultura secularizada y la mentalidad consumista. La Conferencia episcopal española, en la instrucción pastoral: Teología y secularización en España, a los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, constata "junto a los signos de esperanza sombras que oscurecen la verdad"[25]. "Se trata de interpretaciones reduccionistas que no acogen el Misterio revelado en su integridad. Los aspectos de la crisis pueden resumirse en cuatro: concepción racionalista de la fe y de la Revelación; humanismo inmanentista aplicado a Jesucristo; interpretación meramente sociológica de la Iglesia, y subjetivismo-relativismo secular en la moral católica"[26].
La vida cristiana no desemboca en el mar de la nada, en su transcurso, una y otra vez hemos repetido a María santísima, que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Así escribía Juan Pablo II en su testamento espiritual: "deposito este momento en las manos de la Madre de mi Maestro: Totus Tuus" ¿Una Madre tan santa podrá olvidar ésta súplica confiada que dirigen sus hijos?¿Cerrarán las personas divinas "sus oídos" a esta petición de la Reina del cielo? Oremos con fe, conscientes de la importancia de nuestra petición. No será la mejor decisión de nuestra vida, en medio de estas coordenadas culturales, poner ese momento en las manos de María. ¡Cuánta sabiduría atesorada en la gran tradición eclesial!¡ Con qué sublime sencillez la Iglesia nos proporciona las medicinas de la fe para nuestros temores e incertidumbres!
[1] Santa Teresa de Lisieux, Poesía, Mi canto de hoy. Hay en las enseñanzas de Teresa de Lisieux una reflexión sobre el tiempo: dirá "cada instante es una eternidad, una eternidad de alegría". El cardenal Mercier en esta misma línea había dicho,"no tengo que gemir más por un pasado que ya no es, ni inquietarme por un futuro que no existe. Es el único momento presente lo que quiero bendecir, y, aunque fuera con angustias e incluso escalofríos, intrépidamente realizar".
[2] Philippe Ariés. Citado por el Cardenal Christoph Schonborn en su pequeño libro "De la muerte a la vida" Edicep, 2000,p.144.
[3] Ibídem, p 150.
[4] Pablo VI, Testamento.
[5] Las palabras griegas claves para designar el tiempo en la antigüedad eran eón, cronos y kairós, en ellas se distingue el tiempo objetivo mensurable (cronos) del que es significativo para la persona (kairós).
[6] Algunos pensadores modernos, profundizando en filósofos y pensadores antiguos hablan de la Kairología, como la teoría del tiempo oportuno. Para el prof. Dr. M. Kerkhoff es necesaria la distinción entre Kairología y Kairosofía: "como la diferencia entre lo calculable del tiempo vivido que sería el Logos, el discurso racional sobre esta temática, y un elemento que podría llamarse la gracia divina, de favor divino, que no es calculable y predecible; un don, creo que se expresarían así los poetas, un don divino para el cual hay que estar preparados y dispuestos. Y eso se llamaría Kairosofía… Ver Dr. Manfred Kerkhoff, Kairós. Editorial de la Universidad de Puerto Rico,1997. Exploraciones ocasionales acerca del tiempo y destiempo.
El profesor Ruben Soto Rivera, ha estudiado y publicado sobre el tema, y manifiesta que la kairología es el estudio del "tiempo justo", "tiempo oportuno", u "ocasión propicia" (kairós). Estudia a Arcesilao, un filósofo de la Academia Media, que había dicho que lo más importante de la filosofía era conocer el Kairós de cada cosa. Algunos kairólogos han escrito también acerca de una kairotanasia. Se trata de la idea de desear morir en el momento oportuno; querer un kairós de la propia muerte.
[7] También podríamos decir un "instante nos acerca a Él."
[8] Pablo VI, manifiesta esta dimensión en su Testamento: "el de mi llamada a la otra vida parece obvio".
[9] Processionarium justa ritum sacri ordinis praedicatorum de 1930.
[10] Card.C. Schonborn, De la muerte a la vida,pp.147-148.
[11] Juan Pablo II, Testamento espiritual.
[12] Pablo VI en su testamento presenta el tránsito como: "mi éxodo de este mundo".
[13] Ese mismo anuncio lo dirigió Jesús varias veces a sus discípulos en el período pascual. Lo hizo especialmente durante la última Cena, «sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre..., sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía» (Jn 13, 1-3). Jesús tenía, sin duda, en la mente su muerte ya cercana y, sin embargo, miraba más allá y pronunciaba aquellas palabras en la perspectiva de su próxima partida, de su regreso al Padremediante la ascensión al cielo: «Me voy a aquel que me ha enviado» ( Jn 16, 5): « Me voy al Padre, y ya no me veréis» (Jn 16, 10). Los discípulos no comprendieron bien, entonces, qué tenía Jesús en mente, tanto menos cuanto que hablaba de forma misteriosa: «Me voy y volveré a vosotros», e incluso añadía: «Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo» (Jn 14, 28). ...
[14] Juan Pablo II, Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la última audiencia general del año 1981, dada el 30 de diciembre de 1981
[15] Cardenal Christoph Schonborn, De la muerte a la vida, p.143.
[16] San Ignacio de Antioquia; carta a los Efesios.
[17] De la muerte a la vida.
[18] Ibídem p. 146.
[19] Ibídem, pp 152-153.
[20] Ibídem ,p 145.
[21] Catequesis, Juan Pablo II. La muerte como encuentro con el Padre, 2 de junio de 1999.
[22] San Ignacio de Antioquia, carta a los Efesios.
[23] Santa Teresita de Lisieux, Poesía, Mi canto de hoy.
[25] LXXXVI ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA Instrucción Pastoral ,Teología y secularización en España, A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, Madrid, 30 de marzo de 2006 ,N 5.
1 comentario:
Querido Jorge: hermosas meditaciones y enseñanzas sobre la muerte. A mis años me vienen muy bien. P. Horacio Bojorge
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