lunes, 25 de diciembre de 2017

HANS URS VON BALTHASAR: NAVIDAD

ls 52,7-10; Hb 1,1-6; Jn 1,1-18
La Palabra se hace carne. En el grandioso  prólogo de Juan se despliega ante nosotros toda la plenitud del plan divino de la salvación. Ciertamente dentro de la historia surge el testigo que como testimonio del precursor del más grande es la entrada en nuestro mundo de aquel que en el principio, antes de la creación de todo mundo, estaba junto a Dios y como Dios ha creado, vivificado e iluminado todo en el mundo. Navidad no es un acontecimiento intrahistórico, sino la irrupción de la eternidad en el tiempo.  Por eso Pascua tampoco será un mero evento intrahistórico, sino el retorno del Resucitado desde la historia de la eternidad.La ley dada por Moisès era intrahistórica, pero toda ella remitìa prolèpticamente al verdadero intèrprete de Dios, el “único que es Dios y està al lado del Padre,, el que nos ha mostrado a Dios tal cual es, como gracia y verdad. Verdad quiere decir: Dios es asì; y gracia quiere decir: Dios es amor puro y gratuito. Este primero de todos ha venido hoy al mundo, al mundo que èl ha creado y que le pertenece. Hay muchos hombres que no  le conocen y no le aceptan, pero a nosotros, que creemos y le amamos, se nos ha dado la gracia de poder acogerlo en nosotros , y por èlmcon èl llegar a ser hijos de Dios. Navidad no es sòlo su nacimiento, debe ser también nuestro nacimiento de Dios junto con èl.

Hoy  te he engendrado. La segunda lectura,de la carta a los Hebreos , habla igualmente  de la divinidad del Verbo encarnado. Mientras que Juan acentúa más el alfa, ahora se pone el acento sobre la omega: en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente. Ahora, en esta etapa final, al final de la historia en  la omega, el Padre ha resumido todo en una única Palabra. Pero este orien y este final de todas las cosas es un acontecimiento en el hoy. En Dios no hay ni pasado ni futuro, sino eterno presente, eterno hoy se hace presente  en lo temporal. Esto significa no solamente que todo lo precedente, lo veterotestamentario, era desde siempre el alba de este hoy , sino también que el hoy de la irrupción del acontecimiento eterno en Dios jamás podrá convertirse en un pasado temporal. En cada fiesta de Navidad, el ahora de la venida de Dios al mundo no solamente se hace de nuevo actual, sino que no puede, en ningún momento de la vida cotidiana, no ser presente. Las fiestas nos recuerdan solamente, a nosotros, hombres olvidadizos, que la entrada de Dios en la historia se realiza siempre ahora. El Señor que viene cada vez, está siempre por venir de nuevo; él nunca se aleja para poder venir de nuevo. Esto es precisamente lo que hay que tener presente para su venida eucarística.
Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios. En la primera lectura el profeta introduce otros dos elementos: en primer lugar la existencia de los mensajeros del gozo que anuncian la venida del Señor. Sin esta llamada permanente y este regocijo de los mensajeros, tal vez olvidáramos la venida del Señor. Mensajeros eran los profetas, mensajero es la Sagrada Escritura; mensajeros son en la Iglesia los santos y todos aquellos que están animados por el Espíritu Santo. Y el segundo elemento es que el mensaje gozoso de la Iglesia no es una doctrina secreta sólo conocida en algunos círculos esotéricos, sino que es un mensaje abierto al mundo: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios. En la revelación de Cristo no hay nada oculto. Jesús dirá ante Pilato: Yo he hablado públicamente a todo el mundo, siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen los judíos. La profundidad de su revelación es desde el principio un misterio sagrado, pero públicamente revelado.

sábado, 23 de diciembre de 2017

HANS URS VON BALTHASAR: NOCHE BUENA

Is 9,1-3.5-6 ; Tt 2,11-14 ; Lc 2, 1-14
 
El signo del Niño. La providencia de Dios crea la constelación perfecta que se requiere para el acto central de la historia de mundo. El Mesías, en el evangelio, debe no solamente descender de la estirpe de David, por medio de José, sino también nacer en la ciudad de David. El decreto del emperador romano debe contribuir a ello. El Mesías debe nacer como niño porque así lo quiere la profecía: Un niño nos ha nacido. Y sólo porque es un niño su reino será grande. El Niño debe nacer en la pobreza del mundo (no es casual que no haya sitio en la posada), para participar así desde el principio en su pobreza. Y si sobre esta amarga pobreza (de un establo y un pesebre) se manifiesta todo el esplendor del cielo, es sólo para, desde el gran canto de alabanza, remitir a la gente sencilla al signo más pobre todavía: en la hora suprema del cumplimiento de Israel, ésta es la señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Es como una universalidad vertical: entre la gloria más esplendente de arriba y la pobreza más extrema de abajo, reina una perfecta correspondencia y unidad.

Termina la guerra. La gran alegría mesiánica resuena en la primera lectura –la profecía de Isaías- en la luz que resplandece sobre la humanidad que caminaba en tinieblas; con motivo del nacimiento del niño, su júbilo aumenta como en una donación festiva. Nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado. Todo lo que el niño será y hará, lo será y lo hará por nosotros. La profecía cumplida del Mesías sobre el trono de David nos dice que la paz hasta ahora inimaginable y la plena justicia de la alianza han comenzado definitivamente desde ahora y por siempre. Esta paz era inconcebible hasta el presente porque tiene el poder de acabar con la guerra; por este motivo, el nuevo soberano debe llamarse a la vez Dios guerrero y Príncipe de la paz. Jesús dirá las dos cosas: él ha venido para traer la paz y la espada; pero una espada que puede y debe destruir la guerra y traer una paz sin límites. Se trata de una nueva universalidad sobre todas las fuerzas y posibilidades del hombre: la guerra que supone tomar partido por el niño y comprometerse con su causa será el camino hacia su reino de paz. La muerte ha sido absorbida en la victoria (1 Co 15,54) y la guerra en la paz.

Para salvar a todos los hombres
. La última universalidad, por así decirlo horizontal, es proclamada en la segunda lectura, de la carta a Tito, que extiende la mesianidad del Niño más allá de Israel, a toda la humanidad. El pueblo purificado, que es propiedad particular de Dios, no será ya un pueblo separado del resto de los pueblos, sino que todos los que en el mundo entero se decidan a pasar del ateísmo al seguimiento de Cristo, pertenecerán en lo sucesivo a él. Por eso aquí, desde la Navidad, se mira prolépticamente a la cruz: a la entrega de Jesús por nosotros (pro nobis) para rescatarnos de toda impiedad (v.14). Navidad, como descenso de Dios en la pobreza, no es más que el preludio de lo que se consumará después en la cruz y en Pascua: la redención no sólo de Israel, sino la salvación de toda la humanidad. Como dicen los Padres de la Iglesia: Se hizo hombre para poder morir.

jueves, 21 de diciembre de 2017

HANS URS VON BALTHASAR: CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO (B)


2 S 7,1-5.8b-12,14a.16 ; Rm 16, 25-27 ; Lc 1,26-38

La casa de David. En la primera lectura, el rey David, que habita en su palacio, tiene mala con ciencia de que, mientras él vive en casa de cedro, Dios tenga que conformarse con una simple tienda. Por eso decide, como hacen casi todos los reyes de los pueblos, construir una morada digna para Dios. Pero entonces el propio Dios interviene, y sus palabras son tanto una reprensión como una promesa. David olvida que es Dios el que ha construido todo su reino, desde el mismo instante en que, siendo David un simple pastor de ovejas, le ungió rey, acompañándole desde entonces en todas sus empresas. Pero la gracia llega aún más lejos: la casa de Dios ha comenzado, el mismo Dios la construirá hasta el final: en la descendencia de David y finalmente en el gran descendiente suyo con el que culminará la obra. Dios no habita en la soledad de los palacios, sino en la compañía los hombres que creen y aman; éstos son sus templos y sus iglesias, y nunca conocerán la rutina. La casa de David se consolidará y durará por siempre en su hijo. Esto se cumple en el evangelio.

La Virgen desposada con un varón de la casa de David es elegida por Dios para ser un templo sin igual. Su hijo, concebido en su vientre por obra del Espíritu Santo, establecerá su morada en ella, y todo el ser de la Madre contribuirá a la formación del Hijo hasta convertirlo en un hombre perfecto. También aquí el trabajo de Dios no comienza sólo desde el instante de la Anunciación, sino desde el primer momento de la existencia de María. En su Inmaculada Concepción, Dios ha comenzado ya a actuar en su templo: sólo porque Dios la hace capaz de responderle con un sí incondicional, sin reservas, puede establecer su morada en ella y garantizarle, como a David, que esta casa se consolidará y durará por siempre. Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. El Hijo de María es mucho más que el hijo de David: Es más que Salomón. (Mt 12,42). El propio David lo llama Señor (Mt 22,45). Pero aunque Jesucristo edificará el templo definitivo de Dios con piedras vivas (1 P 2,5) sobre sí mismo como piedra angular, nunca olvidará que se debe a la morada santa que es su Madre, al igual que procede de la estirpe de David por José. La maternidad de María es tan imperecedera que Jesús desde la cruz la nombrará Madre de su Iglesia: ésta procede ciertamente de su carne y sangre, pero su Cuerpo místico, la Iglesia, al ser el propio cuerpo de Jesús, no puede existir sin la misma Madre, a la que él mismo debe su existencia. Y a los que participan, dentro de la Iglesia, en la fecundidad de María, él les da también una participación en su maternidad (Metodio, Banquete III, 8).

El templo que Dios se construye no se concluirá hasta que todas las naciones hayan sido traídas a la obediencia de la fe. Eso es precisamente lo que se anuncia al final de la carta a los Romanos. Esta construcción definitiva es operada por los cristianos ya creyentes, que no se encierran dentro de su Iglesia, sino que están abiertos al misterio que les ha sido revelado por Dios y, en razón de la profecía de los Escritos proféticos, en los que se habla de David y de la Virgen, creen que el evangelio no se limita exclusivamente a la Iglesia, sino que afecta al mundo en su totalidad. El templo construido por Dios remite siempre, más allá de sí mismo, a una construcción mayor que ha sido proyectada por Dios y que no concluirá hasta que haga de los enemigos de Cristo estrado de sus pies y Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza (1 Co 15,24s).

miércoles, 13 de diciembre de 2017

HANS URS VON BALTHASAR: TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (B)



Is 61,1-2a. 10-11 ; 1 Ts 5,16-24 ; Jn 1,6-8.19-28

Domingo de Gaudete: esperamos a Dios no con temor y temblor, sino con alegría. El profeta anuncia su llegada en la primera lectura e indica la razón de esta alegría: la venida del enviado del Señor significará la curación y la liberación para todos los pobres, atribulados, cautivos y prisioneros. Este año de gracia del Señor nos concierne a todos, porque en el fondo todos nosotros estamos encerrados en nosotros mismos, encadenados por nosotros mismos; no somos incólumes, sino que somos tan pobres y estamos tan atribulados que no podemos curarnos a nosotros mismos. Pero Dios no nos traerá esta curación desde fuera, por un milagro externo, sino desde dentro de nosotros mismos, al igual que el organismo sólo se cura desde su interior. Y como Dios ha derramado su Espíritu en nuestros corazones, éste puede transformarnos desde dentro: Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas. El Dios que nos ha creado no está lejos de nuestro fondo más íntimo, ni es ajeno a él; Dios tiene la llave de nuestra intimidad más secreta. Quizá sólo con el paso del tiempo nos demos cuenta de que Dios trabaja ya en nosotros desde hace mucho tiempo.

Crecimiento de la vida interior. Y así crecemos en los sentimientos o actitudes que la segunda lectura exige de nosotros: porque pertenecemos a Cristo, debe prevalecer en nosotros la alegría; porque no podemos curarnos a nosotros mismos ni realizarnos plenamente desde nosotros mismos, debemos rezar, dar gracias a Dios y hacer sitio al Espíritu que actúa en nosotros, no debemos menospreciar la enseñanza que viene de Dios -¡cuántas veces la dejamos de lado porque creemos que ya no tenemos nada que aprender!-; hemos de aprender a distinguir el bien del mal y, dejando hacer a Dios, no pasivamente sino activamente, dar al Espíritu que habita en nosotros la oportunidad de actuar. Como contrapartida, se nos promete la paz de Dios en todo nuestros ser, que aquí aparece dividido en tres aspectos: nuestro cuerpo, nuestra alma y, más allá de ellos, nuestro espíritu, es decir, precisamente esa profundidad secreta de nuestro yo donde actúa el Espíritu Santo y donde, en lo más profundo de nuestra intimidad, se abre una puerta hacia Dios, a través de la cual él puede entrar en su propiedad.

Distancia como proximidad. El que es consciente de esto puede, como el Bautista en el evangelio, ser testigo de la luz de Dios y a la vez negar tenaz y rotundamente que él sea la luz. Está muy lejos de querer decir que él sea la luz en lo más profundo de sí mismo, no es la luz ni siquiera en la chispa más íntima de sí mismo, donde su espíritu está en contacto con el Espíritu de Dios. Cuanto más se acerca el hombre a Dios para dar testimonio de él, tanto más claramente ve la distancia que existe entre Dios y la criatura. Cuanto más espacio deja a Dios dentro de sí, tanto más se convierte en un puro instrumento de Dios: una voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor. Cuanto más trata Dios a la Madre de su Hijo como su morada, más se siente ella como la humilde esclava. El Bautista, al que se pregunta en el evangelio con qué autoridad bautiza, distingue finalmente: Yo bautizo con agua, pero aquel de que yo doy testimonio bautizará con el Espíritu Santo; y aunque Jesús le considerará como el mayor de los profetas, él se siente indigno de desatar la correa de su sandalia. Tu puedes llamare amigo, pero yo me considero siervo (san Agustín).

ADVIENTO: TIEMPO DE LA ATENCIÓN DE MARÍA


a) La Anunciación: atención al momento divino

El pasaje de la Anunciación pone ante nuestros ojos, para que lo contemplemos, el momento de la comunicación de Dios, y el modo de comportarse de María delante del ángel. ¿Qué hace María? Escucha, se turba, pregunta, se pregunta. Es una actitud de diálogo sencillo, instintivo, lleno de fe y al mismo tiempo delicado, atento, perfectamente proporcionado a la situación que es también nueva, imprevista e inédita. María está enraizada en la fe de Israel, testigo privilegiado de la comunicación de Dios, lleva en su corazón las esperanzas de su Pueblo.


b) La Visitación: atención al momento cotidiano de la existencia humana

También encontramos la Visitación ¿Qué hace María? Va en dirección de su prima que la necesita. Dios no ha producido ningún sentimiento de alineación, lo anunciado no ha provocado en Ella un distanciamiento de las realidades cotidianas, por una infravaloración de lo ordinario. La atención al momento divino la sumerge en una más apreciable atención a lo cotidiano de la existencia humana. Podría quedarse contemplándose a sí misma y las promesas del mensaje recibido. María se pone en camino, sirve, ayuda, come y comparte la suerte de su prima con alegría. Ella esta atenta al momento humano de la existencia, está atenta a las situaciones, a las personas y a las cosas. Lo cotidiano desde la fe se torna valioso y desafiante.


En ambos hechos hemos descubierto esta actitud de atención de María, al momento divino de la acción de Dios en el mundo y al momento cotidiano de la existencia humana. Ha respondido fundamentalmente al momento de Dios, llamado en la Escritura kairos, tiempo oportuno y propicio para la obra de la salvación.


Veamos un poco, esta actitud que hemos llamado "atención" y que el es modo de ser de María que Lucas privilegia, sea ante el misterio divino, sea ante las sencillas realidades de la vida.


Atención es una actitud vigilante del corazón, es una transparencia de mirada, una prontitud para notar los signos de la voluntad de Dios a nuestro alrededor, y que nos invitan a entregarnos. Es manifestación de la presencia de un amor rico en detalles.


En cambio, desatención es la falta de vigilancia, el estar entumecidos, encerrados en si mismos; desatención es estar demasiado centrados en nosotros mismos, magnificando nuestros contratiempos y minimizando los ajenos.


Desatención es salir con una observación hiriente, sin pensar que alguno de los presentes pueda quedar herido; es no darnos cuenta de lo sucede a los otros. Son numerosos los conflictos que nacen de la falta de atención. No debemos tener miedo de mencionar cosas sencillas para favorecer en nosotros la atención.


La atención es una cualidad humana necesaria, ella permite reconocer la acción de Dios en el camino. La atención es finalmente una gracia que hay que pedir y buscar con insistencia.

viernes, 24 de noviembre de 2017

SAN BERNARDO : INVOCA A MARÍA


Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: invoca a María!.
Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la estella, invoca a María!

Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, que tus ojos vayan a esa estrella: invoca a María! 

Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios. 

En medio de tus peligros, de tus angustia, de tus dudas, piensa en María, invoca a María! 

El pensar en Ella y el invocarla, sean dos cosas que no se parten nunca ni de tu corazón ni de tus labios. Y para estar más seguro de su protección no te olvides de imitar sus ejemplos. Siguiéndola no te pierdes en el camino! 

¡Implorándola no te desesperarás! ¡Pensando en Ella no te descarriarás!Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir.

Bajo su manto nada hay que temer.¡Bajo su guía no habrá cansancio, y con su favor llegarás felizmente al Puerto de la Patria Celestial

! Amén!!

jueves, 23 de noviembre de 2017

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO: ANTE EL NOMBRE DE MARÍA, TIEMBLAN LOS DEMONIOS

María tiene poder para defender a los que la invocan en las tentaciones del demonio


No sólo María santísima es reina del cielo y de los santos, sino que también ella tiene imperio sobre el infierno y los demonios por haberlos derrotado valientemente con su poder. Ya desde el principio de la Humanidad, Dios predijo a la serpiente infernal la victoria y el dominio que había de ejercer sobre él nuestra reina al anunciar que vendría al mundo una mujer que lo vencería: "Pondré enemistades entre ti y la mujer... Ella quebrantará tu cabeza" (Gn 3,15). ¿Y quién fue esta mujer su enemiga sino María, que con su preciosa humildad y vida santísima siempre venció y abatió su poder? "En aquella mujer fue prometida la Madre de nuestro Señor Jesucristo", dice san Cipriano. Y por eso argumenta que Dios no dijo "pongo", sino "pondré", para que no se pensara que se refería a Eva. Dice pondré enemistad entre ti y la mujer para demostrar que esta triunfadora de Satán no era la Eva allí presente, sino que debía de ser otra mujer hija suya que había de proporcionar a nuestros primeros padres mayor bien, dice san Vicente Ferrer, que aquellos de que nos habían privado al cometer el pecado original. María es, pues, esa mujer grandiosa y fuerte que ha vencido al demonio y le ha aplastado la cabeza abatiendo su soberbia, como lo dijo Dios: "Ella quebrantará tu cabeza". Cuestionan algunos si estas palabras se refieren a María o a Jesucristo, porque los Setenta traducen: "El quebrantará tu cabeza". Pero en cualquier caso, sea el Hijo por medio de la Madre o la Madre por virtud del Hijo, han desbaratado a Lucifer y, con gran despecho suyo, ha quedado aplastado y abatido por esta Virgen bendita, como dice san Bernardo. Por lo cual vencido en la batalla, como esclavo, se ve forzado a obedecer las órdenes de esta reina. "Bajo los pies de María, aplastado y triturado, sufre absoluta servidumbre". Dice san Bruno que Eva, al dejarse vencer de la serpiente nos acarreó tinieblas y muerte; pero la santísima Virgen, venciendo al demonio nos trajo la luz y la vida. Y lo amarró de modo que el enemigo no puede ni moverse ni hacer el menor mal a sus devotos.

Hermosa es la explicación que da Ricardo de San Lorenzo de aquellas palabras de los Proverbios: "En ella confía el corazón de su marido que no tendrá necesidad de botín" (Pr 31,11), y dice: "Confía en ella el corazón de su esposo, es decir, Cristo; y es que ella enriquece a su esposo con los despojos que le quita al diablo". "Dios ha confiado a María el corazón de Jesús a fin de que ella corra con el cuidado de hacerlo amar de los hombres". Así lo explica Cornelio a Lápide. Y de ese modo no le faltarán despojos, es decir, almas rescatadas que ella le consigue despojando al infierno, salvándolas de los demonios con su potente ayuda.

Ya se sabe que la palma es señal de la victoria; por eso nuestra reina está colocada en excelso trono a vista de todas las potestades como palma signo de victoria segura, que es lo que se pueden prometer todos los que se colocan bajo su amparo. "Extendí mis ramos como palma de Cadés" (Ecclo 24,18), es decir, para defender, como añade san Alberto Magno. "Hijos, parece decirnos María, cuando os asalta el enemigo recurrid a mí, miradme y confiad, porque en mí que os defiendo veréis también lograda vuestra victoria". Y es que recurrir a María es el medio segurísimo para vencer todas las asechanzas del infierno, porque ella, dice san Bernardino de Siena, tiene señorío sobre los demonios y el infierno, a quienes domeña y abate. Que por eso María es llamada terrible contra las potestades infernales como ejército bien disciplinado. "Terrible como ejército en orden de batalla" (Ct 6,3), porque sabe combinar muy bien su poder, su misericordia y sus plegarias para confundir a sus enemigos y en beneficio de sus devotos, que en las tentaciones invocan su potente socorro.

"Yo, como la vid, di frutos de suave aroma" (Ecclo 24,23). "Yo, como la vid -le hace decir el Espíritu Santo-, he dado frutos de suave fragancia". "Dicen -explica san Bernardo referente a este pasaje- que al florecer las viñas se ahuyentan los reptiles venenosos". Así también tienen que huir los demonios de las almas afortunadas que tienen aromas de la devoción de María. También por esto María es llamada "cedro": "Como cedro me he elevado en el Líbano" (Ecclo 24,17). No sólo porque así como el cedro es incorruptible, así María no sufrió la corrupción del pecado, sino también porque, como dice el cardenal Hugo a este respecto, como el cedro con su penetrante olor ahuyenta a las serpientes, así María con su santidad pone en fuga a los demonios.

En Israel, por medio del arca se ganaban las batallas. Así vencía Moisés a sus enemigos. "Al tiempo de elevar el arca decía Moisés: Levántate, Señor, y que sean dispersados tus enemigos" (Nm 10,35). Así fue conquistada Jericó, así fueron derrotados los filisteos. "Allí estaba el arca de Dios" (1Sm 14,18). Ya es sabido que el arca fue figura de María. "El arca que contenía el maná, o sea, Cristo, es la santísima Virgen que consigue la victoria sobre los malvados y los demonios". Y como en el arca se encontraba el maná, así en María se encuentra Jesús, del que igualmente fue figura el maná, por medio de este arca se obtiene la victoria sobre los enemigos de la tierra y del infierno. Por eso dice san Bernardino de Siena que cuando María, arca del Nuevo Testamento, fue elevada a ser reina del cielo, quedó muy débil y abatido el poderío del demonio sobre los hombres.

"¡Cómo tiemblan ante María y su nombre poderosísimo los demonios en el infierno!", exclama san Buenaventura. El santo compara a estos enemigos con aquellos de los que habla Job: "Fuerzan de noche las casas... y si los sorprende la aurora la ven como las sombras de la muerte" (Jb 24,16-17). Los ladrones van a robar las casas de noche; pero si en eso les sorprende la aurora, huyen como si se les apareciera la sombra de la muerte. Lo mismo, dice san Buenaventura, sucede cuando los demonios entran en un alma si ésta se encuentra espiritualmente a oscuras. Pero en cuanto al alma le viene la gracia y la misericordia de María, esta hermosa aurora disipa las tinieblas y pone en huida a los enemigos infernales como se huye de la muerte. ¡Bienaventurado el que siempre, en las batallas con el infierno, invoca el hermosísimo nombre de María!

Dios reveló a santa Brígida que ha concedido tan gran poder a María para vencer a los demonios, que cuantas veces asaltan a un devoto de la Virgen que pide su ayuda, a la menor señal suya huyen despavoridos, prefiriendo que se le multipliquen los tormentos del infierno a verse dominados por el poder de María.

"Como lirio entre espinas, así es mi amiga entre las vírgenes" (Ct 2,2). Comentando estas palabras en que el esposo divino alaba a su amada esposa cuando la compara con la azucena entre espinas, que así es su amada entre todas, reflexiona Cornelio a Lápide y dice: "Así como la azucena es remedio contra las serpientes y sus venenos, así invocar a María es remedio especialísimo para vencer todas las tentaciones, sobre todo las de impureza, como lo comprueban quienes lo practican".

Decía san Juan Damasceno: "Oh Madre de Dios, teniendo una confianza invencible en ti, me salvaré. Perseguiré a mis enemigos teniendo por escudo tu protección y tu omnipotente auxilio". Lo mismo puede decir cada uno de nosotros que gozamos la dicha de ser los siervos de esta gran reina: Oh Madre de Dios, si espero en ti jamás seré vencido, porque defendido por ti perseguiré a mis enemigos, y oponiéndoles como escudo tu protección y tu auxilio omnipotente, los venceré. El monje Jacobo, doctor entre los padres griegos, hablando de María con el Señor, así le dice: "Tu, Señor mio, me has dado esta Madre como un arma potentísima para vencer infaliblemente a todos mis enemigos".

Se lee en el Antiguo Testamento que el Señor, desde Egipto hasta la tierra de promisión, guiaba a su pueblo durante el día con una nube en forma de columna, y por la noche con una columna de fuego (Ex 13,21). En esta nube en forma de columna y en esta columna en forma de fuego, dice Ricardo de San Lorenzo, está figurada María y sus dos oficios que ejercita constantemente para nuestro bien; como nube nos protege de los ardores de la divina justicia, y como fuego nos protege de los demonios. Es ella como columna de fuego, afirma el santo, porque como la cera se derrite ante el fuego, así los demonios pierden sus fuerzas ante el alma que con frecuencia se encomienda a María y trata devotamente de imitarla.

"¡Cómo tiemblan los demonios -afirma san Bernardo- con sólo oír el nombre de María!" "Al nombre de María se dobla toda rodilla. Y los demonios no solo temen, sino que al oír esta voz se estremecen de terror". "Así como los hombres -dice Tomás de Kempis- caen por tierra espantados cuando oyen el estampido de un trueno cercano, así caen derribados los demonios cuando oyen que se nombra a María". ¡Qué maravillosas victorias han obtenido sobre sus enemigos los devotos de María con sólo invocar su nombre! Así lo venció san Antonio de Padua; así el beato Enrique Susón; así tantos otros amantes de María. Refieren las relaciones de las misiones del Japón que a un cristiano se le presentaron muchos demonios en forma de animales feroces para amenazarlo y espantarlo, pero él les dijo: "No tengo armas con que asustaros; si lo permite el Altísimo, haced de mí lo que os plazca. Pero, eso sí, tengo en mi defensa los dulcísimos nombres de Jesús y de María". Apenas dijo esto cuando a la voz de estos nombres tremendos se abrió la tierra y se tragó a los espíritus soberbios. San Anselmo asegura con su experiencia haber visto y conocido a muchos que al nombrar a María se habían visto libres de los peligros.

"Glorioso y admirable es tu nombre, ¡oh María! -exclama san Buenaventura-. Los que lo pronuncian en la hora de la muerte no temen, pues los demonios, al oírlo, al punto dejan tranquila el alma". Muy glorioso y admirable es tu nombre, oh María; los que se acuerdan de pronunciarlo en la hora de la muerte no tienen ningún miedo al infierno, porque los demonios, en cuanto oyen que se nombra a María, al instante dejan en paz a esa alma. Y añade el santo que no temen tanto en la tierra los enemigos a un gran ejército bien armado, como las potestades del infierno al nombre de María y a su protección. "Tú, Señora -dice san Germán-, con la sola invocación de tu nombre potentísimo aseguras a tus siervos contra todos los asaltos del enemigo". ¡Ah! Si las criaturas tuvieran cuidado de invocar el nombre de María con toda confianza, en las tentaciones, ciertamente, nunca caerían. Sí, porque como dice el beato Alano, al oír este sublime nombre huye el demonio y se estremece el infierno. "Satán huye y tiembla el infierno cuando digo: Ave María". También reveló la misma reina a santa Brígida que hasta de los pecadores más perdidos y más alejados de Dios y más poseídos del demonio huye enseguida el enemigo en cuanto siente que ellos invocan en su ayuda con verdadera voluntad de enmendarse el poderosísimo nombre de ella. Pero añadió la Virgen que los demonios, si el alma no se enmienda y no arroja de sí el pecado con la contrición, pronto retornan y siguen poseyéndola.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

DIÁCONO JORGE NOVOA: PONERLOS DELANTE DE JESÚS


Y el poder del Señor lo impulsaba a curar. Llegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y trataban de introducirlo para colocarlo delante de él. No encontrando por donde introducirlo, a causa del gentío, subieron a la azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con la camilla hasta el centro, delante de Jesús. Él, viendo la fe que tenían, dijo:

-«Hombre, tus pecados están perdonados.»

Los escribas y los fariseos se pusieron a pensar:

-«¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios?»
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados -dijo al paralítico-: A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa.»
El, levantándose al punto, a la vista de ellos, tomó la camilla donde estaba tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios.
Todos quedaron asombrados, y daban gloria a Dios, diciendo llenos de temor:
-«Hoy hemos visto cosas admirables.»

Jesús manifiesta una potestad que los jefes religiosos consideran escandalosa, y que califican de blasfemia. Él se presenta perdonando los pecados. Ha venido para destruir el pecado , pero no al pecador, para éste trae la  liberación. Su presencia hace exclamar a algunos " hoy hemos visto cosas admirables". Allí donde  está el Señor, siempre hay " cosas admirables".

Qué contraste! Sus palabras y obras llenan de admiración o escandalizan, suscitando la pregunta central a la que no podemos renunciar: quién es éste? Ésta  es  también hoy la interrogante central. La Iglesia manifiesta siempre la pretensión de Jesús de perdonar los pecados y ejerce en su nombre esta potestad.

San Cirilo comenta : "Oh fariseos, vosotros decís: ¿quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios? Os respondo: ¿Quién puede conocer los secretos del corazón, sino sólo Dios? El dice por medio de sus profetas ( Jer 17,10). "Yo soy el Señor, que escudriña los corazones y reconozco las entrañas".

Qué buscan? Quieren ponerlo "delante de Jesús". El texto narra la curación del paralítico, los hombres que lo cargan saben perfectamente lo que quieren, y aunque se presentan obstáculos, los irán sorteando. Al llegar al lugar encuentran que hay mucha gente, y se hace imposible acceder a la casa, donde se encuentra Jesús, con el enfermo en su lecho, entonces deciden subirlo por el techo y descolgarlo.

Orar por los enfermos siempre será: " ponerlos delante de  Jesús", los que llevan al enfermo tienen fe, del enfermo lo desconocemos, ellos intercederán con esta acción delante del Señor.  La Iglesia siempre llevará a la humanidad doliente delante del médico de los cuerpos y almas.

Nosotros somos invitados a llevar a los hombres a Jesús, hoy el hombre moderno sufre  diversas postraciones,   de las que necesita liberarse, y aunque lo intenta evadiéndose, en le silencio de la noche experimenta la imposibilidad de darse a sí mismo la salud que necesita. Y busca, sin mucho horizonte, en distintas realidades la liberación, y experimenta la mentira, el engaño, el fraude y la desconfianza. Y el Señor que lo atrae en su búsqueda, necesita de los creyentes para que lo " pongan delante de Él". Podría hacerlo sin nosotros, y seguramente lo hace, pero también quiere hacerlo con nosotros. Estás dispuesto, te animas ?

Dice  san Ambrosio:" Grande es el Señor que, por los méritos de unos, perdona a otros; y mientras prueba a unos, perdona a otros sus errores? Cómo  puede suceder, respecto de ti, que eres hombre, que tu compañero no tenga valimiento, cuando respecto de Dios, un simple esclavo tiene derecho de presentar sus méritos, y alcanzar el perdón? Si desconfías del perdón de tus graves pecados, encomiéndate a las oraciones de otros, acude a la Iglesia para que rueguen por ti, a fin de que el Señor te perdone por sus méritos lo que pudiera negarte a ti."

"Cosas admirables" obra el Señor en muchos enfermos restituyéndoles la salud física, pero mayor es el milagro de la fe, por el que sana las almas liberándolas de tantas formas de postración que produce el mal. "Cosas admirables ".veremos si nos comprometemos a llevar a los hombres "delante del Señor".

lunes, 20 de noviembre de 2017

JOHN HENRY NEWMAN : MARÍA ES LA VIRGEN PODEROSA

Este gran universo, que contemplamos día y noche, al cual llamamos mundo natural,está gobernado por leyes fijas que su Creador le ha dado, y por medio de esas leyes maravillosas está defendido de cualquier degeneración sustancial. 

 Puede ocurrir que una parte de este mundo se rebele contra otra, puede también suceder que se produzcan en él cambios internos, pero,visto en su conjunto, está constituido así para durar indefinidamente. Por eso, el salmista dice:" Ha establecido el mundo, que jamás será quebrantado". 

Así es el mundo de la naturaleza; pero existe otro mundo todavía más maravilloso. Existe una fuerza,un poder, que cambia y domina este mundo visible, que suspende y altera sus leyes; es el mundo de los ángeles y de los santos, de la Iglesia Santa y de sus hijos; y el arma de la que se vale para dominar esas leyes es el poder de la oración.

 Por medio de la oración se puede hacer todo lo que de manera natural es imposible. Noé oro, y Dios dijo que nunca habría otro diluvio que anegase la raza humana. Moisés oro, y entonces cayeron sobre la tierra de Egipto las diez plagas. Josué oró, y el sol se detuvo en su camino. Samuel oró, y retumbó el trueno y la lluvia cayó en los campos de trigo.Eliseo oró, y cayó fuego del cielo. Eliseo oró, y el muerto volvió a la vida. Ezequías oró, y el numeroso ejercito de los Asirios fue derrotado y pereció. 

Por eso la Santísima Virgen es llamada Poderosa, y a veces también todo-poderosa, porque posee, más que nadie, más que todos los ángeles, más que todos los santos, este grande y poderoso don de la oración. Nadie hay que tenga el acceso al Todopoderoso que tiene su Madre; nadie tiene tanto mérito como Ella. Su Hijo no puede negarle nada de lo que Ella le pida; de ahí le viene el poder que Ella tiene.

Siendo Ella defensora de la Iglesia,  ni lo de arriba ni lo de abajo, ni hombres ni espíritus, ni grandes monarcas, ni las malas intenciones, ni la violencia de los inadaptados, pueden llegar a hacernos daño; la vida humana es corta, pero María Reina en lo alto: es Reina para siempre .

JULIO ALONSO AMPUERO: DONES Y CARISMAS (Hechos de los Apóstoles)

En este mismo sentido hemos de entender los diversos dones y carismas que aparecen en el libro de los Hechos. Con ellos el Señor sostiene y conforta –de manera evidente y sobrehumana– a una Iglesia empeñada en la misión –también sobrehumana– de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra.

Ya hemos hablado de los milagros de curaciones y resurrecciones obradas por Dios a través de los apóstoles. También vimos en el capítulo anterior el don de la profecía. Pero se mencionan otros.

Cuando se elige a los siete se pide que sean hombres llenos de Espíritu de sabiduría (6,3), don que aparece especialmente resaltado en la posterior actuación de Esteban (6,10); con él defiende la fe y da testimonio del Señor (7,2ss).

Un don especial de conocimiento de los corazones es otorgado a Pedro para conocer el fraude de Ananías y Safira (5,3ss).

También encontramos el don de la fe. No nos referimos a la fe dogmática, sino a esa fe de la que Jesús había hablado como capaz de mover montañas (Mt 21,21) y de hacer obras mayores que las suyas propias (Jn 14,12); se trata de esa fe que confía ciegamente en el Señor aun en circunstancias especialmente difíciles y es capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana. Tal es la fe de Pedro y Juan cuando curan al tullido de nacimiento (3,16).

Encontramos también el don de lenguas (2,4.11; 10,46; 19,6), que es ante todo una oración de alabanza y glorificación de Dios, aunque puede también contener un mensaje para la comunidad que ha de ser interpretado (cf 1 Cor 14).

Del mismo modo, cuando es necesario, el Señor guía a los suyos sirviéndose de visiones y sueños (10,3.9ss; 16,9-10).

Y don especial del Espíritu parece también la capacidad de detectar el espíritu del mal y vencerlo con el poder de Cristo en el caso de Simón el mago (8,9-24), del mago Elimas (13,6-12) o de la muchacha poseída de espíritu adivino (16,16-18).

martes, 14 de noviembre de 2017

BENEDICTO XVI: SANTA GERTRUDIS LA GRANDE

Jesús es bajado de la CruzSanta Gertrudis la Grande, de quien quiero hablaros hoy, nos lleva también esta semana al monasterio de Helfta, donde nacieron algunas obras maestras de la literatura religiosa femenina latino-alemana. A este mundo pertenece Gertrudis, una de las místicas más famosas, la única mujer de Alemania que recibió el apelativo de «Grande», por su talla cultural y evangélica: con su vida y su pensamiento influyó de modo singular en la espiritualidad cristiana. Es una mujer excepcional, dotada de particulares talentos naturales y de extraordinarios dones de gracia, de profundísima humildad y ardiente celo por la salvación del prójimo, de íntima comunión con Dios en la contemplación y de prontitud a la hora de socorrer a los necesitados. 

En Helfta se confronta, por decirlo así, sistemáticamente con su maestra Matilde de Hackeborn, de la que hablé en la audiencia del miércoles pasado; entra en relación con Matilde de Magdeburgo, otra mística medieval; crece bajo el cuidado maternal, dulce y exigente, de la abadesa Gertrudis. De estas tres hermanas adquiere tesoros de experiencia y sabiduría; los elabora en una síntesis propia, recorriendo su itinerario religioso con una confianza ilimitada en el Señor. Expresa la riqueza de la espiritualidad no sólo de su mundo monástico, sino también y sobre todo del bíblico, litúrgico, patrístico y benedictino, con un sello personalísimo y con gran eficacia comunicativa.

Nace el 6 de enero de 1256, fiesta de la Epifanía, pero no se sabe nada ni de sus padres ni del lugar de su nacimiento. Gertrudis escribe que el Señor mismo le desvela el sentido de su primer desarraigo: «La he elegido como morada mía porque me complace que todo lo que hay de amable en ella sea obra mía (…). Precisamente por esta razón la alejé de todos sus parientes, para que nadie la amara por razón de consanguinidad y yo fuera el único motivo del afecto que se le tiene» (Le rivelazioni, I, 16, Siena 1994, pp. 76-77).

A los cinco años de edad, en 1261, entra en el monasterio, como era habitual en aquella época, para la formación y el estudio. Allí transcurre toda su existencia, de la cual ella misma señala las etapas más significativas. En sus memorias recuerda que el Señor la previno con longánima paciencia e infinita misericordia, olvidando los años de la infancia, la adolescencia y la juventud, transcurridos «en tal ofuscamiento de la mente que habría sido capaz (…) de pensar, decir o hacer sin ningún remordimiento todo lo que me hubiese gustado y donde hubiera podido, si tú no me hubieses prevenido, tanto con un horror innato del mal y una inclinación natural por el bien, como con la vigilancia externa de los demás. Me habría comportado como una pagana (…) y esto aunque tú quisiste que desde la infancia, es decir, desde que yo tenía cinco años, habitara en el santuario bendito de la religión para que allí me educaran entre tus amigos más devotos» (ib., II, 23, 140 s).

Gertrudis es una estudiante extraordinaria; aprende todo lo que se puede aprender de las ciencias del trivio y del cuadrivio, la formación de su tiempo; se siente fascinada por el saber y se entrega al estudio profano con ardor y tenacidad, consiguiendo éxitos escolares más allá de cualquier expectativa. Si bien no sabemos nada de sus orígenes, ella nos dice mucho de sus pasiones juveniles: la cautivan la literatura, la música y el canto, así como el arte de la miniatura; tiene un carácter fuerte, decidido, inmediato, impulsivo; con frecuencia dice que es negligente; reconoce sus defectos y pide humildemente perdón por ellos. Con humildad pide consejo y oraciones por su conversión. Hay rasgos de su temperamento y defectos que la acompañarán hasta el final, tanto que asombran a algunas personas que se preguntan cómo podía sentir preferencia por ella el Señor.

De estudiante pasa a consagrarse totalmente a Dios en la vida monástica y durante veinte años no sucede nada excepcional: el estudio y la oración son su actividad principal. Destaca entre sus hermanas por sus dotes; es tenaz en consolidar su cultura en varios campos. Pero durante el Adviento de 1280 comienza a sentir disgusto de todo esto, se percata de su vanidad y el 27 de enero de 1281, pocos días antes de la fiesta de la Purificación de la Virgen, por la noche, hacia la hora de Completas, el Señor ilumina sus densas tinieblas. Con suavidad y dulzura calma la turbación que la angustia, turbación que Gertrudis ve incluso como un don de Dios «para abatir esa torre de vanidad y de curiosidad que, aun llevando —¡ay de mí!— el nombre y el hábito de religiosa, yo había ido levantando con mi soberbia, a fin de que pudiera encontrar así al menos el camino para mostrarme tu salvación» (ib., II, 1, p. 87). Tiene la visión de un joven que la guía a superar la maraña de espinas que oprime su alma, tomándola de la mano. En aquella mano Gertrudis reconoce «la preciosa huella de las llagas que han anulado todos los actos de acusación de nuestros enemigos» (ib., II, 1, p. 89), reconoce a Aquel que en la cruz nos salvó con su sangre, Jesús.

Desde ese momento se intensifica su vida de comunión íntima con el Señor, sobre todo en los tiempos litúrgicos más significativos —Adviento-Navidad, Cuaresma-Pascua, fiestas de la Virgen— incluso cuando no podía acudir al coro por estar enferma. Es el mismo humus litúrgico de Matilde, su maestra, que Gertrudis, sin embargo, describe con imágenes, símbolos y términos más sencillos y claros, más realistas, con referencias más directas a la Biblia, a los Padres, al mundo benedictino.

Su biógrafa indica dos direcciones de la que podríamos definir su particular «conversión»: en los estudios, con el paso radical de los estudios humanistas profanos a los teológicos, y en la observancia monástica, con el paso de la vida que ella define negligente a la vida de oración intensa, mística, con un excepcional celo misionero. El Señor, que la había elegido desde el seno materno y desde pequeña la había hecho participar en el banquete de la vida monástica, la llama con su gracia «de las cosas externas a la vida interior y de las ocupaciones terrenas al amor de las cosas espirituales». Gertrudis comprende que estaba alejada de él, en la región de la desemejanza, como dice ella siguiendo a san Agustín; que se ha dedicado con demasiada avidez a los estudios liberales, a la sabiduría humana, descuidando la ciencia espiritual, privándose del gusto de la verdadera sabiduría; conducida ahora al monte de la contemplación, donde deja al hombre viejo para revestirse del nuevo. «De gramática se convierte en teóloga, con la incansable y atenta lectura de todos los libros sagrados que podía tener o procurarse, llenaba su corazón de las más útiles y dulces sentencias de la Sagrada Escritura. Por eso, tenía siempre lista alguna palabra inspirada y de edificación con la cual satisfacer a quien venía a consultarla, junto con los textos escriturísticos más adecuados para confutar cualquier opinión equivocada y cerrar la boca a sus opositores» (ib., I, 1, p. 25).

Gertrudis transforma todo eso en apostolado: se dedica a escribir y divulgar la verdad de fe con claridad y sencillez, gracia y persuasión, sirviendo con amor y fidelidad a la Iglesia, hasta tal punto que era útil y grata a los teólogos y a las personas piadosas. De esta intensa actividad suya nos queda poco, entre otras razones por las vicisitudes que llevaron a la destrucción del monasterio de Helfta. 

Además del Heraldo del amor divino o Las revelaciones, nos quedan los Ejercicios espirituales, una rara joya de la literatura mística espiritual.

En la observancia religiosa —dice su biógrafa— nuestra santa es «una sólida columna (…), firmísima propugnadora de la justicia y de la verdad» (ib., I, 1, p. 26). Con las palabras y el ejemplo suscita en los demás gran fervor. A las oraciones y las penitencias de la regla monástica añade otras con tal devoción y abandono confiado en Dios, que suscita en quien se encuentra con ella la conciencia de estar en presencia del Señor. Y, de hecho, Dios mismo le hace comprender que la ha llamado a ser instrumento de su gracia. Gertrudis se siente indigna de este inmenso tesoro divino y confiesa que no lo ha custodiado y valorizado. Exclama: «¡Ay de mí! Si tú me hubieses dado por tu recuerdo, indigna como soy, incluso un solo hilo de estopa, habría tenido que mirarlo con mayor respeto y reverencia de la que he tenido por estos dones tuyos» (ib., II, 5, p. 100). Pero, reconociendo su pobreza y su indignidad, se adhiere a la voluntad de Dios, «porque —afirma— he aprovechado tan poco tus gracias que no puedo decidirme a creer que se me hayan dado para mí sola, al no poder nadie frustrar tu eterna sabiduría. Haz, pues, oh Dador de todo bien que me has otorgado gratuitamente dones tan inmerecidos, que, leyendo este escrito, el corazón de al menos uno de tus amigos se conmueva al pensar que el celo de las almas te ha inducido a dejar durante tanto tiempo una gema de valor tan inestimable en medio del fango abominable de mi corazón» (Ib., II, 5, p. 100 s).

Estima en particular dos favores, más que cualquier otro, como Gertrudis misma escribe: «Los estigmas de tus salutíferas llagas que me imprimiste, como joyas preciosas, en el corazón, y la profunda y saludable herida de amor con la que lo marcaste. Tú me inundaste con tus dones de tanta dicha que, aunque tuviera que vivir mil años sin ninguna consolación ni interna ni externa, su recuerdo bastaría para confortarme, iluminarme y colmarme de gratitud. Quisiste también introducirme en la inestimable intimidad de tu amistad, abriéndome de distintos modos el sagrario nobilísimo de tu divinidad que es tu Corazón divino (…). A este cúmulo de beneficios añadiste el de darme por Abogada a la santísima Virgen María, Madre tuya, y de haberme encomendado a menudo a su afecto como el más fiel de los esposos podría encomendar a su propia madre a su amada esposa» (Ib., ii, 23, p. 145).

Orientada hacia la comunión sin fin, concluye su vida terrena el 17 de noviembre de 1301 ó 1302, a la edad de cerca de 46 años. En el séptimo Ejercicio, el de la preparación a la muerte, santa Gertrudis escribe: «Oh Jesús, a quien amo inmensamente, quédate siempre conmigo, para que mi corazón permanezca contigo y tu amor persevere conmigo sin posibilidad de división y tú bendigas mi tránsito, para que mi espíritu, liberado de los lazos de la carne, pueda inmediatamente encontrar descanso en ti. Amén» (Ejercicios, Milán 2006, p. 148).

Me parece obvio que estas no son sólo cosas del pasado, históricas, sino que la existencia de santa Gertrudis sigue siendo una escuela de vida cristiana, de camino recto, y nos muestra que el centro de una vida feliz, de una vida verdadera, es la amistad con Jesús, el Señor. Y esta amistad se aprende en el amor a la Sagrada Escritura, en al amor a la liturgia, en la fe profunda, en el amor a María, para conocer cada vez más realmente a Dios mismo y así la verdadera felicidad, la meta de nuestra vida. Gracias.

lunes, 13 de noviembre de 2017

BENEDICTO XVI: EL SEÑOR ES MI PASTOR ( SALMO 23)

Dirigirse al Señor en la oración implica un acto radical de confianza, con la conciencia de fiarse de Dios, que es bueno, «compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex 34, 6-7; Sal 86, 15; cf. Jl 2, 13; Gn 4, 2; Sal 103, 8; 145, 8; Ne 9, 17). Por ello hoy quiero reflexionar con vosotros sobre un Salmo impregnado totalmente de confianza, donde el salmista expresa su serena certeza de ser guiado y protegido, puesto al seguro de todo peligro, porque el Señor es su pastor. Se trata del Salmo 23 —según la datación grecolatina, 22—, un texto familiar a todos y amado por todos.

«El Señor es mi pastor, nada me falta»: así empieza esta bella oración, evocando el ambiente nómada de los pastores y la experiencia de conocimiento recíproco que se establece entre el pastor y las ovejas que componen su pequeño rebaño. La imagen remite a un clima de confianza, intimidad y ternura: el pastor conoce una a una a sus ovejas, las llama por su nombre y ellas lo siguen porque lo reconocen y se fían de él (cf. Jn 10, 2-4). Él las cuida, las custodia como bienes preciosos, dispuesto a defenderlas, a garantizarles bienestar, a permitirles vivir en la tranquilidad. Nada puede faltar si el pastor está con ellas. A esta experiencia hace referencia el salmista, llamando a Dios su pastor, y dejándose guiar por él hacia praderas seguras: «En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre» (vv. 2-3).

La visión que se abre ante nuestros ojos es la de praderas verdes y fuentes de agua límpida, oasis de paz hacia los cuales el pastor acompaña al rebaño, símbolos de los lugares de vida hacia los cuales el Señor conduce al salmista, quien se siente como las ovejas recostadas sobre la hierba junto a una fuente, en un momento de reposo, no en tensión o en estado de alarma, sino confiadas y tranquilas, porque el sitio es seguro, el agua es fresca, y el pastor vigila sobre ellas. Y no olvidemos que la escena evocada por el Salmo está ambientada en una tierra en gran parte desértica, azotada por el sol ardiente, donde el pastor seminómada de Oriente Medio vive con su rebaño en las estepas calcinadas que se extienden en torno a los poblados. Pero el pastor sabe dónde encontrar hierba y agua fresca, esenciales para la vida, sabe conducir al oasis donde el alma «repara sus fuerzas» y es posible recuperar las fuerzas y nuevas energías para volver a ponerse en camino.

Como dice el salmista, Dios lo guía hacia «verdes praderas» y «fuentes tranquilas», donde todo es sobreabundante, todo es donado en abundancia. Si el Señor es el pastor, incluso en el desierto, lugar de ausencia y de muerte, no disminuye la certeza de una presencia radical de vida, hasta llegar a decir: «nada me falta». El pastor, en efecto, se preocupa por el bienestar de su rebaño, acomoda sus propios ritmos y sus propias exigencias a las de sus ovejas, camina y vive con ellas, guiándolas por senderos «justos», es decir aptos para ellas, atendiendo a sus necesidades y no a las propias. Su prioridad es la seguridad de su rebaño, y es lo que busca al guiarlo.

Queridos hermanos y hermanas, también nosotros, como el salmista, si caminamos detrás del «Pastor bueno», aunque los caminos de nuestra vida resulten difíciles, tortuosos o largos, con frecuencia incluso por zonas espiritualmente desérticas, sin agua y con un sol de racionalismo ardiente, bajo la guía del pastor bueno, Cristo, debemos estar seguros de ir por los senderos «justos», y que el Señor nos guía, está siempre cerca de nosotros y no nos faltará nada.

Por ello el salmista puede declarar una tranquilidad y una seguridad sin incertidumbres ni temores:

«Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tu vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan» (v. 4).

Quien va con el Señor, incluso en los valles oscuros del sufrimiento, de la incertidumbre y de todos los problemas humanos, se siente seguro. Tú estás conmigo: esta es nuestra certeza, la certeza que nos sostiene. La oscuridad de la noche da miedo, con sus sombras cambiantes, la dificultad para distinguir los peligros, su silencio lleno de ruidos indescifrables. Si el rebaño se mueve después de la caída del sol, cuando la visibilidad se hace incierta, es normal que las ovejas se inquieten, existe el riesgo de tropezar, de alejarse o de perderse, y existe también el temor de que posibles agresores se escondan en la oscuridad. Para hablar del valle «oscuro», el salmista usa una expresión hebrea que evoca las tinieblas de la muerte, por lo cual el valle que hay que atravesar es un lugar de angustia, de amenazas terribles, de peligro de muerte. Sin embargo, el orante avanza seguro, sin miedo, porque sabe que el Señor está con él. Aquel «tu vas conmigo» es una proclamación de confianza inquebrantable, y sintetiza una experiencia de fe radical; la cercanía de Dios transforma la realidad, el valle oscuro pierde toda peligrosidad, se vacía de toda amenaza. El rebaño puede ahora caminar tranquilo, acompañado por el sonido familiar del bastón que golpea sobre el terreno e indica la presencia tranquilizadora del pastor.

Esta imagen confortante cierra la primera parte del Salmo, y da paso a una escena diversa. Estamos todavía en el desierto, donde el pastor vive con su rebaño, pero ahora somos transportados bajo su tienda, que se abre para dar hospitalidad:

«Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa» (v. 5).

Ahora se presenta al Señor como Aquel que acoge al orante, con los signos de una hospitalidad generosa y llena de atenciones. El huésped divino prepara la comida sobre la «mesa», un término que en hebreo indica, en su sentido primitivo, la piel del animal que se extendía en la tierra y sobre la cual se ponían las viandas para la comida en común. Se trata de un gesto de compartir no sólo el alimento sino también la vida, en un ofrecimiento de comunión y de amistad que crea vínculos y expresa solidaridad. Luego viene el don generoso del aceite perfumado sobre la cabeza, que mitiga de la canícula del sol del desierto, refresca y alivia la piel, y alegra el espíritu con su fragrancia. Por último, el cáliz rebosante añade una nota de fiesta, con su vino exquisito, compartido con generosidad sobreabundante. Alimento, aceite, vino: son los dones que dan vida y alegría porque van más allá de lo que es estrictamente necesario y expresan la gratuidad y la abundancia del amor. El Salmo 104, celebrando la bondad providente del Señor, proclama: «Haces brotar hierba para los ganados, y forraje para los que sirven al hombre. Él saca pan de los campos, y vino que alegra el corazón; aceite que da brillo a su rostro y el pan que le da fuerzas» (vv. 14-15). El salmista se convierte en objeto de numerosas atenciones, por ello se ve como un viandante que encuentra refugio en una tienda acogedora, mientras que sus enemigos deben detenerse a observar, sin poder intervenir, porque aquel que consideraban su presa se encuentra en un lugar seguro, se ha convertido en un huésped sagrado, intocable. Y el salmista somos nosotros si somos realmente creyentes en comunión con Cristo. Cuando Dios abre su tienda para acogernos, nada puede hacernos mal.

Luego, cuando el viandante parte nuevamente, la protección divina se prolonga y lo acompaña en su viaje:

«Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término» (v. 6).

La bondad y la fidelidad de Dios son la escolta que acompaña al salmista que sale de la tienda y se pone nuevamente en camino. Pero es un camino que adquiere un nuevo sentido, y se convierte en peregrinación hacia el templo del Señor, el lugar santo donde el orante quiere «habitar» para siempre y al cual quiere «regresar». El verbo hebreo utilizado aquí tiene el sentido de «volver», pero, con una pequeña modificación vocálica, se puede entender como «habitar», y así lo recogen las antiguas versiones y la mayor parte de las traducciones modernas. Se pueden mantener los dos sentidos: volver al templo y habitar en él es el deseo de todo israelita, y habitar cerca de Dios, en su cercanía y bondad, es el anhelo y la nostalgia de todo creyente: poder habitar realmente donde está Dios, cerca de Dios. El seguimiento del Pastor conduce a su casa, es la meta de todo camino, oasis deseado en el desierto, tienda de refugio al huir de los enemigos, lugar de paz donde se experimenta la bondad y el amor fiel de Dios, día tras día, en la alegría serena de un tiempo sin fin.

Las imágenes de este Salmo, con su riqueza y profundidad, acompañaron toda la historia y la experiencia religiosa del pueblo de Israel, y acompañan a los cristianos. La figura del pastor, en especial, evoca el tiempo originario del Éxodo, el largo camino en el desierto, como un rebaño bajo la guía del Pastor divino (cf. Is 63, 11-14; Sal 77, 20-21; 78, 52-54). Y en la Tierra Prometida era el rey quien tenía la tarea de apacentar el rebaño del Señor, como David, pastor elegido por Dios y figura del Mesías (cf. 2 Sam 5, 1-2; 7, 8; Sal 78, 70-72). Luego, después del exilio de Babilonia, casi en un nuevo Éxodo (cf. Is 40, 3-5.9-11; 43, 16-21), Israel es conducido a la patria como oveja perdida y reencontrada, reconducida por Dios a verdes praderas y lugares de reposo (cf. Ez 34, 11-16.23-31). Pero es en el Señor Jesús en quien toda la fuerza evocadora de nuestro Salmo alcanza su plenitud, encuentra su significado pleno: Jesús es el «Buen Pastor» que va en busca de la oveja perdida, que conoce a sus ovejas y da la vida por ellas (cf. Mt 18, 12-14; Lc 15, 4-7; Jn 10, 2-4.11-18), él es el camino, el justo camino que nos conduce a la vida (cf. Jn 14, 6), la luz que ilumina el valle oscuro y vence todos nuestros miedos (cf. Jn 1, 9; 8, 12; 9, 5; 12, 46). Él es el huésped generoso que nos acoge y nos pone a salvo de los enemigos preparándonos la mesa de su cuerpo y de su sangre (cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-20) y la mesa definitiva del banquete mesiánico en el cielo (cf. Lc 14, 15 ss; Ap 3, 20; 19, 9). Él es el Pastor regio, rey en la mansedumbre y en el perdón, entronizado sobre el madero glorioso de la cruz (cf. Jn 3, 13-15; 12, 32; 17, 4-5).

Queridos hermanos y hermanas, el Salmo 23 nos invita a renovar nuestra confianza en Dios, abandonándonos totalmente en sus manos. Por lo tanto, pidamos con fe que el Señor nos conceda, incluso en los caminos difíciles de nuestro tiempo, caminar siempre por sus senderos como rebaño dócil y obediente, nos acoja en su casa, a su mesa, y nos conduzca hacia «fuentes tranquilas», para que, en la acogida del don de su Espíritu, podamos beber en sus manantiales, fuentes de aquella agua viva «que salta hasta la vida eterna» (Jn 4, 14; cf. 7, 37-39).