lunes, 27 de diciembre de 2021

COLOQUIOS 6: LA PANDEMIA Y EL ADVIENTO...ENTRE INSEGURIDADES Y CERTEZAS

 

TOMMASO FEDERICI: 25 DE DICIEMBRE, UNA FECHA HISTÓRICA

Un preámbulo


Comúnmente se acepta la noticia, antigua, según la cual la celebración de la Navidad del Señor fue introducida en la primera mitad del siglo IV por la iglesia de Roma por motivos ideológicos. Se habría colocado el 25 de diciembre para contraponerse a una peligrosa fiesta pagana, el Natale Solis invicti (quizá Mitra, como es probable, o quizá el título de un emperador romano). Se habría fijado esta fiesta en el solsticio de invierno (21-22 de diciembre), cuando el sol reanudaba su marcha triunfal hacia su máximo resplandor. Por tanto, en ámbito cristiano, remontando nueve meses, se habría fijado en el 25 de marzo la celebración de la anunciación del Ángel a la Virgen María de Nazaret, y su inmaculada Concepción del Hijo y Salvador. Por consiguiente, seis meses antes de la natividad del Señor se habría colocado también la fiesta de la natividad de su precursor y profeta Juan Bautista.

Por otra parte, Occidente no celebraba el anuncio de la natividad de Juan a su padre, el sacerdote Zacarías, que, en cambio, desde fechas muy lejanas, se conmemora en el Oriente sirio el primer domingo del "Tiempo del Anuncio" (Sûbarâ), que comprende en otros cinco domingos la anunciación a la Virgen María, la visitación, la natividad del Bautista, el anuncio a José, la genealogía del Señor según Mateo.

El Oriente Bizantino, igualmente desde fechas inmemoriales, celebra el 23 de septiembre también el anuncio a Zacarías.

Tenemos, pues, cuatro fechas evangélicas consecutivas que siguiéndose se entrelazan, a saber: I) el anuncio a Zacarías y II) seis meses después la anunciación a María, III) respectivamente nueve y tres meses de las primeras dos fechas, la natividad del Bautista, y IV) respectivamente seis meses de esta última fecha, y naturalmente nueve meses después de la anunciación, la Natividad del Señor y Salvador.

La referencia, digamos, litúrgica de todo esto sería, pues, la Natividad del Señor establecida el 25 de diciembre, y basándose en esta fecha se disponen las fiestas de la anunciación nueve meses antes, y de la natividad del Bautista seis meses antes. Los historiadores y liturgistas plantean al respecto varias hipótesis que unas más y otras menos son aceptadas. El problema es que ya en los siglos II-IV fueron planteadas distintas fechas que tenían en cuenta cálculos astronómicos o ideas teológicas.

Una fecha "histórica" externa, es decir, que no fuera bíblica, patrística ni litúrgica, y que confirmase las opiniones de los estudiosos no se conocía aún.

Una referencia: el anuncio a Zacarías

Lucas está atento a la hora de situar la historia. Por ejemplo, cita un edicto de Cesar Augusto (para el censo de Quirino en torno al 6-7 a.C) durante el cual nace el Señor (Lc 2,1-2). Además coloca en el año decimoquinto del imperio de Tiberio Cesar (27-28 d.C) el comienzo de la predicación preparatoria del Señor por parte de Juan Bautista (Lc 3,1). Y escribe: "Y era el mismo Jesús, al comenzar (su ministerio después del Bautismo, Lc 3,21-22) como de treinta años” (Lc 3,23) de hecho tenía 33 o 34 años.

Según su sugestiva narración evangélica, el Ángel Gabriel, el mismo de la anunciación a María (Lc 1,26-38), al terminar Zacarías la ofrenda del incienso en el Santuario había anunciado al anciano sacerdote que su mujer Isabel, estéril y anciana, daría a luz un hijo, destinado a preparar un pueblo para Aquel que iba a venir (Lc 1,5-25). Lucas se preocupa de colocar este hecho con precisión gracias a un dato conocido por todos. Refiere que Zacarías pertenecía a la “clase (sacerdotal, ephêmería) de Abías” (Lc 1,5), y cuando se le aparece a Gabriel “ejercía su ministerio sacerdotal en el turno (táxis) de su orden (ephemería)” (Lc 1,8).

Así remite a un hecho general que no presenta dificultades, y a otro específico y puntual que presenta un problema. El primer hecho, conocido por todos, era que en el santuario de Jerusalén, según la narración del cronista, el mismo David había dispuesto que los “hijos de Aarón” estuvieran distribuidos en 24 táxeis, hebreo sebaot, los turnos perennes (1 Cr 24,1-7.19). Dichas clases, alternándose en un orden inmutable, debían prestar servicio litúrgico durante una semana, de “sábado a sábado”, dos veces al año. La lista de las clases sacerdotales hasta la destrucción del Templo (año 70 d.C) según el texto de los Setenta era establecido por sorteo de la siguiente manera: I) Yehoyarib, II) Yedayas, III) Jarín, IV) Seorín, V) Malquías, VI) Miyamín, VII) Hacós, VIII) Abías, IX) Jesús, X) Secanías, XI) Eliasib, XII) Yaquín, XIII) Jupá, XIV) Yesebab, XV) Bilgá, XVI) Imer, XVII) Jezir, XVIII) Hapisés, XIX) Petajías, XX) Ezequiel, XXI) Yaquín, XXII) Gamul, XXIII) Delayas, XXIV) Maazías (la lista de 1 Cr 24, 7-18).

El segundo hecho es que Zacarías, pertenecía al turno de Abías el VIII. El problema que plantea esto es que Lucas escribe cuando el Templo sigue en actividad y, por tanto, todos podían conocer sus funciones, y no anota cuándo estaba en ejercicio el turno de Abías. Tampoco dice en cuál de los dos ciclos anuales Zacarías recibió el anuncio del Ángel en el santuario. Y parece que a lo largo de los siglos nadie se ha interesado en recordarlo o investigarlo. La misma Comunidad madre, la Iglesia de Jerusalén, judeocristiana de idioma arameo, que tradicionalmente (al menos durante dos siglos) fue gobernada por lo parientes de Jesús, Santiago y sus sucesores, no parece que se preocupase de este detalle, que para los contemporáneos era obvio.

EL TURNO DE ABÍAS CON FECHA SEGURA
En 1953, la gran especialista francesa Annie Jaubert, en su artículo “Le calendrier des Jubilèes et de la secte de Qumrán, Ses origines bibliques” en Vetus Tetsamentum Suplemento 3 (1953) pgs 250-264, había estudiado el calendario del libro de los Jubileos,un apócrifo judío muy importante de finales del siglo II aC. Pues bien, numerosos fragmentos del texto de dicho calendario, hallados en las cuevas de Qumrán, demostraban no sólo que habían sido hecho por los Esenio que allí vivían (desde el siglo II a.C hasta el siglo I d.C) sino que seguía en uso. Este calendario es solar, y no da nombre a los meses, los llama con números consecutivos. La estudiosa había publicado además sobre este tema numeroso artículos importantes; véase también el título “calendario de Qumrán”, en Enciclopedia de la Biblia. Y en una célebre monografía, La date de la Cène, Calendrier biblique et liturgie chrètiene, Etudes Bibliques, Paris, 1957, había reconstruido la sucesión de los acontecimientos de la Semana Santa, situando de manera convincente (salvo para algunos) en martes y no en jueves.

Por su parte, también el especialista Shemarjahu Talmon, de la Universidad Hebraica de Jerusalén, había tratado sobre los documentos de Qumrán y el calendarios de los Jubileos, y había logrado establecer con precisión el desarrollo semanal del orden de los 24 turnos sacerdotales en el templo, entonces aún en función. Publicó sus resultados en el artículo “The Calendar Reckoning of the Sect from the Judean Desert. Aspects of the Dead Sea Scroll, e Scripta Hierosolymitana, vol IV, Jerusalén, 1958, pgs 162-199; se trata de un estudio esmerado e importante, pero que, hay que decirlo, pasó casi inadvertido en el gran circuito pero no para Annie Jaubert. La lista que el profesor Talmon reconstruye indica que el “turno de Abías (Al- Jah) prescrito por dos veces al año, tenía lugar: I) la primera vez, del 8 al 14 del tercer mes del calendario,y II) la segunda vez del 24 al 30 del octavo mes del calendario. Ahora bien según el calendario solar ( no lunar como es el actual calendario judío), esta segunda vez corresponde en torno a la última década de septiembre.

Como señala también Ammassari, “Alle origini del calendario natalizio”,en Euntes Docete 45 (1992), pgs 11-16, con la indicación sobre el “turno de Abías”,Lucas se remonta a una preciosa tradición judeo-cristiana jerosolimitana, que ha encontrado como narrador esmerado de historia (Lc 1,1-4), y ofrece la posibilidad de reconstruir algunas fechas históricas.

Así el rito bizantino recuerda el 23 de septiembre el anuncio a Zacarías, y conserva una fecha histórica segura, y casi precisa (quizás con un desfase de uno o dos días).

FECHAS HISTÓRICAS DEL NUEVO TESTAMENTO
La principal datación histórica sobre la vida del Señor versa sobre el acontecimiento principal: su resurrección en la narración unánime de los cuatro Evangelios (y del resto de la Tradición apostólica del Nuevo Testamento,véase 1 Cor 15,3-7) ocurrió durante el amanecer del domingo 9 de abril del año 30 d.C, fecha astronómica segura, la fecha de su muerte, por tanto, fue hacia las 15 horas del viernes 7 de abril del mismo año 30.

Según los datos establecidos por la reciente investigación, antes mencionada, hay una trama impresionante de otras fechas históricas. El ciclo de Juan Bautista tiene establecida (aproximadamente) la fecha histórica del 24 de septiembre de nuestro calendario gregoriano del año 7-6 a.C para el anuncio divino a su padre Zacarías. En el cómputo actual sería en el otoño del año 1 a.C, pero sabemos que desde el siglo VI hay un error de unos seis o cinco años sobre la fecha real del año de la natividad del Señor.

La natividad de Juan Bautista nueve meses después (lc 1,57-66), aproximadamente 24 de junio, es una fecha histórica. Por tanto, en el ciclo de Cristo Señor, que Lucas coloca en forma de díptico especular con el del Bautista, la anunciación a la Virgen María de Nazaret “en el sexto mes” después de la concepción Isabel (Lc 1,28) resulta otra fecha histórica.

Por consiguiente, y por fin, la natividad del Señor el 25 de diciembre es una fecha histórica, es decir, 15 meses después del anuncio a Zacarías, nueve meses después de la anunciación a su Madre, la Virgen María, seis meses después del nacimiento de Juan Bautista.

La santa circuncisión ocho días después del nacimiento, según la ley de Moisés (Lev 12,1-3), es una fecha histórica.

PROBLEMAS LITÚRGICOS

La fecha de la Natividad está rodeada de una serie de problemas. En primer lugar, se da el hecho de que en algunas iglesias se unió y a veces se confundió el 25 de diciembre con el 6 de enero, día que reunía la memoria de todos los acontecimientos que rodeaban la natividad del Salvador.

Luego, la distinción aproximada entre memoria de un hecho, que puede durar generaciones, la devoción en torno a este hecho, que puede manifestarse con un culto no litúrgico, y la institución de una fiesta litúrgica con fecha y oficio propios, que comprende la liturgia de las horas santas, y la de los misterios divinos.

Aquí hay que tener en cuenta, cosa que generalmente no se hace, la increíble memoria de las comunidades cristianas respecto a los acontecimientos evangélicos y los lugares donde sucedieron.

La Anunciación, por ejemplo, había entrado en las formulaciones de algunos de los “Símbolos bautismales” más antiguos ya en el siglo II. En la misma época fue representada en el arte cristiano primitivo, como en las catacumbas de Priscila. En el mismo Nazaret, como ha demostrado espléndidamente la arqueología, la comunidad local conservó y veneró sin interrupción alguna el lugar de la Anunciación, y fue visitada por un constante flujo de peregrinos a lo largo de los siglos dejaron grafitos y frases conmovedoras, hasta nuestros días. Cuando comenzó el culto litúrgico de la Madre de Dios, ya entrado en el siglo V,se creó la fiesta litúrgica del Euaggelismós, la anunciación a María. Esta adquirió una resonancia tan extraordinaria que en Occidente los Padre la incluyeron entre “los orígenes de nuestra redención” (con la Navidad, los Reyes Magos y las bodas de Caná), y en Oriente fue considerada tan solemne y casi dominante, que su fecha en el rito bizantino anula el domingo e incluso el jueves santo, cede sólo ante el viernes santo, y cae en el domingo de Resurrección divide la celebración de modo que se celebra mitad del Canon pascual y mitad del canon de la Anunciación.

Antes de la construcción de la Basílica constatiniana de Belén (tercera d{ecada del siglo IV), la comunidad cristiana había conservado ininterrumpidamente la memoria y la veneración del lugar del nacimiento del Señor. En Egipto,la Iglesia Copta conserva con constante devoción la memoria de los lugares donde la Sagrada Familia estuvo durante su huida (Mt 2,13-18), sobre los que fueron construidas iglesias que aún ofician. Podemos mencionar tambi{en los lugares santos de Palestina, sobre todo los de Jerusalén: el Anostasis , la resurrección (reducidamente llamado santo sepulcro), el Golgota,el Cenáculo,el “Monte de Galilea” que es el de la Ascensión, el Getsemaní, Betania,la piscina probática (Jn 5,1-9), donde fue construida una iglesia, el lugar de la Dormición de la Madre de Dios en Cedrón, etc. De todos estos lugares existe una documentación priciosa, impresionante e ininterrumpida, que llega hasta nuestros días, de los peregrinos que los visitaron siempre con grandes sacrificios y peligros, y dejaron descripciones y relatos escritos de la veneración que recibían, y de los usos de la devoción de los habitantes y de otros visitantes.

Aquí el problema interesante es la elección de las fechas para las celebraciones litúrgicas. Respecto a la celebración litúrgica, en el sentido que hemos visto arriba, del Señor, de su Madre y de Juan Bautista,¿se trató de decisiones arbitrarias dictadas por ideologías o cálculos ingeniosos? No creo. El 23 de septiembre y el 24 de junio para el anuncio y la natividad de Juan Bautista, y el 25 de marzo y el 25 de diciembre para la anunciación de Señor y su natividad, no fueron fechas arbitrarias ni se copiaron de ideologías de la época. Las iglesias habían conservado memorias ininterrumpidas, y cuando decidieron rendirles celebraciones litúrgicas lo único que hicieron fue sancionar el uso inmemorial de la devoción popular.

Hay que tener en cuenta también, el hecho poco señalado de que las iglesias se comunicaban las “fechas” de sus celebraciones, y así mismo, por ejemplo, las de los testimonios de los mártires a la gloria del cielo. Para los grandes aniversarios, como las fiestas del Señor, de los apóstoles, de los mártires, de los santos obispos de las iglesias locales, y, desde el siglo V, también la de la Madre de Dios las iglesias aceptaron con gusto las propuestas de las iglesias hermanas. En la práctica, casi todas las grandes fiesta del Señor y de la Madre del Señor y de la Madre de Dios proceden del Oriente palestino y fueron aceptadas con gran entusiasmo por las iglesias del imperio y, de grandes cismas del siglo V, también por la inmensa cristiandad del imperio parto. La Navidad, como aparece, procede de Roma y fue aceptada con vacilaciones, por todas las Iglesias.

Con esto queremos decir que las Iglesias tenían la posibilidad de controlar y verificar, y hay que decir .que nuestros antiguos padres no eran unos inocentes que se lo creían todo, sino que justamente desconfiaban y rechazaban todo intento ilícito me ilegítimo de culto no comprobado.

En todo esto el evangelista Lucas tiene un papel destacado, cuando con oportunas y hábiles menciones remite a lugares y acontecimientos, a fechas y personas.

EL CLAN DE CAÍN

La Iglesia madre judeo-cristiana había conservado otras muchas memorias sobre su Señor, el judío Jesús, el “Diácono de la circuncisión” (Rom 15,8), que la investigación moderna con paciencia y trabajo está sacando a la luz después de siglos de oscuridad. Algunas son intensas y resplandecientes. Una se refiere a la elección de la madre de Dios. Después de la caída de Adán, los tres se reunieron urgentemente en consejo. El padre informó que para comenzar de nuevo había elegido a María, la Virgen de Nazaret, y había decidido hacer de ella la Madre del Hijo, dotándola con la Virginidad permanente a imitación de su Virginidad paterna, informó que él también había elegido a María por madre, y había decidido que asistiera a los tres terribles Misterios, de la natividad virginal, de la Cruz y de la Resurrección gloriosa. El Espíritu Santo informó que había elegido también a la misma María, para darle como dote nupcial su divina suavidad, para entregarle su Paráklesis, la abogacía poderosa contra el Enemigo, y su consuelo irresistible. Así vino a los hombres “del Espíritu Santo y de la Virgen María”(Lc 1,32; y el símbolo apostólico)Cristo Señor, que, engendrado en la divina eternidad por el Padre sin Madre, el Mismo nació en el tiempo de los hombres de la Madre sin padre (los Padres).Así que el Hijo de Dios e Hijo de María tuvo como término humano la Virgen Madre, mediante la cual es consubstancial a todos los hombres.
Todos los hombres no ya que salvar, término que en la edad moderna se ha vuelto equívoco, sino redimir del pecado. El pecado de Adán, que se configura también con el pecado de Caín (Gn 4,1-12).Después del fratricidio consumado contra el inocente Abel, Caín tuvo miedo del castigo, pero no tanto del de su Señor misericordioso le concedió una señal, una señal de Caín, que le sirviera de salvación de la muerte.

Entonces el Señor después del diluvio, entre todos los descendiente es de Noé, actuó con sabiduría y paciencia, según las dos irresistibles leyes de la redención, la selección regresiva o concentración, que es elección de uno, un resto asumido a favor de todos los demás, y es eliminación de los demás de esta operación, y por subsunción progresiva, que es agregación universal de todos en la salvación obtenida por el resto. Por eso el Señor de todos lo pueblos de la tierra (Gen 10) eligió a Sem y a sus descendientes (Gen 10,21-31).De la descendencia de Sem eligió a la familia de Teraj, padre de Abraham (Gn 11,27-32). De los hijos de Teraj eligió a Abraham (Gen 12,1-3) y a sus descendientes Isaac y Jacob. De los doce hijos de Jacob eligió a la tribu de Judá (Gen 49,8-12). De la tribu de Judá eligió a la semitribu de los Cainitas (o Queniceos) con Caleb, y por capital Hebrón (Job 14,6-15). De esta semitribu (o clan) eligió a la familia de Jesé, y de los ocho hijos de Jesé eligió a David (1 Sam 16,1-12) sobre el que posó su Espíritu Divino omnipotente y mesiánico (1 sam 16,13).

De David por fin e irreversiblemente descendió en la carne (Mt 1,1; Ro 1,3) mediante la virgen María, sin la participación de ningún hombre (Mt 1,16), el Hijo de Dios, Hijo de Abraham, Jesucristo el Redentor.

La señal que Caín recibió es su confluencia y la de todos los pecadores en su posteridad pecadora, resumida por los Cainitas, el clan de Caín, cuyo jefe divino y humano es el Hijo de Dios, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen María. Por eso el Hijo de Dios, el Impecable “se hizo pecado por nosotros” (2 Cor 5,21), haciéndose maldito por nosotros según la ley, porque cuelga de un madero (Gál 3,13 que cita Dt 21,23) para obtener la Bendición y la Promesa de Abraham que es el Espíritu Santo (Gál 3,14), asumió la carne de pecado cargada, por tanto, de muerte (Rom 8,3) que siendo y permaneciendo Dios se hizo también esclavo obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2,6-8), llevando a la cruz a Caín y a su descendencia, el Hijo de Dios destruyó la incapacidad de Adán y Eva de dar hijos a Dios y abrió en “subsunción progresiva” ilimitada las puertas de entrada al Padre en el Espíritu Santo.

Es también el contenido de las liturgias de Oriente y Occidente para el domingo de Resurrección y el Viernes Santo, aunque también de la Navidad, la Anunciación y natividad de la Virgen.
La Navidad del Señor en la carne es una fuente inagotable, que no conoce la trivialidad del frío “árbol” material, sino la sorpresa renovada, la maravilla jamás saciada, el estupor adorante frente a Aquel que desde el Océano infinito de la divinidad bienaventurada quiso arribar a la orilla triste y dolorosa de la historia de los hombres con un único objetivo: “Dios permaneciendo lo que era quiso hacerse también lo que no era, Hombre creado, verdadero, limitado, mortal, para que los hombres creados, limitados, mortales, permaneciendo lo que eran se convirtieran en dioses por gracia del Espíritu Santo. Esta es la fórmula de intercambio o fórmula de la divinización, que procede de la Sagrada Escritura, está codificada fielmente por los Padres y se vive con eficacia infinita en la santa liturgia de la Iglesia.

sábado, 25 de diciembre de 2021

SAN FRANCISCO DE ASÍS Y LA NAVIDAD


Relato de Tomás de Celano (1 Cel 84-87)


Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo Francisco tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la natividad de nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado.

Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación.

El santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el santo evangelio. Su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice «el Niño de Bethleem», y, pronunciando «Bethleem» como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba «niño de Bethleem» o «Jesús», se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras.

Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.

Se conserva el heno colocado sobre el pesebre, para que, como el Señor multiplicó su santa misericordia, por su medio se curen jumentos y otros animales. Y así sucedió en efecto: muchos animales de la región circunvecina que sufrían diversas enfermedades, comiendo de este heno, curaron de sus dolencias. Más aún, mujeres con partos largos y dolorosos, colocando encima de ellas un poco de heno, dan a luz felizmente. Y lo mismo acaece con personas de ambos sexos: con tal medio obtienen la curación de diversos males.

El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. Aleluya.

martes, 21 de diciembre de 2021

DIÁCONO JORGE NOVOA: NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA

No te desanimes si tus opiniones, investigaciones, recomendaciones o posiciones no son muy contempladas en tu “habitat” cotidiano. Esta afirmación del Señor se cumple en distintos planos, en la familia, el trabajo, la profesión, la docencia, la parroquia y también en la iglesia particular.

Siendo incluso el papá y la mamá, conocedores experimentados en tantas circunstancias de la vida, muchas veces no logran ser escuchados por sus hijos, e incluso reciben como respuestas a sus propuestas una cierta indiferencia.

A la hora de pensar en un predicador, siempre se espera que llegue uno del exterior, y paradojalmente en el extranjero el que es esperado es nuestro párroco. Dios hace maravillas muy cerca de ti, esa incipiente congregación que nació en tu pueblo, no sabes si no terminará extendiéndose por todo el mundo.

En el mundo profesional, siempre se mira al mundo exterior con ojos de asombro, leyendo las revistas especializadas, y mayor es el asombro al contemplar que la publicación tiene un artículo de un compatriota ¡Cuántos reconocimientos póstumos, incluso realizados por aquellos más acérrimos opositores! Hay una profesión que se ha desarrollado con nefastos resultados y es la del sembrador de dudas. Siempre con un “pero” acusador. Me vienen a la mente, los comentarios de los contemporáneos de Jesús: “no es el hijo del carpintero”, “conocemos a su madre y a su padre”, “puede salir algo bueno de Nazaret”.

Triste historia que se repite, salvo… que te animes a darle una oportunidad a los que se encuentran cerca de ti. Es posible, sé benévolo, comprensivo y creyente.


lunes, 20 de diciembre de 2021

DIÁCONO JORGE NOVOA: UNA NOCHE EN BELÉN


La gente agolpada de forma poco habitual, en la tranquila Belén, intentaba ubicarse en algún sitio. El censo decretado por el Emperador, había congregado a los descendientes de David, que venidos desde  los más inescrutables rincones de Israel, buscaban un lugar para descansar. Eran tantos y estaban tan apresurados, que en medio del día que moría lentamente, llegaba la noche amenazante para los visitantes circunstanciales que buscaban alojamiento. En esa persistente búsqueda, el NO había caído una y otra vez, sobre el matrimonio de María y José.

Era un NO que se asociaba a la noche. Un NO de puertas cerradas para los visitantes, pues, "en la posada no había lugar para ellos", y en medio de tantos NO, con la sensación de abandono, y  orfandad que producen. Surge la pregunta;  ¿quién velará por nosotros? Pues, este inhóspito recibimiento presagiaba un rechazo. Ante el multiforme NO del hombre a Dios, se aproxima el eterno SI de Dios que avanza presuroso entre las situaciones humanas que obstaculizan su realización. El SI eterno desembarcó en el si temporal de María y José, encontrando un hueco con forma de hogar, en donde recalar para quedarse con nosotros. Cálidamente preparado por Dios desde la eternidad en María.

La noche, lentamente y en forma imperceptible, comenzó a ser invadida por una luz peculiar, que no tiene su origen en la que refleja  la luna. Los pastores que cuidaban "por turnos el rebaño" se pusieron en camino, atraídos por aquel espectáculo maravilloso, pudiendo comprobar con sorpresa, que  la luz venía de un establo. Y era tan potente, que la estrella que se había posado sobre el, parecía una vela mortecina a punto de extinguirse.

A mediada que los intrigados pastores se aproximaban, crecían  los interrogantes sobre lo que estaban presenciando, ¿qué habrá dentro de la cueva que produce esa luz potente?

Los pastores al entrar en aquel recinto sagrado, sintieron  como Moisés, que la tierra que pisaban era santa. La luz misteriosa la irradiaba el  Niño. Era una luz tan amable, con un fulgor  comparable al del sol, en el que  la pobreza del establo había cobrado un brillo sin igual. Su Madre era en aquel establo la Luna, invadida por la acción de su Hijo, irradiaba una luz tan dulce como su rostro. En medio del silencio sagrado, María y José recordaban lo anunciado por el profeta Isaías: "En medio de la noche brilló una gran Luz…".

Los rostros en torno al Niño se llenaron de asombro y admiración.  Las voces endebles de los hombres fueron socorridas por los coros angélicos que glorificaban a Dios. A medida que los pastores iban llegando, se arrodillaban, y se decían suavemente unos a otros, "venid adoremos al niño".

La noche no pudo contener tanta Luz, de esta Gloria da testimonio la Iglesia. En medio de la noche de todos los tiempos, "  brilla una gran luz ". Adoremos al Señor con un silencio lleno de esperanza que embargue nuestro corazón.  Venid amigos, adoremos al Señor.

Para todo peregrino que no entra en el establo, la pregunta que éste suscita permanece sin respuestas.  Los que observan Belén desde fuera, no comprenden su  belleza eterna.

Tal vez podamos acercarnos humildemente a su Verdad, y adorar al Niño con los magos y pastores, contemplando el rostro dulce de su Madre y la nobleza sutil que se desliza en la mirada de  José su custodio. Al encontrarlo en el pesebre podemos intentar inclinarnos ante él, para beber de su secreto gozo, de su verdad inefable, y de su silencioso encanto.

"La noche no interrumpe tu historia con el hombre, la noche es tiempo de salvación"

miércoles, 8 de diciembre de 2021

DOGMA DE FE: INMACULADA CONCEPCIÓN


LA DEFINICION DOGMÁTICA

El Papa Pío IX, en la Bula Ineffabilis Deus, del 8 de diciem­bre de 1854 definió solemnemente el dogma de la Inmaculada concepción de María con estas palabras:

"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina ,"que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer ins­tante de su concepción, fue, por singular gracia y privilegio 1, Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios y, Por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles" (Dz. 1641).

EXPLICACION DEL CONTENIDO DEL DOGMA
Repasemos cada una de las proposiciones de la defini­ción.

El primer instante de la concepción de María
En la concepción de María, engendrada por sus padres, hay que distinguir la concepción activa, es decir la acción de engendrar por parte de San Joaquín y de Santa Ana, y la concepción pasiva, o sea, el resultado de la acción de engen­drar o el ser mismo de María, fruto de esa acción. El dogma se refiere a la concepción pasiva, enseñando que desde el pri­mer instante en que es constituida como persona, lo es sin mancha alguna de pecado.

Contrariamente a lo que afirmaban algunos teólogos en épo­cas pasadas ‑para salvar la universalidad del pecado origi­nal‑, que habiendo contraído el pecado estuvo sometida a él por un instante, para ser luego inmediatamente después santi­ficada por Dios en el seno de su madre.

Inmune de toda mancha de culpa original
Es dogma de fe que el pecado original se transmite a todos los hombres por generación natural, de tal modo que todos son concebidos en pecado (cfr. Conc. de Trento: DZ 791). Ahora bien, como María fue inmune de la culpa, al ser concebida sin pecado, no tuvo esa culpa y, por ello, tampoco tenía las consecuencias de esa falta. Esto supone tres cosas: l) la ausencia de toda mancha de pecado; 2) la presencia de la gracia santificante con las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo y, 3) la ausencia de inclinación al mal. Esta mala inclinación es llamada Fomes peccati.

Estos tres puntos se dieron en María:
1)Ausencia de cualquier mancha de pecado. Ella fue inmune al reato de la culpa y de la pena debidas al pecado original, en virtud de que nunca tuvo ese pecado;

2) Llena de gracia santificante. Por lo anterior, al no tener pecado, el alma de María estuvo llena de la gracia santificante, desde el primer instante de su ser, y poseía las virtudes infu­sas y los dones que acompañan ese estado de santidad;

3) Ausencia de la inclinación al mal. El pecado, que consiste en la aversión a Dios y en el amor desordenado a las criaturas provoca la inclinación al mal. En María esto no se dio, puesto que jamás tuvo pecado alguno.

martes, 7 de diciembre de 2021

JUAN PABLO II: CATEQUESIS INMACULADA CONCEPCIÓN


1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de Oriente, la expresión llena de gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación.

Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3,15) como una fuente escriturística de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplastará la cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta a la serpiente bajo sus pies.

Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Ese texto, por consiguiente, no atribuye a María, sino a su Hijo la victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo

2. En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia.
A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese período de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (AAS 45 [1953], 579).

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.

3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres.

Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1). La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual, cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12,5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías. La mujer-comunidad está descrita con los rasgos de la mujer-Madre de Jesús.

Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12,2). Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19,25), donde participa, con el alma traspasada por la espada (cf. Lc 2,35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.

Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.

Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.

4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.

El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50,7; Jb 14,2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5,12.18). Por consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Cor 5,21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abundó el pecado» (Rm 5,20).

Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad.

San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.

El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 31-V-96]