La fortaleza (cristiana) para
hablar y para decir lo que se debe decir se llama parresía. Es una virtud que
consiste hablar libremente y decir todo lo que se debe decir. No callar, por
temor, lo que se debe decir. Es parte de la virtud de la fortaleza en su
aspecto activo: valentía. En este caso valentía para hablar. Por lo tanto
callar cuando se debe hablar es un acto de cobardía producido por el temor, el
miedo, que es miedo al sufrimiento y por lo tanto debilidad en el amor
Los mártires cristianos ejercitaron su parresía
cuando, interrogados ante los tribunales, confesaron su fe en Cristo, aún a
sabiendas de que les costaría la vida. El carácter demoníaco de un silencio en
lugar de la confesión pública, se habría puesto de manifiesto en esa o en
similares circunstancias.
De ahí que San Juan diga en su primera carta 4, 18 y ss. que: "La caridad perfecta exorciza al miedo"
(Advierto que no en todas las traducciones se dice "exorciza". Pero ése es el sentido propio de la expresión griega "exo bállei", literalmente "arroja afuera". Pero que, en el texto del Nuevo Testamento y en la tradición eclesial se usa con el sentido de "exorcizar")
La expresión "el amor perfecto", - más
propiamente "la Caridad (Agapé) perfecta " -- designa el amor perfecto
de los hijos al Padre y, por el Padre, a las demás creaturas (Mateo 5, 48). Una
caridad que, sin embargo, va regida en su ejercicio por una prudencia
sobrenatural (Mateo 6, 1ss).
De modo que más que un "Demonio del
Silencio", habría que hablar de un "Demonio del miedo a hablar".
Ese miedo puede deberse, en algunos casos, a otro miedo que podríamos llamar
"Miedo a mi interlocutor" sea quien sea. No sólo a un miembro de mi
familia, sino en el empleo, el trabajo, en cualquier relación interpersonal. A
estos miedos pertenece lo que se conoce como "respeto humano".
Este miedo a hablar puede ser el que proveniente de
un amor desordenado de sí mismo, que sería directamente opuesto al amor a Dios,
por amarse a sí mismo más que a Dios. (El caso de los apóstatas en situación de
martirio) Y sería un pecado contra el primer mandamiento.
Ese demonio de miedo a Dios como una amenaza para
el propio bien, es el demonio de la acedia, cuyo identikit total se puede ver en
los trece videos dedicados a él que, desde hace un año, viene emitiendo una y
otra vez EWTN. Porque tener miedo al bien, es tomar al bien por mal.
En esos videos podrán ver cómo la
soberbia y la acedia son dos caras de un mismo demonio bifronte. Para el Nuevo
Testamento y San Ireneo, el pecado del demonio fue la acedia. Para Orígenes y
otra línea patrística, fue la Soberbia (el apetito desordenado de la propia
excelencia). Pero son dos caras del mismo demonio, del mismo espíritu malo y
opuesto al Espíritu Santo.
Por eso, cuando se habla de un Demonio del
Silencio, no es que se trate de un demonio distinto, sino más bien de un
aspecto o de un efecto de la acción demoníaca consistente en impedir hablar
para el bien por temor a un mal adjunto a ese hablar.
San Ignacio de Loyola describe ese efecto de la
acción demoníaca que llaman "El demonio del Silencio" y sobre el cual
Usted me pregunta. Lo hace en sus Ejercicios Espírituales [número 326].
Se trata de la décimotercera regla de
discernimiento de la primera de las dos series de reglas.
En esa regla 13ª dice San Ignacio que el demonio se
comporta como el falso galán que quiere que la mujer mantenga la relación en
secreto:
"Así mismo se hace como vano enamorado en
querer ser secreto y no descubierto: porque así como el hombre vano, que
hablando a mala parte, requiere a una de buen padre o a una mujer de buen
marido, quiere que sus palabras y persuasiones queden en secreto; y al
contrario le displace mucho, cuando la hija al padre o la mujer al marido
descubre sus vanas palabras e intención depravada, porque fácilmente colige que
no podrá salir con la empresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo
de la naturaleza humana tras sus astucias y persuasiones al alma justa, quiere
y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre a su
buen confesor o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias,
mucho le pesa; porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, en
ser descubiertos sus engaños manifiestos".
Hay pues una acción del Demonio que consiste en
aislar al alma de los buenos consejeros y sobre todo de los entendidos en las
cosas del alma. Y eso sucede muchas veces sin malicia de parte del alma
engañada: "Si le dices esto al padre o a fulano se va a enojar" o
"te va a retar", "no molestes al padre con estas pequeñeces o
bobadas", "si dices esto no te va a entender" o "va a
pensar tal y tal cosa".
Cualquier pretexto es bueno para persuadir al alma
de arreglárselas a solas. Pero también en el fondo de esta actitud hay algo de
autosuficiencia y de soberbia, algo de arrogancia, o de temeraria confianza en
sí mismo, que disuade de buscar el buen consejero, de seguir el buen consejo.
Siendo el hablar el medio de intercomunicación y
comunión entre las personas creado por Dios como medio de la unión amorosa, de
la amistad, es lógico que el enemigo del amor ataque principalmente al habla
como instrumento de comunicación amorosa. Y por eso impida la comunicación
entre los esposos, padres e hijos, cuñados etc. Pero también impida hacer el
bien proclamando públicamente los bienes conocidos, cuando, por ejemplo, los
cristianos callan los tesoros de su fe por respeto humano, o por temor a las
consecuencias laborales. Aunque también, como se dijo antes, en estos asuntos
hay una prudencia sobrenatural que debe regir la parresía para que no se
incurra en temeridad.
(El texto es una respuesta del padre Horacio Bojorge a una consulta realizada desde Chile, sobre la existencia de diversos demonios: soberbia, miedo, silencio, etc. Nos ha perecido muy valiosa la respuesta, que permite comprender la regla XIII del discernimiento de San Ignacio, y omitimos las referencia `personales de la respuesta. Puedes leer la pregunta y respuesta completa en http://elblogdelbuenamor.blogspot.com )
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