jueves, 31 de octubre de 2019

JUAN PABLO II:TODA LA LITURGIA DE HOY HABLA DE SANTIDAD

"La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Señor, por los siglos de los siglos" (Ap 7, 12).Con actitud de profunda adoración a la santísima Trinidad nos unimos a todos los santos que celebran perennemente la liturgia celestial para repetir con ellos la acción de gracias a nuestro Dios por las maravillas que ha realizado en la historia de la salvación.

Alabanza y acción de gracias a Dios por haber suscitado en la Iglesia una multitud inmensa de santos, que nadie puede contar (cf. Ap 7, 9). Una multitud inmensa: no sólo lo santos y los beatos que festejamos durante el año litúrgico, sino también los santos anónimos, que solamente Dios conoce. Madres y padres de familia que, con su dedicación diaria a sus hijos, han contribuido eficazmente al crecimiento de la Iglesia y a la construcción de la sociedad; sacerdotes, religiosas y laicos que, como velas encendidas ante el altar del Señor, se han consumido en el servicio al prójimo necesitado de ayuda material y espiritual; misioneros y misioneras, que lo han dejado todo por llevar el anuncio evangélico a todo el mundo. Y la lista podría continuar.

¡Alabanza y acción de gracias a Dios, de modo particular, por la más santa de entre todas las criaturas, María, amada por el Padre, bendecida a causa de Jesús, fruto de su seno, y santificada y hecha nueva criatura por el Espíritu Santo! Modelo de santidad por haber puesto su vida a disposición del Altísimo, "precede con su luz al peregrinante pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo" (Lumen gentium, 68)....

Toda la liturgia de hoy habla de santidad. Pero para saber cuál es el camino de la santidad, debemos subir con los Apóstoles a la montaña de las bienaventuranzas, acercarnos a Jesús y ponernos a la escucha de las palabras de vida que salen de sus labios. También hoy nos repite: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El Maestro divino proclama "bienaventurados" y, podríamos decir, "canoniza" ante todo a los pobres de espíritu, es decir, a quienes tienen el corazón libre de prejuicios y condicionamientos y, por tanto, están dispuestos a cumplir en todo la voluntad divina. La adhesión total y confiada a Dios supone el desprendimiento y el desapego coherente de sí mismo.

Bienaventurados los que lloran. Es la bienaventuranza no sólo de quienes sufren por las numerosas miserias inherentes a la condición humana mortal, sino también de cuantos aceptan con valentía los sufrimientos que derivan de la profesión sincera de la moral evangélica.
Bienaventurados los limpios de corazón. Cristo proclama bienaventurados a los que no se contentan con la pureza exterior o ritual, sino que buscan la absoluta rectitud interior que excluye toda mentira y toda doblez.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. La justicia humana ya es una meta altísima, que ennoblece el alma de quien aspira a ella, pero el pensamiento de Jesús se refiere a una justicia más grande, que consiste en la búsqueda de la voluntad salvífica de Dios: es bienaventurado sobre todo quien tiene hambre y sed de esta justicia. En efecto, dice Jesús: "Entrará en el reino de los cielos el que cumpla la voluntad de mi Padre" (Mt 7, 21).
Bienaventurados los misericordiosos. Son felices cuantos vencen la dureza de corazón y la indiferencia, para reconocer concretamente el primado del amor compasivo, siguiendo el ejemplo del buen samaritano y, en definitiva, del Padre "rico en misericordia" (Ef 2, 4).

Bienaventurados los que trabajan por la paz. La paz, síntesis de los bienes mesiánicos, es una tarea exigente. En un mundo que presenta tremendos antagonismos y obstáculos, es preciso promover una convivencia fraterna inspirada en el amor y en la comunión, superando enemistades y contrastes. Bienaventurados los que se comprometen en esta nobilísima empresa.
Los santos se tomaron en serio estas palabras de Jesús. Creyeron que su "felicidad" vendría de traducirlas concretamente en su existencia. Y comprobaron su verdad en la confrontación diaria con la experiencia: a pesar de las pruebas, las sombras y los fracasos gozaron ya en la tierra de la alegría profunda de la comunión con Cristo. En él descubrieron, presente en el tiempo, el germen inicial de la gloria futura del reino de Dios.

Esto lo descubrió, de modo particular, María santísima, que vivió una comunión única con el Verbo encarnado, entregándose sin reservas a su designio salvífico. Por esta razón se le concedió escuchar, con anticipación respecto al "sermón de la montaña", la bienaventuranza que resume todas las demás: "¡Bienaventurada tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!" (Lc 1, 45)...

sábado, 19 de octubre de 2019

DIÁCONO JORGE NOVOA: EL ENVIADO DEL PADRE


La gran enseñanza dada por el Señor, que debe impulsar los pasos de nuestra peregrinación en esta tierra, y que domina la escena final de la parábola del Padre misericordioso, es el abrazo del Padre. La humanidad es conducida por Jesús hacia la casa del Padre. El  Evangelio según san Juan presenta este doble movimiento, el  descendente del Verbo que estaba (apud) en Dios y se hizo carne (v.14), y el ascendente, por medio del cual Cristo, el primogénito de muchos hermanos, abre las puertas del cielo y   les da a los hombres que creen en su nombre, la posibilidad de "llegar a  ser hijos de Dios".

"Juan es el que nos ha abierto el interior de Jesús. El interior de su alma y aquella profundidad que deja atrás todo lo creado"[1].Podríamos perfectamente expresar que  en el cuarto evangelio lo medular es "revelar al Padre", para ello ha sido enviado, para dar a conocer el misterio de la Paternidad de Dios.  El Verbo "que estaba en el principio con Dios"(Jn 1,2), tiene como fuente que desconocen los hombres, el ser "engendrado no creado". El Hijo vive por el Padre ante todo porque ha sido engendrado por Él.

Da abundante cuenta de ello el evangelio según san Juan: los guardias del templo que fueron enviados para apresarlo, escuchan su palabra con gran admiración, y vuelven sin él, diciendo, :"Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre."(Jn 7,46).  Otros se preguntaban: "¿cómo entiende de letras sin haber estudiado?"(Jn 7,15). Jesús  declara no tener una doctrina propia, dirá: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado.."(Jn 7,16). Las incompresiones  de los jefes religiosos y muchos fariseos, se suceden una y otra vez, tratando de conjugar la sabiduría de su palabra con su origen galileo. Él anuncia en reiteradas ocasiones, que ha sido enviado por el Padre, de ese modo, se accede a la comprensión de su misterio, no por la búsqueda intrincada del mundo racional, sino por la fe, " esto no te  lo enseña la carne, ni la sangre", sino que se abre como revelación del Padre a la luz de la fe.

Orientada en esta misma dirección se encuentra la oración al Padre que aparece en Mt 11,25-27, Jesús dice:

"Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos, y se las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque ésa fue tu voluntad. Todo me fue entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo".

Dios se conoce sólo a través de Dios mismo. "Nadie puede conocer a Dios, si no es Dios a sí mismo. Este conocimiento, en el que Dios se conoce a sí mismo, es la donación de Dios en cuanto Padre, y el recibimiento y devolución de Dios en cuento Hijo, intercambio de eterno amor, eterna y simultánea donación y devolución. Más porque es así, también puede conocer aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar"[2]. Jesucristo es el que revela al Padre, al tiempo que el Padre conduce a los hombres hacia Él, porque verdaderamente es el Hijo Único. "Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que verdaderamente me envía el que me envía; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de él y él es el que me ha enviado."(Jn 7,28-29)

Las incompresiones, traiciones y abandonos, incluso de los más cercanos, contrastan con la cercanía permanente del Padre. Así lo explicita Jesús:"Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8,29).Esta es la fuente secreta que impulsa y sostiene la misión de Jesús. Meditando sobre este aspecto de la vida de Jesús,  comenta R. Guardini."Al preguntar dónde halló sostén, nos salió al paso la profunda e íntima palabra de los discursos de despedida:"Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo (Jn 16,32). La soledad de Jesús se convierte en algo terriblemente incomprensible, si no lo entendemos justamente con la cercanía del Padre"[3].  En el monte de la Transfiguración se escucha la voz del Padre, que dice desde el cielo abierto: "Este es mi Hijo, muy querido, escúchenlo"(Mc 9,7). Y san Pedro  nos advierte en su  segunda carta que esta manifestación del Padre, no debe ser comprendida al modo de una fábula: "Os hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad. Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco. Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo" ( 2 Pe 1,16-18).

La fe será  siempre la respuesta adecuada a la Revelación de Dios en Jesucristo, sin la cual,  permanecemos en la superficie de su misterio. Muchos lo reconocen como hijo de José y María, esta afirmación contrasta con su pretendida palabra que anuncia tener un origen distinto, y al mismo tiempo, la conciencia que tiene de ser portador de una palabra del todo singular sobre Dios. Esta singularidad consiste justamente en poder comunicar las cosas que conoce, pues viene de Dios y al Él vuelve. "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18), pues" la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo" (Jn 1,17).

Como enviado del Padre, vive para cumplir su voluntad, que la presenta como su único alimento: "he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 6,38). Esta apelación permanente que realiza, a manifestarse como "el Enviado", devela su conciencia mesiánica,  sería un error, ubicar esta persistente afirmación en el ámbito de la reflexión de la comunidad primitiva, al margen de la pretensión de Jesús. Si así fuera, los discípulos desvirtuarían su pretensión, que resultaría impensable, si no brotara de los labios del Verbo Encarnado.

Hay un claro contraste que se  manifiesta, entre los que dicen conocer su origen terrenal y su categórica afirmación, sobre el desconocimiento que tienen de su "verdadero origen". "Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta" (Jn 7,52). Frente a esta incomprensión  de los fariseos, puesta de  manifiesto en diversas oportunidades, Jesús responde: "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que él me ha enviado" (Jn 8,42).


Este contraste, que está presente en todo el evangelio según san Juan, tiene su origen en la real oposición que recibió Jesús por parte de los jefes religiosos, cuando les reveló su pretensión de ser  como "Enviado", el portador de la palabra definitiva  de Dios. "Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.(Jn 8,23)". Jesús como revelador definitivo del Padre, anuncia la posibilidad que tienen los hombres de vivir en comunión con Él, y vincula esta posibilidad a su venida, al tiempo que se presenta como la única puerta que conduce a ese encuentro. Es portador de un conocimiento del todo singular al que únicamente se accede por Él.   Sería impensable atribuir estas afirmaciones a la comunidad primitiva, resulta sorprendente pensar que aquellos  sencillos galileos, en su mayoría con escasa instrucción, fueran el origen de esta pretensión al margen de Jesús.


"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.(Jn 14,6)"

Esta pretensión escandalosa es la que se nos manifiesta en el trasfondo de todas controversias y enfrentamientos con los jefes religiosos, narrados en el evangelio según san Juan: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios"(Jn 10,33).


Encontramos un  comentario iluminador que hace  Sigfrido Huber,  sobre la doctrina que aparece en  las cartas de San Ignacio de Antioquía, para quien  "la adoración filial, la piedad entrañable hacia el Padre, herencia del Evangelio, en particular de San pablo y de Juan, es el "leitmotiv", el lema fundamental de la  teología ignaciana"[4].


"El Padre, de majestad y ternura infinitas a la vez, es principio y fin del Evangelio. En este sentido también hemos de interpretar el dicho de Jesucristo. "Yo soy el camino, la verdad y la vida…"Lo dice en un momento en que está hablando de su retorno al Padre, y explica su pensamiento añadiendo: "Nadie viene al Padre sino por mí".Cristo es el Camino ¿Hacia dónde? ¡Hacia el Padre! Es la Verdad ¿Verdad de quién? ¡La verdad del Padre! Revelada por el Verbo, que, dice San Ignacio, es "la boca por la cual el Padre habla en verdad". Es la Vida ¿Vida de quién? La Vida del Padre, único manantial de vida divina, que engendra eternamente a su Hijo unigénito, y es comunicada por el Hijo a los hombres, "para que tengan la vida, y la tengan en abundancia"[5].



En el diálogo con Nicodemo, se descubre como fuente de toda la misión  de Jesús,  el amor del Padre: "Tanto amó Dios al mundo que dio (envió) a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna"(Jn 3,16). Jesús es portador de este amor misericordioso del Padre,  y nos introduce en  el, porque el Padre ha puesto todas las cosas en sus manos. El Hijo en la Pascua  realiza y hace posible la comunicación de este amor a los hombres. Ya no vivimos para nosotros, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó (2 Cor 5, 15). El Padre en el Hijo y por él, nos dona la filiación. Jesús  al revelarnos al Padre, nos da a conocer la sublime vocación  a que nos ha llamado,   la de ser sus hijos. Por el santo Bautismo somos engendrados a una vida nueva, por el agua y el Espíritu, vida que Cristo nos ha manifestado y que tiene su origen en el Padre. Participamos análogamente y al modo humano, de ese  ser engendrado que sustenta la misión del Hijo, somos engendrados por Él en la fe. "Jesús nos revela al Padre no solamente como el que nos engendra, el que nos da las palabras y las obras, sino también como aquél que "nos poda para que demos más fruto" (Jn 15, 1-10). Es decir, el Padre nos enseña el camino del sufrimiento que fructifica en frutos de amor, amor filial y fraterno. Por eso, la parábola de la vid y los sarmientos, del Padre viñador que poda los sarmientos unidos al Hijo, concluye con el mandamiento del amor fraterno hasta el sacrificio de sí mismo, a imitación del Hijo: "nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 12-13)"[6].



"La Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (I Jn 1,2-3).











[1] Romano Guardini; Jesucristo, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1960.

[2] J. Ratzinger; El Dios de Jesucristo, Ediciones Sígueme, Salamanca,1980 p. 85.

[3] Ibidem p.95.

[4] las Cartas  de San Ignacio de Antioquia y San Policarpo de Esmirna, Cartas y comentarios. Discurso sistemático sobre al doctrina de San Ignacio de Antioquia por  Sigfrido Huber, Ediciones Desclée, de Brouwer, Bs As, 1945 pp 142-143.

[5] Ibidem.


[6] Aporte a esta reflexión del P. Horacio Bojorge SJ.

viernes, 18 de octubre de 2019

DIÁCONO JORGE NOVOA: ABORTO Y LOS AYES CONMINATORIOS


La trágica ley que despenalizó el aborto fue aprobada el 17 de octubre de 2012, en uno de los día más negros de la historia uruguaya, el partido de gobierno con mayorías parlamentarias, de ideología marxista , y un senador de la oposición dieron su aprobación para cerrar la votación que concluyó 17 a 14. 
Unas breves reflexiones, en la hora trágica de la aprobación de esta ley. La antropología cristiana no es compatible con la antropología de la cultura imperante y tampoco lo es con la del gobierno. No respondemos de la misma manera a la pregunta por el hombre, los materialismos desconocen la dimensión espiritual de la naturaleza humana y la existencia del alma espiritual e inmortal, una realidad nada menor para nosotros los creyentes. Esta diferencia esencial , de la que no podemos prescindir afecta toda la existencia humana.

Hay, en lo referente a la vida humana en estas ideologías, una absolutización de la inminencia y una negación teórico-práctica de la trascendencia. Podemos  con todos los hombres de buena voluntad coincidir en la importancia de la solidaridad,  y del respeto al prójimo, pero nuestros abismos son insalvables en temas como familia, noviazgo, paternidad, divorcio, vida, prójimo, perdón, paz, libertad, verdad, amor y seguramente puedo realizar una lista interminable.

Nos hemos equivocado llevando al parlamento a hombres que no nos representan, porque en realidad no comparten con nosotros la visión del hombre y su verdad. Antropologías irreconciliables. Basta leer las argumentaciones de ayer, lamentables expresiones de políticos que a modo de dioses se ubican por encima de los derechos humanos inalienables y legislan sobre aquello que deberían salvaguardar.

Bajó el azúcar y el boleto no aumenta, pero se aprobó la ley que mata a inocentes, sin que les tiemble el pulso a sus promotores, seguramente la senadora Xavier pasará a la historia por ser ésta su obsesión , para nosotros a la parte negra de nuestra historia.

Cómo responder desde la fe a esta situación? Permitiendo que el Espíritu hable proféticamente a los hombres y mujeres de nuestra patria,  los profetas lloraban con su pueblo sus desgracias, porque sabían que el mal engendra mal, y la sangre trae sangre... La palabra de Dios en el día de la aprobación de la ley es iluminadora, allí Jesús pronuncia los ayes conminatorios. Nosotros sabemos que hoy ellos vienen sobre nuestra patria.

Ay de ti Uruguay, que dejas que la sangre de tus hijos inocentes se derrame, ay de ti, que abandonas la ley de Dios por la de los hombres, ay de ti que saludas a los  que te destruyen en medio de aplausos, ay de ti,que levantaste la mano para sellar la suerte de los inocentes,  porque tendrás que dar cuentas a Dios de esta decisión...

Reparemos y oremos. Nosotros tendremos que dar cuentas de nuestros silencios, y de nuestros mensajes confusos. Que el Señor tenga misericordia de nosotros, de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos!

viernes, 4 de octubre de 2019

BENEDICTO XVI: SAN FRANCISCO, UN GIGANTE DE LA SANTIDAD


Queridos hermanos y hermanas,
Hoy quisiera presentaros la figura de Francisco, un auténtico “gigante” de la santidad, que sigue fascinando a muchísimas personas de toda edad y toda religión.
"Nació al mundo un sol". Con estas palabras, en la Divina Commedia (Paraíso, Canto XI), el máximo poeta italiano Dante Alighieri alude al nacimiento de Francisco, que tuvo lugar a finales de 1181 o a principios de 1182, en Asís. Perteneciente a una rica familia – el padre era comerciante de telas –, Francisco transcurrió una adolescencia y una juventud despreocupadas, cultivando los ideales caballerescos de la época. A los veinte años tomó parte en una campaña militar, y fue hecho prisionero. Se puso enfermo y fue liberado. Tras su vuelta a Asís, comenzó en él un lento proceso de conversión espiritual, que le llevó a abandonar gradualmente el estilo de vida mundano que había llevado hasta entonces. A este periodo corresponden los célebres episodios del encuentro con el leproso, al que Francisco, bajando del caballo, dio el beso de la paz, y del mensaje del Crucificado en la pequeña iglesia de San Damián. En tres ocasiones el Cristo en la cruz cobró vida, y le dijo “Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas”. Este sencillo acontecimiento de la palabra del Señor oída en la iglesia de San Damián esconde un simbolismo profundo. Inmediatamente san Francisco es llamado a reparar esta pequeña iglesia, pero el estado ruinoso de este edificio es el símbolo de la situación dramática e inquietante de la misma Iglesia en esa época, con una fe superficial que no forma y no transforma la vida, con un clero poco celoso, con el enfriamiento del amor; una destrucción interior de la Iglesia que comporta también una descomposición de la unidad, con el nacimiento de movimientos herejes. Con todo, en esta Iglesia en ruinas está en el centro el Crucifijo y haba: llama a la renovación, llama a Francisco a un trabajo manual para reparar concretamente la pequeña iglesia de san Damián, símbolo de la llamada más profunda a renovar a la misma Iglesia de Cristo, con su radicalidad de fe y con su entusiasmo de amor por Cristo. Este acontecimiento, sucedido probablemente en 1205, hace pensar en otro acontecimiento similar, sucedido en 1207: el sueño del papa Inocencio III. Éste vio en sueños que la Basílica de San Juan de Letrán, la iglesia madre de todas las iglesias, está derrumbándose y que un religioso pequeño e insignificante apuntala con sus hombros a la iglesia para que no caiga. Es interesante notar, por una parte, que no es el Papa el que ayuda para que la Iglesia no caiga, sino un religioso pequeño e insignificante, que el Papa reconoce en Francisco cuando éste le visita. Inocencio III era un papa poderoso, de gran cultura teológica, como también de gran poder político, y sin embargo no es él el que renueva a la Iglesia, sino un pequeño e insignificante religioso: es san Francisco, llamado por Dios. Por otra parte, sin embargo, es importante observar que san Francisco no renueva la Iglesia sin o contra el Papa, sino en comunión con él. Las dos realidades van juntas: el Sucesor de Pedro, los Obispos, la Iglesia fundada sobre la sucesión de los Apóstoles, y el carisma nuevo que el Espíritu Santo crea en este momento para renovar la Iglesia. Juntos crece la verdadera renovación.
Volvamos a la vida de san Francisco. Dado que su padre Bernardone le reprochaba su demasiada generosidad hacia los pobres, Francisco, ante el obispo de Asís, con un gesto simbólico se despojó de todas sus ropas, pretendiendo así renunciar a la herencia paterna: como en el momento de la creación, Francisco no tiene nada, sino sólo la vida que Dios le ha dado, a cuyas manos se entrega. Después vivió como un eremita, hasta cuando, en 1208, tuvo lugar otro acontecimiento fundamental en el itinerario de su conversión. Escuchando un pasaje del Evangelio de Mateo – el discurso de Jesús a los apóstoles enviados a la misión – Francisco se sintió llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación. Otros compañeros se unieron a él, y en 1209 se dirigió a Roma, para someter al Papa Inocencio III el proyecto de una nueva forma de vida cristiana. Recibió una acogida paternal por parte de aquel gran Pontífice que, iluminado por el Señor, intuyó el origen divino del movimiento suscitado por Francisco. El Pobrecillo de Asís había comprendido que todo carisma dado por el Espíritu Santo debe ser puesto al servicio del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia; por tanto actuó siempre en comunión plena con la autoridad eclesiástica. En la vida de los santos no hay contraposición entre carisma profético y carisma de gobierno y, si se crea alguna tensión, éstos saben esperar con paciencia los tiempos del Espíritu Santo.
En realidad, algunos historiadores del siglo XIX y también del siglo pasado han intentado crear detrás del Francisco de la tradición, un 'Francisco histórico', así como se trata de crear tras el Jesús de los Evangelios un 'Jesús histórico'. Este Francisco histórico no habría sido un hombre de Iglesia, sino un hombre unido inmediatamente solo a Cristo, un hombre que quería crear una renovación del pueblo de Dios, sin formas canónicas y sin jerarquía. La verdad es que san Francisco tuvo realmente una relación inmediatísima con Jesús y con la Palabra de Dios, a la cual quería seguir sine glossa, tal como es, en toda su radicalidad y verdad. Es también verdad que inicialmente no tenía intención de crear una Orden con las formas canónicas necesarias, sino que simplemente, con la palabra de Dios y la presencia del Señor, el quería renovar al pueblo de Dios, convocarlo de nuevo a la escucha de la palabra y a la obediencia verbal con Cristo. Además, sabía que Cristo no es nunca “mío”, sino siempre “nuestro”, que a Cristo no puedo tenerlo “yo” y reconstruir “yo” contra la Iglesia, su voluntad y su enseñanza, sino sólo en la comunión de la Iglesia construida sobre la sucesión de los Apóstoles se renueva también la obediencia a la palabra de Dios.
Es también verdad que no tenía intención de crear una nueva orden, sino solamente renovar al pueblo de Dios para el Señor que viene. Pero comprendió con sufrimiento y con dolor que todo debe tener su orden, que también el derecho de la Iglesia es necesario para dar forma a la renovación y así realmente se insertó de modo total, con el corazón, en la comunión de la Iglesia, con el Papa y con los Obispos. Sabía siempre que el centro de la Iglesia es la Eucaristía, donde el Cuerpo de Cristo y su Sangre se hacen presentes. A través del Sacerdocio, la Eucaristía es la Iglesia. Donde el Sacerdocio y Cristo y comunión de la Iglesia van unidos, sólo aquí habita también la palabra de Dios. El verdadero Francisco histórico es el Francisco de la Iglesia y precisamente de esta forma nos habla también a nosotros los creyentes, a los creyentes de otras confesiones y religiones.
Francisco y sus frailes, cada vez más numerosos, se establecieron en la Porciúncula, o iglesia de Santa María de los Ángeles, lugar sagrado por excelencia de la espiritualidad franciscana. También Clara, una joven mujer de Asís, de familia noble, se puso a la escuela de Francisco. Tuvo así origen la Segunda Orden franciscana, la de las Clarisas, otra experiencia destinada a producir frutos insignes de santidad en la Iglesia.
También el sucesor de Inocencio III, el papa Honorio III, con su bula Cum dilecti de 1218 apoyó el singular desarrollo de los primeros Frailes Menores, que iban abriendo sus misiones en diversos países de Europa, e incluso en Marruecos. En 1219 Francisco obtuvo el permiso de dirigirse a hablar, en Egipto, al sultán musulmán Melek-el-Kâmel, para predicar también allí el Evangelio de Jesús. Deseo subrayar este episodio de la vida de san Francisco, que tiene una gran actualidad. En una época en la que estaba en curso un enfrentamiento entre el Cristianismo y el Islam, Francisco, armado voluntariamente solo con su fe y su mansedumbre personal, recorrió con eficacia el camino del diálogo. Las crónicas nos hablan de una acogida benevolente y cordial recibida del sultán. Es un modelo en el cual también hoy deberían inspirarse las relaciones entre cristianos y musulmanes: promover un diálogo en la verdad, en el respeto recíproco y en la mutua comprensión (cfr Nostra Aetate, 3). Parece además que en 1220 Francisco visitó Tierra Santa, echando así una semilla, que traería mucho fruto: sus hijos espirituales, de hecho, hicieron de los Lugares en los que vivió Jesús en un un ámbito privilegiado de su misión. Con gratitud pienso hoy en los grandes méritos de la Custodia Franciscana de Tierra Santa.
Vuelto a Italia, Francisco entregó el gobierno de la Orden a su vicario, fray Pedro Cattani, mientras que el papa confió a la protección del cardenal Ugolino, el futuro Sumo Pontífice Gregorio IX, a la Orden, que recogía cada vez más adhesiones. Por su parte el Fundador, dedicado completamente a la predicación que llevaba a cabo con gran éxito, redactó una Regla, después aprobada por el Papa.
En 1224, en el eremitorio de Verna, Francisco vio el Crucifijo en forma de un serafín, y del encuentro con el serafín crucificado, recibió los estigmas; se convirtió así en uno con Cristo crucificado: un don, por tanto, que expresa su identificación con el Señor.
La muerte de Francisco – su transitus – sucedió la noche del 3 de octubre de 1226, en la Porciúncula. Tras haber bendecido a sus hijos espirituales, murió, acostado sobre la tierra desnuda. Dos años más tarde el Papa Gregorio IX lo inscribió en el elenco de los santos. Poco tiempo después se erigía en Asís una gran basílica en su honor, meta aún hoy de muchísimos peregrinos, que pueden venerar la tumba del santo y disfrutar la visión de los frescos de Giotto, pintor que ha ilustrado de modo magnífico la vida de Francisco.
Se ha dicho que Francisco representa un alter Christus, era verdaderamente un icono vivo de Cristo. Fue también llamado el “hermano de Jesús”. En efecto, éste era su ideal: ser como Jesús, contemplar al Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior, enseñándola también a sus hijos espirituales. La primera bienaventuranza del Discurso de la Montaña – Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3) – encontró una luminosa realización en la vida y en las palabras de san Francisco. Verdaderamente, queridos amigos, los santos son los mejores intérpretes de la Biblia; éstos, encarnando en su vida la Palabra de Dios, la hacen más atrayente que nunca, de modo que habla realmente con nosotros. El testimonio de Francisco, que amó la pobreza para seguir a Cristo con dedicación y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo también un estilo de vida sobrio y un desapego de los bienes materiales.
En Francisco el amor por Cristo se expresó de modo especial en la adoración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. En las Fuentes franciscanas se leen expresiones conmovedoras, como esta: “Tema toda la humanidad, tiemble el universo entero y exulte el cielo, cuando sobre el altar, en la mano del sacerdote, está Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¡Oh favor estupendo! Oh sublimidad humilde, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, se humille tanto para esconderse para nuestra salvación, bajo una modesta forma de pan” (Francisco de Asís,Escritos, Ediciones Franciscanas, Padua 2002, 401).
En este año sacerdotal, quiero también recordar la recomendación dirigida por Francisco a los sacerdotes: “Cuando quieran celebrar la Misa, puros de forma pura, hagan con reverencia el verdadero sacrificio del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor nuestro Jesucristo” (Francisco de Asís, Escritos, 399). Francisco mostraba siempre una gran deferencia hacia los sacerdotes, y recomendaba respetarlos siempre, incluso en el caso de que personalmente fueran poco dignos. La motivación de su profundo respeto era el hecho de que éstos han recibido el don de consagrar la Eucaristía. Queridos hermanos en el sacerdocio, no olvidemos nunca esta enseñanza: la santidad de la Eucaristía nos pide ser puros, vivir de modo coherente con el Misterio que celebramos.
Del amor de Cristo nace el amor hacia las personas y también hacia todas las criaturas de Dios. Este es otro rasgo característico de la espiritualidad de Francisco: el sentido de fraternidad universal y de amor por la creación, que le inspiró el célebre Cántico de las criaturas. Es un mensaje muy actual. Como recordé en mi reciente encíclica Caritas in veritate, es sostenible solo un desarrollo que respete a la creación y que no dañe el medio ambiente (cfr nn. 48-52), y en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año he subrayado que también la constitución de una paz sólida está unida al respeto de la creación. Francisco nos recuerda que en la creación se despliega la sabiduría y la benevolencia del Creador. La naturaleza es entendida por él precisamente como un lenguaje en el que Dios habla con nosotros, en el que la realidad divina se hace transparente y podemos nosotros hablar de Dios y con Dios.
Queridos amigos, Francisco fue un gran santo y un hombre alegre. Su sencillez, su humildad, su fe, su amor por Cristo, su bondad hacia cada hombre y cada mujer le hicieron alegre en toda situación. De hecho, entre la santidad y la alegría subsiste una relación íntima e indisoluble. Un escritor francés dijo que en el mundo hay una sola tristeza: la de no ser santos, es decir, la de no estar cerca de Dios. Mirando el testimonio de Francisco, comprendemos que éste es el secreto de la verdadera felicidad: ¡ser santos, cercanos a Dios!
Que la Virgen, tiernamente amada por Francisco, nos obtenga este don. Nos confiamos a Ella con las palabras mismas del Pobrecillo de Asís: “Santa María Virgen, no hay ninguna como tu nacida en el mundo entre las mujeres, hija y sierva del altísimo Rey y Padre celestial, Madre del santísimo Señor nuestro Jesucristo, esposa del Espíritu Santo, reza por nosotros... ante tu santísimo Hijo querido, Señor y Maestro” (Francisco de Asís, Escritos, 163).