miércoles, 27 de noviembre de 2019

ALFONSO RATISBONNE :¡ERA, SIN DUDAS, ELLA!


Alphonse Ratisbonne era un joven judío de Estrasburgo, rico, cultivado, callejero, hijo de banquero... En 1842, Ratisbonne vivía en Roma. Era ateo y tenía un escepticismo quisquilloso que le llevaba a levantar querellas contra la Iglesia y el cristianismo. Tenía un amigo: el barón de Bussieres, muy piadoso, que multiplicaba por su conversión votos y exhortaciones.


Ratisbonne había accedido desde hacía algún tiempo -por pura gentileza, y porque no le concedía verdaderamente importancia alguna- a llevar consigo una medalla piadosa ofrecida por su amigo; un día, el amigo de Ratisbonne le invita a dar un paseo en coche; el carruaje del barón de Bussieres se para en la pequeña plaza de Roma, donde se eleva la iglesia de San Andrés delle-Fratte.


El barón -que ha de hacer una gestión en la iglesia- desciende, e invita a su pasajero a esperar, o a acompañarle; es asunto, añade, de pocos minutos. Ratisbonne, antes que aburrirse en el vehículo, decide visitar la iglesia, sin otra intención -por supuesto- que adicionarla a su colección de monumentos romanos.


Cuando empuja la puerta de esa iglesia, es un perfecto incrédulo, curioso por la arquitectura... Ratisbonne se mantiene no lejos de la entrada, cerca de una capilla lateral, algo empotrada en la muralla, a su izquierda; es un incrédulo que tiene dos o tres minutos que desperdiciar; que no está mejor dispuesto a las emociones místicas, ni deseoso de creer; pero su incredulidad va a terminar allí, hecha añicos por la evidencia; la capilla que Ratisbonne recorre con mirada distraída, que ninguna obra maestra detiene en su paso, desaparece bruscamente.


Lo que él ve entonces es la Virgen María, tal y como figura en la medalla que lleva al cuello, y tal como está hoy representada, con colores realzados por algunos artificios luminosos, en la capilla de San Andrés delle-Fratte.


Esta es la narración que hace el propio Ratisbonne; estamos en el 20 de enero de 1842:


«... Si alguien me hubiera dicho en la mañana de aquel día: "Te has levantado judío y te acostarás cristiano"; si alguien me hubiera dicho eso, lo habría mirado como al más loco de los hombres.

»Después de haber almorzado en el hotel y llevado yo mismo mis cartas al correo, me dirigí a casa de mi amigo Gustave, el pietista, que había regresado de la caza; excursión que le había mantenido alejado algunos días.

»Estaba muy asombrado de encontrarme en Roma. Le expliqué el motivo: ver al Papa.

»Pero me iría sin verlo -le dije-, pues no ha asistido a las ceremonias de la Cátedra de San Pedro, donde se me habían dado esperanzas de encontrarlo.

»Gustave me consoló irónicamente y me habló de otra ceremonia completamente curiosa, que debía tener lugar, según creo, en Santa María la Mayor. Se trataba de la bendición de los animales. Y sobre ello hubo tal asalto de equívocos y chanzas como el que se puede imaginar entre un judío y un protestante.

»Hablamos de caza, de placeres, de diversiones del carnaval; de la brillante velada que había organizado, la víspera, el duque de Torlonia. No podían olvidarse los festejos de mi matrimonio; yo había invitado a M. de Lotzbeck, que me prometió asistir.

»Si en ese momento -era mediodia- un tercer interlocutor se hubiese acercado a mí y me hubiera dicho: "Alphonse, dentro de un cuarto de hora adorarás a Jesucristo, tu Dios y Salvador; y estarás prosternado en una pobre iglesia; y te golpearás el pecho a los pies de un sacerdote, en un convento de jesuitas, donde pasarás el carnaval preparándote al bautismo; dispuesto a inmolarte por la fe católica; y renunciarás al mundo, a sus pompas, a sus placeres, a tu fortuna, a tus esperanzas, a tu porvenir; y, si es preciso, renunciarás también a tu novia, al afecto de tu familia, a la estima de tus amigos, al apego de los judíos...; ¡y sólo aspirarás a servir a Jesucristo y a llevar tu cruz hasta la muerte!..."; digo que si algún profeta me hubiera hecho una predicción semejante, sólo habría juzgado a un hombre más insensato que ése: ¡al hombre que hubiera creído en la posibilidad de tamaña locura! Y, sin embargo, ésta es hoy la locura causa de mi sabiduría y de mi dicha.

»Al salir del café encuentro el coche de M. Théodore de Bussieres. El coche se para; se me invita a subir para un rato de paseo. El tiempo era magnífico y acepté gustoso. Pero M. de Bussieres me pidió permiso para detenerse unos minutos en la iglesia de San Andrés delle-Fratte, que se encontraba casi junto a nosotros, para una comisión que debía desempeñar; me propuso esperarle dentro del coche; yo preferí salir para ver la iglesia. Se hacían allí preparativos funerarios, y me informé sobre el difunto que debía recibir los últimos honores. M. de Bussieres me respondió: "Es uno de mis amigos, el conde de La Ferronays; su muerte súbita es la causa-añadi6-de la tristeza que usted ha debido notar en mí desde hace dos días." Yo no conocía a M. de La Ferronays; nunca le había visto, y no apreciaba otra impresión que la de una pena bastante vaga, que siempre se siente ante la noticia de una muerte súbita. M. de Bussieres me dejó para ir a retener una tribuna destinada a la familia del difunto. "No se impaciente usted -me dijo mientras subía al claustro-, será cuestión de dos minutos."

»La iglesia de San Andrés es pequeña, pobre y desierta; creo haber estado allí casi solo; ... ningún objeto artístico atraía en ella mi atención. Paseé maquinalmente la mirada en torno a mí, sin detenerme en ningún pensamiento; recuerdo tan sólo a un perro negro que saltaba y brincaba ante mis pasos... En seguida el perro desapareció, la iglesia entera desapareció, ya no vi, o más bien, ¡¡¡Oh, Dios mío, vi una sola cosa!!!


»¿Cómo sería posible explicar lo que es inexplicable? Cualquier descripción -por sublime que fuera- no sería más que una profanación de la inefable verdad. Yo estaba allí, prosternado, en lágrimas, con el corazón fuera de mí mismo, cuando M. de Bussieres me devolvió a la vida.


»No podía responder a sus preguntas precipitadas; mas al fin, tomé la medalla que había dejado sobre mi pecho; besé efusivamente la imagen de la Virgen, radiante de gracia... ¡Era, sin dudas, Ella!


»No sabía dónde estaba, ni si yo era Alphonse u otro distinto; sentí un cambio tan total que me creía otro yo mismo... Buscaba cómo reencontrarme y no daba conmigo... La más ardiente alegría estalló en el fondo de mi alma; no pude hablar, no quise revelar nada; sentí en mí algo solemne y sagrado que me hizo pedir un sacerdote... Se me condujo ante él y sólo después de recibir su positiva orden hablé como pude: de rodillas y con el corazón estremecido.


»Mis primeras palabras fueron de agradecimiento para M. de La Ferronays y para la archicofradía de Nuestra Señora de las Victorias. Sabía de una manera cierta que M. de La Ferronays había rezado por mí; pero no sabría decir cómo lo supe, ni tampoco podría dar razón de las verdades cuya fe y conocimiento había adquirido. Todo lo que puedo decir es que, en el momento del gesto, la venda cayó de mis ojos; no sólo una, sino toda la multitud de vendas que me habían envuelto desaparecieron sucesiva y rápidamente, como la nieve y el barro y el hielo bajo la acción del sol candente.


»Todo lo que sé es que, al entrar en la iglesia, ignoraba todo; que saliendo de ella, veía claro. No puedo explicar ese cambio, sino comparándolo a un hombre a quien se despertara súbitamente de un profundo sueño; o por analogía con un ciego de nacimiento que, de golpe, viera la luz del día: ve, pero no puede definir la luz que le ilumina y en cuyo ámbito contempla los objetos de su admiraci6n. Si no se puede explicar la luz física, ¿cómo podría explicarse la luz que, en el fondo, es la verdad misma? Creo permanecer en la verdad diciendo que yo no tenía ciencia alguna de la letra, pero que entreveía el sentido y el espíritu de los dogmas. Sentía, más que veía, esas cosas; y las sentía por los efectos inexpresables que produjeron en mí. Todo ocurría en mi interior; y esas impresiones -mil veces más rápidas que el pensamiento- no habían tan sólo conmocionado mi alma, sino que la habían como vuelto del revés, dirigiéndola en otro sentido, hacia otro fin y hacia una nueva vida.»

Alfonso Ratisbonne entró en la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos.


Después de haber sido por 10 años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en 1848, las religiosas y las misiones de Ntra. Sra. de Sión. En solo los diez primeros años Ratisbone consiguió la conversión de 200 judíos y 32 protestantes. Trabajó lo indecible en Tierra Santa, logrando comprar el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.


lunes, 18 de noviembre de 2019

RP.HORACIO BOJORGE: VIVA CRISTO REY!!!


  Que Dios sea el Rey del universo no es ninguna novedad. Puesto que Él lo ha Creado y es todopoderoso, y todos los reyes están en la palma de su mano y hace con ellos lo que quiere.

            Lo grande, lo misterioso de esta fiesta es que Dios ha querido ser Rey del Universo como Hombre. Que el Rey del Universo es un Hombre como nosotros. Y que por lo tanto, uno de nuestra naturaleza y de nuestra raza es Soberano, Rey y Señor del Universo.

            Esto resulta por demás novedoso y sorprendente cuando medimos la distancia que hay entre la pequeñez de un hombre y la fugacidad de su vida sobre la tierra por un lado y la grandeza y duración del universo por el otro.

            En estos días hemos meditado sobre la grandeza y duración del universo. La luz viaja a 300.000 Kms./seg. Nos llega desde el Sol en 8 minutos y algo. Desde la otra estrella más cercana, Alfa del Centauro, en 30 años/luz. En ir y volver de ella a caballo de un rayo de luz se nos irían 60 años de vida. Las demás estrellas, serían inalcanzables en una vida humana. Las dimensiones y duración de estrellas y galaxias, es inimaginable. )Quién puede imaginar lo que son, tanto como duración cuanto como distancia, 360 millones de años luz? A esa distancia y después de ese tiempo, podemos ver hoy la explosión de una Galaxia. Estamos algo atrasados de noticias.

            Esa inmensidad nos habla de la Grandeza, del Poder y de la Eternidad del Verbo Creador de Dios. Dijo y fueron hechas. El Universo, la Creación, en su grandeza, o en la estructura atómica de la materia, o en la perfección de la organización de un ser viviente y del equilibrio ecológico en el jardín Tierra... Todo eso es como un Dedo que señala hacia el Creador. Como un signo que nos habla de Él. El Hombre es el único ser material capaz de entender lo que ese dedo apunta y lo que ese signo significa. El único ser material que puede no sólo conocer sino hablar con ese Ser Creador y dirigirse a él en la Oración, la Alabanza y la Súplica. Y sin embargo muchos hombres, mirando ese dedo, están como el perro bobo, al que se le señala la pieza y se queda mirando el dedo. Pienso en algunos programas científicos de Quality o Infinito, o del National Geographic...

            Hay una misteriosa resistencia en no querer ser únicos en el universo. Hay como una desesperada búsqueda de otras creaturas que nos releven del privilegio de ser los únicos seres inteligentes y capaces de conocer a Dios. Un inmenso campo de antenas ausculta el cielo tratando de captar alguna voz de una creatura inteligente. En treinta años o más de escucha, nada se ha oído. Mientras tanto, Dios ha hablado por medio de su Hijo, aquí en la tierra... Y: )Quién ha escuchado nuestra voz?

            En la intención de Dios, el Hombre tenía que ser el Ser capaz de conocerlo y escuchar su voz, capaz de dialogar con él y amarlo. El hombre tenía que ser el diputado de la materia, ciega, muda, inerte, tonta, que la pusiera en vibración con el canto del gloria. Sin nuestra alabanza, el universo material entero estaría mudo. Es cierto que los ángeles cantan, pero ellos no pertenecen al mundo material, como nosotros. No pueden representarlo, ni su alabanza pone en movimiento porciones de materia. Nuestro cuerpo, en cambio, es como un instrumento musical, en donde nuestro espíritu hace resonar y pone en vibración acordes materiales que se expanden como ondas hacia el infinito. Así como la luz de las estrellas nos llega como un hilo de luz desde distancias inimaginables, la voz de nuestra alabanza llega a los rincones inalcanzables del cosmos y viajará, seguirá viajando por el universo aún después de haber nosotros dejado esta morada terrenal y haber llegado a la patria futura. Y como un eco que se repite chocando en los muros lejanísimos del Universo, nuestro canto de alabanza seguirá resonando y repitiéndose como un eco, de esos que se multiplica, reflejado en una pieza de espejos, centuplicándose por los siglos de los siglos y poniendo en vibración toda la materia. (Oh efecto inimaginable de nuestra débil voz humana con la que hemos hecho vibrar, como caja de resonancia, este cuerpo mortal, y contagiado desde él con su vibración, al universo entero! Este cuerpo que no está hecho para la lujuria, sino para ser caja de resonancia del himno de Su Gloria. (Por Él, con Él y en Él... !

            Sin nuestra alabanza, el Universo entero estaría mudo. Date cuenta (oh Hombre! de tu dignidad. Eres el diputado de la materia para conocer, reconocer, amar, alabar y proclamar con todo tu cuerpo la Gloria del Creador. Eres como un Angel de la Materia inanimada. Y el universo inmenso y duradero se dice en tu voz débil y efímera, se dice como himno de Gloria. Es en tu voz, donde "los cielos proclaman la Gloria de Dios".

            Todo tu ser está en intercambio de comunión con la materia, por la respiración, por la alimentación, hasta por la corrupción de la muerte. Amasado de tierra, eres la única porción de tierra que está animada de un soplo divino. Y por eso llamado a ser soberano del Universo: su Rey.

            (Qué lógica conexión existe entre el misterio de la Encarnación al que nos introducirá el inminente próximo adviento y este misterio del Reino de Jesús sobre el Universo, material y humano! Por la Encarnación, el Dios-Rey-divino instaura el reino del Dios-Rey-humano.

            En Jesús, Hombre verdadero, se realiza el designio del Comienzo, frustrado por el pecado de Adán. El Hombre llega a ser en Jesús el Cristo, Rey del Universo, como el Padre quería.

            Ese Hombre reina por el Amor. Su reino es de amor. Por eso no se impone sobre los que dicen: No queremos que reine sobre nosotros. (Y cuántos son hoy los hombres que lo dicen! (Toda nuestra cultura actual! Nuestra cultura apóstata se ha venido sacudiendo a Dios como un yugo. Lo sacó de sus escuelas, de sus universidades, de su historia y de su filosofía, de sus leyes, de sus gobiernos, de sus costumbres, de sus conversaciones, de sus signos y símbolos, de su lenguaje... No quiere ningún signo exterior que se lo recuerde... No quiere, tampoco y mucho menos, que le digamos que, sin embargo: Él está ahí... Y es Rey. Y que lo es no como el Dios deísta sino como el Hombre Jesús, Verbo hecho carne.

            Esta cultura moderna y postmoderna es la que quiere establecer frente al Reino de Cristo, otro Reino. El Reino del Hombre endiosado en lugar de Cristo. Esta es la cultura del Anti-Cristo. Parodia del Reino de Cristo.

            Pero Cristo Reina. No hemos de temer. El Señor ha entronizado a su Rey en Sion su Monte Santo. )Por qué se confabulan las naciones y los reyes murmuran contra el Señor y su Rey? Rompamos su coyunda, sacudamos su yugo.El Señor desde el cielo sonríe, El Señor se burla de ellos, los quebranta como vasos de barro con su cetro de hierro (Salmo 2).

            Mi corazón espera el día en que veré otra Humanidad. Una Humanidad distinta a ésta dentro de la cual me tocó vivir en mi efímera vida mortal. Aquella Humanidad sentirá lo que se adelantan a profetizar en mi corazón el Espíritu y la Esposa: enjuiciará estos siglos y llorará el error de los hombres de esta cultura. Desde lo más hondo de su corazón lanzará la oración de su profundo anhelo: (Ven Señor Jesús! (Ven Rey del Universo! Ven a reinar sobre nosotros como has reinado dentro de nosotros en tus fieles! (Qué necios fueron nuestros antepasados que no quisieron que Tú los gobernaras con tu yugo suave y tu carga ligera! (Ellos! (que no podían ni siquiera gobernarse a sí mismo y dominar sus pasiones! (Ellos a los que tiranizaban los caprichos de su corazón! (Ellos pensaron que podían gobernarse a sí mismos y gobernar a otros, e incluso gobernar el mundo, instalando el Reino del Hombre sobre el Hombre! Así fue como instalaron la tiranía mentirosa del Anticristo para destronarte a Ti y arrebatarte el Reino que te ha dado el Padre!

            Nosotros hemos conocido ese reino atroz. Ya no creemos en ese ídolo, en esas ideologías 'cristianas' que quisieron suplantar a Jesús el Cristo haciéndolo manipulable por el Hombre. Nosotros somos los desengañados de las ideologías del Anti-Cristo, del Anti-Jesús. Del Antifaz fraudulento. (Ven Tú, Señor, ven en persona a reinar sobre nosotros, pues nosotros reconocemos el poder y el honor y la gloria que te ha dado el Padre para siempre! (Nosotros reconocemos que somos tu herencia y la porción de tu heredad para siempre!
           
            Muchísimos mártires del siglo veinte murieron gritando ¡viva Cristo Rey! No era una consigna, no era un programa, no era un lema. Nadie puede prever lo que dirá en esa hora. Quizás el que premedite frases heroicas sólo atine a implorar ¡no me maten!

            El grito de ¡Viva Cristo Rey!, por lo tanto, no es un grito humano. Es un don, una gracia del Espíritu Santo que lo proclama en Espíritu y en Verdad a través de la boca de los mejores hijos del Padre celestial, sacrificados como Corderos inocentes. Por su boca, es el Espíritu Santo quien lo grita a un mundo que no quiere que Cristo reine sobre ellos.

Yo sueño en ese día en que Jesús será aclamado y elegido por unanimidad (por lo menos por mayoría absoluta, porque la generación perversa e incrédula no pasará antes de su venida). Ese día, el Reino que le ha dado el Padre será reconocido y convalidado desde abajo, por todos los redimidos, como lo es ahora por nosotros. Y ese día el Padre verá a la Humanidad que creó y redimió con la sangre de su Hijo y verá "que es buena" como me consuela a mí imaginándola, y la bendecirá.

viernes, 8 de noviembre de 2019

HANS URS VON BALTHASAR: DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

Aquí tenemos la visión de Jesús sobre la historia del mundo que vendrá después de él. Mientras que la primera lectura ve por adelantado la última fase de la historia -, separando a los malvados que serán quemados como paja, de los justos, que brillarán como el sol-, Jesús en el evangelio ve la constantes teológicas dentro de la historia. La predicción de la destrucción del templo no es más que un preludio. Mientras está en pie, el templo está en la casa del Padre que debe conservarse limpia para la oración. Pero Jesús no se ata a templos de piedra; tampoco a las catedrales o a los magníficos templos barrocos –ni al cuidado y conservación de los mismos-, sino solo al templo de su cuerpo, que será la Iglesia, sobre cuyo destino se predicen tres cosas:

Muchos vendrán usando mi nombre...; no vayáis tras ellos. Pablo habló de la inevitabilidad de los cismas, todos los cuales ciertamente vendrán en mi nombre. Jesús condenó irremisiblemente a aquellos por los que viene el escándalo (Mt 18,7), y sin embargo los cismas son inevitables: así destacarán también lo hombres de calidad (1 Co 11,19). El que suplicó al Padre por la unidad de los cristianos no podía prever nada más doloroso ¿Son irremediables los cismas? Casi automáticamente vienen a la mente estas palabras: “Nadie hecha un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado (Mt 9,16). Aquí se recomienda sólo una cosa: No vayáis tras ellos.

Después viene la previsión “de guerras y lamentaciones de pueblo contra pueblo y reino contra reino”.Esto no es un empréstito del lenguaje apocalíptico que hoy ya no habría que tomar en serio, es más bien la consecuencia de que Jesús no viniera a traer la paz terrena sino la espada y la visión hasta en lo más íntimo de las relaciones familiares (Mt 10,34). Lo que su doctrina suscita en la historia, es la aparición de las bestias apocalípticas. Y cuanto más aumentan los instrumentos del poder terrestre, tanto más absolutas llegar a ser la oposiciones. Esto es bastante paradójico, porque Jesús declaró bienaventurados a los débiles y a los que trabajan por la paz, pero justamente su presencia hace que las olas de la historia del mundo se enfurezcan cada vez más. La doctrina y la persona de Jesús fueron ya intolerables para sus contemporáneos; “¡Fuera, fuera! Crucifícalo! A su pretensión de ser la Verdad (se ha declarado Hijo de Dios, Jn 19,7), la historia del mundo responderá de una manera cada vez más violenta.

Por eso la persecución no será un episodio ocasional sino un existencial para la Iglesia de Cristo y para cada uno de los cristianos. En este punto Jesús es formal (vers. 12-17). “Os”perseguirán a vosotros, los representantes de la Iglesia, y por tanto a toda la Iglesia. Como lugares en los que los cristianos deben dar testimonio (martyrion) se mencionan la sinagogas y los tribunales paganos. Se anuncian arrestos, cárceles, traiciones y odios por todas partes, incluso por parte de la propia familia; en cambio, sólo matarán a algunos de estos mártires, lo que ha de tenerse presente para el concepto martirio. (También en el Apocalipsis aparece más o menos lo mismo, se exige dar testimonio con el compromiso de la propia vida, lo que a veces implica ponerla en peligro, pero no necesariamente el testimonio del ángel).

¿Qué debe hacer el cristiano? Pablo da en la segunda lectura una respuesta lacónica: trabajar. Y trabajar como él. Tanto en la Iglesia como en el mundo. Pablo ha trabajado día y noche. “nadie me dio de balde el pan que comí. Al cristiano se le exige un compromiso en la Iglesia y en el mundo, visto desde la providencia de Dios: “Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá” (Lc 21,18).

VIRGEN DE LOS 33 PATRONA DEL URUGUAY


Su figura, nombre e historia, forman parte del imaginario del pueblo uruguayo, su Santuario integra nuestro Patrimonio Nacional. Es la Patrona de nuestro país y un símbolo qué, en su permanencia, solidifica los orígenes culturales, raciales e históricos del Uruguay.

Su talla data del siglo XVIII por los guaraníes y fue confiada a Antonio Díaz, indio de Santo Domingo de Soriano, de quién recibió su primera capilla en el Pintado. Fundadora de la Villa de San Fernando de la Florida en 1825, vio a pie a los Treinta y Tres Orientales con la bandera tricolor, al gobierno provisorio y a la asamblea que declara nuestra independencia.

Fue honrada a lo largo del tiempo con distintas coronas, una obsequiada por Manuel Oribe y otra con alhajas de las mujeres orientales.Declarada Patrona de la República Oriental del Uruguay por el Papa Juan XXIII, fue coronada solemnemente en la Piedra Alta en 1961. El Papa Juan Pablo II la honró en Tres Cruces y peregrinó hasta ella en Florida.

Su Santuario – Catedral, que se levanta ante la Plaza de la Asamblea, está enriquecido con delicadas pinturas que representan el nacimiento de Jesús, Pentecostés y la Asunción y Coronación de María. Se destacan sus puertas de bronce, obra de Belloni.

RP HORACIO BOJORGE: NUESTRA SEÑORA DE LOS 33

“Santísima Virgen María, ante cuya imagen
inclinaron su bandera y doblaron
reverentes su rodilla
los fundadores de nuestra Patria
Protege siempre a este pueblo
nacido a tu sombra bienhechora.
Haz ¡Oh Madre!
que en nuestros hogares florezcan la religión y
todas las virtudes cristianas.
Haz que veamos el reinado de Cristo,
que es el de la verdad y la justicia.
Alcánzanos estas gracias y la de la eterna salvación,
de tu hijo Jesucristo que con el Padre y el Espíritu Santo
vive y reina por los siglos
de los siglos.
Amén”

VIRGEN DE LOS 33

sábado, 2 de noviembre de 2019

LOS SUFRAGIOS POR LOS DIFUNTOS


"El máximo enigma de la vida humana es la muerte". Sin embargo, la fe en Cristo convierte este enigma en certeza de vida sin fin. Él proclamó que había sido enviado por el Padre "para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16) y también: "Esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna; yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,40). Por eso, en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano la Iglesia profesa su fe en la vida eterna: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro".

Apoyándose en la Palabra de Dios, la Iglesia cree y espera firmemente que "del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado".

249. La fe en la resurrección de los muertos, elemento esencial de la revelación cristiana, implica una visión particular del hecho ineludible y misterioso que es la muerte.

La muerte es el final de la etapa terrena de la vida, pero "no de nuestro ser", pues el alma es inmortal. "Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida"; desde el punto de vista de la fe, la muerte es también "el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino".

Si por una parte la muerte corporal es algo natural, por otra parte se presenta como "castigo del pecado" (Rom 6,23). El Magisterio de la Iglesia, interpretando auténticamente las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cfr. Gn 2,17; 3,3; 3,19; Sab 1,13; Rom 5,12; 6,23), "enseña que la muerte ha entrado en el mundo a causa del pecado del hombre".

También Jesús, Hijo de Dios, "nacido de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal 4,4) ha padecido la muerte, propia de la condición humana; y, a pesar de su angustia ante la misma (cfr. Mc 14,33-34; Heb 5,7-8), "la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición".

La muerte es el paso a la plenitud de la vida verdadera, por lo que la Iglesia, invirtiendo la lógica y las expectativas de este mundo, llama dies natalis al día de la muerte del cristiano, día de su nacimiento para el cielo, donde "no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni preocupaciones, porque las cosas de antes han pasado" (Ap 21,4); es la prolongación, en un modo nuevo, del acontecimiento de la vida, porque como dice la Liturgia: "la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo".

Finalmente, la muerte del cristiano es un acontecimiento de gracia, que tiene en Cristo y por Cristo un valor y un significado positivo. Se apoya en la enseñanza de las Escrituras: "Para mí vivir es Cristo, y una ganancia el morir" (Fil 1,21); "Es doctrina segura: si morimos con Él, viviremos con Él" (2 Tim 2,11).

250. Según la fe de la Iglesia el "morir con Cristo" comienza ya en el Bautismo: allí el discípulo del Señor ya está sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si muere en la gracia de Dios, al muerte física ratifica este "morir con Cristo" y lo lleva a la consumación, incorporándole plenamente y para siempre en Cristo Redentor.

La Iglesia, por otra parte, en su oración de sufragio por las almas de los difuntos, implora la vida eterna no sólo para los discípulos de Cristo muertos en su paz, sino también para todos los difuntos, cuya fe sólo Dios ha conocido.

Sentido de los sufragios

251. En la muerte, el justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí para hacerle partícipe de la vida divina. Pero nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias personales de todas sus culpas. "La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia y de Trento".

De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas del Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.


Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los Santos. Así, "la Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos, "porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (2 Mac 12,46)". Estos sufragios son, en primer lugar, la celebración del sacrificio eucarístico, y después, otras expresiones de piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de las almas de los difuntos.

JOSEPH RATZINGER: EL CEMENTERIO COMO LUGAR DE ESPERANZA...


El lugar que ocupa el Campo santo Teutónico, el cementerio alemán en Roma, perteneció en otro tiempo al circo de Nerón, que se adentraba mucho en lo que es hoy la plaza de San Pedro. Éste es el lugar en el que murieron por Cristo los primeros mártires de Roma. Nerón convirtió su muerte en espectáculo, quemando a unos como antorchas vivientes y echando a otros, revestidos con pieles de animales, a perros salvajes que los destrozaban. Muy cerca también se encuentra el cementerio en el que fue enterrado Pedro y del que ahora se puede visitar gran parte bajo la iglesia de san Pedro. El lugar en que Nerón practicó su macabro juego con la muerte se ha convertido para los cristianos en un lugar santo: el tirano acabó suicidándose, pero también el supuestamente indestructible imperio romano se hundió. La fe de los mártires, la fe de Pedro sobrevivió al imperio romano. Se mostró con la fuerza que, en todas las decadencias, era capaz de crear un mundo nuevo.

Aproximadamente hacia el año 800, los francos, por aquel entonces la potencia hegemónica de Occidente, fundaron aquí un cementerio en el que daban sepultura a sus peregrinos que fallecían en Roma; más tarde pasó a ser el cementerio de los alemanes en Roma. No es difícil adivinar lo que los francos habían pensado al fundar este campo santo: la tumba de Pedro no era una tumba cualquiera, era el testimonio del poder más fuerte de Jesucristo, que llega más allá de la muerte. Así sobre la muerte se yergue el signo de la esperanza quien se hace enterrar en este lugar, se aferra a la esperanza, a la victoriosa fe de Pedro y de los mártires. La tumba de Pedro habla, como toda tumba, del carácter inevitable de la muerte, pero ante todo habla de la resurrección. Nos dice que Dios es más fuerte que la muerte y que, quien muere en Cristo muere para la vida. Querían acostarse cerca de Pedro, cerca de los mártires, para estar en buena compañía en la muerte y en la resurrección. Se trataba de asociarse a los santos y de asociarse así al poder salvador de Jesucristo mismo. La comunión de los santos abarca la vida y la muerte: a ella nos aferramos precisamente al morir, para no caer en el vacío, para ser aupados por ellos hasta la verdadera vida; para, por decirlo así, en su compañía, no comparecer solos ante el juez y, gracias a su presencia junto a nosotros, poder resistir en la hora del juicio.

Así, el cementerio, el lugar de la tristeza y de la caducidad, se ha convertido en un lugar de esperanza. Quien se hace enterrar aquí dice con ello: “Creo en ti, Cristo resucitado. Me aferro a ti. No vengo solo, en la soledad mortal de quien no puedo amar, vengo en la comunión de los santos, que tampoco me deja en la muerte”. Esta transformación del lugar de la tristeza en el lugar de la esperanza se percibe también en la forma exterior de ese cementerio, de los cementerios cristianos en general: lo embellecen flores y árboles; lo adornan signos de amor y de solidaridad. Es como un jardín, un pequeño paraíso de paz en un mundo sin paz, y, por tanto, un signo de la vida nueva.

El cementerio como lugar de esperanza: esto es cristiano. Esta es, aplicada, la fe de los mártires, la fe en la resurrección. Pero debemos añadir que la esperanza no elimina sin más la tristeza: la asumimos, y, a través del panorama sobre esa vastedad, se va transformando lentamente y así también nos purifica, nos hace videntes del hoy y del mañana. Era muy humano que la liturgia omitiera antes el aleluya en la misa de difuntos, y diera a la tristeza su lugar de forma perfectamente clara. No podemos saltar simplemente por encima del ahora de nuestra vida. Solo aceptando la tristeza podemos aprender a descubrir en la tiniebla la esperanza.

Estas conexiones se expresan, de forma muy fácil de advertir, en la iglesia perteneciente a este cementerio. Está dedicada a la Virgen de las Angustias, que en italiano se llama Madonna de la Pietà, Nuestra Señora de la Piedad. Quién habría creído más firmemente en la resurrección que María? Quién habría podido estar más segura de la esperanza que ella? Pero sufre, pese a su certidumbre de la resurrección, la muerte le duele, el momento del viernes santo es para ella indeciblemente oscuro. Sufre en cuento que ama. Al co-amar,co-padecer. En el retablo del altar mayor está representada María que se inclina sobre el cadáver del hijo sostenido por dos hombres: El rostro de María está lleno de tristeza, pero también de bondad. El dolor provienen de la bondad, y por eso está desprovisto de amargura, de acusaciones. Esta imagen nos sirve de consuelo. En esta imagen aprendemos que la tristeza, que el dolor asumido, nos purifica y nos hace madurar, y nos ayuda a ver mejor las perspectivas de la vida: nos enseña a volvernos cada vez más a lo eterno. Nos ayuda a co-amar y a co-padecer con quienes allí sufren.

Así, el mensaje de este cementerio adopta múltiples formas. Nos recuerda la muerte y la vida eterna. Pero también nos habla de esta vida presente nuestra, de nuestra cotidianidad. Nos anima a pensar en lo caduco y en lo perenne: nos invita a no perder de vista los criterios ni la meta. No cuenta lo que tenemos, sino lo que somos ante Dios y para los hombres: esos es lo que cuenta. El cementerio nos invita a vivir de tal modo, que no caigamos fuera de la comunión de los santos. Nos invita a buscar y a ser en la vida lo que puede permanecer en la muerte y en la eternidad.

viernes, 1 de noviembre de 2019

DIÁCONO JORGE NOVOA:LOS SANTOS, UN TESORO EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA

Cuando entramos en contacto con la vida de la Iglesia, y descubrimos en ella a los santos, quedamos cautivados al contemplar la belleza que se percibe en sus vidas. Ellos esparcen la fragancia del "buen olor de Cristo".

Como enseña la Sagrada Escritura: "Si Cristo es la víctima, nosotros somos la fragancia que sube del sacrificio hacia Dios, y la perciben tanto los que se salvan como los que se pierden. Para los que se pierden es olor de muerte que lleva a la muerte; para los que se salvan, fragancia de vida que conduce a la vida (II Cor 15-16).

Los caminos que  recorren buscando cumplir la voluntad de Dios, y la obra que Él realiza en ellos por su gracia, nos deja admirados. Nos hemos encontrado con la belleza, ella siempre arrebata el corazón del hombre, poseedora de un esplendor propio, es portadora de un mensaje del cielo: la santidad.

Nos surgen espontáneamente algunas preguntas: ¿qué núcleo íntimo ha sido alcanzado en estos hombres y mujeres que ha producido en ellos este cambio tan radical? ¿Qué sostiene la entrega en medio de los actos rutinarios de cada día?

En la Sagrada Escritura, la palabra griega "Kairos", designa al tiempo pero como momento de Dios. La acción salvífica de Dios que "pasa " tiene, como todas sus acciones, la eficacia de alcanzar el núcleo de la realidad que toca, a su "paso" nada queda igual. Dios puede utilizar una infinita gama de medios para manifestarse,  por mencionar solamente algunos: "la zarza que no se consume","la brisa de la mañana", la voz nocturna que llama a Eliseo. Estas manifestaciones de Dios realizadas en la Antigua Alianza, preparaban "la visita" que se realizaría por el Hijo en la plenitud de los tiempos. Ellas estaban orientadas hacia el potente "sígueme" de Jesús.

 En el Hijo unigénito, Dios visita a su pueblo, no de un modo provisional. Él "pone su morada" entre los hombres para sellar definitivamente la Nueva Alianza. Basta recordar a Nicodemo (el Maestro de la ley) (Jn 2), la mujer Samaritana (Jn 3) o al Centurión (Jn 3), relatos que expresan la singularidad del "paso" de Dios que se hace presente en Jesús. 

Dos ejemplos

S. Francisco de Asís, hoy exaltado por su relación con la naturaleza y por la actitud armoniosa que mantenía frente a toda la creación, es presentado muchas veces corriendo por los prados (Hermano sol hermana luna) o conversando con un lobo    ( no el hecho en sí, pero su presentación a mí me parece un tanto cargada de sentimentalismo), como características generales que muestran la vida del santo en el modo de su entrega  a Dios. 

Pero, hay un hecho en su vida, que realmente impacta, y es el protagonizado con su padre. Este le recrimina sus actitudes y le hace ver, que todo se lo debe a él, incluso lo que lleva puesto. Francisco se quita la ropa frente  el obispo Guido, ante quien copareció obligado por su padre. Esto realmente impresiona. Aquí sí, algo lo ha alcanzado en su núcleo más intimo, y ya nada podrá ser igual. ¿Cuál es el motor que mueve a ésta decisión?

Madre Teresa de Calcuta sale de aquel Colegio de la India en el cual educaba a jóvenes de una casta influyente y se va tras la compañía de los leprosos, que llevan en su cuello un cencerro para alertar a los demás de su presencia peligrosa. Una presencia enferma, desfigurada y poco agradable. ¿Qué ha ocurrido en ese corazón? ¿Cuál es el motor que ha puesto en movimiento esta decisión?

Caminemos un paso más, y luego de tomada esta decisión, ¿qué es lo que la sostiene? ¿Qué permite sostener una entrega tan radical, cuando la rutina comienza a llenar de polvo todos los rincones de la existencia? Cuando parece que a nuestro alrededor nada cambia.

Al servicio del amor de Jesucristo
El motor que los mueve y sostiene es una persona, Jesucristo. Han participado de esa experiencia maravillosa que anida en el corazón de la Iglesia: han visto y oído a Jesucristo. Es la presencia de Jesús la que nutre todas sus acciones, han sido alcanzados por el amor del Señor. Solo el amor de Cristo puede sostener una entrega tan generosa.

Esta vivencia es la que expresa San Pablo en su carta a los romanos; ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? (Rom. 8,35-36). Habiendo encontrado la perla escondida en el campo, venden todo lo que tienen para ponerse al servicio de ese amor. El apóstol de las Gentes expresa el dinamismo  de la caridad  en su II Cor 5,14, diciendo; el amor de Cristo nos urge.

Si miramos a estos hombres, comprendemos que sus emprendimientos no están asentados sobre ellos mismos, se manifiesta claramente la desproporción que hay entra la obra y los instrumentos. Se apoyan en alguien más fuerte. La fuerza que reciben gratuitamente y que les da la mayor de las seguridades, es el amor de Cristo. Nada hay tan seguro como el amor del Señor.

San Agustín, en sus Confesiones, describe magistralmente la saciedad que produce encontrarse con el amor del Creador y cómo, esto lo mueve en el deseo de alabarlo.

"¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz."

Este es el secreto escondido en el corazón de la Iglesia: han visto al Señor, y cada día se apoyan más en la seguridad de su Amor. Han gustado  de su presencia y viven pendientes de cumplir su voluntad. Este canto de amor que entonan con su existencia, resuena en el corazón del mundo llenándolo de oxígeno. Nada puede apartarnos del amor del Señor!

CARDENAL LUIS MARTINEZ SISTACH: LA COMUNION DE LOS SANTOS

En nuestra cultura y en nuestras tradiciones están muy presentes dos fiestas cristianas que celebramos muy unidas. Se trata de Todos los Santos y los Difuntos. Son dos solemnidades riquísimas de contenido teológico y espiritual. Se trata de la Iglesia de los santos y de la Iglesia que se purifica, respectivamente.

La solemnidad de Todos los Santos da el tono de entrada a todas las demás fiestas. Es la solemnidad de la asamblea celestial. Martimort, experto en liturgia, decía que la Iglesia no tiene una edad de oro histórica, como por ejemplo en las literaturas, a la cual sea normal referirse como clásica. La edad de oro de la Iglesia es celestial. En cualquier época de la historia, la Iglesia terrenal lleva en ella la presencia del Reino de Dios.

Desde el siglo V se hace memoria de los santos en las plegarias eucarísticas y su culto se desarrolla de forma progresiva. Comenzó haciendo memoria de los mártires de cada iglesia diocesana y de los mártires más famosos de las otras diócesis. Una fiesta de Todos los Santos ya es conocida en el siglo V en unas cuantas Iglesias de Oriente, desde donde pasó a Roma. El 13 de marzo de 610, el Papa Bonifacio IV transformó en iglesia el Panteón romano y lo dedicó a María y a los mártires, e hizo de este día la fiesta de Todos los Santos, que el año 835 el papa Gregorio IV pasó al día 1 de noviembre.

La fiesta de Todos los Santos pone de relieve la vocación universal de los cristianos a la santidad. Esta es la primera y fundamental vocación de los bautizados y es expresión de su gran dignidad.

La plegaria por los difuntos es una de las prácticas cristianas que nos viene desde los mismos orígenes, y de alguna manera podemos decir que es una práctica con unas raíces religiosas profundas, aunque en la fe cristiana adquiera una nueva dimensión totalmente propia. El sentido cristiano de esta plegaria por los difuntos se fundamenta en la comunión con los que han muerto y en la experiencia de la condición pecadora que nos corresponde. Con esta plegaria encomendamos a los difuntos a la misericordia de Dios. El fundamento de esta plegaria de intercesión es la fe y la comunión cristianas en la fuerza de la muerte y de la resurrección de Cristo.

La comunión de los santos consiste en que entre todos los cristianos que integran la Iglesia en cualquiera de sus tres etapas -peregrina, purgante y triunfante- existe una verdadera comunicación espiritual de bienes, como consecuencia de la unión de todos los creyentes con Jesús y en la Iglesia, que es su Cuerpo. Los cristianos gozamos de un patrimonio común formado por los méritos de Cristo y las buenas obras y la plegaria de la Virgen Santísima y de los santos.

Nuestra fe cristiana es culto a la Vida y proclamación de que la muerte no tiene la última palabra en la historia humana, porque nuestro Dios es un Dios de vivos y, por el Espíritu Santo, nos da la Vida en Jesucristo resucitado. Estas fiestas dan su sentido auténtico a la muerte, una realidad profundamente humana. Resulta evidente lo que afirma el Concilio Vaticano II cuando dice que la muerte "es el mayor enigma de la vida humana". Sin embargo, Jesús ilumina este enigma con sus palabras: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá." La muerte, para un creyente en Cristo, es ciertamente el punto final de la vida terrenal, pero es también la aurora de una vida nueva y feliz en la posesión de Dios por toda la eternidad.