miércoles, 28 de agosto de 2019

BENEDICTO XVI: SAN AGUSTÍN, EL PADRE MÁS GRANDE DE LA IGLESIA LATINA


Queridos hermanos y hermanas:
Después de las grandes festividades navideñas, quisiera volver a meditar sobre los padres de la Iglesia y hablar hoy del padre más grande de la Iglesia latina, san Agustín: hombre de pasión y de fe, de elevadísima inteligencia y de incansable entrega pastoral. Este gran santo y doctor de la Iglesia es conocido, al menos de nombre, incluso por quien ignora el cristianismo o no tiene familiaridad con él, por haber dejado una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo.

Por su singular relevancia, san Agustín tuvo una influencia enorme y podría afirmarse, por una parte, que todos los caminos de la literatura cristiana latina llevan a Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia), localidad en la que era obispo y, por otra, que de esta ciudad del África romana, en la que Agustín fue obispo desde el año 395 hasta 430, parten muchas otras sendas del cristianismo sucesivo y de la misma cultura occidental.
Pocas veces una civilización ha encontrado un espíritu tan grande, capaz de acoger los valores y de exaltar su intrínseca riqueza, inventando ideas y formas de las que se alimentarían las generaciones posteriores, tal y como subrayó también Pablo VI: «Se puede decir que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y de esa se derivan corrientes de pensamiento que penetran toda la tradición doctrinal de los siglos sucesivos» (AAS, 62, 1970, p. 426).
Agustín es, además, el padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras. Su biógrafo, Posidio, dice: parecía imposible que un hombre pudiera escribir tanto en vida. En un próximo encuentro hablaremos de estas obras. Hoy nuestra atención se concentrará en su vida, que puede reconstruirse con sus escritos, y en particular con las «Confesiones», su extraordinaria biografía espiritual escrita para alabanza de Dios, su obra más famosa.
Las «Confesiones» constituyen precisamente por su atención a la interioridad y a la psicología un modelo único en la literatura occidental, y no sólo occidental, incluida la no religiosa, hasta la modernidad.
Esta atención por la vida espiritual, por el misterio del yo, por el misterio de Dios que se esconde en el yo, es algo extraordinario, sin precedentes, y permanece para siempre como una «cumbre» espiritual.
Pero, volvamos a su vida. Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, el 13 de noviembre de 354, hijo de Patricio, un pagano que después llegó a ser catecúmeno, y de Mónica, fervorosa cristiana.
Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su hijo una enorme influencia y le educó en la fe cristiana. Agustín había recibido también la sal, como signo de la acogida en el catecumenado. Y siempre quedó fascinado por la figura de Jesucristo; es más, dice que siempre amó a Jesús, pero que se alejó cada vez más de la fe eclesial, de la práctica eclesial, como les sucede también hoy a muchos jóvenes.
Agustín tenía también un hermano, Navigio, y una hermana, de la que desconocemos el nombre y que, tras quedar viuda, se convirtió en superiora de un monasterio femenino.
El muchacho, de agudísima inteligencia, recibió una buena educación, aunque no siempre fue estudiante ejemplar. De todos modos, aprendió bien la gramática, primero en su ciudad natal, y después en Madaura y, a partir del año 370, retórica, en Cartago, capital del África romana: llegó a dominar perfectamente el latín, pero no alcanzó el mismo nivel en griego, ni aprendió el púnico, lengua que hablaban sus paisanos.
En Cartago, Agustín leyó por primera vez el «Hortensius», obra de Cicerón que después se perdería y que se enmarca en el inicio de su camino hacia la conversión. El texto ciceroniano despertó en él el amor por la sabiduría, como escribirá siendo ya obispo en las «Confesiones»: «Aquel libro cambió mis sentimientos» hasta el punto de que «de repente todas mis vanas esperanzas se envilecieron ante mis ojos y empecé a encenderme en un increíble ardor del corazón por una sabiduría inmortal» (III, 4, 7).
Pero, dado que estaba convencido de que sin Jesús no puede decirse que se ha encontrado efectivamente la verdad, y dado que en ese libro apasionante faltaba ese nombre, nada más leerlo comenzó a leer la Escritura, la Biblia. Quedó decepcionado. No sólo porque el estilo de la traducción al latín de la Sagrada Escritura era deficiente, sino también porque el mismo contenido no le pareció satisfactorio.
En las narraciones de la Escritura sobe guerras y otras vicisitudes humanas no encontraba la altura de la filosofía, el esplendor de la búsqueda de la verdad que le es propio. Sin embargo, no quería vivir sin Dios y buscaba una religión que respondiera a su deseo de verdad y también a su deseo de acercarse a Jesús.
De esta manera, cayó en la red de los maniqueos, que se presentaban como cristianos y prometían una religión totalmente racional. Afirmaban que el mundo está dividido en dos principios: el bien y el mal. Y así se explicaría toda la complejidad de la historia humana. La moral dualista también le atraía a san Agustín, pues comportaba una moral muy elevada para los elegidos: y para quien, como él, adhería a la misma era posible una vida mucho más adecuada a la situación de la época, especialmente si era joven.
Se hizo, por tanto, maniqueo, convencido en ese momento de que había encontrado la síntesis entre racionalidad, búsqueda de la verdad y amor a Jesucristo. Y sacó una ventaja concreta para su vida: la adhesión a los maniqueos abría fáciles perspectivas de carrera. Adherir a esa religión, que contaba con muchas personalidades influyentes, le permitía seguir su relación con una mujer y continuar con su carrera.
De esta mujer tuvo un hijo, Adeodato, al que quería mucho, sumamente inteligente, que después estaría presente en su preparación al bautismo en el lago de Como, participando en esos «Diálogos» que san Agustín nos ha dejado. Por desgracia, el muchacho falleció prematuramente.
Siendo profesor de gramática en torno a los veinte años, en su ciudad natal, pronto regresó a Cartago, donde se convirtió en un brillante y famoso maestro de retórica. Con el pasar del tiempo, sin embargo, Agustín comenzó a alejarse de la fe de los maniqueos, que le decepcionaron precisamente desde el punto de vista intelectual, pues eran incapaces de resolver sus dudas, y se transfirió a Roma, y después a Milán, donde residía en la corte imperial y donde había obtenido un puesto de prestigio, por recomendación del prefecto de Roma, el pagano Simaco, que era hostil al obispo de Milán, san Ambrosio.
En Milán, Agustín se acostumbró a escuchar, en un primer momento con el objetivo de enriquecer su bagaje retórico, las bellísimas predicaciones del obispo Ambrosio, que había sido representante del emperador para Italia del norte. El retórico africano quedó fascinado por la palabra del gran prelado milanés; no sólo por su retórica. El contenido fue tocando cada vez más su corazón.
El gran problema del Antiguo Testamento, la falta de belleza retórica, de nivel filosófico, se resolvió con las predicaciones de san Ambrosio, gracias a la interpretación tipológica del Antiguo Testamento: Agustín comprendió que todo el Antiguo Testamento es un camino hacia Jesucristo. De este modo, encontró la clave para comprender la belleza, la profundidad incluso filosófica del Antiguo Testamento y comprendió toda la unidad del misterio de Cristo en la historia, así como la síntesis entre filosofía, racionalidad y fe en el Logos, en Cristo, Verbo eterno, que se hizo carne.
Pronto, Agustín se dio cuenta de que la literatura alegórica de la Escritura y la filosofía neoplatónica del obispo de Milán le permitían resolver las dificultades intelectuales que, cuando era más joven, en su primer contacto con los textos bíblicos, le habían parecido insuperables.
Agustín continuó la lectura de los escritos de los filósofos con la de la Escritura, y sobre todo de las cartas de san Pablo. La conversión al cristianismo, el 15 de agosto de 386, se enmarcó por tanto al final de un largo y agitado camino interior, del que seguiremos hablando en otra catequesis. El africano se mudó al campo, al norte de Milán, al lago de Como, con su madre, Mónica, el hijo Adeodato, y un pequeño grupo de amigos, para prepararse al bautismo. De este modo, a los 32 años, Agustín fue bautizado por Ambrosio el 24 de abril de 387, durante la vigilia pascual en la catedral de Milán.
Tras el bautismo, Agustín decidió regresar a África con sus amigos, con la idea de llevar vida en común, de carácter monástico, al servicio de Dios. Pero en Ostia, mientras esperaba para embarcarse, su madre se enfermó improvisamente y poco después murió, destrozando el corazón del hijo.
Tras regresar finalmente a su patria, el convertido se estableció en Hipona para fundar un monasterio. En esa ciudad de la costa africana, a pesar de resistirse a la idea, fue ordenado presbítero en el año 391 y comenzó con algunos compañeros la vida monástica en la que estaba pensado desde hace algún tiempo, repartiendo su tiempo entre la oración, el estudio y la predicación.
Quería estar sólo al servicio de la verdad, no se sentía llamado a la vida pastoral, pero después comprendió que la llamada de Dios significaba ser pastor entre los demás y así ofrecer el don de la verdad a los demás. En Hipona, cuatro años después, en el año 395, fue consagrado obispo.
Continuando con la profundización en el estudio de las Escrituras y de los textos de la tradición cristiana, Agustín se convirtió en un obispo ejemplar con un incansable compromiso pastoral: predicaba varias veces a la semana a sus fieles, ayudaba a los pobres y a los huérfanos, atendía a la formación del clero y a la organización de los monasterios femeninos y masculinos.
En poco tiempo, el antiguo profesor de retórica se convirtió en uno de los exponentes más importantes del cristianismo de esa época: sumamente activo en el gobierno de su diócesis, con notables implicaciones también civiles, en sus más de 35 años de episcopado, el obispo de Hipona ejerció una amplia influencia en la guía de la Iglesia católica del África romana y más en general en el cristianismo de su época, afrontando tendencias religiosas y herejías tenaces y disgregadoras, como el maniqueísmo, el donatismo, y el pelagianismo, que ponían en peligro la fe cristiana en el único Dios y rico en misericordia.
Y Agustín se encomendó a Dios cada día, hasta el final de su vida: contrajo la fiebre, mientras la ciudad de Hipona se encontraba asediada desde hacía casi tres meses por vándalos invasores. El obispo, cuenta su amigo Posidio en la «Vita Augustini» pidió que le transcribieran con letra grande los salmos penitenciales «y pidió que colgaran las hojas contra la pared, de manera que desde la cama en su enfermedad los podía ver y leer, y lloraba sin interrupción lágrimas calientes» (31, 2). Así pasaron los últimos días de la vida de Agustín, quien falleció el 28 de agosto del año 430, sin haber cumplido los 76 años. Dedicaremos los próximos encuentros a sus obras, a su mensaje y a su experiencia interior.
[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
Con palabras de Pablo VI, se puede decir de San Agustín, «que todo el pensamiento de la antigüedad converge en su obra y de ella brotan corrientes de pensamiento que permean toda la tradición de los siglos posteriores». Este Santo es el Padre de la Iglesia del que más obras se conservan. Nació en Tagaste el trescientos cincuenta y cuatro, de Patricio y santa Mónica. Estudió gramática y retórica. En Cartago ejerció como maestro de retórica. Luego se transfirió a Milán, ciudad en la que se convirtió a la fe católica escuchando predicar a san Ambrosio, del que recibió el Bautismo en el trescientos ochenta y siete. Posteriormente, se estableció en Hipona. Allí fue ordenado presbítero el trescientos noventa y uno y obispo cuatro años más tarde. En sus treinta y cinco años al frente de esa sede episcopal se mostró como un Pastor ejemplar por su doctrina, atención a los pobres, dedicación al clero y organización de monasterios. Ejerció un gran influjo en el cristianismo de su tiempo y gracias a él se pudo hacer frente al maniqueísmo y a las herejías donatista y pelagiana. Murió el veintiocho de agosto del año cuatrocientos treinta.
Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

FRASES ESCOGIDAS DE SAN AGUSTÍN


"Únicamente sabe vivir bien, quien bien sabe rezar."

"Ningún bien es perfectamente conocido si no es perfectamente amado."

"Es difícil ver a Cristo entre la turba; alguna soledad es necesaria para nuestra mente; en la soledad de la atención se ve a Dios. De la turba es el estrépito, esta visión exige el secreto... No quieras buscar a Jesús en la turba, nunca es Él uno más de la turba; precede a toda turba."

"Sean vuestras Escrituras mis más puras delicias. Que no saque de ellas error. Miradme y tened piedad de mí, Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fuerza de los débiles y descubrid los secretos de vuestra palabra."

"Habéis perdido el sentido de utilidad del dolor, y os habéis convertido en los más miserables" (dicho a los paganos).

"Habla con obras y no con la lengua."

"Quítale al peregrino la esperanza de llegar, y al instante se le quiebran las fuerzas de marchar."

"Quien no es tentado no es probado, y quien no pasa por la prueba, no adelanta."

"No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad."

"Ama y haz lo que quieras. Porque si es el Amor el que guía tu vida, realizarás grandes empresas."

"La simulación de la humildad es la más grande soberbia."

"¡Oh Dios, Tú nos hiciste para Ti, y nuestro corazón queda insatisfecho hasta que en Ti descanse!"

"Si quieres amar a Cristo, extiende tu caridad por el mundo entero, pues los miembros de Cristo se extienden en todo el mundo."

"Cuando oramos nos son necesarias las palabras no para informar o presionar a Dios, sino para tener presente en nuestra mente el objeto de nuestra oración."

"Me encontré con un conciudadano pagano, y le pregunté por qué no se unía a nosotros. `Señor Obispo -me contestó- ¿cómo podría unirme a cristianos, uno de los cuales me ha robado, mientras otra trafica, cerca de mi casa, con un negocio infamante?' "

"¡Oh Verdad! En todas partes tú estás al alcance de los que te consultan, y respondes a un mismo tiempo a todos los que te preguntan, aunque sean cosas diversas. Claramente tú respondes, pero no todos oyen claramente. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Óptimo siervo tuyo es quien no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti oyere."

"Veía una cosa y creía lo contrario" (sobre el buen ladrón en el Calvario).

"La sed del alma es el deseo. Esa divina fuente tiene sed de ser buscada con sed, tiene sed de hartar nuestra sed de felicidad" (sobre las palabras de Cristo crucificado: "Tengo sed").

"Predicando la palabra de verdad, engendraron las Iglesias" (sobre la acción misionera de los Doce).

"Cristo es el origen de nuestra vida, el término a donde nos dirigimos y el camino por donde avanzamos".

"¡Oh, Dios mío, si nos engañamos, sois Vos mismo quien nos engaña, porque es imposible que una religión falsa pueda ofrecer tantas señales divinas!"

"Roma ha hablado, la causa ha terminado."

"Si alguien vive fuera de la Iglesia, no es del número de sus hijos; y no queriendo tener a la Iglesia por Madre, no tendrá a Dios por Padre."

"Meditad bien vuestra respuesta y elegid con toda libertad: Si confesáis los milagros de Jesucristo y de los apóstoles, al hacerlo así confesáis que la religión cristiana es obra de Dios, pues sólo Dios puede obrar milagros verdaderos, y no puede hacerlos sino a favor de una religión verdadera y divina. Si negáis estos milagros, atestiguáis mejor aún la divinidad de la religión cristiana. Porque si una religión, enemiga de todas las pasiones, incomprensible en sus dogmas, severa en su moral, se ha establecido sin el auxilio de los milagros, este mismo hecho es el mayor y más inaudito de los milagros. Dadle todas las vueltas que queráis: este dilema es un círculo de hierro del que no podéis salir."

martes, 27 de agosto de 2019

SAN AGUSTÍN: SOBRE LA ORACIÓN

"Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala.

Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros".

La ciudad de Dios, 20, 22.

jueves, 22 de agosto de 2019

JUAN PABLO II: MARÍA REINA (OCTAVA DE LA ASUNCIÓN)


1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).
En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora» (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En este texto se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas» (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).

2. Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (MS 46 [1954] 636-637).

4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98, 348).

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros» (Hom 1: PG 98, 344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

jueves, 15 de agosto de 2019

BENEDICTO XVI: LA MUJER VESTIDA DE SOL


Se abrió en el cielo el santuario de Dios y en su santuario apareció el arca de su alianza. Después apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra. El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios. Se oyó una gran voz en el cielo: -«Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo.» (Libro del Apocalipsis 11, l9a; 12, 1. 3-6a. l0ab)

Cada vez que celebramos la festividad de la Asunción, se nos presenta ante los ojos la grandiosa señal de la que nos habla la primera lectura de este día: una mujer revestida por el Sol, o sea, inmersa en la luz de Dios, que la inhabita porque Ella habita en Él. Hombre y Dios se compenetran y se intercomunican. Los Cielos y la tierra se han fundido. Por debajo de los pies, la Luna, como signo de que lo efímero y mortal ha sido superado, y que la transitoriedad de las cosas ha sido convertida en existencia perdurable. Y la corona de doce estrellas significa salvación, porque las doce estrellas representan la familia nueva de Dios, anticipada por los doce hijos de Jacob y los doce Apóstoles de Jesucristo. En esta fiesta pletórica de esperanza y de alegría comprendemos que Jesucristo no ha querido estar solo a la derecha del Padre, y que con ella se clausura propiamente la nueva Pascua. Jesucristo no se va solo para encontrarse a solas con el Padre, abandonando a su suerte nuestra tierra.Recibiendo a María, inicia para nosotros, los que estamos en la tierra, nuestra propia recepción para que Dios y nuestro mundo se vayan compenetrando, y aparezca una tierra nueva.

Por tanto, la enseñanza que se nos da en este día es la siguiente: que el Señor no está solo; que el nacimiento de la tierra nueva, lejos de situarse en el futuro, ha comenzado ya, y que es un germen para cualquiera de los hombres desde el momento en que se da completamente a Dios.

Con esa alegoría bíblica de la Mujer, el Sol y las estrellas, y con el sencillo lenguaje de nuestro año litúrgico, se nos indica la Asunción del cuerpo de María en los Cielos. Tres conceptos capitales se mencionan:
María, Cielo y cuerpo.María es el ser humano que se nos ha adelantado plenamente, y que por ello es para nosotros un foco de esperanza. Los intentos que se han hecho, en los últimos 200 años, para crear un hombre nuevo, y con él establecer una tierra nueva, nos han llevado a consecuencias catastróficas. Nosotros somos incapaces de hacer eso; pero Dios sí lo puede, lo hace, y nos enseña la manera de prepararnos para el encuentro con El.

Consideremos en su interrelación los otros dos conceptos que la Iglesia nos presenta en su Liturgia:
Cielo y cuerpo, o, dicho exactamente, Cielo y tierra. Mencionar el primero parece en la actualidad una antigualla. ¿Quién se atreve a nombrarlo en estos tiempos? La nuestra es una época en la que resuena la voz de Nietzsche: Hermanos, permaneced fieles a la tierra. Nos invita a que, apartando por completo del Cielo nuestros ojos, disfrutemos plenamente de la tierra, y no esperemos otra cosa que lo que ella pueda darnos. Lo mismo Berthold Brecht: Dejemos el cielo para los pájaros. Y, por su parte, Albert Camus, dando la vuelta a las palabras de Jesús cuando decía: Mi Reino no es de este mundo (Jn, XVIII, 36), nos propone como designio: Mi reino es de este mundo. Tal ha sido el objetivo de toda una centuria. Mi reino es de este mundo: en esto ha resumido sus aspiraciones nuestro siglo, y en esto continuamos resumiéndolas nosotros. Deseamos tener en este mundo nuestro reino, el espacio donde vivamos nuestra vida.


¿Qué significa exactamente que nuestro reino es de este mundo? Significa que pretendemos obtener del tiempo lo que sólo la eternidad nos puede dar. Nos esforzamos por sacar eternidades de lo que sólo es temporal; y, como es lógico, nos quedamos siempre cortos, y corremos sin descanso en pos del tiempo perdido. Cuando el tiempo es lo único que cuenta, el resultado no puede ser otro que impotencia, perdida y falta de tiempo. Llega un día en que el tiempo mismo se nos va, mientras pensábamos que en él encontraríamos la eternidad.

Y algo parecido nos ocurre con la tierra, con este mundo nuestro, que vemos convertido en escenario de destrucciones. Si queremos arrancar todo de ella, se nos queda muy escasa, y acabamos destruyéndola. De aquí vienen inevitablemente aversiones entre nosotros, hacia nosotros mismos y hacia Dios, rivalidades y violencias.
Frente a esto, vale la pena que nos diésemos cuenta del mensaje que quiere transmitirnos esa imagen de la mujer que está vestida por el Sol: que dirijamos nuestros ojos hacia el Cielo, con la seguridad de que también nuestra tierra saldrá regenerada. Volver nuestras mirada hacia el Cielo significa dejar que nuestras almas se abran a Dios para que tome posesión de nuestras vidas.

Al comenzar la Edad Moderna dijo alguien que deberíamos vivir como si Dios no existiera. Esto ha ocurrido, y a la vista tenemos las consecuencias. Nuestra regla debe ser exactamente la contraria: vivir en todo instante dando como supuesto que Él existe, y conforme a lo que Él es, porque por fuerza es lo que es. Este vivir significa dar oído a su Palabra y a su Voluntad, sintiéndonos mirados por Sus ojos. De este modo, sentiremos que pesa más nuestra responsabilidad; pero, en compensación, se hará mas fácil y mas humana nuestra vida. Mas fácil, porque nuestros errores, fracasos, privaciones y perdidas jamás nos parecerán definitivos y fatales, sabiendo como sabemos que detrás de todo ello existe siempre un sentido, y que nada esta perdido para siempre. Desde esta perspectiva, nos aparece en primer plano el lado bueno de las cosas.
Ciertamente, con mirar hacia el Cielo no impedimos que lo ingrato siga siéndolo; pero su peso habrá menguado, porque todo será para nosotros penúltimo. No nos rebelaremos cuando las cosas no resulten como quisiéramos, o se frustren nuestros propósitos: porque sabemos que, en el fondo, hay algo bueno en ello, toda vez que Dios es bueno.

Así, cuando perdamos a un ser querido, pensaremos que no se ha ido definitivamente, y que algún día volveremos a vernos. Es más: incluso deberíamos alegrarnos con la idea de un perfecto reencuentro. Si se ha ido de nuestro lado, nuestra separación provisional se cambiará en su momento por una compañía donde el gozo será completo y puro, sin que lo empañen las fatigas y tribulaciones de la vida presente.
Y, por lo que se refiere a nuestras obras en general, procederemos pensando que su peso es oro eterno: porque Dios está mirándonos y nos guía; y porque Él es el origen de la justicia, y nos trata justamente.

Con todo ello, se incrementa nuestro sentido de responsabilidad hacia nosotros, nuestros prójimos y la tierra en la que vivimos. Nos sentimos en libertad y sin temor ante el futuro. Nuestra vida mejora en calidad y en amplitud, y se dirige hacia delante combinando el sosiego con la firme decisión de progresar por el camino verdadero: el de la justicia y el amor de Dios. 


Y hablemos ahora en concreto de las cosas corporales. Hoy se piensa que la creación de la materia nada tiene que ver con Dios: ella es como es, regida por sus leyes, y basta. Según esta mentalidad, el Cristianismo se reduce a pura idea, vacía de realidad. Pero, pensando bien las cosas, advertimos que semejante posición es incoherente. Sabemos perfectamente que la salud y la enfermedad no se reducen a fenómenos biológicos y psicológicos; que el cuerpo y el alma se intercomunican y se condicionan e informan mutuamente; que el alma es una fuerza constitutiva de nuestra vida corporal. Por otra parte, sabemos que la vida y el mundo son modificados por el odio y por el amor, y, sobre todo, que tanto el cuerpo como el alma resultan afectados de modos diferentes si expulsamos a Dios, o si, por el contrario, acogemos a Dios. 


En la Virgen María tenemos el mejor paradigma de la entrega a Dios, por cuanto Ella, no solo rindió a Dios adoración mediante pensamientos, sino que le ofreció su cuerpo entero para que, a su vez, Dios tomase cuerpo.Para nosotros, por tanto, ser cristianos incluso con el cuerpo significa comportarnos como tales amando a la Creación y al Creador. En tal sentido, debemos hacernos cargo de que jamás preservaremos la Creación si pretendemos desconocer al Creador; de que continuaremos maltratando la tierra a menos que la usemos y custodiemos viviendo en armonía con Él, que nos la ha dado. Tenemos el deber de procurar que nuestra vida de cristianos esté caracterizada por el respeto hacia nuestros cuerpos y los ajenos, y hacia esta tierra nuestra, que es don de Dios. Si materializamos de este modo nuestro ser de cristianos, podremos contemplar cómo la luz eterna de Dios renueva y ennoblece nuestros cuerpos y nuestra tierra.

Y ahora, un último punto. Desde antiguo, la fiesta de la Asunción ha sido acompañada por la costumbre de bendecir las plantas. Esta fundada en la creencia popular de que, cuando se abrió el sepulcro de María, su interior exhaló efluvios aromáticos de plantas y de flores. Apoyémonos en ello para decir que, cuando el hombre hace su vida con Dios y para Dios, también de nuestra tierra brotan flores, y se desprenden perfumes y cantares. Y lo contrario: que la inmundicia de las almas contamina nuestra tierra y la destroza, según estamos viendo. De aquí que, para nosotros, esas plantas constituyan un símbolo del misterio de María, una señal de la consonancia entre los Cielos y la tierra. Ellas nos dicen que, si la tierra ha de florecer, será cuando y donde admitamos a Dios en ella volviéndonos nosotros hacia El. Con este espíritu, las llevaremos a nuestras casas como signo de que esperamos una tierra nueva; como signo de que nuestro Dios, que ha de crear unos Cielos nuevos y una tierra nueva, los hace ya florecer en cualquier parte donde los hombres aciertan a vivir en armonía con Su amor.

miércoles, 14 de agosto de 2019

SAN ESTANISLAO DE KOSTKA: FUE A CELEBRAR EN EL CIELO CON LA VIRGEN

Cuentan que el insigne novicio jesuita San Estanislao de Kostka, deseaba ir a celebrar en el cielo la fiesta de la Asunción.

Decía Estanislao a un religioso, el 10 de agosto: "Estoy pensando cómo será de grande y bonita en el cielo la fiesta de la Asunción de la Virgen María. Desearía ir este año a presenciarla". Y Dios le concedió su buen deseo. En la mañana del 15 de agosto, con el rosario en la mano y pronunciando los santísimos nombres de Jesús y María volo al cielo.



martes, 13 de agosto de 2019

DIÁCONO JORGE NOVOA: PALABRAS,VERDAD Y LIBERTAD

Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.» ( Jn 8,31) Las palabras de Jesús no son recibidas como la Verdad. Tres realidades son centrales en el texto : Palabras, verdad y libertad...


Qué palabras son la que hacen al hombre libre?Al hombre lo libera la Verdad , y de ella es portadora Jesús. No toda palabra libera, la que conduce al pecado esclaviza. Igualmente esclaviza la palabra que no denuncia  el pecado y su capacidad de destrucción, la que invalida la verdad revelada por Jesús. Incluso Jesús dirá, que volverse esclavo de la Verdad es alcanzar la mayor libertad. 

Quién puede estar en el origen de estas y otras manifestaciones esclavizantes? El Diablo como padre de la mentira, atenta contra la verdad falsificándola. Es el Diablo quien suscita desautorizar a Jesús, y relativizar sus enseñanzas sembrando  la confusión y el error.

No se deben desconocer las enseñanzas de Jesús, de hacerlo, nos privamos de conocer la Verdad. La Verdad que nos hace libres. La Verdad que siembra libertad para otros. La Verdad sobre nosotros mismos, sobre el prójimo, el mundo en que vivimos y Dios.La palabra de Jesús es la brújula orientadora de la Verdad, que nos ayuda a encontrar el camino verdadero.


Nuestras palabras deben estar al servicio de la Verdad, solamente así estaremos al servicio se la libertad. La norma de la libertad es la verdad, y la verdad es Jesús.

R.P HORACIO BOJORGE: UN CORAZÓN FELIZ...

Un corazón feliz. Es todo lo que pido.
Pero que sea feliz con sólo tu victoria.
Que te crea si dices que “todo está cumplido”y espere firmemente que así verá tu gloria.

Un corazón feliz. De todo desasido.
Y con los brazos libres para abrazarlo todo.Para quererlo todo como Tú lo has querido; y que en vida y en muerte, viva y muera a tu modo.

No sé si lo que pido será mucho pedir...
¿Puedo beber el cáliz de Pasión que has bebido?
Lo que Tú resististe ¿lo podré resistir?

La Bienaventuranza de los que te han seguido:
- “si a mí me persiguieron os van a perseguir” –
es lo que Tú me ofreces. Y es todo lo que pido.

viernes, 2 de agosto de 2019

HANS URS VON BALTHASAR: DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

Lo que has acumulado,¿de quién será?Juan distinguene el evangelio entre el ser y el tener. El ser es la vida y la existencia del hombre, el tener son las posesiones grandes o pequeñas que le permiten seguir viviendo.La advertencia de Jesús consiste simplemente en que el hombre no debe convertir el medio en fin, ni identificar el significado de su ser con el aumento de sus medios. Lo absurdo de esta identificación salta a la vista cuando se considera no sólo la muerte del hombre, sino que éste debe responder de su vida ante Dios. Aunque ésto no está todavía claro en el paralelo veterotestamentario, y aunque Jesús plantea la pregunta "Lo que has acumulado (cuando mueras), de quién será?, esta cuestión no constituye el centro para él, sino esta otra: No amontoneis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen...Amontonad tesoros en el cielo" (Mt 6,19). Por tanto sabemos que ante Dios lo importante no será la cantidad del tener sino la calidad del ser (cfr 1 Co 3,11-15). Esto se hace evidente sobre todo mediante la palabrita "si". El que quiere tener, amontona riquezas para sí, y no piensa en su ser junto a Dios. Dios es el tesoro. Donde está tu tesoro, allí está tu corazón (Mt 6,21).Si Dios es nuestro tesoro, entonces debemos estar íntimamente convencidos de que la riqueza infinita de Dios consiste en su entrega y autoenejenación, es decir, en lo contrario de la volntad de tener.

Todo es vaciedad.Qohelet nos hace comprender ya en la primera lectura lo absurdo que es que los bienes que un hombre ha conseguido con su habilidad y acierto puedan ser heredados a su muerte por un holgazán. De este modo en el esfuerzo permanente por los bienes pasajeros hay como una especie de contradicción que se renueva en cada generación siguiente, mostrando así claramente la vanidad de toda voluntad terrena de tener.

La segunda lectura saca la conclusión general: "Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra".Pero lo celeste no son los tesoros, los méritos o las recompensas que nosotros hemos acumulado en el cielo, sino simplemente "Cristo".El es nuestra vida, la verdad de nuestro ser, pues todo lo que somos en Dios y para Dios se lo debemos sólo a Él, lo somos precisamente en Él, " en quien están encerrados todos los tesoros " (Col 2,3). Dejaos construir sobre Él,nos aconseja el apóstol, aunque con ello el sentodo esencial de nuestra vida permanezca oculto para los ojos del mundo. Debemos dar muerte a todas las formas de la voluntad del tener enumeradas por el apóstol, y que no son sino diversas variantes de la concupiscencia por no ser en Cristo; y esta muerte es en verdad un nacimiento: "un revestirnos de una nueva condición", un llegar a ser hombres nuevos.En esta nueva condición desaparecen las divisiones que limtan el ser del hombre en la tierra (esclavos o libres), mientras que todo lo valioso que tenemos en nuestra singularidad (Pablo lo llama carisma) contribuye a la formación d ela plenitud definitiva en Cristo (Ef 4,11-16)

jueves, 1 de agosto de 2019

CARD. GIACOMO BIFFI : LA ANTROPOLATRÍA


En los primeros decenios del siglo XIX Fuerbach afirmaba que "el secreto de la teología es la antropología" y soñaba con el advenimiento de una teología de nuevo cuño, marcada por el hecho de poner "en el más acá al ser divino que la teología común, por miedo y desconocimiento, pone en el más allá".

Me inclino a creer que el pensador alemán, aunque sea de manera anónima,ha hecho escuela entre muchos católicos de la segunda mitad del siglo XX y que su aberrante intuición, producto quizá de la gran borrachera marxista, ha encontrado tácticamente acogida después de tanto tiempo.

Parece que el se ha convertido en el único objeto de nuestros pensamientos, de nuestros intereses y de nuestra adoración.Y, al desear captarlo en sí mismo, en su naturaleza autónoma y peculiar, alguien ha llegado incluso a proponer que también el creyente debe mirar al hombre "ut si Deus non daretur", como si Dios no existiera, es decir, prescindiendo de su Creador y contando sólo con la humanidad en cuanto tal, tomada en sí y separada de cualquier dependencia y toda significación superior.

Por el contrario, el hombre es intrínsecamente, y no por un revestimiento exterior, "imagen de Dios" y está en total relación a él; y así, excluir a Dios, aunque sólo sea metodológicamente, de la perspectiva sobre el hombre, quiere decir desnaturalizar al hombre y no captarlo en su verdad (1).

Más todavía, por este camino se llega a una contradicción existencial. Somos "adoradores por constitución": privados ideológicamente del verdadero Dios, necesariamente dirigimos hacia otro lado nuestros inevitables impulsos latréuticos y nos ponemos a adorar a las criaturas y al hombre como la primera de todas.Por otra parte, el hombre separado de su Arquetipo y de su Fuente es tan frágil, débil y manipulable que, en el acto mismo en que creemos adorarlo, ponemos las premisas de su profanación.El fácil observar como la pérdida del Padre de ordinario ha conducido fatalmente, ya al culto indebido de la personalidad y a la veneración del tirano, ya a la esclavitud de los hermanos.

Naturalmente esta antropolatría no tiene nada que ver con el antropocentrismo de quien reconoce al hombre como "el culmen del universo y la suprema belleza de la creación", el que detenta "la soberanía sobre todos los seres vivientes", como dice san Ambrosio.

El antropocentrismo es prerrogativa esencial del designio divino, en este orden de las cosas elegido libremente entre los infinitos posibles, visto que el Padre ha colocado a Jesucristo, hombre divinamente personalizado, en el centro de todo y en él ha llamado a sí a todos los hombres, haciéndolos participar, mediante la inhabitación del Espíritu Santo, primero en su naturaleza y después en su gloria misma. Como se ve, el verdadero antropocentrismo incluye en su mismo contenido conceptual la relación privilegiada con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, y no deja espacio a ninguna forma de antropolatría.

Antropolatría y antropocentrismo, aunque externamente aunque externamente pueden presentar alguna semejanza, en su realidad son, pues, distintos e incompatibles. La antropolatría es propia de quien ha cambiado "la gloria de Dios incorruptible por la imagen y la figura del hombre corruptible" (Ro 1,23);y es el puerto obligado de quien, perdiendo de vista al Autor del ser y de la vida, tiene en definitiva una visión atea del mundo. El antropocentrismo es propio de quien honra al hombre por lo que el hombre es; no va en absoluto contra el culto del verdadero Dios, sino que constituye el peldaño desde donde se puede alzar el reconocimiento del Padre.

La cultura antropolátrica origina por regla general sociedades inhumanas, en las que el hombre -teóricamente adorado- queda de hecho barrido,convertido en siervo, privado de todo objetivo plausible. La cultura antropocentrica es una llamada interior al Padre y a su designio de amor, sin lo cual no sólo no puede verse al hombre como centro de todas las cosas, sino que parece más bien un trozo sin importancia de materia a la deriva en el mar de la insignificancia.

La semejanza exterior puede quizá inducir a equívocos; pero no hay diálogo o connivencia posible entre antropolatría y antrpocentrismo, a menos que la una o el otro dejen de ser en la realidad lo que sus nombres significan.En realidad el redescubrimiento del Padre es preliminar a cualquier discurrir serio sobre un humanismo no ilusorio.

Una de las citas que más se han repetido en estos años es la frase luminosa de san Ireneo: "la gloria de Dios es el hombre viviente". Si se entendiese la verdad de esta frase, se evitaría el peligro de tergiversaciones instrumentalizadas ideológicamente, y se demostraría mayor respeto hacia el pensamiento de este escritor antiguo si nos acostumbráramos a citarla en su integridad: "La gloria de Dios es el hombre viviente; pero la vida del hombre está en la contemplación de Dios".


1-"Si autonomía de lo temporal quisiera decir que la realidad que es creada es independiente de Dios, y que lo hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras.La criatura sin el Creador se esfuma.Por lo demás,cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" Gaudium el spes,36