lunes, 18 de abril de 2016

ANTONIO ROYO MARIN OP: QUÉ ES LA MANSEDUMBRE?


Es un virtud especial que tiene por objeto moderar la ira según la recta razón. La materia propia de esa virtud es la pasión de la ira, que rectifica y modera de tal forma que no se levante sino cuando sea necesario y en la medida en que lo sea.A pesar de ser un parte potencial de la Templanza, reside en el apetito irasible (como la ira que ha de moderar), no en el concupiscible como la Templanza.


La mansedumbre es una virtud hermosísima profundamente cristiana, de la que el mismo Cristo quiso ponerse por supremo modelo (Mt 11,29).He aquí algunas de las más impresionantes manifestaciones de su dulzura y mansedumbre divinas.

a) Con sus apóstoles: les sufre sus mil impertinencias, su ignorancia, su egoísmo,su incomprensión. Les instruye gradualmente, sin exigirles demasiado pronto una perfección superior a sus fuerzas. Les defiende de las acusaciones de los fariseos, pero les reprende cuando tratan de apartarle los niños o cuando piden fuego del cielo para castigar a un pueblo.Reprende a Pedro su ira en el huerto, pero le perdona fácilmente su triple negación, que le hace reparar con tres sencillas manifestaciones de amor. Les aconseja la mansedumbre para con todos, perdona hasta setenta veces siete (es decir, siempre), ser sencillos como palomas, corderos en medio de lobos,devolver bien por mal, ofrecer la otra mejilla a quien les hiera en una de ellas, dar su capa y su túnica antes que andar con pleitos y rogar por los mismos que los persiguen y maldicen...

b) Con las turbas: les hablaba con gran dulzura y serenidad. Nada de voces intempestivas, de gritos descompasados, de amenazas furibundas: No apaga la mecha que todavía humea, ni quiebra del todo la caña ya cascada. Ofrece a todos el perdón y la paz, multiplica las parábolas de la misericordia, bendice y acaricia a los niños, abre su Corazón de par en par para que encuentren en él alivio y reposos todos los que sufren, oprimidos por las tribulaciones de la vida.

c) Con los pecadores: extrema hasta lo increíble su dulzura y mansedumbre: perdona en el acto a la Magdalena, a la adúltera, a Zaqueo, a Mateo el publicano; a fuerza de bondad y delicadeza y convierte a la samaritana; como Buen Pastor, va en busca de la oveja extraviada y se la pone gozoso sobre los hombros y hace al hijo pródigo una acogida tan cordial que levanta la vida de su hermano; no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, a penitencia;ofrece el perdón al mismo Judas a quien trata con el dulce nombre de amigo; perdona la buen ladrón y muere en lo alto de la cruz perdonando y acusando a sus verdugos.

A imitación del divino maestro, el alma que aspire a la perfección ha de poner extremo cuidado e interés en la práctica de la mansedumbre.

"Para imitar a Nuestro Señor, evitaremos las disputas, las voces destempladas, las palabras o las obras bruscas o que pueden hacer daño, para no alejar a los tímidos.Cuidaremos mucho de no volver mal por mal; de no estropear o romper alguna cosa por brusquedad, de no hablar cuando estamos airados. Procuraremos, por el contrario, tratar con buenas maneras a todos los que se lleguen a hablarnos; poner a todos rostro risueño y afable, aún cuando nos cansen y molesten; acoger con especial benevolencia a los pobres, los afligidos, los enfermos, los pecadores,los tímidos, los niños, suavizar con algunas buenas palabras las reprensiones hubiésemos de hacer; cumplir; cumplir nuestro cometido con ahínco, y haciendo, a veces, algo más de lo que se nos exige, y sobre todo,haciéndolo de buena gana.. Estaremos dispuestos a recibir un bofetón sin devolverle y a presentar la mejilla izquierda al que nos hiere en la derecha"

Nótese, sin embargo, que en ocasiones se impone la ira, y renunciar a ella en estos casos sería faltar a la justicia o a la caridad, que son virtudes más importantes que la mansedumbre. El mismo Cristo, modelo incomparable de mansedumbre. El mismo Cristo, modelo incomparable de mansedumbre arrojó con el látigo a los profanadores del templo (Jn 2,15) y lanzó terribles invectivas contra el orgullo y mala fe de los fariseos (Mt 23,13ss). Ni hay que pensar que en estos casos se sacrifica la virtud de la mansedumbre en aras de la justicia o de la caridad.Todo o contrario. La misma mansedumbre- en su definición- enseña a usar rectamente de la pasión de la ira en los casos necesarios y de la manera que sea conveniente según el dictamen de la razón iluminada por la fe. Lo contrario no sería virtud, sino debilidad o blandura excesiva de carácter, que en modo alguno podría compaginarse con energía y reciedumbre que requiere muchas veces el ejercicio de las virtudes cristianas, y sería, por lo mismo, un verdadero, pecado, como dice Santo Tomás. Lo que ocurre , es que, siendo muy fácil equivocarse en la apreciación de los justos motivos que reclaman la ira o desmandarse en el ejercicio de la misma, hemos de estar siempre vigilante y alerta para no dejarnos sorprender por el ímpetu de la pasión o para controlar sus manifestaciones dentro de los límites infranqueables que señala la razón iluminada por la fe. En caso de duda es mejor inclinarse del lado de la dulzura y mansedumbre antes que del rigor excesivo.

A la mansedumbre se le opone la ira desordenada o iracundia. Como vicio capital que es, de ellas nacen otros muchos pecados, principalmente la indignación, la hinchazón de la mente (pensando en los medios de vengarse), el griterío, la blasfemia,la injuria, y la riña. En la ira misma distingue Aristóteles tres especies: la de los violentos (acuti), que se irritan en seguida y por el más leve motivo; la de los rencorosos (amati), que conservan mucho tiempo el recuerdo de las injurias recibidas, y la de los obstinados (dificille sive graves), que no descansan hasta que no logran vengarse.

miércoles, 13 de abril de 2016

LA PACIENCIA


La paciencia, según San Agustín, es «la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los males». Y añadía: «no sea que por perder la serenidad del alma abandonemos bienes que nos han de llevar a conseguir otros mayores». Esta virtud lleva a soportar con buen ánimo, por amor a Dios, los sufrimientos físicos y morales de la vida. Frecuentemente tendremos que ejercerla sobre todo en lo ordinario, quizá en cosas que parecen triviales: un defecto que no se acaba de vencer, aceptar que las cosas no salgan como nosotros querríamos, los imprevistos que surgen, el carácter de una persona con la que hemos de convivir en el trabajo, gentes bien dispuestas pero que no entienden, aglomeraciones en el tráfico, retraso de los medios públicos de transporte, llamadas imprevistas que impiden terminar el trabajo a su hora, olvidos... Son ocasiones para afirmar la humildad, para hacer más fina la caridad.

La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas. Identificamos entonces nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad en medio de las persecuciones y pruebas, y es el fundamento de la grandeza de ánimo y de la alegría de quien está seguro de recibir unos bienes futuros mayores.

Son diversos los campos en los que el cristiano debe ejercitar esta virtud. En primer lugar consigo mismo, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos que se repiten una y otra vez, sin lograr superarlos del todo. Es necesario saber esperar y luchar con perseverancia, convencidos de que, mientras nos mantengamos en el combate, estamos amando a Dios. La superación de un defecto o la adquisición de una virtud, de ordinario, no se logra a base de violentos esfuerzos, sino de humildad, de confianza en Dios, de petición de más gracias, de una mayor docilidad. San Francisco de Sales afirmaba que es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo.

MONS. JOSEFINO RAMIREZ: EL MEJOR DE TODOS LOS SERMONES


San Juan María Vianney, 4/8 /1993

Querido padre Tomás

¿Te acuerdas de Jorge, ese joven amigo mío con el que nos encontramos en la iglesia de Binondo? Él me comentó que le gustaría ingresar al seminario y ordenarse sacerdote. Pero que el único problema que tenía era que no se creía capaz de memorizar un sermón, ni poder predicar mucho. Después de pensarlo, le contesté que no consideraba que eso fuera un problema.

Uno de los sacerdotes más conocidos en la historia decía, en sus últimos años, el mismo sermón todos los días, una y otra vez, y era: si solo supieras cuánto Jesús te ama en el Santísimo Sacramento, te morirías de felicidad. Después señalando hacia el sagrario, agregaba: Jesús está realmente ahí.

La gente venía de todas partes de Francia para oírlo y cada domingo repetía lo mismo. Al tomar conciencia del amor y presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, se conmovía tan intensamente, hasta lo más profundo del alma, que al señalar el Sagrario para mostrar a la gente que Jesús estaba realmente ahí, lloraba de alegría. Él pasaba largas horas cada día y cada noche, orando ante el Santísimo Sacramento como también muchas horas en el confesionario. San Juan María Vianney, el cura de Ars, fue proclamado por la iglesia ejemplo y patrono de todos los sacerdotes.

Otro sacerdote famoso que vivió en la época de San Juan Vianney, fue el padre Lacordaire. Este sacerdote fuel el predicador más de su tiempo. Cuando él predicaba en la iglesia de Notre Dame de Paris, el rey y la reina iban a oírlo y la catedral se llenaba. Un día alguien le preguntó si se sentía satisfecho por ser un predicador tan popular, Él contestó que no, porque cuando él hablaba la gente comentaba su habilidad e inteligencia, pero cuando hablaba Juan Vianney, todos decían ¡Qué bueno es Jesús!

¡Qué complicada es la naturaleza humana, querido Tomás! Tratamos de impresionar con nuestra inteligencia, razonando todo, tanto que a la gente le resulta difícil entender lo que tratamos de trasmitir ¡Lo que realmente debemos hacer, es decirle a la gente cuán bondadoso es Jesús en el Santísimo Sacramento! Si tu repites, de todo corazón, las pocas palabras de San Juan María Vianney, también serás canonizado.

Fraternalmente tuyo en el Amor Eucarístico

martes, 5 de abril de 2016

DIÁCONO JORGE NOVOA: CRISTO, AMOR EXCLUSIVO E INCLUYENTE


Son muchos los pasajes evangélicos en los que se visualiza la exigencia del camino que el Señor nos propone, recordemos aquel que presenta la exigencia de la vocación apostólica (Lc 9), a los que son llamados se los invita, frente a diversos pedido que éstos realizan, “que dejen que los muertos entierren a sus muertos” e incluso se trata de disuadir de la solicitud para despedirse de los familiares, afirmando que “no se puede poner la mano en el arado y mirar para atrás”. Exigente!!!! Sí, muy exigente...

Nada puede anteponerse a la respuesta del llamado que el Señor realiza, ni aún lo que humanamente consideramos bueno. Ante ésta situación única y vital, cada cosa se debe ubicar en el lugar que le corresponde. El Señor reclama nuestro amor de modo pleno y total, y espera que le respondamos sin reservas. Reclama exclusividad. Seguramente esto te resultará un tanto desconcertante, pero es así, no está dispuesto a recibir de nuestra parte una respuesta parcial. Reclama nuestro amor con exclusividad. Él pide un amor exclusivo pero no excluyente.

En contraste con una autorrealización fácil y egocéntrica, que hoy con frecuencia se exalta, el compromiso primero e irrenunciable del discípulo es la respuesta al Señor. Su amor lejos está del egoísmo, y su exigencia, tiene especial resonancia para nosotros. No busca por el amor ejercer un dominio egoísta, sino liberarnos de nuestros egoísmos. Al responderle a Él, de modo exclusivo, nuestros amores humanos son ahora inundados por la presencia de este amor que manifiesta la verdad sobre las realidades de nuestra existencia. Su amor exclusivo es incluyente.

“La caridad, según el Catecismo (nª 1822) es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios”. Amar a Dios sobre todas las cosas, es la dimensión de exclusividad que debe tener nuestra respuesta, y al prójimo por amor de Dios, manifiesta la dimensión incluyente que produce en nosotros esta relación.

Resulta comprensible la exigencia del Señor, ella brota de la verdad que comunica este amor, el cual somos invitados a vivir, puesto que solamente en él podemos sanar nuestro amor humano herido por el pecado, y ante la posibilidad de sanar este mal radical todo debe deponerse. “No anteponer nada ante el amor de Cristo”.

viernes, 1 de abril de 2016

SANTA FAUSTINA KOWALSKA


Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos, para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa, para que jamás hable negativamente de mi prójimo, sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras, para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos, para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso, para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.