martes, 17 de diciembre de 2019

TESTIMONIO: EL JUEGO DE LA COPA

La imagen puede contener: una o varias personas
EL JUEGO DE LA COPA


LA CURIOSIDAD ES LA PUERTA QUE ABRE EL ENEMIGO!

Hola me llamo Carolina, no vivo en la Capital. Me pides te cuente, cómo entré en el juego de la “copa”. Mi padre cuando yo tenía 6 años se fue por un mes a Montevideo, y mi madre trabajaba de maestra desde el mediodía hasta la tardecita. Yo me quedaba sola, con 3 primas adolescentes, entre 15 y 17 años, unas amigas de ellas, y dos primos de 18 años. Todos andaban por esas edades, cuando quedábamos solos, cerraban todas las ventanas, eran muy curiosos y las cosas del “otro mundo” les fascinaban. Mis primos tenían problemas con sus padres porque eran alcohólicos. Creo que el juego de la copa fue como un escape de lo que vivían en sus casas.

Se sentaban en la mesa que estaba en mi dormitorio, y sobre ella ponían todas las letras del abecedario y los números del 0 al 9. Luego ponían la copa boca arriba y cada uno ponía la punta de un dedo sobre ella, Y comenzaban a llamar al espíritu de la abuela. Abuela Rita, estás ahí? Y así con otros espíritus…

Cuando se sentía que la copa tenía energía, se la daba vuelta y todos ponían el dedo nuevamente sobre ella. Y comenzaba a correr muy fuerte, señalaba las letras o numeros, uno estaba para escribir, porque iba muy rápido.Yo vi como la copa se mueve con una fuerza propia, yo lo vi, la fuerza es impresionante por momentos iba tan rápido que no tocaba la mes, como si levitara sobre la mesa, siempre tenes un dedo sobre ella pero no haces fuerza.La copa te lleva.Comenzaban los mensajes de adivinación. A Manuela le dio la fecha del casamiento con Pedro, a quien no conocía.

Jugamos por curiosidad, no por maldad. Cuando volvió mi padre, fueron a la casa de uno de mis primos, el tiene un perro y al comenzar a jugar, comenzó a aullar y no paraba, la caja con las llaves térmicas, que estaba en la pared, explotó. Se asustaron y no jugaron más. Pasaron muchas cosas malas. Nunca más jugaron.

Cuando fui adolescente, volví a jugar, para mí era normal, pensaba que eran mis familiares fallecidos que venían con” buena onda”. La verdad hubiera sido lindo que todo fuera bueno y sin peligros.

Nunca más pude dormir en ese dormitorio. Allí no duerme nadie, ni las posibles visitas. Si estás allí sientes” presencias”. Cuando todavía dormía, al acostarme sentía que me miraban. Tuve dos parálisis de sueño. (La parálisis del sueño es una incapacidad transitoria para realizar cualquier tipo de movimiento voluntario que tiene lugar durante el periodo de transición entre el estado de sueño y el de vigilia.) Es horrible. Sentís que no te podes mover y sentís al “demonio”. Sentís una presencia horrible, y lo único que podes es rezar. Luego vino mi enfermad. El cuarto está siempre cerrado, allí solamente guardamos ropa. Nunca más voy a dormir allí..

Carolina cuál sería tu mensaje?
 
“No jueguen, no vale la pena, porque no son almas buenas (es el demonio) las que van a la copa y les pueden hacer mucho daño, yo lamento de alma haber tocado ese mundo oscuro, sin colores y que terminó enfermándome. La depresión es horrible es un infierno, no se arriesguen por nada, no vale la pena. Hoy aprendí a rezar el Rosario, y en mis problemas me ayudan la Virgen y Jesús y los santos de Dios. Acudan con ellos.
No con espíritus inmundos que no dejan nada bueno en el alma ni en las casas. Hoy vivo en mi casa, pero no puedo dormir en mi dormitorio, porque sentí cosas horribles ahí”

Gracias Carolina!

jueves, 12 de diciembre de 2019

SAN JUAN PABLO II: SALVE, MARÍA DE GUADALUPE!!!


¡ Salve, María!
Pronuncio con inmenso amor y reverencia estas palabras, tan sencillas y a la vez tan maravillosas. Nadie podrá saludarte nunca de un modo más estupendo que como lo hizo un día el Arcángel en el momento de la Anunciación. Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum. Repito estas palabras que tantos corazones guardar y tantos labios pronuncian en todo el mundo. Nosotros aquí presentes les repetimos juntos, conscientes de que éstas son las palabras con las que Dios mismo, a través de su mensajero, ha saludado a Ti, la Mujer prometida en el Edén, y desde la eternidad elegida como Madre del Verbo, Madre de la divina Sabiduría, Madre del Hijo de Dios.


!Salve, Madre de Dios!

2. Tu Hijo Jesucristo es nuestro Redentor y Señor. Es nuestro Maestro. Todos nosotros aquí reunidos somos sus discípulos. Somos los sucesores de los Apóstoles, de aquellos a quienes el Señor dijo: “Id, pues, enseñad a todas les gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo” (Mt 28, 19-20).

Congregados aquí el Sucesor de Pedro y los sucesores de los Apóstoles, nos damos cuenta de cómo esas palabras se han cumplido, de manera admirable, en esta tierra.


En efecto, desde que en 1492 comienza la gesta evangelizadora en el Nuevo Mundo, apenas una veintena de años después llega la fe a México. Poco más tarde se crea la primera sede arzobispal regida por Juan de Zumárraga, a quien secundarán otras grandes figuras de evangelizadores, que extenderán el cristianismo en muy amplias zonas.


Otras epopeyas religiosas no menos gloriosas escribirán en el hemisferio sus hombres como Santo Toribio de Mogrovejo y otros muchos que merecerían ser citados en larga lista. Los caminos de la fe van alargándose sin cesar, y a finales del primer siglo de evangelización les sedes episcopales en el nuevo Continente son más de 70 con unos cuatro millones de cristianos. Una empresa singular que continuará por largo tiempo, hasta abarcar hoy en día, tras cinco siglos de evangelización, casi la mitad de la entera Iglesia católica, arraigada en la cultura del pueblo latino-americano y formando parte de su identidad propia.


Y a medida que sobre estas tierras se realizaba el mandato de Cristo, a medida que con la gracia del bautismo se multiplicaban por doquier los hijos de la adopción divina, aparece también la Madre. En efecto, a Ti, María, el Hijo de Dios y a la vez Hijo Tuyo, desde lo alto de la cruz indicó a un hombre y dijo “He ahí a tu hijo” (Jn 19, 26), y en aquel hombre te ha confiado a cada hombre, te ha confiado a todos. Y Tú que en el momento de la Anunciación, en estas sencillas palabras: “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), has concentrado todo el programa de tu vida, abrazas a todos, te acercas a todos, buscas maternalmente a todos. De esta manera se cumple lo que el último Concilio ha declarado acerca de tu presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Perseveras de manera admirable en el misterio de Cristo, tu Hijo unigénito, porque estás siempre dondequiera están los hombres sus hermanos, dondequiera está la Iglesia.

2a. De hecho los primeros misioneros llegados a América, provenientes de tierras de eminente tradición mariana, junto con los rudimentos de la fe cristiana van enseñando el amor a Ti, Madre de Jesús y de todos los hombres. Y desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México. No menor ha sido tu presencia en otras partes, donde tus hijos te invocan con tiernos nombres, como Nuestra Señora de la Altagracia, de la Aparecida, de Luján y tantos otros no menos entrañables, para no hacer una lista interminable, con los que en cada nación y aun en cada zona los pueblos latinoamericanos te expresan su devoción más profunda y Tú les proteges en su peregrinar de fe.

El Papa –que proviene de un país en el que tus imágenes, especialmente una: la de Jasna Góra, son también signo de tu presencia en la vida de la nación, en su azarosa historia– es particularmente sensible a este signo de tu presencia aquí, en la vida del Pueblo de Dios en México, en su historia, también ella no fácil y a veces hasta dramática. Pero estás igualmente presente en la vida de tantos otros pueblos y naciones de América Latina, presidiendo y guiando no sólo su pasado remoto o reciente, sino también el momento actual, con sus incertidumbres y sombras. Este Papa percibe en lo hondo de su corazón los vínculos particulares que te unen a Ti con este pueblo y a este pueblo contigo. Este pueblo, que afectuosamente te llama “ la Morenita ”. Este pueblo –e indirectamente todo este inmenso continente– vive su unidad espiritual gracias al hecho de que Tú eres la Madre. Una Madre que, con su amor, crea, conserva, acrecienta espacios de cercanía entre sus hijos.

¡ Salve, Madre de México! ¡Madre de América Latina!

3. Nos encontramos aquí en esta hora insólita y estupenda de la historia del mundo. Llegamos a este lugar, conscientes de hallarnos en un momento crucial. Con esta reunión de obispos deseamos entroncar con la precedente Conferencia del Episcopado Latinoamericano que tuvo lugar hace diez años en Medellín, en coincidencia con el Congreso Eucarístico de Bogotá, y en la que participó el Papa Pablo VI, de imborrable memoria. Hemos venido aquí no tanto para volver a examinar, al cabo de 10 años, el mismo problema, cuanto para revisarlo en modo nuevo, en lugar nuevo y en nuevo momento histórico.
Queremos tomar como punto de partida lo que se contiene en los documentos y resoluciones de aquella Conferencia. Y queremos a la vez, sobre la base de les experiencias de estos 10 años, del desarrollo del pensamiento y a luz de les experiencias de toda la Iglesia, dar un justo y necesario paso adelante.

La Conferencia de Medellín tuvo lugar poco después de la clausura del Vaticano II, el Concilio de nuestro siglo, y ha tenido por objetivo recoger los planteamientos y contenidos esenciales del Concilio, para aplicarlos y hacerlos fuerza orientadora en la situación concreta de la Iglesia Latinoamericana.

Sin el Concilio no hubiera sido posible la reunión de Medellín, que quiso ser un impulso de renovación pastoral, un nuevo “ espíritu ” de cara al futuro, en plena fidelidad eclesial en la interpretación de los signos de los tiempos en América Latina. La intencionalidad evangelizadora era bien clara y queda patente en los 16 temas afrontados, reunidos en torno a tres grandes áreas, mutuamente complementarias: promoción humana, evangelización y crecimiento en la fe, Iglesia visible y sus estructuras.

Con su opción por el hombre latinoamericano visto en su integridad, con su amor preferencial pero no exclusivo por los pobres, con su aliento a una liberación integral de los hombres y de los pueblos, Medellín, la Iglesia allí presente, fue una llamada de esperanza hacia metas más cristianas y más humanas.

Pero han pasado 10 años. Y se han hecho interpretaciones, a veces contradictorias, no siempre correctas, no siempre beneficiosas para la Iglesia. Por ello, la Iglesia busca los caminos que le permitan comprender más profundamente y cumplir con mayor empeño la misión recibida de Cristo Jesús.

Grande importancia han tenido a tal respecto les sesiones del Sínodo de los Obispos que se han celebrado en estos años, y sobre todo la del año 1974, centrada sobre la Evangelización, cuyas conclusiones ha recogido después, de modo vivo y alentador, la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI.

Este es el tema que colocamos hoy sobre nuestra mesa de trabajo, al proponernos estudiar “La Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”.

Encontrándonos en este lugar santo para iniciar nuestros trabajos, se nos presenta ante los ojos el Cenáculo de Jerusalén, lugar de la institución de la Eucaristía. Al mismo Cenáculo volvieron los Apóstoles después de la Ascensión del Señor, para que, permaneciendo en oración con María, la Madre de Cristo, pudieran preparar sus corazones para recibir al Espíritu Santo, en el momento del nacimiento de la Iglesia.

También nosotros venimos aquí para ello, también nosotros esperamos el descenso del Espíritu Santo, que nos hará ver los caminos de la evangelización, a través de los cuales la Iglesia debe continuar y renacer en nuestro gran continente. También nosotros hoy, y en los próximos días, deseamos perseverar en la oración con María, Madre de Nuestro Señor y Maestro: contigo, Madre de la esperanza, Madre de Guadalupe.

4. Permite pues que yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Papa, junto con mis hermanos en el Episcopado que representan a la Iglesia de México y de toda la América Latina, en este solemne momento, confiemos y ofrezcamos a Ti, sierva del Señor, todo el patrimonio del Evangelio, de la Cruz, de la Resurrección, de los que todos nosotros somos testigos, apóstoles, maestros y obispos.

¡Oh Madre! Ayúdanos a ser fieles dispensadores de los grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que tu Hijo ha anunciado y a extender el amor, que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar a nuestros hermanos en la fe, ayúdanos a despertar la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a guardar los grandes tesoros encerrados en las almas del Pueblo de Dios que nos ha sido encomendado.

Te ofrecemos todo este Pueblo de Dios. Te ofrecemos la Iglesia de México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad Tuya. Tú que has entrado tan adentro en los corazones de los fieles a través de la señal de Tu presencia, que es Tu imagen en el Santuario de Guadalupe, vive como en Tu casa en estos corazones, también en el futuro. Sé uno de casa en nuestras familias, en nuestras parroquias, misiones, diócesis y en todos los pueblos.

Y hazlo por medio de la Iglesia Santa, la cual, imitándote a Ti, Madre, desea ser a su vez una buena madre, cuidar a las almas en todas sus necesidades, enunciando el Evangelio, administrando los sacramentos, salvaguardando la vida de las familias mediante el sacramento del matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucarística por medio del santo sacramento del altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna hasta la entrada en la eternidad.

¡Oh Madre! Despierta en las jóvenes generaciones la disponibilidad al exclusivo servicio a Dios. Implora para nosotros abundantes vocaciones locales al sacerdocio y a la vida consagrada.

¡Oh Madre! Corrobora la fe de todos nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en cada campo de la vida social, profesional, cultura! y política, actúen de acuerdo con la verdad y la ley que tu Hijo ha traído a la humanidad, para conducir a todos a la salvación eterna y, al mismo tiempo, para hacer la vida sobre la tierra más humana, más digna del hombre.

La Iglesia que desarrolla su labor entre las naciones americanas, la Iglesia en México, quiere servir con todas sus fuerzas esta causa sublime con un renovado espíritu misionero. ¡Oh Madre! haz que sepamos servirla en la verdad y en la justicia. Haz que nosotros mismos sigamos este camino y conduzcamos a los demás, sin desviarnos jamás por senderos tortuosos, arrastrando a los otros.

Te ofrecemos y confiamos todos aquellos y todo aquello que es objeto de nuestra responsabilidad pastoral, confiando que Tú estarás con nosotros, y nos ayudarás a realizar lo que tu Hijo nos ha mandado (cf. Jn 2,5). Te traemos esta confianza ilimitada y con ella, yo, Juan Pablo II, con todos mis hermanos en el Episcopado de México y de América Latina, queremos vincularte de modo todavía más fuerte a nuestro ministerio, a la Iglesia y a la vida de nuestras naciones. Deseamos poner en tus manos nuestro entero porvenir, el porvenir de la evangelización de América Latina.

¡Reina de los Apóstoles! Acepta nuestra prontitud a servir sin reserva la causa de tu Hijo, la causa del Evangelio y la causa de la paz, basada sobre la justicia y el amor entre los hombres y entre los pueblos.

¡Reina de la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos de todo el continente, que tanto confían en Ti, de las guerras, del odio y de la subversión.
Haz que todos, gobernantes y súbditos, aprendan a vivir en paz, se eduquen para la paz, hagan cuanto exige la justicia y el respeto de los derechos de todo hombre, para que se consolide la paz.

Acepta esta nuestra confiada entrega, oh sierva del Señor. Que tu materna! presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia se convierta en fuente de alegría y de libertad para cada uno y para todos; fuente de aquella libertad por medio de la cual “Cristo nos ha liberado” (Ga 5, 1), y finalmente fuente de aquella paz que el mundo no puede dar, sino que sólo la da El, Cristo (cf. Jn 14, 27).

Finalmente, oh Madre, recordando y confirmando el gesto de mis Predecesores Benedicto XIV y Pío X, quienes te proclamaron Patrona de México y de toda la América Latina, te presento una diadema en nombre de todos tus hijos mexicanos y latinoamericanos, para que los conserves bajo tu protección, guardes su concordia en la fe y su fidelidad a Cristo, tu Hijo. Amén.

viernes, 6 de diciembre de 2019

BENEDICTO XVI: LA ORACIÓN Y LA ESPERANZA

Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo.




De sus trece años de prisión, nueve de los cuales en aislamiento, el inolvidable Cardenal Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: Oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad.