viernes, 29 de septiembre de 2017

SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA: ORACIÓN DE AGRADECIMIENTO A LA VIRGEN MARÍA

“¡Oh Santísima SeñoraTheotokos, luz de mi pobre alma, mi esperanza,
mi protección, mi refugio, mi consuelo, y mi alegría!
Te agradezco por haberme permitido participar
del purísimo cuerpo y de la purísima sangre de tu Hijo.

Ilumina los ojos de mi corazón, O Bendita Virgen
que llevaste la fuente de la inmortalidad. O tiernísima y amorosa Madre del Dios misericordioso; ten misericordia de mi y concédeme un corazón arrepentido y contrito con humildad de mente.

Guarda mis pensamientos de que se pierdan en toda clase de distracciones,
y hazme siempre digno, hasta mi último aliento,
de recibir los purísimos misterios de Cristo para la sanación
de mi alma y cuerpo.

Dame lágrimas de arrepentimiento y de agradecimiento
para que yo pueda cantarte
y alabarte todos los días de mi vida,
porque tú eres siempre bendita y alabada. Amén.”
 

miércoles, 27 de septiembre de 2017

SAN FRANCISCO DE SALES: LA INQUIETUD

La inquietud no es una simple tentación, sino una fuente de la cual y por la cual vienen muchas tentaciones: diremos, pues, algo acerca de ella. La tristeza no es otra cosa que el dolor del espíritu a causa del mal que se encuentra en nosotros contra nuestra voluntad; ya sea exterior, como pobreza, enfermedad, desprecio, ya interior, como ignorancia, sequedad, repugnancia, tentación. Luego, cuando el alma siente que padece algún mal, se disgusta de tenerlo, y he aquí la tristeza, y, enseguida desea verse libre de él y poseer los medios para echarlo de sí. Hasta este momento tiene razón, porque todos, naturalmente, deseamos el bien y huimos de lo que creemos que es un mal.

Si el alma busca, por amor de Dios, los medios para librarse del mal, los buscará con paciencia, dulzura, humildad y tranquilidad, y esperará su liberación más de la bondad y providencia de Dios que de su industria y diligencia; si busca su liberación por amor propio, se inquietará y acalorará en pos de los medios, como si este bien dependiese más de ella que de Dios. No digo que así lo piense, sino que se afanará como si así lo pensase.

Y, si no encuentra enseguida lo que desea, caerá en inquietud y en impaciencia, las cuales, lejos de librarla del mal presente, lo empeorarán, y el alma quedará sumida en una angustia y una tristeza, y en una falta de aliento y de fuerzas tal, que le parecerá que su mal no tiene ya remedio. He aquí, pues, cómo la tristeza, que al principio es justa, engendra la inquietud, y ésta le produce un aumento de tristeza, que es mala sobre toda medida.

La inquietud es el mayor mal que puede sobrevenir a un alma, fuera del pecado; porque, así como las sediciones y revueltas intestinas de una nación la arruinan enteramente, e impiden que pueda resistir al extranjero, de la misma manera nuestro corazón, cuando está interiormente perturbado e inquieto, pierde la fuerza para conservar las virtudes que había adquirido, y también la manera de resistir las tentaciones del enemigo, el cual hace entonces toda clase de esfuerzos para pescar a río revuelto, como suele decirse.

La inquietud proviene del deseo desordenado de librarse del mal que se siente o de adquirir el bien que se espera, y, sin embargo, nada hay que empeore más el mal y que aleje tanto el bien como la inquietud y el ansia. Los pájaros quedan prisioneros en las redes y en las trampas porque, al verse cogidos en ellas, comienzan a agitarse y revolverse convulsivamente para poder salir, lo cual es causa de que, a cada momento, se enreden más. Luego, cuando te apremie el deseo de verte libre de algún mal o de poseer algún bien, ante todo es menester procurar el reposo y la tranquilidad del espíritu y el sosiego del entendimiento y de la Voluntad, y después, suave y dulcemente, perseguir el logro de los deseos, empleando, con orden, los medios convenientes; y cuando digo suavemente, no quiero decir con negligencia, sino sin precipitación, turbación e inquietud; de lo contrario, en lugar de conseguir el objeto de tus deseos, lo echarás todo a perder y te enredarás cada vez más.

«Mi alma-decía David siempre está puesta, ¡oh Señor!, en mis manos, y no puedo olvidar tu santa ley.» Examina, pues, una vez al día a lo menos, o por la noche y por la mañana, si tienes tu alma en tus manos, o si alguna pasión o inquietud te la ha robado: considera si tienes tu corazón bajo tu dominio, o bien si ha huído de tus manos, para enredarse en alguna pasión des ordenada de amor, de aborrecimiento, de envidia, de deseo, de temor, de enojo, de alegría. Y si se ha extraviado, procura, ante todo, buscarlo y conducirlo a la presencia de Dios, poniendo todos tus afectos y deseos bajo la obediencia y la dirección de su divina voluntad. Porque, así como los que temen perder alguna cosa que les agrada mucho, la tienen bien cogida de la mano, así también, a imitación de aquel gran rey, hemos de decir siempre: «¡Oh Dios mío!, mi alma está en peligro; por esto la tengo siempre en mis manos, y, de esta manera, no he olvidado tu santa ley».

No permitas que tus deseos te inquieten, por pequeños y por poco importantes que sean; porque, después de los pequeños, los grandes y los más importantes encontrarán tu corazón más dispuesto a la turbación y al desorden. Cuando sientas que llega la inquietud, encomiéndate a Dios y resuelve no hacer nada de lo que tu deseo reclama hasta que aquélla haya totalmente pasado, a no ser que se trate de alguna cosa que no se pueda diferir; en este caso, es menester refrenar la corriente del deseo, con un suave y tranquilo esfuerzo, templándola y moderándola en la medida de lo posible, y hecho esto, poner manos a la obra, no según los deseos, sino según razón.

Si puedes manifestar la inquietud al director de tu alma, o, a lo menos, a algún confidente y devoto amigo, no dudes de que enseguida te sentirás sosegada; porque la comunicación de los dolores del corazón hace en el alma el mismo efecto que la sangría en el cuerpo que siempre está calenturiento: es el remedio de los remedios. Por este motivo, dio San Luis este aviso a su hijo: «Si sientes en tu corazón algún malestar, dilo enseguida a tu confesor o a alguna buena persona, y así podrás sobrellevar suavemente tu mal, por el consuelo que sentirás.»

BENEDICTO XVI: HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR...


Después de esto sigue la tercera reacción, la respuesta esencial de María: su simple «sí». Se declara sierva del Señor. «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).  

Bernardo de Claraval describe dramáticamente en una homilía de Adviento la emoción de este momento. Tras la caída de nuestros primeros padres, todo el mundo queda oscurecido bajo el dominio de la muerte. Dios busca ahora una nueva entrada en el mundo. Llama a la puerta de María. Necesita la libertad humana. No puede redimir al hombre, creado libre, sin un «sí» libre a su voluntad. Al crear la libertad, Dios se ha hecho en cierto modo dependiente del hombre. Su poder está vinculado al «sí» no forzado de una persona humana. Así, Bernardo muestra cómo en el momento de la pregunta a María el cielo y la tierra, por decirlo así, contienen el aliento. ¿Dirá «sí»? Ella vacila... ¿Será su humildad tal vez un obstáculo? «Sólo por esta vez —dice Bernardo— no seas humilde, sino magnánima. Danos tu “sí”.» Éste es el momento decisivo en el que de sus labios y de su corazón sale la respuesta: «Hágase en mí según tu palabra.» Es el momento de la obediencia libre, humilde y magnánima a la vez, en la que se toma la decisión más alta de la libertad humana.  

María se convierte en madre por su «sí». Los Padres de la Iglesia han expresado a veces todo esto diciendo que María habría concebido por el oído, es decir, mediante su escucha. A través de su obediencia la palabra ha entrado en ella, y ella se ha hecho fecunda. En este contexto, los Padres han desarrollado la idea del nacimiento de Dios en nosotros mediante la fe y el bautismo, por los cuales el Logos viene siempre de nuevo a nosotros, haciéndonos hijos de Dios. Pensemos por ejemplo en las palabras de san Ireneo: «¿Cómo podrán salvarse si no es Dios aquel que llevó a cabo su salvación sobre la tierra? ¿Y cómo el ser humano se acercará a Dios, si Dios no se ha acercado al hombre? ¿Cómo se librarán de la muerte que los ha engendrado, si no son regenerados por la fe para un nuevo nacimiento que Dios realice de modo admirable e impensado, cuyo signo para nuestra salvación nos dio en la concepción a partir de la Virgen?» (Adv haer IV, 33,4; cf. H. Rahner, Symbole der Kirche, p. 23).  
  
Pienso que es importante escuchar también la última frase de la narración lucana de la anunciación: «Y el ángel la dejó» (Lc 1,38). El gran momento del encuentro con el mensajero de Dios, en el que toda la vida cambia, pasa, y María se queda sola con un cometido que, en realidad, supera toda capacidad humana. Ya no hay ángeles a su alrededor. Ella debe continuar el camino que atravesará por muchas oscuridades, comenzando por el desconcierto de José ante su embarazo hasta el momento en que se declara a Jesús «fuera de sí» (Mc 3,21; cf. Jn 10,20), más aún, hasta la noche de la cruz. 

En estas situaciones, cuántas veces habrá vuelto interiormente María al momento en que el ángel de Dios le había hablado. Cuántas veces habrá escuchado y meditado aquel saludo: «Alégrate, llena de gracia», y sobre la palabra tranquilizadora: «No temas.» El ángel se va, la misión permanece, y junto con ella madura la cercanía interior a Dios, el íntimo ver y tocar su proximidad.  

martes, 19 de septiembre de 2017

SANTO TOMÁS MORO: EL GUSTO DE VIVIR

Felices los que saben reírse de sí mismos,
porque nunca terminarán de divertirse.

Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita,
porque evitarán muchos inconvenientes.

Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque
llegarán a ser sabios.

Felices los que saben escuchar y callar,
porque aprenderán cosas nuevas.

Felices los que son suficientemente inteligentes,
como para no tomarse en serio,
porque serán apreciados por quienes los rodean.

Felices los que están atentos a las necesidades de los demás,
sin sentirse indispensables,
porque serán distribuidores de alegría.

Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas
y tranquilidad las cosas grandes,
porque irán lejos en la vida.

Felices los que saben apreciar una sonrisa
y olvidar un desprecio,
porque su camino será pleno de sol.

Felices los que piensan antes de actuar
y rezan antes de pensar,
porque no se turbarán por los imprevisible.

Felices ustedes si saben callar y ojalá sonreír
cuando se les quita la palabra,
se los contradice o cuando les pisan los pies,
porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.

Felices ustedes si son capaces de interpretar
siempre con benevolencia las actitudes de los demás
aún cuando las apariencias sean contrarias.
Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.

Felices sobretodo, ustedes,
si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran
entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.

lunes, 18 de septiembre de 2017

DIÁCONO JORGE NOVOA: ES NECESARIO QUE ÉL CREZCA Y YO DISMINUYA...

“Es necesario que él crezca y yo disminuya”. El camino propuesto por el Bautista tiene dos polos que se relacionan y condicionan, dos verbos que nos orientan adecuadamente en la comprensión de la enseñanza: crecer y disminuir. Ambos necesarios, cualquier acentuación unilateral distorsionaría el saludable equilibrio que ambos generan.

Quién debe crecer? La misión de los discípulos del Señor está orientada hacia ésta meta: Jesús debe crecer. Únicamente así daremos cimientos  sólido a la edificación. "No se debe edificar sobre otro fundamento que Cristo", diría san Pablo, “muerto y resucitado”. El contenido de la predicación no debe omitir o seleccionar algunos aspectos de la vida del Señor, es decir, privilegiar unos y silenciar otros, debe ser una predicación que incluya toda su vida, palabras y obras. Enseñanzas y milagros.

La Iglesia se vuelve para la sociedad contemporánea, como el dedo indicador de Juan el Bautista, señalando a los hombres de cada generación, la meta hacia la que caminamos. No se debe silenciar el nombre de Jesús, pues, en nada contribuimos a la construcción de la sociedad omitiendo explícitamente su mención. Se aplica perfectamente la sentencia de Jesús: “si la sal se vuelve sosa con qué se la salará”. Algunas sociedades que se autodefinen pluralistas, exigen suprimir del ámbito público la mención o vivencia de lo religioso, para salvaguardar la libertad de los no creyentes, con esta estrategia sutil, imponen la ideología de los no creyentes y silencian la expresión pública de los católicos.

Algunas instituciones católicas del ámbito de la educación, han basado sus propuestas , en este sentido, ofreciendo una “educación en valores”. La propuesta educativa en la sociedad ha producido frutos valiosos. Numerosos hombres y mujeres educados con estos parámetros, hoy son ciudadanos honorables. Al tiempo que resulta constatable esta afirmación, también y de modo claro, se encuentra una escasa adhesión a la fe católica en temas claves como los de la moral conyugal. Se observa un progresivo abandono de la práctica sacramental. “Educar en valores” en abstracto, produce también descristianización.

Él debe crecer. Realidad que no se dará sin Él, si no se le predica abiertamente y sin condicionamientos exteriores e interiores, porque los exteriores provocan los interiores. La secularización como condicionamiento exterior, extendido culturalmente a todos los ámbitos de la vida social, se vuelve una “voz acusadora” en el corazón de los creyentes, ordenándoles no confesar su fe en la vida social. Cómo enfrentar ésta realidad?

Para esta empresa, que en muchos casos aparece compleja, resulta consolador saber que el Señor está en medio de nosotros, y que su crecimiento no depende exclusivamente de nuestro ingenio, nuestra mayor contribución será la docilidad a su gracia. Cuando Él crece, el mal en todas sus expresiones retrocede. Dios es glorificado y los hombre santificados. Nuestro aporte a la sociedad actul depende de “su crecimiento” en las almas, nunca aportamos algo tan valioso para su construcción, como cuando el Señor Jesús se vuelve cimiento de sus vidas. Si los valores no tienen por referencia a Jesús, se volverán “sal que no sirve” para alcanzar la meta.

Si Él no crece, se silenciarán las realidades vinculadas con la “vida eterna”. La fe cristiana se pondrá al servicio de la “calidad de vida”, distorsionando la verdad que anida en su interior. Él ha venido para que “tengamos vida y vida en abundancia”, los santos son testigo de esta Verdad, independientemente de nuestra condición social o de nuestras capacidades intelectuales. En salud o enfermedad, pobreza o riqueza...

Quién debe disminuir? Todos los servidores del Señor. Aquellos que Dios ha puesto al servicio de comunicarlo, en las diversas modalidades que esto es posible, con humildad y gratitud, amando y esperando.

Si yo no disminuyo. Daré a los hombres un cimiento débil, que impedirá puedan superar los momentos de crisis, porque todos en nuestras vidas sabemos lo que supone ser, “paja que se la lleva el viento”.

Si Él no crece y crezco yo, estoy provocando una gran injusticia de la que tendré que dar cuentas. Dice san Pablo a Timoteo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la vedad" Ocultando a Cristo, obstaculizamos los planes de Dios. No existe un cristianismo sin Cristo, como no existe un cristianismo sin Padre. “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.

Ayer, hoy y siempre enfrentaremos esta tensión, en ella está la clave de la misión de los discípulos, de su correcta comprensión y vivencia depende nuestra santificación. Que María estrella matutina guíe y oriente nuestros pasos en el camino de la fidelidad al Señor y a su Iglesia!