jueves, 23 de junio de 2022

SAN JERÓNIMO: COMENTARIO AL ELOGIO DE JUAN BAUTISTA

Es superior a todos los hombres nacidos de mujeres y del concurso del hombre, mas no es preferido a Aquel que nació de una Virgen y del Espíritu Santo. Aunque en las palabras "No se levantó entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan", no puso a Juan por encima de los demás profetas y patriarcas y de todos los hombres, sino que lo igualó. Porque, de que otros no sean mayores que él, no se sigue inmediatamente que él sea mayor que los otros.

Mas nosotros comprendemos simplemente que todo santo que está ya con el Señor es más grande que aquel que aún está en medio de los combates, porque una cosa es ceñir la corona de la victoria y otra luchar aún en el combate.

martes, 21 de junio de 2022

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS: OCÚPATE DE MÍ Y DE MIS COSAS , QUE YO ME OCUPARÉ DE TI Y DE LAS TUYAS (1)



La devoción al Sagrado Corazón de Jesús del P. Alcañiz, editada en forma de pequeño folleto en 1951 (20ª Edición) es un magnífico instrumento para llegar a la intimidad del amor de Jesucristo, que encontramos en su Sagrado Corazón.
II LA CONSAGRACIÓN

En efecto, la Consagración es la práctica fundamental de la devoción a mi Corazón divino. Pero ¡cuánta rutina se observa ya en este punto! Cuántas personas piadosas están haciendo cada día consagraciones que hallan en los libros piadosos, y, sin embargo, no son almas consagradas de verdad; más bien que hacer consagraciones las rezan, son rezadoras de consagraciones. Oye, hijo mío, en qué consiste la Consagración completa según Yo mismo enseñé a mis amigos más íntimos, según ellos lo explicaron en sus diversos escritos, y según lo dejaron confirmado con su ejemplo.
UN PACTO

La Consagración puede reducirse a un pacto: a aquel que Yo pedí a mi primer apóstol de España, Bernardo de Hoyos, y antes, en términos equivalentes, a mi sierva Santa Margarita: Cuida tú de mi honra y de mis cosas; que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas. También contigo desearía hacer este pacto. Yo, que como señor absoluto podría acercarme exigiendo sin ningunas condiciones, quiero pactar con mis criaturas. Y tú ¿no quieres pactar conmigo? No tengas miedo que hayas de salir perdiendo. Yo en los tratos con mis criaturas, soy tan condescendiente y benigno, que cualquiera pensaría que me engañan. Además, es un convenio que no te obligará de suyo ni bajo pecado mortal, ni bajo pecado venial; Yo no quiero compromisos que te ahoguen; quiero amor, generosidad, paz: no zozobras ni apreturas de conciencia.

Ya ves que el pacto tiene dos partes: una que me obliga a Mí, y otra que te obliga a ti. A Mí, cuidar de ti y de tus intereses; a ti, cuidar de Mí y de los míos, ¿Verdad que es un convenio muy dulce?
PRIMERA PARTE DE LA CONSAGRACIÓN
Comezaremos por la parte mía: Yo cuidaré de ti y de tus cosas. Para eso es necesario que todas, es a saber: alma, cuerpo, vida, salud, familia, asuntos, en una palabra: todo, lo remitas plenamente a la disposición de mi suave providencia y que me dejes hacer. Yo quiero arreglarlas a mi gusto y tener las manos libres. Por eso deseo que me des todas las llaves; que me concedas licencia para entrar y salir cuando Yo quiera; que no andes vigilándome para ver y examinar lo que hago; que no me pidas cuenta de ningún paso que dé, aunque no veas la razón y aun parezca a primera vista que va a ceder en tu daño; pues, aunque tengas muchas veces que ir a ciegas, te consolará el saber que te hallas en buenas manos. Y cuando ofreces tus cosas, no ha de ser con el fin precisamente de que Yo te las arregle a tu gusto, porque eso ya es ponerme condiciones y proceder con miras interesadas sino para que las arregle según me parezca a Mí; para que proceda en todo como dueño y como rey, con entera libertad aunque prevea alguna vez que mi determinación te haya de ser dolorosa. Tú no ves sino el presente, Yo veo lo porvenir; tú miras con microscopio, Yo miro con telescopio de inconmensurable alcance; y soluciones, que de momento parecerían felicísimas, son a veces desastrosas para lo que ha de llegar; fuera de que en ocasiones, para probar tu fe y confianza en Mí y hacerte merecer gloria, permitiré de momento, con intención deliberada, el trastorno de tus planes.
Mas con esto no quiero que te abandones a una especie de fatalismo quietista y descuides tus asuntos interiores. Debes seguir como ley aquel consejo que os dejé en el Evangelio: "Cuando hubiereis hecho cuanto se os había mandado, decid: siervos inútiles somos". Debes en cualquier asunto tomar todas las diligencias que puedas, como si el éxito dependiera de ti sólo, y después decirme con humilde confianza: "Corazón de Jesús, hice, según mi flaqueza, cuanto buenamente pude; lo demás ya es cosa tuya, el resultado lo dejo a tu providencia". Y después de dicho esto procura desechar toda inquietud y quedarte con el reposo de un lago en una tranquila tarde de otoño.
LO QUE SE DEBE OFRECER
Como dije, debes ofrecerme todo sin excluir absolutamente nada, pues sólo me excluyen algo las personas que se fían poco de Mí.
EL ALMA - Ponla en mis manos: tu salvación eterna, grado de gloria en el cielo, progreso en virtud, defectos, pasiones, miserias, todo. Hay algunas personas que siempre andan henchidas de temores, angustias, desalientos por las cosas del espíritu. Si esto es, hijo mío, porque pecas gravemente, está muy justificado. Es un estado tristísimo el del pecado mortal, que a todo trance debes abandonar en seguida, ya que te hace enemigo formal mío. Esfuérzate, acude a Mí con instancia, que Yo te ayudaré mucho, y sobre todo confiésate con frecuencia, cada semana, si puedes, que este es un excelente remedio. Caídas graves no es obstáculo para consagrarte a Mí, con tal que haya sincero deseo de enmienda, la Consagración será un magnífico medio para salir de este estado.
Hay otra clase de personas que no pecan mortalmente, y sin embargo, siempre están interiormente de luto, porque creen que no progresan en la vida espiritual. Esto no me satisface. Debes también aquí hacer cuanto buenamente puedas según la flaqueza humana, y lo demás abandonarlo a Mí. El Cielo es un jardín completísimo, y así debe contener toda variedad de plantas; no todo ha de ser cipreses, azucenas y claveles; también ha de haber tomillos; ofrécete a ocupar ese lugar. Todas esas amarguras en personas que no pecan gravemente nacen de que buscan más su gloria que la mía. La virtud, la perfección tiene dos aspectos: el de ser bien tuyo, y el de ser bien mío; tu debes procurarla con empeño, mas con paz, por ser bien mío, pues lo tuyo, en cuanto tuyo, ya quedamos en que debes remitirlo a mi cuidado. Además, debes tener en cuenta que si te entregas a Mí, la obra de tu perfección más bien que tú la haré Yo.
EL CUERPO - También Yo quiero encargarme de tu salud y tu vida, y por eso tienes que ponerlas en mis manos. Yo sé lo que te conviene, tú no lo sabes. Toma los medios que buenamente se puedan para conservar o recuperar la salud, y lo demás remítelo a mi cuidado, desechando aprensiones, imaginaciones, miedos, persuadido de que no de medicinas ni médicos, sino principalmente de Mí vendrá la enfermedad y el remedio.
FAMILIA - Padres, cónyuges, hijos, hermanos, parientes. Hay personas que no hallan dificultad en ofrecérseme a sí, pero a veces se resisten a poner resueltamente en mis manos algún miembro especial de su familia a quien mucho aman. No parece sino que voy a matar incontinenti todo cuanto a mi bondad se confíe. ¡Qué concepto tan pobre tienen de Mí! A veces dicen que en sí no tienen dificultad en sufrir, pero no quisieran ver sufrir a esa persona; creen que consagrarse a Mí y comenzar a sufrir todos cuantos les rodean, son cosas inseparables. ¿De dónde habrán sacado esa idea? Lo que sí hace la Consagración sincera, es suavizar mucho las cruces que todos tenéis que llevar en este mundo.
BIENES DE FORTUNA - Fincas, negocios, carrera, oficio, empleo, casa, etc. Yo no exijo que las almas que me aman abandonen estas cosas, a no ser que las llame al estado religioso. Todo lo contrario; deben de cuidar de ellas ya que constituyen una parte de las obligaciones de su estado. Lo que pido es que las pongan en mis manos, que hagan lo que buenamente puedan, a fin de que tengan feliz éxito; pero el resultado me lo reserven a Mí sin angustias ni zozobras, ni medio desesperaciones.
BIENES ESPIRITUALES - Ya sabes que todas las acciones virtuosas que ejecutes en estado de gracia, y los sufragios que después de tu muerte se ofrezcan por tu descanso, tienen una parte a la cual puedes renunciar en favor de otras personas ya vivas o ya difuntas. Pues bien, hijo mío, desearía que de esa parte me hicieras donación plena, a fin de que Yo la distribuya entre las personas que me pareciere bien. Yo sé, mejor que tú, en quienes precisa establecer mi reinado, a quienes hace más falta, en donde surtirá mejor efecto, y así podré repartirla con más provecho que tú. Pero esta donación no es óbice para que ciertos sufragios que o la obediencia o la caridad o la piedad piden en algunas ocasiones puedas ofrecerlos tú.
Todo, pues, has de entregármelo con entera confianza, para que Yo lo administre como me parezca y, aunque no debes hacerlo con miras interesadas ya verás cómo, a pesar de que en ocasiones sueltas pondré a prueba tu confianza haciendo que salgan mal, sin embargo, en conjunto, tus asuntos han de caminar mejor; tanto mejor, cuanto tú le tomes mayor interés por los míos. Cuanto más pienses tú en Mí, más pensaré Yo en ti; cuanto más te preocupes de mi gloria, más me preocuparé de la tuya; cuanto más trabajes por mis asuntos, más trabajaré por los tuyos. Tienes que procurar, hijo mío, ser más desinteresado. Hay algunas personas que sólo piensan en sí; su mundo espiritual es un sistema planetario, en el cual ellos ocupan el centro, y todo lo demás, incluso mis intereses, al menos prácticamente son especies de planetas que giran en derredor; este egocentrismo interior es mal sistema astronómico.

domingo, 19 de junio de 2022

SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE: PROMESAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

He aquí las promesas de Jesús que aparecen dispersas en los escritos de Santa Margarita, y por medio de ella a todos los devotos de su Sagrado Corazón:

1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado.

2. Pondré paz en sus familias.

3. Les consolaré en sus penas.

4. Seré su refugio seguro durante la vida, y, sobre todo, en la hora de la muerte.

5. Derramaré abundantes bendiciones sobre todas sus empresas.

6. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.

7. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente, el Océano infinito de la misericordia.

8. Las almas tibias se volverán fervorosas.

9. Las almas fervorosas se elevarán a gran perfección.

10. Daré a los sacerdotes el talento de mover los corazones más empedernidos.

11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón, y jamás será borrado de El.

12. Les prometo en el exceso de mi misericordia, que mi amor todopoderoso concederá a todos aquellos que comulgaren por nueve primeros viernes consecutivos, la gracia de la perseverancia final; no morirán sin mi gracia, ni sin la recepción de los santos sacramentos. Mi Corazón será su seguro refugio en aquel momento supremo.

lunes, 13 de junio de 2022

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR (Corpus Christi)


El jueves siguiente a la solemnidad de la santísima Trinidad (en algunos lugares el domingo siguiente), la Iglesia celebra la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar.


La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.

Durante siglos, la celebración del Corpus Christi fue el principal punto de confluencia de la piedad popular a la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de responder a las negaciones del movimiento protestante, y la cultura – arte, literatura, folclore – han contribuido a dar vida a muchas y significativas expresiones de la piedad popular para con el misterio de la Eucaristía.

161. La devoción eucarística, tan arraigada en el pueblo cristiano, debe ser educada para que capte dos realidades de fondo:

- que el punto de referencia supremo de la piedad eucarística es la Pascua del Señor; la Pascua, según la visión de los Padres, es la fiesta de la Eucaristía, como, por otra parte, la Eucaristía es ante todo celebración de la Pascua, es decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús;

- que toda forma de devoción eucarística tiene una relación esencial con el Sacrificio eucarístico, ya porque dispone a su celebración, ya porque prolonga las actitudes cultuales y existenciales suscitadas por ella.

A causa precisamente de esto, el Rituale Romanum advierte: "Los fieles, cuando veneran a Cristo, presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia deriva del Sacrificio y tiende a la comunión, sacramental y espiritual".

162. La procesión de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la "forma tipo" de las procesiones eucarísticas. Prolonga la celebración de la Eucaristía: inmediatamente después de la Misa, la Hostia que ha sido consagrada en dicha Misa se conduce fuera de la iglesia para que el pueblo cristiano "dé un testimonio público de fe y de veneración al Santísimo Sacramento".

Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus Christi: se sienten "Pueblo de Dios" que camina con su Señor, proclamando la fe en Él, que se ha hecho verdaderamente el "Dios con nosotros".

Con todo, es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen las normas que regulan su desarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y la reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también es necesario que los elementos típicos de la piedad popular, como el adorno de las calles y de las ventanas, la ofrenda de flores, los altares donde se colocará el Santísimo en las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones "muevan a todos a manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la alabanza del Señor", y ajenos a toda forma de emulación.

163. Las procesiones eucarísticas concluyen, normalmente, con la bendición del santísimo Sacramento. En el caso concreto de la procesión del Corpus Christi, la bendición constituye la conclusión solemne de toda la celebración: en lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada, se imparte la bendición con el santísimo Sacramento.
Es importante que los fieles comprendan que la bendición con el santísimo Sacramento no es una forma de piedad eucarística aislada, sino el momento conclusivo de un encuentro cultual suficientemente amplio. Por eso, la normativa litúrgica prohíbe "la exposición realizada únicamente para impartir la bendición".

La adoración eucarística

164. La adoración del santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles.

Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor y a la reserva de las sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas. La reserva de las Especies sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

De hecho, "la fe en la presencia real del Señor conduce de un modo natural a la manifestación externa y pública de esta misma fe (...) La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre".

165. La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

- la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;

- adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;

- la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.


En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación

domingo, 12 de junio de 2022

PROCESIONES EUCARÍSTICAS


Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus Christi: se sienten "Pueblo de Dios" que camina con su Señor, proclamando la fe en Él, que se ha hecho verdaderamente el "Dios con nosotros".

Con todo, es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen las normas que regulan su desarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y la reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también es necesario que los elementos típicos de la piedad popular, como el adorno de las calles y de las ventanas, la ofrenda de flores, los altares donde se colocará el Santísimo en las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones "muevan a todos a manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la alabanza del Señor", y ajenos a toda forma de emulación.

Las procesiones eucarísticas concluyen, normalmente, con la bendición del santísimo Sacramento. En el caso concreto de la procesión del Corpus Christi, la bendición constituye la conclusión solemne de toda la celebración: en lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada, se imparte la bendición con el santísimo Sacramento.

Es importante que los fieles comprendan que la bendición con el santísimo Sacramento no es una forma de piedad eucarística aislada, sino el momento conclusivo de un encuentro cultual suficientemente amplio. Por eso, la normativa litúrgica prohíbe "la exposición realizada únicamente para impartir la bendición".

FUENTE:  Congregación para el Culto  Divino y la disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia, Principios y orientaciones, Ciudad del Vaticano 2002.

sábado, 11 de junio de 2022

BENEDICTO XVI: EUCARISTÍA ALIMENTO DE VIDA ETERNA

¡Queridos hermanos y hermanas!

La fiesta del Corpus Domini es inseparable a la del Jueves Santo, de la Misa de Caena Domini, en la que celebramos solemnemente la institución de la Eucaristía. Mientras que en la noche del Jueves Santo se revive el misterio de Cristo que se ofrece a nosotros en el pan partido o en el vino derramado, hoy, en la celebración del Corpus Domini, este misterio se ofrece a la adoración y a la meditación del Pueblo de Dios, y el Santísimo Sacramento es llevado en procesión por las calles de las ciudades y de los pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el Reino de los Cielos.

Lo que Jesús nos ha dado en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no está reservado a algunos pocos, sino que está destinado a todos. En la Misa en Caena Domini del pasado Jueves Santo destaqué que en la Eucaristía sucede la transformación de los dones de esta tierra -el pan y el vino- con el fin de transformar nuestra vida e inaugurar así la transformación del mundo. Esta tarde quisiera retomar este perspectiva.

Todo parte, se podría decir, del corazón de Cristo, que en la Última Cena, en la vigilia de su pasión, agradeció y alabó a Dios y, de esta manera, con la potencia de su amor, transformó el sentido de la muerte a la que iba a enfrentarse. El hecho de que el Sacramento del altar haya asumido el nombre de “Eucaristía” -“acción de gracias”- expresa exactamente esto: que la transformación de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, es fruto del don que Cristo ha hecho de sí mismo, don de un Amor más fuerte que la muerte, Amor Divino que lo ha hecho resucitar de entre los muertos. Esta es la razón por la que la Eucaristía es alimento de vida eterna, Pan de la vida. Del corazón de Cristo, desde su “oración eucarística” hasta la vigilia de la pasión, viene este dinamismo que transforma la realidad en sus dimensiones cósmicas, humanas e históricas. Todo procede de Dios, de la omnipotencia de su Amor Uno y Trino, encarnado en Jesús. En este Amor está inmerso el corazón de Cristo; por esto sabe agradecer y alabar a Dios incluso frente a la traición y a la violencia, y en este modo cambia las cosas, las personas y el mundo.

Esta transformación es posible gracias a una comunión más fuerte que la división, la comunión de Dios mismo. La palabra “comunión”, que nosotros usamos para designar la Eucaristía, reasume en sí mismo la dimensión vertical y la horizontal del don de Cristo. Es muy bella y elocuente la expresión “recibir la comunión” referida al hecho de comer el Pan eucarístico. En efecto, cuando realizamos este acto, entramos en comunión con la vida misma de Jesús, en el dinamismo de esta vida que se da a nosotros y por nosotros. Desde Dios, a través de Jesús, hasta llegar a nosotros: una única comunión se transmite en la Santa Eucaristía. Lo hemos escuchado hace poco, en la Segunda Lectura, de las palabras del apóstol Pablo dirigidas a los cristianos de Corinto: “ La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.(1 Cor 10,16-17).

San Agustín nos ayuda a comprender la dinámica de la comunión eucarística cuando hace referencia a una especie de visión que tuvo, en la que Jesús le dice: “Yo soy el alimento de los fuertes. Crece y me tendrás. Tú no me transformarás en ti, como el alimento del cuerpo, sino que será tú el transformado en mí” (Conf. VII, 10, 18). Mientras que el alimento corporal es asimilado por nuestro organismo y contribuye a su sustento, en el caso de la Eucaristía se trata de un Pan diferente: no somos nosotros los que lo asimilamos, sino que nos asimila a sí, así nos convertimos conforme a Jesucristo, miembros de su cuerpo, una sola cosa con Él. Esta fase es decisiva. De hecho, exactamente porque es Cristo el que, en la comunión eucarística, nos transforma a sí, nuestra individualidad , en este encuentro, se abre, liberada de su egocentrismo y inscrita en la Persona de Jesús, que a su vez está inmerso en la comunión trinitaria. Así la eucaristía, mientras que nos une a Cristo, nos abre a los demás, nos hace miembros los unos de los otros: ya no estamos divididos, sino que somo una sola cosa en Él. La comunión eucarística me une a la persona que tengo al lado, y con la que, quizás, ni siquiera tengo una buena relación, y también nos une a los hermanos que están lejos, en todas las partes del mundo. De aquí, de la Eucaristía, deriva, por tanto, el sentido profundo de la presencia social de la Iglesia, como testifican los grandes Santos sociales, que fueron siempre grandes almas eucarísticas. Quien reconoce a Jesús en la Hostia Santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es forastero, desnudo, enfermo, encarcelado; y está atento a todas las personas, se compromete, de modo concreto, por todos los que tienen necesidad. Del don del amor de Cristo proviene, por tanto, nuestra especial responsabilidad de cristianos en la construcción de una sociedad solidaria, justa y fraterna. Especialmente en nuestra época, en la que la globalización nos hace, cada vez más, dependientes los unos de los otros, el Cristianismo puede y debe hacer que esta unidad no se construya sin Dios, es decir, si en el Verdadero Amor, lo que daría lugar a la confusión, al individualismo, y la opresión de todos contra todos. El Evangelio mira desde siempre a la unidad de la familia humana, una unidad no impuesta por las alturas, ni por intereses ideológico o económicos, sino a partir del sentido de responsabilidad de los unos hacia los otros, porque nos reconocemos miembros de un mismo cuerpo, del cuerpo de Cristo, porque hemos aprendido y aprendemos constantemente por el Sacramento del Altar que la comunión, el amor es la vía de la verdadera justicia.

Volvemos ahora al acto de Jesús en la Última Cena. ¿Qué sucedió en ese momento? Cuando Él dijo: Este es mi cuerpo que he dado por vosotros, esta es mi sangre derramada por vosotros y por todos los hombres, ¿Qué sucede? Jesús en este gesto anticipa el suceso del Calvario. Él acepta por amor toda la pasión, con su sufrimiento y su violencia, hasta la muerte de cruz; aceptándola de este modo, la transforma en una acto de donación. Esta es la transformación que el mundo necesita, porque lo redime desde el interior, lo abre a las dimensiones del Reino de los cielos.. Pero esta renovación del mundo, Dios quiere realizarla siempre a través de la misma vía seguida por Cristo, este camino, que es Él mismo. No hay nada de mágico en el Cristianismo. No hay atajos, sino que todo pasa a través de la lógica humilde y paciente de la semilla de grano que se parte para dar la vida, la lógica de la fe que mueve las montañas con el suave poder de Dios. Por esto quiere continuar renovando la humanidad, la historia y el cosmos, a través de esta cadena de transformaciones, de la que la Eucaristía es el sacramento. Mediante el pan y el vino consagrados, en los que están realmente presentes su Cuerpo y su Sangre, Cristo nos transforma, asimilándonos a Él: nos implica en su obra de redención, haciéndonos capaces, por la gracia del Espíritu Santo, de vivir según su misma lógica de donación, como semillas de grano unidos a Él y en Él. Así se siembran y van madurando en los surcos de la historia, la unidad y la paz, que son el fin al que tendemos, según el diseño de Dios.

Sin ilusiones, sin utopías ideológicas, nosotros caminamos por los caminos del mundo, llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, como la Virgen María en el misterio de la Visitación. Con la humildad de sabernos simples semillas de grano, custodiamos la firme certeza de que el amor de Dios, encarnado en Cristo, es más fuerte que el mal, que la violencia y que la muerte. Sabemos que Dios prepara para todos los hombres, cielos nuevos y tierra nueva, en la que reinan la paz y la justicia, y en la fe entrevemos el mundo nuevo, que es nuestra verdadera patria. También esta tarde, mientras se pone el sol sobre nuestra amada ciudad de Roma, nosotros nos ponemos en camino: con nosotros está Jesús Eucaristía, el Resucitado, que dijo “yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). ¡Gracias, Señor Jesús! Gracias por tu fidelidad, que sostiene nuestra esperanza. Quédate con nosotros, porque se hace de noche. “Buen Pastor, verdadero Pan, ¡Oh Jesús! ¡Piedad de nosotros; aliméntanos, defiéndenos, llévanos a los bienes eternos, en la tierra de los vivos! Amén.

martes, 7 de junio de 2022

SAGRADO CORAZÓN DE JÉSUS


166. El viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la Iglesia celebra la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús. Además de la celebración litúrgica, otras muchas expresiones de piedad tienen por objeto el Corazón de Cristo. No hay duda de que la devoción al Corazón del Salvador ha sido, y sigue siendo, una de las expresiones más difundidas y amadas de la piedad eclesial.

Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión "Corazón de Cristo" designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad. El "Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos.

167. Como han recordado frecuentemente los Romanos Pontífices, la devoción al Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura.

Jesús, que es uno con el Padre (cfr. Jn 10,30), invita a sus discípulos a vivir en íntima comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se presenta a sí mismo como maestro "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Se puede decir, en un cierto sentido, que la devoción al Corazón de Cristo es la traducción en términos cultuales de la mirada que, según las palabras proféticas y evangélicas, todas las generaciones cristianas dirigirán al que ha sido atravesado (cfr. Jn 19,37; Zc 12,10), esto es, al costado de Cristo atravesado por la lanza, del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19,34), símbolo del "sacramento admirable de toda la Iglesia".

El texto de san Juan que narra la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los discípulos (cfr. Jn 20,20) y la invitación dirigida por Cristo a Tomás, para que extendiera su mano y la metiera en su costado (cfr. Jn 20,27), han tenido también un influjo notable en el origen y en el desarrollo de la piedad eclesial al sagrado Corazón.

168. Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero pascual, victorioso, aunque también inmolado (cfr. Ap 5,6), fueron objeto de asidua meditación por parte de los Santos Padres, que desvelaron las riquezas doctrinales y con frecuencia invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de Cristo por la puerta abierta de su costado. Así san Agustín: "La entrada es accesible: Cristo es la puerta. También se abrió para ti cuando su costado fue abierto por la lanza. Recuerda qué salió de allí; así mira por dónde puedes entrar. Del costado del Señor que colgaba y moría en la Cruz salió sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua está tu purificación, en la sangre tu redención".


169. La Edad Media fue una época especialmente fecunda para el desarrollo de la devoción al Corazón del Salvador. Hombres insignes por su doctrina y santidad, como san Bernardo (+1153), san Buenaventura (+1274), y místicos como santa Lutgarda (+1246), santa Matilde de Magdeburgo (+1282), las santas hermanas Matilde (+1299) y Gertrudis (+1302) del monasterio de Helfta, Ludolfo de Sajonia (+1378), santa Catalina de Siena (+1380), profundizaron en el misterio del Corazón de Cristo, en el que veían el "refugio" donde acogerse, la sede de la misericordia, el lugar del encuentro con Él, la fuente del amor infinito del Señor, la fuente de la cual brota el agua del Espíritu, la verdadera tierra prometida y el verdadero paraíso.


170. En la época moderna, el culto del Corazón de Salvador tuvo un nuevo desarrollo. En un momento en el que el jansenismo proclamaba los rigores de la justicia divina, la devoción al Corazón de Cristo fue un antídoto eficaz para suscitar en los fieles el amor al Señor y la confianza en su infinita misericordia, de la cual el Corazón es prenda y símbolo. San Francisco de Sales (+1622), que adoptó como norma de vida y apostolado la actitud fundamental del Corazón de Cristo, esto es, la humildad, la mansedumbre (cfr. Mt 11,29), el amor tierno y misericordioso; santa Margarita María de Alacoque (+1690), a quien el Señor mostró repetidas veces las riquezas de su Corazón; San Juan Eudes (+1680), promotor del culto litúrgico al sagrado Corazón; san Claudio de la Colombiere (+1682), San Juan Bosco (+1888) y otros santos, han sido insignes apóstoles de la devoción al sagrado Corazón.


171. Las formas de devoción al Corazón del Salvador son muy numerosas; algunas han sido explícitamente aprobadas y recomendadas con frecuencia por la Sede Apostólica. Entre éstas hay que recordar:


- la consagración personal, que, según Pío XI, "entre todas las prácticas del culto al sagrado Corazón es sin duda la principal";

- la consagración de la familia, mediante la que el núcleo familiar, partícipe ya por el sacramento del matrimonio del misterio de unidad y de amor entre Cristo y la Iglesia, se entrega al Señor para que reine en el corazón de cada uno de sus miembros;

- las Letanías del Corazón de Jesús, aprobadas en 1891 para toda la Iglesia, de contenido marcadamente bíblico y a las que se han concedido indulgencias;

- el acto de reparación, fórmula de oración con la que el fiel, consciente de la infinita bondad de Cristo, quiere implorar misericordia y reparar las ofensas cometidas de tantas maneras contra su Corazón;

- la práctica de los nueve primeros viernes de mes, que tiene su origen en la "gran promesa" hecha por Jesús a santa Margarita María de Alacoque. En una época en la que la comunión sacramental era muy rara entre los fieles, la práctica de los nueve primeros viernes de mes contribuyó significativamente a restablecer la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. En nuestros días, la devoción de los primeros viernes de mes, si se practica de un modo correcto, puede dar todavía indudable fruto espiritual. Es preciso, sin embargo, que se instruya de manera conveniente a los fieles: sobre el hecho de que no se debe poner en esta práctica una confianza que se convierta en una vana credulidad que, en orden a la salvación, anula las exigencias absolutamente necesarias de la fe operante y del propósito de llevar una vida conforme al Evangelio; sobre el valor absolutamente principal del domingo, la "fiesta primordial", que se debe caracterizar por la plena participación de los fieles en la celebración eucarística.

172. La devoción al Sagrado Corazón constituye una gran expresión histórica de la piedad de la Iglesia hacia Jesucristo, su esposo y señor; requiere una actitud de fondo, constituida por la conversión y la reparación, por el amor y la gratitud, por el empeño apostólico y la consagración a Cristo y a su obra de salvación. Por esto, la Sede Apostólica y los Obispos la recomiendan, y promueven su renovación: en las expresiones del lenguaje y en las imágenes, en la toma de conciencia de sus raíces bíblicas y su vinculación con las verdades principales de la fe, en la afirmación de la primacía del amor a Dios y al prójimo, como contenido esencial de la misma devoción.

173. La piedad popular tiende a identificar una devoción con su representación iconográfica. Esto es algo normal, que sin duda tiene elementos positivos, pero puede también dar lugar a ciertos inconvenientes: un tipo de imágenes que no responda ya al gusto de los fieles, puede ocasionar un menor aprecio del objeto de la devoción, independientemente de su fundamento teológico y de contenido histórico salvífico.

Así ha sucedido con la devoción al sagrado Corazón: ciertas láminas con imágenes a veces dulzonas, inadecuadas para expresar el robusto contenido teológico, no favorecen el acercamiento de los fieles al misterio del Corazón del Salvador.

En nuestro tiempo se ha visto con agrado la tendencia a representar el sagrado Corazón remitiéndose al momento de la Crucifixión, en la que se manifiesta en grado máximo el amor de Cristo. El sagrado Corazón es Cristo crucificado, con el costado abierto por la lanza, del que brotan sangre y agua (cfr. Jn 19,34)

JULIO ALONSO AMPUERO: DESDE EL FONDO DE LA DECEPCIÓN


(Texto bíblico: Lc 24,13-35)
Uno se llamaba Cleofás; el otro, no sabemos. Pero conocemos perfectamente su estado de ánimo después de los acontecimientos terribles de la pasión y muerte de Jesús (Lc 24,13-35).

Habían sido discípulos de Jesús. Habían sido testigos de su predicación, de las palabras increíbles del rabí de Nazaret que hablaba con autoridad y no como los escribas (cfr. Mc 1,22). Habían sido testigos de sus milagros. Nadie había hecho nunca nada semejante. 

Una y otra vez habían experimentado el asombro ante este Jesús que «fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo».

Todo ello les había hecho forjarse ilusiones. En una situación tan dura como la que atravesaba el pueblo de Israel bajo el yugo romano, seguramente había surgido por fin el liberador. Como había ocurrido antaño cuando la opresión de los israelitas en Egipto, Dios había vuelto a suscitar el hombre con el que sacudirse al opresor injusto: «Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel».

«Esperábamos...» No hace falta esforzarse mucho para percibir en estas palabras una enorme amargura y una profunda decepción. Había unas expectativas muy concretas que han quedado defraudadas. Estos dos hombres –quizá jóvenes llenos de ilusión por un futuro mejor– han quedado hondamente desilusionados... Se sienten decepcionados por el rabí de Nazaret en quien habían puesto todas sus esperanzas.

En efecto, Jesús no ha sido el libertador que ellos esperaban: «Nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron». El contraste entre sus expectativas y el resultado ha sido demasiado brusco: «llevamos ya tres días desde que esto pasó».

La decepción y la amargura son tan profundas que la noticia del sepulcro vacío y de la aparición de los ángeles les resulta imposible de creer. Para ellos la muerte de Jesús es irreversible: «pero a él no le vieron».

Por eso regresan a su pueblo y a sus ocupaciones. Quizá un día habían dejado sus cosas y tareas para seguir a Jesús, entusiasmados con Él. Hoy sólo existe el desencanto. Por eso vuelven a lo de antes. Ya no esperan nada. Piensan que no vale la pena volver a ilusionarse. Están de vuelta...

La experiencia de los de Emaús es quizá también la nuestra. Nos sentimos decepcionados por la Iglesia, que nos parece que no está a la altura debida. Nos ha defraudado tal grupo o comunidad o tal sacerdote en quien confiábamos. Hay quien siente incluso que le ha fallado el mismo Dios, porque parece que sus hermosas promesas no se cumplen...

A veces hay quien ha experimentado la decepción porque le falló su mejor amigo, o su marido, o su mujer... y ya no se fía de nadie. No quiere por nada en el mundo que le vuelvan a herir. No está dispuesto a sufrir de nuevo el mazazo de la frustración.

La decepción es una de las experiencias más duras del ser humano, porque corre el riesgo de destruir algo de lo más grande que hay en él: la esperanza. Y es tanto más dolorosa cuanto más esperábamos o cuanto más importante y sagrado es aquel en quien esperábamos; sobre todo si nos sentimos decepcionados por un sacerdote, o por la Iglesia, o por Dios mismo...

Sin embargo, si nos fijamos con atención, Cleofás y su compañero se sienten decepcionados porque han fallado sus expectativas. Las suyas. Jesús no les ha fallado: está vivo y camina con ellos mientras ellos siguen encerrados en su tristeza. Es su mismo abatimiento el que les impide reconocer que todo tenía un sentido.

Jesús mismo tiene que sacudirles para despertar sus mentes embotadas por la desesperanza: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera eso y entrara así en su gloria?»

«Era necesario que Cristo padeciera». Lo que constituía el motivo de su decepción concuerda, sin embargo, con los planes del Padre; más aún, es causa de gloria para Cristo y de salvación para ellos... Sus corazones, gélidos por la decepción, empiezan a calentarse. Dirán después: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino...?»

La decepción se supera cuando dejamos que Cristo nos explique las Escrituras mientras recorremos el camino de nuestra vida. Sí, aquel sufrimiento era «necesario», es decir, formaba parte de los planes del Padre para mi bien. «Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus justos mandamientos», había exclamado el Salmista (Sal 119,71). Aquella situación negativa tenía sentido...

El secreto está en no encerrarnos en nuestra lógica a ras de tierra y en dejarnos levantar a otra lógica superior. Varios siglos antes de Cristo, Isaías había proclamado de parte de Dios: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, mis caminos no son vuestros caminos. Como se levanta el cielo sobre la tierra, así mis caminos son más altos que los vuestros, mis pensamientos que vuestros pensamientos» (Is 55,8-9).

Lo que constituía motivo de decepción para los de Emaús va a acabar constituyendo motivo de gloria y de salvación para ellos mismos. De hecho, Pablo exclamará: «¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Gal 6,14), porque la cruz es «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,24).

No, Dios no falla nunca. Fallan nuestras expectativas, fracasan nuestros planes, quedan defraudadas nuestras ilusiones. Pero Dios no falla. Ninguna de sus promesas deja de cumplirse (Jos 21,45; 23,14). Por eso, «la esperanza no defrauda» (Rom 5,5). «Los que esperan en el Señor no quedan defraudados» (Sal 25,3).

De hecho, los de Emaús comprueban que Jesús, lejos de fallarles, ha colmado de manera insospechada sus expectativas. Pero, eso sí, de otro modo muy distinto al que ellos esperaban. Por eso, a pesar de lo tardío de la hora y del cansancio del camino de ida, emprenden inmediatamente el camino de regreso a Jerusalén para hacer partícipes a los demás de su gozo.

En cierto modo es inevitable que surjan decepciones en nuestra vida. El secreto está en que no nos encerremos en la amargura que ellas producen. Si dejamos a Jesús Resucitado caminar con nosotros, Él mimo nos explicará las Escrituras, hará arder nuestro corazón y sanará la herida de la decepción. Entenderemos que «era necesario», que «tenía sentido», que «los planes de Dios no eran los nuestros»... Entonces sentiremos que la esperanza brota de nuevo en nosotros y nos inunda la alegría. Y correremos a hacer partícipes de ella a los demás...