jueves, 24 de noviembre de 2022

LA CORONA DE ADVIENTO


La colocación de cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.


La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).

DIÁCONO JORGE NOVOA: SEÑOR, ENSÉÑANOS A ESPERARTE!!!

«Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran.
Dichosos los siervos, que el Señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá.
Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!


En el Adviento el énfasis esta puesto, en la necesidad de estar atentos, vigilantes, prontos, dispuestos, expresiones todas que están vinculadas con el regreso del Señor y la situación en que encontrará a sus servidores.

Dos afirmaciones se desprenden de las imágenes que tratan sobre su retorno y nos ayudan a ver cómo debemos disponernos: el Señor regresará, la afirmación es constante, aunque aparezca presentada con ciertas variantes , nunca toma rasgos de incertidumbre. Es concluyente, ÉL regresará. La segunda, tan importante como la primera, refiere a lo incierto de esa hora, desconocemos el momento concreto de su retorno, de allí el consejo del Señor, " estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas".

Debemos estar preparados. Cómo realizar esta preparación? Se supone que debemos realizar una serie de actividades todos los días, para velar y no ser sorprendidos? La vida siempre nos invita a instalarnos, a echar raíces , como si esta tierra fuera nuestra patria definitiva, los bienes materiales nos prometen estabilidad y control de todas las situaciones. Los que ceden a tales promesas no se preparan adecuadamente, están bajo los efectos del sueño que les impide prepararse para la llegada del Señor.

La vida creyente, de bautizado ,por el ejercicio de las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, son el modo más adecuado de preparación. La entrega permanente, cotidiana y sencilla de la propia vida, como ofrenda a Dios en favor de los hermanos, nos disponen para el encuentro con Él. Dirá san Gregorio:" Vigila aquel que tiene los ojos de su inteligencia abiertos al aspecto de la luz verdadera, el que obra conforme a lo que cree y el que rechaza de sí las tinieblas de la pereza y de la negligencia."

Esto te libera de las preocupaciones sobre, cómo o cuándo será, llena tu corazón de confianza pues esperamos al que conocemos y amamos. El corazón que se abre al amor de Dios y se llena de él, se vuelve ligero, dispuesto y pronto para lo que le pidan, en cambio el que se llena de sí mismo, se vuelve pesado, perezoso  y  negligente, desatento para la voz de Dios.

Pidamos ayuda al Señor, para que nos libre de caer en las tentaciones que no nos preparan para el encuentro con el Él .Así pues, cuando venga el Señor y encuentre a los suyos despiertos y ceñidos, teniendo la luz en su corazón, entonces los llamará Bienaventurados.

DIÁCONO JORGE NOVOA: SOBRE TÍ JERUSALÉN, AMANECERÁ EL SEÑOR

Este deseo, expresado permanentemente en la Liturgia de las horas, durante el Adviento, alcanza una mayor intensidad, dado la situación de violencia y guerra que hay en la región. La humanidad anhela la paz, eleva súplicas incesantes a Dios pidiendo que cesen las guerras, como las llamaba el gran Papa, san Juan Pablo II: "aventuras sin retorno".
La guerra es consecuencia del alejamiento de Dios, del lento y progresivo silenciamiento de sus mandamientos. De la actitud soberbia e insensible con que el hombre se coloca frente a su Creador. El hombre una vez más, intenta construir otra Babel, como aquella Torre famosa, en la que expresa el deseo de edificar la historia sin Dios. Pronunciando su palabra, envuelta en intereses personales y ambiciones desmedidas, le dice a su Señor "no te serviré". Los caminos que los hombres construyen buscando la tan anhelada paz, ponen a Dios a la "vera", prescindiendo de Él.

La Paz no nace de la seguridad de las armas, ni de la destreza de los soldados, tampoco tiene su origen en la estrategia de los peritos. No se la puede decretar en ningún parlamento, aunque sería una magnifica idea interpelarla en las Cámaras, no para censurarla, sino para escucharla. No recibe ayudas del presupuesto, ni entra en los proyectos de los economistas, camina tantas veces en labios de los informativistas, que algunos han comenzado a dudar de su existencia. Se la busca en los lugares que no frecuenta, y tantos la prometen, que de tanto esperarla algunos se desalientan. Se halla presente en los más importantes discursos como un deseo frustrado, ha sido invocada por algunos tratados que nunca son aplicados. Algunos "poderosos" en el supermercado del mundo la pusieron de oferta, si uno compra una caja le entregan dos.

La Iglesia con los ángeles proclama; "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres..." Este deseo recorre el universo, pero debe ser acogido en los corazones para habitar en ellos. Jesucristo es la Paz, es el mensajero de la Paz: "Es hermoso ver bajar de la montaña los pies del mensajero de la Paz". Cada región debería anhelar tener las huellas del Señor, que desea en sus apóstoles ir hasta los confines del mundo. Bienvenidos son " los pasos del que trae buenas noticias, que anuncia la paz, que trae la felicidad, que anuncia la salvación"(Is 52,7).

La Paz que viene del Señor, "no la puede dar el mundo", porque tiene su origen en ÉL y es fruto de la relación de amistad con Dios. Ésta exige justicia y misericordia, pero, para aceptar su exigente propuesta hay que tener: valor, fortaleza, mansedumbre y humildad; estas virtudes conducen a la paz y la edifican. Esta Paz (la única) extirpa el temor. En el amor no hay temor hay confianza. El hombre debe "abrir las puertas de su corazón al príncipe de la Paz, Jesucristo", debe confiar en Él, permitiendo que sus huellas queden marcadas en nuestra existencia.

El Resucitado, cuando se aparece a sus discípulos, la invoca como centro de su saludo; "la paz este con ustedes". Ella es un don de Dios. Cuando la muerte se levantaba poderosa e invencibles, Cristo la sentenció diciéndole: "Tu no tienes la última palabra"."¿ Dónde está muerte tu aguijón?. La paz es hija de la Resurrección, sabiamente dispuesta por el Padre en el corazón de la Pascua, es entregada a los apóstoles en el día de Pentecostés.

¿ Acaso la pequeñez de Belén fue un impedimento para que naciera el "Hijo del Altísimo?" Y siendo la más pequeña, no dio a luz al más grande, al príncipe de la Paz. Por todo esto, hoy más que nunca, Jerusalén, sobre ti, amanecerá el Señor. Mira que tu Señor viene montado en un asno, afina el oído de tu corazón. Viene en un frágil niño, dado a luz por su santa Madre en un establo, acógelo con confianza.

Todos comprendemos la necesidad de construir un mundo en Paz, este deseo de nuestro corazón, encuentra en Belén,  la respuesta plena de Dios.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

DIÁCONO JORGE NOVOA: VER Y OIR AL SEÑOR QUE VIENE


Para comprender interiormente este tiempo litúrgico debemos pedir al Espíritu Santo la gracia de poder ver y oír al Señor que viene en medio del barullo imperante. Únicamente puede Él, permitirnos sintonizar con esta Verdad enseñada por la Iglesia, y que guarda tantas implicancias para nuestra vida de fe. Necesitamos sabiduría para poder percibirlo, y rastrear sus huellas.

“La sabiduría consiste en saber el tiempo de cada cosa. Muchos hombres no lo aprenden nunca y otros lo aprenden sólo en la vejez. De modo perfecto casi nadie lo aprende, por una simple razón: el hombre vive en continuo estado de desorden que nace de la impaciencia”[1].


Vaya si hay barullo en nuestro mundo! Nos hemos consolidado como dueños de todo, el mundo científico-técnico nos ha entronizado en ese lugar, pero, lo que nos resulta cada día más complejo, es ser dueños de nosotros mismos, de nuestras vidas y nuestro tiempo. Por otra parte, cada vez más, sentimos que el tiempo se escapa, como el agua entre los dedos, volatilizándose en una infinita gama de actividades, que para lo único que no dejan tiempo es para Dios.

Nuestra reflexión tendrá como telón de fondo, dos realidades: la Esperanza teologal y el tiempo. La Liturgia del Adviento bebe incesantemente de la virtud teologal de la Esperanza[2]. Dios al comunicar al hombre la Esperanza, lo orienta firmemente hacia el bien. “Esta firmeza en la dirección hacia el bien le sobreviene a la Esperanza, esto es claro, sólo cuando es obra de Dios y se dirige hacia Él, es decir, cuando es virtud teologal”[3]. Ella hace referencia en el hombre, a su ser “status viatoris”, es decir, a la dimensión de caminante. “Este estado expresa más bien la constitución más íntima del ser de la criatura. Es el intrínseco y entitativo “aún no” de la criatura”[4].

El Adviento nos llama la atención sobre la utilización de nuestro tiempo, sobre las opciones que hemos hecho y que consumen nuestros días y horas. En especial, debemos preguntarnos por el domingo, el " día del Señor". El primer día de la semana, el día de la Resurrección de Cristo, la “fiesta primordial de los cristianos”. La “cultura del fin de semana” es anti-litúrgica, propiciatora del ocio y el entretenimiento, desplazando a la celebración dominical del centro de la vida del hombre actual.

“En nuestra vida cronometrada al minuto, la belleza de la Eucaristía sólo puede brillar en el estuche de la moderación del ritmo. La Eucaristía trasciende el tiempo. Ello supone que nos preparamos para la misma por medio de un dominio real del tiempo”[5].

Las lecturas bíblicas nos hablan reiteradamente, y de modo natural, de la llegada de Dios a nuestras vidas. En su núcleo más íntimo esta afirmación destaca una y otra vez, la iniciativa divina y su fidelidad. A partir de la Encarnación, el "tiempo de Dios", se acerca al tiempo del hombre, o siguiendo nuestras precisiones, el tiempo de Dios se manifiesta, llevando a plenitud el tiempo del hombre. La eternidad ha entrado en la historia del hombre, anunciándole la promesa de un encuentro definitivo, y en tal sentido, imprimiéndole una dirección.

Sigamos la presentación magnífica del P. Baltasar: “el Adviento es una puerta grandiosa por la que el cristiano pasa para entrar en un santuario. Pero esta puerta está custodiada por dos guardianes que la vigilan y que nos preguntan, en caso de que seamos cristianos, por qué y con qué espíritu queremos entrar aquí.

Son dos figuras muy distintas, que repetidamente vemos representadas en las pinturas antiguas a la izquierda y a la derecha del que es esperado y, en definitiva, el que ha venido.



La primera figura, sumamente estilizada, macilenta, un ángel vestido con pieles de camello, que no quiere ser más que una voz que grita en el desierto del mundo y del tiempo “Preparad los caminos del Señor”. La otra figura, cubierta con un velo ensimismada, solo su cuerpo habla visiblemente del que ella espera, y repite con suave voz: “He aquí la esclava del Señor”. Los dos saben a quién esperan; son de momento las únicas que conocen la hora con toda exactitud y saben que es inminente: esperan nada menos que a Dios. No a un líder o a un gran héroe, no un tiempo mejor, una vaga utopía, no a Godot, sino realmente a Dios. A Emmanuel, Dios con nosotros”[16].



Vamos a destacar tres aspecto presentes en la Palabra de Dios y que establecen un itinerario espiritual del Adviento: "la certeza de su venida, el carácter misterioso de su venida, lo vibrante de la espera, el gozo del encuentro". Lo hacemos siguiendo la propuesta de Pieper. El hombre por la Esperanza teologal está orientado hacia Dios, “primero; tiene su origen en el propio ser divino del hombre, en la gracia. Segundo: tiene como objeto, de un modo inmediato, la felicidad sobrenatural de Dios, conocida en forma sobrenatural. Y, finalmente, solo sabemos de la existencia, del origen y del objeto de esa virtud teologal por la revelación divina.

La certeza de su venida


Esta certeza que se da por la gracia en el hombre, y se funda en la Verdad Divina Revelada, da inicio al fin de lo temporal y se inscribe en una cadena interminable y siempre cumplida de promesas, frutos de la bondad del Padre que entregó a su Hijo por nosotros, y fundamentalmente por la fidelidad del Hijo al cumplimiento de la voluntad del Padre. Él ha prometido no abandonar a los que esperan en Él.



La Iglesia afirma que "el Señor vendrá”, esta verdad descansa en la fidelidad de Dios, que es fiel a su plan, como nos recuerda el salmo 32: "el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón de edad en edad".

Jesús se presenta en el libro del Apocalipsis, como "el Testigo fiel" (Ap.1,5), el Amén (Ap. 3,14),y el veraz(Ap 3,14) su vida es manifestación del cumplimiento de la promesa de Dios. Sus enseñanzas permanentemente nos hablan de la solicitud de Dios para con sus hijos, "aunque una madre se olvide de ti yo nunca me olvidaré", sus cuidados sobre nosotros no dependen del número, "deja las noventa y nueve que están en el redil y van en busca de la perdida".El amor que Dios muestra a sus criaturas y a sus hijos, es un amor comprometido “hasta el fin”. Un Amor fiel. Dios es fiel a este modo de amar misericordiosamente, benevolentemente. De este amor derramado sobre nosotros hasta el extremo es testigo Jesús. De este amor que según S. Pablo, "todo lo espera".

El Pueblo de Dios tiene conciencia firme de la presencia del Señor en la historia, sabe que no camina solo en medio de las tempestades. El Señor no abandona su barca. "Las puertas del infierno" no pueden con la modesta barca de Pedro que navega por la historia con la certeza de que su Señor vendrá. Ella debe velar y orar para no caer en tentación.

El carácter misterioso de la misma
El ADVIENTO también nos impulsa hacia esa otra venida del Señor, en la que volverá para "juzgar a los vivos y a los muertos". Ir, venir, volver; son categorías espacio-temporales, que aportan una cierta noción de lugar, en este caso concreto, desde el cual vendría Cristo. Algunos filósofos dicen "Dios creó el mundo y luego se retiró". Estos antropomorfismos aplicados a Dios son inadecuados y crean problemas. De allí que tendamos a pensar erróneamente que Dios está ausente de la existencia cotidiana y que se asoma cada tanto, como por una ventana para ver como van las cosas.

La enseñanza de la Iglesia difiere bastante de esta concepción naturalista. Estas categorías (ir, venir, volver) son realmente comprensibles para nosotros, pero, debemos precisar sus dificultades. Resulta más adecuado a la realidad, hablar de la manifestación del Señor, no olvidemos como nos dice San Pablo, que en Él vivimos, nos movemos y existimos.

Los discípulos, ante la partida del maestro, le preguntan "es ahora que vas ha instaurar el Reino de los cielos", es decir, esta acción potente de Dios que todo lo someterá definitivamente, ¿cuándo se va a realizar? Jesús aclara que no les corresponde a ellos saber el día ni la hora. Ya había advertido a sus discípulos, sobre la inesperada y repentina forma de su llegada, "como el ladrón por la noche". Vaya si resulta sugestiva esa advertencia del Señor. La Palabra de Dios que abunda en ejemplos viene en nuestra ayuda.

Así ocurrió en los días del Diluvio (Gn 6,5-7,24) avisados los hombres de la irrupción de Dios con su acción purificadora, no dieron crédito de este aviso. En la manifestación de la zarza ardiendo, Moisés es primero atraído por algo que a lo lejos se quema sin consumirse (Ex.3,1-6), y que lo encuentra en un país lejano, intentando apartarse de la suerte del Pueblo de Dios. Huye de aquel Pueblo y se encuentra con su Dios. Elías es sorprendido por el Señor en el susurro de una brisa suave (1 Re 19,13) .

En los hechos narrado por los Evangelios, sobre la llegada de Jesús, vemos como todo lo que rodea su nacimiento se mueve en circunstancias que nos resultan desconcertantes. Si el Hijo de Dios se va a Encarnar, uno podría pensar, que la creación entera estará esperando realizar el más grande cortejo de reconocimiento. Pero los hechos de la salvación van por otro lado, siendo que su familia no vive en Belén nace allí por razón de un censo que se decretó (Lc 2,3); su Encarnación se realiza por la acción potente de Dios en una joven Virgen (Lc 1,26-38); su custodio, san José es un hombre justo que acepta el designio de Dios (Mt 1,19-25), el pesebre es el lugar elegido por Dios desde la eternidad porque no hay lugar para ellos en la posada(Lc 2,7).El profeta Isaías anunciaba que los caminos de Dios no son nuestros caminos, Dios viene a nuestro encuentro, y su llegada a nuestra vida se realiza por caminos que solo Él conoce.

Lo vibrante de la espera
Israel recibió de Dios su proyecto con el nombre de ALIANZA, ella estaba sustentada sobre una Promesa de Amor. Abraham fue el primero en recibir esta Promesa y en haber creído en ella:

"Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre, que servirá de bendición."(Gen 12,1).

En el escrito a los hebreos, se alaba su fe:
"Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8)

Lo propio de la fe no es fundarse en la experiencia, siempre limitada, sino fundarse en la Promesa, es decir, creer en cosas cuya experiencia aún no se tiene, la fe se muestra como confiada respuesta a una invitación de Dios. La Promesa hecha a Abraham es renovada a los profetas, ellos advierten que Dios ha hablado en el pasado, y anuncian que vamos hacia otra Tierra prometida respecto a la cual la primera tierra, era solo apariencia.

A lo largo de la historia sagrada, somos invitados a vigilar, ello significa velar, estar despiertos para evitar ser sorprendidos. Como el pastor que cuida de su rebaño en el Evangelio, o como aquellos que estando despiertos recibieron la gran noticia de ir a Belén para adorar al niño en el pesebre (Lc 2,8-10).

Vigilar es seguir a Jesús, elegir lo que él eligió, amar lo que amó. Significa atender con amor a alguien, guardar cuidadosamente algo que vale mucho. Vigilar exige estar atentos, estar despiertos para entender lo que acontece, ser agudos para intuir la dirección de los acontecimientos y estar preparados para hacer frente a la emergencia. Supone tener la percepción del tiempo en el horizonte del amor con el que Dios nos ama.

El Señor conoce la ambigüedad que se oculta en el tiempo del hombre, el día luminoso de nuestra salvación se acerca, pero, todavía no ha alcanzado su pleno esplendor. Desde nuestro Bautismo, la salvación de Dios está en nosotros, pero en el transcurso de nuestras vidas debemos ir tomando más y más conciencia de esta realidad.

La Iglesia en el Adviento celebra la primera venida de Cristo en carne, también y la que cotidianamente realiza Jesús, en las diversas formas de encuentro que los hombres tienen con Dios, y particularmente la segunda venida, la Parusía, para completar y coronar la obra iniciada por él mismo y continuada por el Espíritu que conduce a su Esposa la Iglesia, para que aliente a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad a permanecer firmes en la esperanza.

Dos obstáculos
Los obstáculos provienen de que el objeto de la esperanza “es el bien difícil, pero posible de conseguir por sí o por otro”[8].El camino de la desesperación cobra en su inicio dos formas en la Escritura; la de un adormecimiento (decaimiento) o un desaliento (tristeza). El movimiento opuesto a la Esperanza, que es loable y virtuosa, es la desesperación que realiza un juicio falso de Dios[9]. El hombre que desespera, piensa que Dios no perdona al pecador arrepentido. Juzga muchas veces el amor de Dios a luz de su pecado, y piensa que su pecado es mayor que el amor de Dios. El que desespera ve los cielos cerrados y no percibe ninguna salida posible a su situación.

Pensemos en Judas. Ha traicionado a Jesús por 30 monedas, en lugar de arrepentirse y pedir perdón, desespera (Mt27,3-10). Hace lugar en su corazón a un pensamiento diabólico, Dios no puede perdonarte. No hay Amor que puede redimir esa ofensa. El Diablo en su oficio de acusador cierra todos los caminos y sume en la tristeza al pecador.

Pensemos ahora en Pedro, ha traicionado a Jesús (Mt 26,69-75), pero aguarda arrepentido el perdón de Dios. El Espíritu Santo, dinamiza su espera con el consuelo de saber que el Amor de Dios es más grande que su pecado. El Amor vence, los brazos de Cristo en la Cruz trazan un signo indeleble sobre la humanidad. Dios abre sus brazos, y ya nada ni nadie cerrará la misericordia que se derrama sobre el mundo. No hay pecado que Dios no pueda perdonar, si el hombre se arrepiente. La desesperación es un pecado contra una virtud teologal (esperanza) y “teniendo las virtudes teologales por objeto a Dios, los pecados opuestos a ella implican directa y principalmente, el alejamiento de Dios”[10].

EL sueño (decaimiento)
La actitud del cristiano no es la de evadirse del tiempo para encontrar la eternidad (así ocurre con el budismo[11]), su misión consiste en comprometerse con el proyecto amoroso de Dios, y así, poner todas las cosas a los pies de Cristo, para que éste las ofrezca al Padre. El hombre es el único que puede todos los días dignificar su obra (trabajo, etc...) elevándolo a la condición de ofrenda.

El sueño es un obstáculo, así ocurrió a los discípulos, estando en un momento tan crucial como la pasión, y siendo que Jesús les pide que velen con él (Mt 26,38), ellos se duermen (Mt 26,40). Cierran sus ojos ante la realidad, y duermen mientras Jesús padece en la oración la angustia de la llegada de "su hora". Si duermen en "la hora de Jesús" es porque no han penetrado en la realidad última que encierra este combate.

El desaliento (tristeza)
Ciertamente, el enemigo quiere que desesperemos, presentándonos el camino emprendido como demasiado arduo o la meta como imposible de alcanzar. El joven rico del Evangelio ha emprendido el camino, pero la propuesta de Jesús se torna exigente y el joven se marcha entristecido (Mt 19,22).

El desaliento a nivel intraeclesial[12], se viste con una mirada árida y excesivamente superficial, en torno a la repercusión de la predicación del Evangelio en la sociedad.
Ya San Pedro nos advertía :

“Sabed ante todo que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por suS propias pasiones, que dirán en son de burla. “¿Dónde queda la Promesa de su Venida? Pues desde que murieron los Padres, todo sigue como al principio de la Creación”.
Nada detiene la obra de Dios, este es un anuncio del Adviento. Hay realidades que nos atemorizan o que nos hacen preguntarnos perplejamente,¿cómo saldremos de esta situación? El secularismo que se cierne cruelmente sobre los creyentes, la cultura atea, el hedonismo y tantas otras formas de cerrar los horizontes del hombre, no pueden con el Amor de Dios expresado en Jesucristo. En el trono está Dios y el Cordero (Ap.4-5). “No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la Promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que alguno perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (2 Pe 3,9)

La gracia del Encuentro
Uno de los personajes bíblicos propios de este tiempo, es el anciano llamado Simeón, todos sabemos que subía frecuentemente al Templo de Jerusalén, impulsado por una promesa. Esa promesa había alimentado en Él la esperanza. ¿Cuántas veces se habrá sentido cansado o desalentado? Cuántas veces habrá sobrevolado sobre su corazón una nube que cubriéndolo le decía: esto que tú persigues es un espejismo.

Era obvio, que esa actitud valerosa de subir frecuentemente al templo de Jerusalén lo había fortalecido para resistir a esas voces interiores desalentadoras, lo había hecho hundir sus raíces en la voz amigable de Dios que lo consolaba con la Promesa. Es un Testigo de la Esperanza. Y a pesar del barullo exterior, él reconocía esa voz y creía en ella, fue así que no abandonó aquella ruta amorosa que día a día recorría. En uno de esos tantos días, llegó al templo de Jerusalén.

Los que estaban aquel día en el templo de Jerusalén, vieron como una mujer con un niño en sus brazos avanzaba hacia el sacerdote, para todos los allí presentes, ninguna cosa era novedosa. Nada era capaz de suscitar un júbilo extraordinario. Sólo aquel anciano llamado Simeón pudo en medio de esa multitud, abriéndose paso, llegar hasta el niño y tomándolo en sus brazos exclamar: " ahora puedes dejar ir a tu siervo en paz porque mis ojos han visto la salvación".

Solo él pudo ver la salvación que Dios les había prometido en aquel niño. ¿Qué lo capacita para ver ésta realidad? Ha oído en medio del barullo imperante la voz del Señor. Su vida se ha ido nutriendo de Dios. No es un improvisado, no se trata de un enamoramiento primaveral. Su amor a Dios se ha templado bajo sol en el camino de la vida y su vida da testimonio de esta Esperanza.

Marana-tha ("Ven, Señor") son las últimas palabras del Apocalipsis, ha sido una de las oraciones más frecuentes de los primeros cristianos, desde el interior de cada corazón de hijos brota el deseo del “regreso” de Cristo. El enviado de Dios es nuevamente esperado. Así, el Apocalipsis termina con esta frase": Dice el que da testimonio de todo esto: "Sí pronto vendré". ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap. 22.20).

[1] R. Guardini, El Espíritu de Dios Viviente, Paulinas, Bogotá, 1992, pp.66-67.

[2] “Se ha dicho que la Esperanza tiene razón de virtud, porque llega a la regla suprema de los actos humanos; a la cual toca, ya como a causa primera eficiente, en cuanto se apoya en su auxilio, ya como a última causa final en cuanto que espera en el goce de ésta la bienaventuranza. Así es evidente que objeto principal de la Esperanza, en cuanto virtud, es Dios. Luego, consistiendo la razón de la virtud teologal en tener a Dios por objeto, como se ha dicho , es notorio que la esperanza es virtud teologal. Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-IIae,C.17,a.5.

[3] Josef Pieper; Las virtudes fundamentales Rialp, Madrid, 1980, p.377.

[4] Ibíd.,370.

[5] “La antemisa es el estuche de la misa. Los monjes se preparan para la eucaristía por medio del oficio de Laudes. Nosotros podemos hacerlo por medio de un estilo de vida más calmado, más propicio a la escucha y a la disponibilidad del corazón, o bien meditando con antelación las lecturas del día.” Godfried Dannels, entre Dios y nosotros, un diálogo de amor: la Eucaristía, Cuaderno Phase, Nª 77.

[6] Hans Urs von Balthasar, Tú coronas el año con tu gracia, Encuentro ,Madrid,1997, pp.223-224.

[7] “Debe decirse que la certidumbre puede existir en algunos de dos maneras, a saber, esencial y participadamente. Esencial se halla en la facultad cognoscitiva, y participadamente, en todo lo que es movido infaliblemente a su fin por dicha facultad cognoscitiva. Según este modo, dícese que la naturaleza obra con certeza, como movida por el entendimiento divino que dirige con certeza cada cosa hacia su fin. Según este modo se dice también, que las virtudes morales obran más ciertamente que el arte, por cuanto que, a la manera de la naturaleza, son movidas por la razón a sus actos, y de este modo también la esperanza tiende con certeza a su fin, como participando la certidumbre de la fe que existe en la facultad cognoscitiva”. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-IIae, C.18, a.4.

[8] Ibid II-IIae,C.20,a.4.

[9] “ Mas con respecto a Dios, la apreciación verdadera del entendimiento consiste en que piense que de Él proviene la salvación de los hombres y se otorga el perdón a los pecadores, según estas palabras: No quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 18,32). Pero está en lo falso, si piensa que Dios retira al pecador penitente su perdón o que no convierte a sí a los pecadores por la gracia santificante. II-IIae,C.20,a.1.

[10]II-IIae,C.20,a.3.

[11] “El estoicismo es una manera de luchar contra el sufrimiento. Es éste también el razonamiento de los budistas: hay que escapar al sufrimiento; luego la mejor manera de no sufrir es la de suprimir en sí todo deseo. Como decía Gide a Claudel: “Quiero morir perfectamente desesperado”, es decir, habiendo renunciado totalmente al mundo de la esperanza en una serenidad absoluta. Tal actitud se halla en muchos espíritus contemporáneos, que dicen: “no debemos esperar nada, simplemente debemos esforzarnos por existir”.Contrariamente a estas apariencias sabias, el cristiano cree en la felicidad y en el porvenir. Por otra parte, el cristianismo no es una sabiduría, es una fe” Jean Daniélou, Contemplación, Crecimiento de la Iglesia, Encuentro, Madrid,1982, p.56..

[12] Ya Santo Tomás se pregunta si la desesperación proviene de la Acedia (II-IIae,C.20 ,a4). El P. Bojorge en su segunda obra sobre el “hecho de la Acedia” pinta la realidad en la vida creyente.
“Estamos en la hora riesgosa para que, pensando que el Señor tarda, se duermen las vírgenes necias y los administradores infieles. En la hora riesgosa para que descarten la venida del Señor para dedicarse a sus propios asuntos, olvidados de los intereses del Reino. No sólo la cultura y la civilización sino también la teología naturalista ha alejado a Dios, lo ha declarado recluido en su lejanía y ya no lo espera.

Esta es la hora riesgosa para que, como la Magdalena, muchos que aman a Jesús, den por muerto al señor y se entristezcan...El Señor les parece muerto o ausente. Son tiempos de acedia, tiempos de ceguera para el bien presente”. Horacio Bojorge, Mujer ¿por qué lloras? Lumen, Buenos Aires, 1999, p.13.

DIÁC. JORGE NOVOA: EL TRÍPTICO DEL ADVIENTO


En el Adviento se destacan tres aspectos relacionados con la venida de Cristo, recordemos que para hablar de Nuestro Señor en su situación actual, la de Resucitado, como lo presenta la Sagrada Escritura maravillosamente, "sentado a la derecha del Padre", los verbos que denotan cambio, aunque resultan apropiados para expresar la realidad humana, son inapropiados para hablar de las cosas eternas. Comprendiendo y aceptando la limitación del verbo venir, describamos los tres aspectos que declarábamos existen en este tiempo litúrgico.

1-La venida histórica, esa que fue preparada desde siempre, de la cual da testimonio la Antigua Alianza, como el mismo Señor nos lo dice: "era necesario que se cumpliera la Escritura". Ellas dan testimonio de que Jesús es el Mesías prometido. El misterio de la Encarnación, es al mismo tiempo, cumplimiento de la promesa y signo que remite a lo singular de la Nueva Alianza.

2-Un segundo aspecto, es personal, Cristo viene a cada uno de nosotros suscitando la respuesta de fe. Preguntándo en Cesarea de Filipos: ¿Quién soy yo para ti? Cristo nace en el corazón de cada hombre que responde por la fe a esta pregunta, vivificando toda su existencia. Esta venida se da en una infinita gama de situaciones existenciales, también viene para cada uno, en la muerte.

3-El tercer aspecto, tiene una dimensión escatológico, y hace referencia al fin de los tiempos. El Señor de la historia vendrá, como dice la Sagrada Escritura, "sobre las nubes del cielo, para juzgar" y " pondrá a unos a su derecha y a otros a su izquierda". La Iglesia como esposa del Señor anhela que vuelva, por eso en el Apocalipsis lo invoca: "Ven Señor Jesús".

DIÁCONO JORGE NOVOA : ADVIENTO

El año litúrgico se estructura a partir de los dos grandes misterios de nuestra fe: Encarnación y Redención, ellos son celebrados en las fiestas litúrgicas llamadas Navidad y Pascua. Estos dos grandes acontecimientos son precedidos por dos períodos preparatorios, llamados:  ADVIENTO y Cuaresma.

Ya podemos precisar que por ser tiempos preparatorios, están determinados por aquello hacia que tienden, están orientados hacia un fin, el tiempo de ADVIENTO es una preparación para la fiesta y el tiempo de la Navidad.

Dios viene a nosotros con un mensaje de salvación, sobrepasando nuestras expectativas y llevando a cumplimiento su promesa. Ya no de un modo fragmentario o provisorio, sino con una acción definitiva, con la llegada de Jesús a nosotros ha llegado lo definitivo.

Este tiempo de gracia y liberación, ha puesto su "tienda entre nosotros" esperando que llegue el día en que se manifestará definitivamente. La expresión de júbilo de la Iglesia se apoya en el conocimiento íntimo y profundo de esta verdad, depositada en el corazón del mundo a partir de la Encarnación del Verbo. Lo definitivo ha comenzado un camino irreversible que conduce a la humanidad hacia Dios.

Etimológicamente la palabra "ADVIENTO", ADVENTUS, "significa llegada, es la traducción latina de la palabra griega Parousía. Hablar de ADVIENTO implica que alguien o algo viene o vendrá".

Parusía es una palabra griega que significa presencia, e índica la venida o visita solemne, o presentación inusitada de un personaje importante. Este término, apareció en el cristianismo primitivo para designar la gloriosa venida de Cristo al fin de los tiempos. La Parusía de Cristo es el comienzo y el epílogo, la inauguración y la conclusión, la fe y la bienaventurada esperanza como dice S. Pablo:

“Aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Tit 2,13).

La iniciativa de Dios de visitar a su pueblo y de establecer su morada entre nosotros exige al discípulo tener un corazón preparado para vigilar. El ADVIENTO, no es solamente la espera de un acontecimiento, es fundamentalmente la espera que prepara el corazón y todas las realidades de nuestra vida, para la visita de una persona. El acontecimiento esperado, es esa intervención de Dios en la historia, que coincide con la venida de una persona, el Hijo de Dios. Toda la realidad litúrgica se mueve en la tensión (ya, pero todavía no) que llamamos escatológica. La celebración de la Navidad como hecho histórico central de la fe, nos recuerda la venida del Hijo de Dios a los hombres, y con ella, el comienzo de lo definitivo.

lunes, 21 de noviembre de 2022

DIÁCONO JORGE NOVOA: CURSO ÁNGELES Y DEMONIOS (1) LOS ÁNGELES EXISTEN?

 

DIÁCONO JORGE NOVOA: ¿ERES TÚ REY?



Jesucristo rey del Universo! La liturgia concluye su año con la celebración de Cristo Rey, testificando la orientación de la Creación y la historia, que se  encaminan, como lo indica la Escritura de modo concluyente, a ponerse bajo la  realeza de Cristo: “Rey de reyes y Señor de señores”.

Cabe preguntarse si su realeza será una realidad únicamente escatológica? La "modernidad" detesta a los reyes. Debemos silenciar los aspectos esenciales de ésta celebración debido al mal ejemplo de los reyes de este mundo?

Los creyentes “gustan” servir a  su  Señor, viven y experimentan en la fe el misterio de su realeza. A pesar de las contrariedades propias de lo contingente, y de las debilidades pecaminosas de sus seguidores, Cristo reina,  y ciertamente, “su reino no tendrá fin”.

Pilato inquieto y preocupado, como tantos personajes actuales, le interroga acerca del Reino y su realeza. Y siendo que lo ve maltrecho, se desborda de curiosidad malsana. “Eres tú Rey?”(Jn 18,38). La realeza de Cristo comienza en el corazón del hombre. La pretensión de Cristo se introduce en la aparente contrariedad, no resuelta en el corazón de Pilato y en el de tantos hombres,que ejercen cargos de responsabilidad pública y se escandalizan con el modo que Cristo tiene de ejercer su reinado. 

Dice San Agustín: “Así el reino, que no era de este mundo, triunfaba del mundo soberbio, no luchando violentamente, sino sufriendo con humildad”. Habiendo probado que su reino no es de este mundo, añadió: "Ahora, pues, mi reino no es de aquí". No dice: No está aquí, porque aquí está su reino hasta el fin de los tiempos, conteniendo dentro de sí la mala yerba mezclada con el trigo hasta la siega; pero, sin embargo, no es de aquí, sino que peregrina en este mundo. 

Y añade San Juan Crisóstomo: “Pero aunque dice: "Mi reino no es de aquí", no priva al mundo de su providencia y de su gobierno, sino que quiere demostrar solamente que su reino no es humano ni perecedero.”

“Para esto he venido”(Jn 18,37). Expresión clara, terminante y tarea apremiante e inequívoca para su Iglesia. Ayudar a descubrir al Rey, que quiere reinar en el  corazón de todos los hombres. Si los cristianos viven ésta verdad, buscarán que pueda vivirse en las familias. Un reinado personal y familiar que tiende a propagarse socialmente, como a modo de círculos concéntricos, desde la realidad más interior a la más exterior. En nuestras casas, escuelas y realidades sociales.

No se debe avasallar a los que no creen, ni silenciar a Jesús, y el deseo que tiene de reinar en las almas, familias y sociedades. Aquí, no está en juego una estrategia pastoral, o un poder real o político al estilo de los poderes de este mundo. Está en juego la Verdad, la única que existe sobre el hombre, el mundo, su vocación y destino último.

Está clara la pretensión, no de ser un rey más, que descansa en el mausoleo de la historia, de los que se conservan algunos objetos que utilizó en el museo de la ciudad. Jesucristo es el Rey, y “su reino no tendrá fin”.
Concluyamos con San Agustín:

“¡Oh inefable poder de Dios, aun en los corazones de los que no le conocen! Esto no puede llamarse sino una voz secreta que silenciosamente resonaba en el alma de Pilato, repitiendo lo que tanto tiempo antes estaba escrito en los salmos: "No alteres el título de la inscripción". Pero, ¿qué decís, insensatos Pontífices? ¿Acaso no es esto una prueba de la verdad, de lo que Jesús dice: ¿Yo soy el rey de los judíos? ¿Si no puede corregirse lo que Pilato ha dicho, podrá alterarse lo que dijo la verdad? Si Pilato ha escrito lo que ha escrito, es porque el Señor ha dicho lo que ha dicho.” Bendito y alabado sea Jesucristo Rey del Universo!

domingo, 20 de noviembre de 2022

BENEDICTO XVI: JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO



En este último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de "rey", referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión "rey de Israel" y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la historia; por lo tanto, mucho más allá de las expectativas del pueblo judío. En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. Cuando crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él" (Mt 27, 42). En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra." (Mt28, 18).

Pero, ¿en qué consiste el "poder" de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad. Cristo vino "para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37) —como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio se pone bajo su "bandera", según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por lo tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.


Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1, 32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra existencia.

Plaza de San Pedro,Domingo 22 de noviembre de 2009

miércoles, 9 de noviembre de 2022

BENEDICTO XVI: DIOS ES PADRE (Catequesis sobre el Credo-2)


En la catequesis del miércoles pasado nos centramos en las palabras iniciales del Credo: "Creo en Dios". Sin embargo, la profesión de fe especifica esta afirmación: Dios es el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Quisiera reflexionar con ustedes esta vez sobre la primera y fundamental definición de Dios que el Credo nos presenta: Él es Padre.
No siempre es fácil hablar hoy en día de la paternidad. Especialmente en Occidente: las familias rotas, los compromisos de trabajo cada vez más absorbentes, las preocupaciones, y muchas veces el esfuerzo por equilibrar el presupuesto familiar o la invasión distractiva de los medios de comunicación en la vida diaria, son algunos de los muchos factores que pueden impedir una serena y constructiva relación entre padres e hijos.
La comunicación a veces se hace difícil, se pierde la confianza, y la relación con la figura del padre puede llegar a ser problemática; también es difícil imaginar a Dios como un padre, sin tener modelos adecuados de referencia. Para aquellos que han tenido la experiencia de un padre demasiado autoritario e inflexible, o indiferente y poco afectuoso, o peor aún ausente, no es fácil pensar con serenidad en Dios como Padre y entregarse a Él con confianza.
Pero la revelación bíblica ayuda a superar estas dificultades hablándonos de un Dios que nos muestra lo que verdaderamente significa ser "padre"; y es sobre todo el evangelio el que nos revela el rostro de Dios como Padre que ama hasta entregar a su propio Hijo para la salvación de la humanidad. La referencia a la figura paterna ayuda por lo tanto a comprender algo del amor de Dios, que sin embargo permanece aún infinitamente más grande, más fiel, más completo que el de cualquier hombre. "¿Quién de ustedes --dice Jesús para mostrar a los discípulos el rostro del Padre--, al hijo que le pide pan, le dará una piedra? ¿Y si le pide un pescado, le dará una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?" (Mt. 7,9-11;. cf. Lc. 11,11-13). Dios es nuestro Padre porque nos ha bendecido y escogido antes de la fundación del mundo (cf. Ef. 1,3-6), nos hizo realmente sus hijos en Jesús (cf. 1 Jn. 3,1). Y, como Padre, Dios acompaña con amor nuestra vida, dándonos su Palabra, sus enseñanzas, su gracia, su Espíritu.
Él --como lo revela Jesús--, es el Padre que alimenta a las aves del cielo sin que deban sembrar ni cosechar, y reviste de magníficos colores las flores del campo, con vestidos más bellos que los del rey Salomón (cf. Mt. 6, 26-32; Lc. 12, 24-28); y nosotros --añade Jesús--, ¡valemos más que las flores y las aves del cielo! Y si Él es lo suficientemente bueno para hacer "salir el sol sobre malos y buenos, y... llover sobre justos e injustos" (Mt. 5,45), podremos siempre, sin temor y con total confianza, confiarnos a su perdón de Padre cuando nos equivocamos de camino. Dios es un Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y arrepentido (cf. Lc. 15,11 ss), se entrega gratuitamente a aquellos que se lo piden (cf. Mt. 18,19; Mc. 11,24, Jn. 16,23) y ofrece el pan del cielo y el agua viva que da vida para siempre (cf. Jn. 6,32.51.58).
Por lo tanto, el orante del salmo 27, rodeado de enemigos, asediado por malvados y calumniadores, mientras busca la ayuda del Señor y lo invoca, puede dar su testimonio lleno de fe, diciendo: "Mi padre y mi madre me han abandonado, pero el Señor me ha acogido" (v. 10). Dios es un Padre que nunca abandona a sus hijos, un Padre amoroso que apoya, ayuda, acoge, perdona y salva, con una fidelidad que supera inmensamente a la de los hombres, para abrirse a dimensiones de eternidad. "Porque su amor es para siempre", como sigue repitiendo como una letanía, en cada verso, el salmo 136 a través de la historia de la salvación. El amor de Dios nunca falla, no se cansa de nosotros; es el amor el que da hasta el extremo, hasta el sacrificio de su Hijo. La fe nos da una certeza, que se convierte en una roca para la construcción de nuestras vidas: podemos afrontar todos los momentos de dificultad y de peligro, la experiencia de lo oscuro de la crisis y del tiempo del dolor, apoyados por la fe de que Dios no nos deja solos y siempre está cerca, para salvarnos y llevarnos a la vida eterna.
Es en el Señor Jesús, donde se muestra plenamente el rostro benevolente del Padre que está en los cielos. Y es conociéndolo a Él que podemos conocer al Padre (cf. Jn. 8,19; 14,7); y viéndolo a Él podemos ver al Padre, porque Él está en el Padre y el Padre está en Él (cf. Jn. 14, 9.11). Él es la "imagen del Dios invisible", como lo define el himno de la Carta a los Colosenses, "primogénito de toda la creación... el primogénito de los que resucitan de entre los muertos", "por quien hemos recibido la redención, el perdón de los pecados" y la reconciliación de todas las cosas, "habiendo pacificado con la sangre de su cruz, tanto las cosas que están en la tierra, como las que están en los cielos" (cf. Col. 1,13-20).
La fe en Dios Padre nos pide creer en el Hijo, bajo la acción del Espíritu, reconociendo en la Cruz que salva, la revelación definitiva del amor divino. Dios es nuestro Padre al darnos a su Hijo; Dios es Padre perdonando nuestros pecados y llevándonos a la alegría de la vida que resucita; Dios es el Padre que nos da el Espíritu que nos hace hijos y nos permite llamarlo, en verdad, "Abbà, ¡Padre!" (cf. Rom. 8,15). Por lo tanto Jesús, al enseñarnos a orar, nos invita a decir "Padre Nuestro" (Mt. 6,9-13; cf. Lc. 11,2-4).
La paternidad de Dios es, pues, infinito amor, ternura que se inclina sobre nosotros, hijos débiles, necesitados de todo. El salmo 103, el gran himno de la misericordia divina, proclama: "Como un padre es tierno con sus hijos, así el Señor es tierno para con los que le temen, porque sabe bien cómo están formados, se acuerda de que somos polvo" (vv. 13-14). Es nuestra pequeñez, nuestra débil naturaleza humana, nuestra fragilidad que se convierte en un llamado a la misericordia del Señor, para que se manifieste la grandeza y ternura de un Padre que nos ayuda, nos perdona y nos salva.
Y Dios responde a nuestro llamado, enviando a su Hijo, que murió y resucitó por nosotros; entra en nuestra fragilidad y hace lo que el hombre solo nunca podría haber hecho: él toma sobre sí el pecado del mundo, como cordero inocente y abre el camino a la comunión con Dios, nos hace verdaderos hijos de Dios. Está allí, en el Misterio pascual, que revela en todo su esplendor, el rostro definitivo del Padre. Y está allí, en la Cruz gloriosa, que viene a ser la plena manifestación de la grandeza de Dios como "Padre Todopoderoso".
Pero podemos preguntarnos: ¿cómo es posible imaginar a un Dios todopoderoso, al mirar la cruz de Cristo? ¿En este poder del mal, que llega a matar al Hijo de Dios? Sin duda que quisiéramos una omnipotencia divina según nuestros esquemas mentales y nuestros deseos: un Dios "todopoderoso" que resuelva los problemas, que intervenga para evitarnos los problemas, que le gane al adversario, y que cambie el curso de los acontecimientos y anule el dolor. Por lo tanto, hoy en día muchos teólogos dicen que Dios no puede ser omnipotente, de lo contrario no podría haber tanto sufrimiento, tanta maldad en el mundo. De hecho, ante el mal y el sufrimiento, para muchos, para nosotros, es problemático, es difícil creer en Dios Padre y creer que es todopoderoso; algunos buscan refugio en los ídolos, cediendo a la tentación de encontrar una respuesta en una supuesta omnipotencia "mágica" y en sus promesas ilusorias.
Sin embargo la fe en Dios Todopoderoso nos lleva por caminos muy diferentes: tales como aprender a conocer que el pensamiento de Dios es diferente al nuestro, que los caminos de Dios son diferentes de los nuestros (cf. Is. 55,8), e incluso su omnipotencia es diferente: no se expresa como una fuerza automática o arbitraria, sino que se caracteriza por una libertad amorosa y paternal. En realidad, Dios, al crear criaturas libres, dándoles libertad, renunció a una parte de su poder, dejando el poder en nuestra libertad. Así, Él ama y respeta la respuesta libre de amor a su llamado. Como Padre, Dios quiere que seamos sus hijos y que vivamos como tales en su Hijo, en comunión, en plena intimidad con Él. Su omnipotencia no se expresa en la violencia, no se expresa en la destrucción de todo poder adverso como quisiéramos, sino que se expresa en el amor, en la misericordia, en el perdón, en la aceptación de nuestra libertad y en la incansable llamada a la conversión del corazón; en una actitud aparentemente débil --Dios parece débil si pensamos en Jesucristo orando, que se deja matar. ¡Una actitud aparentemente débil, hecha de paciencia, de mansedumbre y de amor, muestra que este es el camino correcto para ser poderoso! ¡Esta es la potencia de Dios! ¡Y este poder vencerá! El sabio del libro de la Sabiduría se dirige así a Dios: "Tú eres misericordioso con todos, porque todo lo puedes; cierras los ojos ante los pecados de los hombres, esperando su arrepentimiento. Amas a todos los seres que existen... ¡Eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amante de la vida!" (11,23-24a.26).
Solo quien es realmente poderoso puede soportar el mal y mostrarse compasivo; solo quien es verdaderamente poderoso puede ejercer plenamente el poder del amor. Y Dios, a quien pertenecen todas las cosas, porque todas las cosas fueron hechas por Él, revela su fuerza amando todo y a todos, en una paciente espera de la conversión de nosotros los hombres, que quiere tener como hijos. Dios espera nuestra conversión. El amor todopoderoso de Dios no tiene límites, hasta el punto de que "no retuvo a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rm. 8,32). La omnipotencia del amor no es la del poder del mundo, sino es aquella del don total, y Jesús, el Hijo de Dios, revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando su vida por nosotros pecadores. Este es el verdadero, auténtico y perfecto poder divino: Entonces el mal es en verdad vencido porque es lavado por el amor de Dios; entonces la muerte es definitivamente derrotada porque es transformada en don de la vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, el gran enemigo (cf. 1 Cor. 15,26), es engullida y privada de su veneno (cf. 1 Cor. 15, 54-55), y nosotros, liberados del pecado, podemos acceder a nuestra realidad de hijos de Dios.
Es así que cuando decimos "Creo en Dios Padre Todopoderoso," expresamos nuestra fe en el poder del amor de Dios, que en su Hijo muerto y resucitado vence el odio, la maldad, el pecado y nos da vida eterna: aquella de los hijos que quieren estar siempre en la "Casa del Padre". Decir "Creo en Dios Padre Todopoderoso", en su poder, en su modo de ser Padre, es siempre un acto de fe, de conversión, de transformación de nuestros pensamientos, de todo nuestro amor, de todo nuestro modo de vida.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que sostenga nuestra fe, que nos ayude a encontrar verdaderamente la fe y que nos de la fuerza para anunciar a Cristo crucificado y resucitado y de testimoniarlo en el amor a Dios y al prójimo. Y que Dios nos conceda acoger el don de nuestra filiación, para vivir plenamente la realidad del Credo, en el abandono confiado al amor del Padre y a su omnipotencia misericordiosa, que es la verdadera omnipotencia y que salva.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.