viernes, 26 de mayo de 2017

CARD. GIACOMO BIFFI: LA MIRADA DE JESÚS

 Hay un elemento de la belleza que aun cuando en sí mismo es de naturaleza física, es casi un reflejo de la vida espiritual, y es el resplandor de los ojos. El mismo Maestro lo había advertido: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si, pues, tu ojo estuviere sano, todo tu cuerpo estará luminoso” (Mt 6, 22). Los ojos de Jesús debían ser realmente encantadores, penetrantes y casi magnéticos, y quien los había visto nunca los olvidaba. Sólo así se explica la extraordinaria frecuencia con que los evangelistas (y especialmente Marcos, que alude a los recuerdos de Pedro) destacan su mirada. Es importante captar los matices de los textos originales. El verbo “mirar” se emplea en tres variantes de expresión: “mirar en torno”,·mirar hacia arriba” y “mirar hacia adentro”.

La mirada en torno. Cuando Jesús vuelve los ojos, todos enmudecen atemorizados y fascinados. Con esta mirada invita al recogimiento antes de la predicación (cf. Lc 6, 20). Con esta mirada manifiesta su afecto y su vigorosa comunión con los discípulos: “Y echando una mirada sobre los que estaban sentados en derredor suyo, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos” (Mc 3, 34). Con esta mirada prepara los corazones para que acojan las enseñanzas más originales e inesperadas: “Mirando en torno suyo, dijo Jesús a los discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen hacienda!... Es más fácil a un camello pasar por el hondón de una aguja” (cf. Mc 10, 23-25). A veces es una mirada silenciosa, pero tan intensa como para ser un fin en sí misma: “Entró en Jerusalén, en el templo, y después de haberlo visto todo, ya de tarde, salió para Betania con los doce” (cf. Mc 11, 11). En otras ocasiones es una mirada tan llena de indignación y sufrimiento que los presentes callan y no osan responder cosa alguna: “Y dirigéndoles una mirada airada, entristecido por la dureza de su corazón, dijo al hombre: Extiende tu mano” (Mc 3, 5).

La mirada hacia arriba. Los ojos de Cristo también saben mirar hacia arriba, en apasionada plegaria al Padre para que lo atienda (cf. Mc 6, 41; 7, 34); pero también él mira hacia arriba para buscar sonriendo entre el follaje a un funcionario de alto nivel del fisco, que para verlo cómodamente se había encaramado sobre las ramas de un sicómoro como un chico callejero: “Cuando llegó a aquel sitio, levantó los ojos Jesús y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa” (Lc 19, 5).

La mirada “hacia adentro”. En todo caso, los ojos de Jesús producían gran impresión sobre todo cuando “miraba dentro” de las personas, como para llegar a su corazón. Lo hace cuando debe comunicar alguna verdad insólita que desea imprimir debidamente en la mente de quien escucha. Así ocurre en Mc 10, 27: “Fijando en ellos Jesús su mirada, dijo: A los hombres sí es imposible (que se salven los ricos), mas no a Dios”. Así ocurre en Lc 20, 17-18: “El, fijando en ellos su mirada, les dijo:... Todo el que cayere contra esa piedra (el Mesías, hijo de Dios) se quebrantará y aquel sobre quien ella cayere quedará aplastado”. Ante el joven rico de vida inocente, que pide la “vida eterna”, Jesús -señala el Evangelio- “poniendo en él los ojos, le amó” (Mc 10, 21).


La existencia del apóstol Pedro quedó marcada para siempre por dos miradas: en su primer encuentro, “Jesús, fijando en él la vista, dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro” (Jn 1, 42); en el momento de su traición, “vuelto el Señor, miró a Pedro, y Pedro... saliendo fuera, lloró amargamente” (Lc 22, 61-62). (...)

 

jueves, 25 de mayo de 2017

ENCUENTROS CON JESÚS- RETIRO ESPIRITUAL (27 DE MAYO)

PARROQUIA 
MARÍA REINA DE LA PAZ

RETIRO ESPIRITUAL ABIERTO Y GRATUITO

27 DE MAYO 16 A 20 HS

ACASO NO ARDÍA NUESTRO CORAZÓN POR EL CAMINO CUANDO NOS EXPLICABA LAS ESCRITURAS? 

TE INVITAMOS A RECORRER EL ITINERARIO ESPIRITUAL DE LOS DISCÍPULOS CAMINO DE EMAÚS, INICIALMENTE, COMO LO INDICA EL TEXTO, "INCAPACITADOS PARA VER" , SE SIENTEN DESALENTADOS Y SE ALEJAN DE LA COMUNIDAD . EL SEÑOR CAMINA CON ELLOS, Y LOS AYUDA "ABRIÉNDOLES LOS OJOS", ES DECIR, CAPACITANDOLOS PARA VER.. LOS QUE SE ALEJABAN DE LA COMUNIDAD, AHORA RETORNAN A ELLA PARA TESTIMONIAR AL SEÑOR RESUCITADO..TU CORAZÓN TIENE EL FUEGO DEL ESPÍRITU DIVINO?  ARDE CUANDO EL SEÑOR LE EXPLICA LAS ESCRITURAS O PARTE EL PAN?

16- ADORACIÓN Y SANTO ROSARIO
BENDICIÓN DE LA PAZ (IMAGEN DE LA GOSPA)

17- PREDICACIÓN DIÁC. JORGE NOVOA

18.15- PASEO CON EL SANTÍSIMO SACRAMENTO

19- SANTA MISA ( PRESIDE PBRO SEBASTIÁN PINAZZO)

Al concluir la misa habrá oración de intercesión con imposición de manos.



 

ADORACIÓN GUIADA (jueves 15.30) FACEBOOK LIVE

Queridos hermanos, nuestra parroquia María Reina de la Paz está caminando hacia una meta, adorar a Jesús en la Eucaristía perpetuamente. Hemos comenzado inicialmente con la adoración de 9 a 19 hs.

Los días jueves de 15.30  a 16 hs, tenemos una "adoración guiada" que se transmite por facebook en vivo (facebook live), queremos llegar a los enfermos que no pueden unirse en la adoración, o para aquellos que viviendo en zonas distantes a parroquias no pueden realizarla.

Nuestra parroquia está proyectando la construcción de la Capilla para la adoración perpetua, contamos contigo...

viernes, 19 de mayo de 2017

DIÁCONO JORGE NOVOA: OCUPA TU LUGAR!!!


Mucho hablamos de la humildad y del valor que tiene para la vida cristiana. Santa Teresa de Jesús, la maravillosa doctora de la Iglesia, ha sintetizado el significado de la humildad en la siguiente frase: “Humildad es andar en verdad”.

Con ella, nos debemos alejar de dos males, que se ubican en los extremos. Uno engendrado por la propia soberbia, a la que se opone la humildad, atribuyéndome lo que no me corresponde y pavoneándome de mis dones y carismas. En el lado contrario está la conocida “falsa humildad”, propia de aquellos que se sienten muy disminuidos, piensan que no pueden hacer nada y que lo suyo no tiene valor. Nunca aceptan propuestas, porque ellos no tienen como hacer aquello que se les propone.Incluso hacen sinónimo de humilde: el no aceptar nada.

Diríamos aplicando la definición de la santa doctora del Carmelo, ni tanto ni tan poco. Incluso y si me permiten, yo presentaría esta propuesta suya diciendo: “ocupa tu lugar”. No te coloques donde no te corresponde, ni tampoco pienses que no hay un sitio para ti. “Ocupa tu lugar”. Todos necesitamos que despliegues tus talentos, y Dios especialmente cuenta contigo. , Esto es ser humilde…

jueves, 18 de mayo de 2017

ROMANO GUARDINI: QUÉ ES LA VOLUNTAD DE DIOS?


-- Un día Jesús estaba ornado en cierto lugar. Cuando terminaba su oración, uno de sus discípulos le pidió: “Señor enséñanos a orar así como Juan enseñó a sus discípulos”. Era un momento muy importante. Jesús tenía que decirles cómo hacer lo más grande e íntimo: acercarse a Dios, recibir sus dones, compartirlo con los demás hombres. Les iba a enseñar lo que debían pedir y con qué sentimientos hacer una oración perfecta. Les enseña el Padrenuestro.


El Padrenuestro no es una oración, entre muchas, sino la oración más genuinamente cristiana. Es coesencial de lo que se debe pedir y encierra la actitud para rezar honestamente.

Significado de “hágase tu voluntad”
En el Padrenuestro encontramos una rara súplica: “hágase tu voluntad” ¿Alguna vez hemos meditado con seriedad el significado de esta expresión? Primeramente, debe quedar claro que la voluntad de Dios es algo grande y de mucho valor, que hemos de pedir se haga en nosotros, recurriendo, incluso, a la solemnidad de la oración. Nos parece algo muy raro, porque no tenemos la costumbre de considerar la voluntad de Dios como un valor, algo importante que está en la mayoría de los casos, de modo serio y sobremanera apremiante.

Nuestra extrañeza llega al colmo cundo seguimos nuestra meditación. Acerca de la voluntad de Dios,¿tengo que pedir que se cumpla? Sí es así, es porque hay la posibilidad de que no se cumpla. ¿Acaso Dios no es todopoderoso?¿Su voluntad no es ya una acción? Y el Padrenuestro me pide rezar para que se cumpla su voluntad.¡menuda ocupación la que me han echado encima!¡Ésta voluntad quizá sea algo muy delicado que está en peligro!

Siguiendo, caminando de asombro en asombro. Esta voluntad es tan exquisita y valiosa, que tenemos que dirigir nuestra súplica al poder más grande, a Dios. Que los hombres roguemos Dios para que se haga su voluntad es realmente raro.

Qué nos revela este conjunto de realidades?¿Qué nos dice del sistema de sentimientos que suscita esta oración?

El Padrenuestro encierra varias cosas: la grandeza de la voluntad de Dios y, al mismo tempo, su delicadeza; la debilidad de la voluntad de Dios en nuestro mundo y encomendada a la diligencia del hombre; la invocación que el hombre hace a Dios, pidiéndole asistencia para poner en sintonía de su actividad de hombre con la actividad poderosa de Dios. Detrás de todo esto,¿no sientes que se esconde el misterio del Dios viviente?

Qué es la voluntad de Dios?
En que consiste la voluntad de Dios? Nos hemos acostumbrado a pensar en Dios en sentido moral. Él es para nosotros la suma de todas nuestras obligaciones, una especie de personificación de toda la ley moral.¡Pero, Dios es mucho más!

Para nosotros la voluntad de Dios es implemente lo que debe ocurrir, lo que se debe realizar en el mundo que ha creado, lo que debe resultar de todas las fuerzas de la naturaleza, de la creatividad humana, de la libertad espiritual para que todo el mundo llegue a ser como él lo ha pensado. Todo esto es la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es la perfección de lo que Dios ha creado, al centro de la cual está el hombre y su libertad.

¡Esto es una verdad incontestable, que apenas podemos comprender! Pero hay más. La voluntad de Dios es todo lo que Dios exige del hombre, como hombre. Es la voluntad de realización que él ha puesto en mí, que me pide cumplir y que yo, en conciencia, debo hacer, como ser concreto y único, situado en el universo. Yo soy lo que soy gracias a la universalidad de la historia y del mundo y el mundo es gracias a mí.

La voluntad de Dios como actividad de Dios
Hay algo más en la voluntad de Dios. Ella no sólo se sitúa sobre mí y frente a mí para decirme lo que debo hacer o cómo debo er. No es una orden militar, que está en mis manos y que hay que cumplir, sino que es una fuerza viviente que está en mi interior y lo anima. Ella no es solo mandamiento, sino emoción interna. Es la forma particular de Dios, que está obrando en mí, exhorta, impulsa, ayuda, sostiene, produce, forma, lucha, vence, perfecciona.

La voluntad de Dios obra en mi interior. Ella es la fuerza que Dios me da para que haga lo que él me pide. Desde este punto de vista la voluntad de Dios se llama gracia. Cuando la voluntad de Dios se cumple, hay dos fuerzas; es don y acción de la voluntad de Dios…, y obra suya, gracias a mi voluntad. Todo es un misterio de unidad!

La voluntad de Dios como actividad constante
Hay algo más todavía en la voluntad de Dios. Ella no está en mí como algo ya concluido, sino como realidad que se renueva todos los días y me da constantemente sus avisos. Si no cumplo con los deberes que tengo, no se cumple la voluntad de Dios ¿Quiere decir esto que terminó la voluntad de Dios y que ya no tengo obligaciones? En absoluto. La voluntad de Dios inmediatamente me da disposiciones nuevas para hacer. Aunque haya nuevas cosas para activarse, la voluntad de Dios ha sufrido cambios porque algo malo ha sucedido: el mal no estaba incluido en su mandato.

Cuando el pecado ha sido cometido, la voluntad de Dios, desde siempre única y eterna, viva y constantemente creadora, me indica a mí como culpable. El pecado h quedado en mi interior y siento vivo sus efectos. Las consecuencias están a ojos vistas. Es un pecado delante de Dios.
En el momento actual, la voluntad de Dios me dice que la haga ahora, porque ella existe para mi propio beneficio. Esto quiere decir que la voluntad de Dios no es lgo definitivo y ya hecho, de una vez por toda, sino que se hace en cada instante, y compromete mi libertad, mis actitudes, mis obras y vuelve a dirigirse a mí, como algo nuevo cada vez, en cualquier situación en que me encuentre.

En todo esto, hay mucha rigidez, nada se olvida, nada se pasa por alto. Lo que existe, existe y queda incluido en las exigencias de la voluntad de Dios, y que hay que asumirlo hasta ls últimas consecuencias. Pero también hay un amplitud inefable. En todo momento hay una voluntad de Dios y, en todas partes, siempre hay un camino.

La voluntad de Dios como camino
Si a un oficial militar le dan una orden y no la cumple, la orden ha dejado de existir. Existía pero ha cesado por haber sido mal cumplida y no hay caminos posibles.

Delante de Dios las cosas son diversas. Con él siempre hay un camino. Cualquier cosa ocurra, buena o mala, la voluntad de Dios es el juez, y va más allá. Ella acoge lo ya hecho y exige el paso siguiente y de este modo hace caminar las cosas y nada se para. Puede ser que el camino, al andar los pasos, se vaya haciendo más duro y abnegado, porque seguimos cargando las consecuencias de nuestros pecados y equivocaciones, pero es un verdadero camino. No es una senda que tenemos trazada delante de nosotros y que, al abandonarla, nos quedamos absolutamente sin caminos, sino una senda que estamos construyendo con nuestros pies, partiendo de Dios, senda que se hace nueva a cada paso que damos.

La voluntad de Dios es el amor del Padre
La Biblia nos ofrece un nombre bellísimo para bautizar la voluntad de Dios: “Amor del Padre”.La voluntad de Dios no es una ley impersonal, sino la viviente fuerza creadora de Dios, del hombre, del mundo…No es la orden de un tirano a los hombres, sino la disposición personal que hace un padre a su hijo o a su hija. Es la voluntad tierna hacia su hijo, amado con exclusividad, y que es más que un mandato, es una fuerza animadora que sostiene y ayuda. Es la gracia de Dios. Es su amor que nos abre el corazón a sus mandamientos, y nos da las fuerzas para cumplirlos. Es el gran poder del amor, que todo lo da: la existencia, la fuerza, las obras. Todo lo que hay, lo que hacemos, lo que podemos se convierte en patrimonio nuestro, gracias al amor de Dios. Este es el pacto entre el poder de Dios y la libertad del hombre, cuyo secreto es: cuanto más fuerte y poderosa es la gracia, tanto más es libre la libertad humana.

Los mandatos de Dios no son tan rígidos, como para anular la voluntad, cuando no los ha cumplido, y acabar con todo. Al contrario, con una fuerza de amor creador que siempre se renueva y que el cuidado amoroso del padre para con sus hijos mantiene en actividad. Dios acompaña todos los acontecimientos y colabora con la libertad del hombre…Misterio insondable de su paciencia que todo lo hace posible porque puede y quiere.

Secreto cristiano para hacer la voluntad de Dios
Hemos comprendido ya cómo hemos de rogar para que se haga la voluntad de Dios, como nos lo enseñó Jesucristo. El núcleo del problema es: Cuanto más un hombre se entrega íntimamente a Cristo, tanto más se despierta en él la pasión por la voluntad de Dios. Conciencia de que esta voluntad ocupa el primer lugar como valor, como afecto, como dinamismo.

Tanto más firme será la adhesión a la voluntad de Dios cuanto más el hombre conoce su pecado, su flaqueza, su pobreza. Entonces será más íntima su pasión por ella y le pedirá al Señor del universo que se encargue él de llevar a término la perfección que da sentido al mundo.

Se despierta, contemporáneamente, en el hombre la confianza de que la voluntad de Dios se cumplirá, por sobre todo, y que aquella debilidad terminará triunfando sobre los poderes egoístas y oscuros. Cuanto es más íntimo, en el cristiano, el respeto a Dios, tanto más le pide no evadir su voluntad, y no perder jamás el sentido de la misma, imposible de recobrar. Por eso pide a Dios que tenga paciencia.

Por otro lado, se dice a sí mismo. Es imposible destruir la voluntad de Dios. Esta voluntad que reinaba en el mundo ¿no parecía destruida? pero, ¿no vino lo extraordinario de la salvación y se pudo hablar de dichosa culpa? Y la creación, que estaba destrozada,¿no fue de nuevo aceptada, con la esperanza de cielos nuevos y tierras nuevas?

De esta esperanza no se puede deducir absolutas garantías. Estamos en el deber de tener paciencia, estar atentos y hacer obras, esperando íntimamente que se cumpla la voluntad de Dios.

martes, 16 de mayo de 2017

DIÁCONO JORGE NOVOA: EL ESPÍRITU SANTO CONSUELO PARA NUESTRO CAMINO


A medida que nos acercamos a la solemnidad de la Ascensión del Señor, las lecturas bíblicas manifiestan un binomio, que refleja la tensión presente en la vida de los discípulos de Jesús. Es frecuente, que el Señor hable de su partida, cosa que congela los corazones de sus discípulos, es cierto que la meta de su partida es “el Padre” o “la casa del Padre”, y ello trae cierto consuelo, porque siempre Jesús ha expresado como meta de su existencia, el retornar a la casa del Padre. Pero,  no resulta extraño, que ellos se inquieten y pregunten por la suerte que correrán, luego de la partida del maestro.


Los discursos de Jesús también comprenden un anuncio a modo de promesa, se menciona una y otra vez, el advenimiento “del Paráclito”, que tendrá la misión de consolar y defender (recordando y enseñando) .


Quién puede consolar el corazón humano, ante el vació dejado por la partida física de Jesús? Únicamente Dios puede ocupar, en el corazón del hombre, el vacío dejado por Dios. Solamente el Espíritu Santo puede “consolar” de la desazón generada por la partida del Hijo de Dios.


Jesús sabe que luego de gustar de su compañía y amistad, sería muy difícil, ante su ausencia, continuar la misión encomendada. Pero ahora, el Paráclito les “enseñará y recordará todo”, porque consuela no con la medida humana, sino con la vida que brota de la Pascua del Señor.


Sabe Jesús que necesitamos del Espíritu Santo para nuestra peregrinación, Él sostiene nuestra esperanza, permitiéndonos por la gracia, experimentar realmente el amor del Señor que nos consuela y anima en el camino.


El Padre y el Hijo, en Pentecostés, responden de modo superabundante a las inquietudes del corazón humano, vienen y nos constituyen como morada suya, por la presencia del Espíritu Santo la nostalgia encuentra el consuelo deseado, comunicándonos interiormente el misterio de Jesús: camino, verdad y vida. El destino del Hijo, en el Espíritu, se vuelve destino de los discípulos, vivido en la fe, esperanza y caridad.

miércoles, 10 de mayo de 2017

J.L.IRABURU: EL ESPÍRITU SANTO UNIFICA, VIVIFICA Y MUEVE A LA IGLESIA


 San Agustín dice de la tercera Persona divina: «lo que el alma es en nuestro cuerpo, es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia» (Serm. 187 de temp.).

Y esa intuición contemplativa y teológica entra para siempre en la tradición católica (Sto. Tomás, In Col. I,18, lect.5; «corazón» del Cuerpo, STh III,8,1; León XIII, Divinum illud 8;Vaticano II, LG 7g, en nota; Juan Pablo II, Dominum et vivificantem 25).


En efecto, el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Conviene precisar el alcance de estas palabras. Si el alma, como define la Iglesia, es forma sustancial del cuerpo humano (Vienense, 1312: Dz 481/902), es decir, si lo informa, si le da precisamente el ser humano, y forma con él un solo ser, una unidad sustancial, es claro que esta estricta acepción filosófica del término no puede decirse del Espíritu Santo respecto de la Iglesia, pues en tal caso la Iglesia tendría ser divino, es decir, sería Dios; lo cual es absurdo.

Pero el alma, además de ser forma del cuerpo, en el exacto sentido filosófico del término, cumple también en el cuerpo otras funciones: ella unifica todos los diversos miembros corporales, ella los vivifica y los mueve siempre y en todo. Y en estos sentidos sí puede decirse con toda verdad que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia.

1. Unifica la Iglesia
Cristo «entrega su espíritu» en la cruz para producir la unidad de la Iglesia. Para eso precisamente murió Jesús por el pueblo, «para reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11,51-52). Así es como se forna «un solo rebaño y un solo pastor» (10,16).

El Padre y el Hijo son uno (Jn 10,30), aunque personalmente son distintos; y el Espíritu Santo, distinto de ellos en la persona, es el lazo de amor que los une. Pues bien, la unidad de la Iglesia ha de ser una participación en la vida de Dios, al mismo tiempo trino y uno. Así lo quiere Cristo: «que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros... Que sean uno, como nosotros somos uno» (17,21-22).

Y esa tan deseada unidad la realiza Cristo comunicando a todos los miembros de su Cuerpo un mismo Espíritu. «Todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo... y hemos bebido del mismo Espíritu» (1Cor 12,13). Gracias a eso, a la común donación del Espíritu Santo, formamos en la comunidad eclesial «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).

Nuestra unidad eclesial es, pues, una unidad vital en la vida de Dios uno y trino, producida en todos nosotros por un alma única, que es el Espíritu Santo. Por nuestro Señor Jesucristo, «unos y otros tenemos acceso libre al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2,18).Y «el que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo» (Rm 8,9).

«Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu [Santo]. Hay diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor [Jesucristo]. Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios [Padre], que obra todas las cosas en todos. Y a cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para común utilidad. A uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro la fe, en el mismo Espíritu; a otro don de curaciones, en el mismo Espíritu; a otro operaciones de milagros; a otro profecía, a otro discreción de espíritus; a otro, el don de lenguas; a otro el de interpretar las lenguas. Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere» (1Cor 12,4,11).


La Iglesia, según eso, es un Templo espiritual en el que todas las piedras vivas están trabadas entre sí por el mismo Espíritu Santo, que habita en cada una de ellas y en el conjunto del edificio. Así lo entendía San Ireneo: «donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda su gracia» (Adversus hæreses III,24,1).

Por tanto, todo lo que introduce en la Iglesia división -herejía, cisma, pecados contra la caridad eclesial- es pecado directamente cometido contra el Espíritu Santo. Y por eso hemos de ser muy «solícitos para conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza a la que habéis sido llamados» (Ef 4,3-4).

La Liturgia católica nos enseña y recuerda constantemente en sus oraciones este misterio. Y lo hace especialmente en la Misa, pues precisamente en la Eucaristía, sacramento de la unidad de la Iglesia, es donde el Espíritu Santo causa la comunión eclesial.

En la Misa, en la segunda invocación al Espíritu Santo, después de la consagración, pedimos al Padre humildemente que «el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo» (II Anáf. eucar.: +IIIIV).


2. Vivifica la Iglesia
Todos los ciudadanos de un lugar forman, sin duda, una convivencia, una asociación más o menos unida por el amor social, más o menos cohesionada por la pretensión de un fin, el bien común de todos sus miembros. En un sentido estricto, sin embargo, no puede afirmarse que esa sociedad civil, así formada, constituya un organismo vivo.

La Iglesia, en cambio, constituye con plena verdad un organismo vivo. En efecto, todos los que han sido «bautizados en el Espíritu Santo» (Hch 1,5) tienen «un solo corazón y una sola alma» (4,32), porque el Espíritu Santo unifica y anima la Comunión de los Santos como único principio vital intrínseco de todos ellos (Pío XII, Mystici Corporis 1943, 26).

A todos cuantos en el Bautismo hemos «nacido del agua y del Espíritu» (Jn 3,5), Dios «nos ha salvado en la fuente de la regeneración, renovándonos por el Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros por Jesucristo, nuestro Salvador» (Tit 3,5). Así cumplió Cristo su misión: «yo he venido para que tenga vida y la tenga en abundancia» (Jn 10,10).

Y esa vivificación primera en el Espíritu crece y se afirma en el sacramento de la Confirmación, en la Penitencia, en la Eucaristía y, en fin, en todos los sacramentos. En todos ellos se nos da el Espíritu Santo, Dominum et vivificantem, y en todos se nos manifiesta como «Espíritu de vida» (Rm 8,2). Y a través de todos ellos el Espíritu Santo nos conduce a la vida eterna, a la vida infinita.


En fin, como dice el Vaticano II, el Espíritu Santo «es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (+Jn 4,14; 7,38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres muertos por el pecado, hasta que en Cristo resucite sus cuerpos mortales (+Rm 8,10-11)» (LG 9a).

3. Mueve y gobierna la Iglesia
En la Iglesia hay una gran diversidad de dones y carismas, de funciones y ministerios, pero «todas estas cosas las hace el único y mismo Espíritu» (1Cor 12,11).

Por el impulso suave y eficaz de su gracia interior el Espíritu Santo mueve el Cuerpo de Cristo y cada uno de sus miembros. Él produce día a día la fidelidad y fecundidad de los matrimonios. Él causa por su gracia la castidad de las vírgenes, la fortaleza de los mártires, la sabiduría de los doctores, la prudencia evangélica de los pastores, la fidelidad perseverante de los religiosos. Y Él es quien, en fin, produce la santidad de los santos, a quienes concede muchas veces hacer obras grandes, extraordinarias, como las de Cristo, y «aún mayores» (Jn 14,12).

Pero también es el Espíritu quien, por gracias externas, que a su vez implican y estimulan gracias internas, mueve a la Iglesia por los profetas y pastores que la conducen. Aquel Espíritu, que antiguamente «habló por los profetas», es el que ilumina hoy en la Iglesia a los «apóstoles y profetas» (Ef 2,20). «Imponiéndoles Pablo las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban lenguas y profetizaban» (Hch 19,6-7; +11,27-28; 13,1; 15,32; 21,4.9.11).

Es el Espíritu Santo quien elige, consagra y envía tanto a los profetas como a los pastores de la Iglesia, es decir, a aquellos que han de enseñar y conducir al pueblo cristiano (+Bernabé y Saulo, Hch 11,24;13,1-4; Timoteo, 1Tim 1,18; 4,14). Igualmente, los misioneros van «enviados por el Espíritu Santo» a un sitio o a otro (Hch 13,4; etc.), o al contrario, por el Espíritu Santo son disuadidos de ciertas misiones (16,6). Es Él quien «ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios» (20,28). Y Él es también quien, por medio de los Concilios, orienta y rige a la Iglesia desde sus comienzos, como se vio en Jerusalén al principio: «el Espíritu Santo y nosotros mismos hemos decidido» (15,28)...