La oración es el diálogo amoroso que se establece entre los hijos y el Padre, la oración cristiana es la consecuencia de la condición filial. Porque soy hijo, me dirijo al Padre, y estoy atento a su Palabra.
El reconocimiento de la paternidad, como gracia de revelación, que Cristo nos ha dado a conocer y el Espíritu Santo nos invita vivir, se abre paso liberando nuestros corazones de las cadenas que le impiden vivir en la libertad de los hijos.
El Padre en la oración me modela como hijo, por la acción del Espíritu Santo, va corrigiendo mis súplicas, y me va enseñando a pedir lo que me quiere dar. De allí, que el Padre en la oración, misteriosamente me prepara para aquello que me otorgará, que puede incluso no coincidir con mi súplica. A medida que avanzo en la relación, le conozco y crezco en la confianza, y puedo aceptar un designio distinto del que busco, porque el Padre, sabe lo que me vuelve más hijo, y lo que más conviene a mi condición.
Este es el tesoro escondido en el campo,según la indicación de Jesús, hay que venderlo todo, no se trata de "cosas" , se trata de vivir la condición filial. Ahora conocemos la llave que abre las puertas del cielo, la clave con la cual se ingresa en el Santuario Eterno, se nos ha revelado nuestra condición filial. La invocación de Dios como Padre, me familiariza, me vuelve de la familia de Dios.
Debemos pedir a Jesús, que el Padre Nuestro, la oración que enseñó a los apóstoles, nos la enseñe a nosotros, no en su formulación exterior, sino en su verdad más profunda. Que llamarlo Padre sea vivir la experiencia de los cielos abiertos, como cuando el Señor se bautizó, o en la Transfiguración del Tabor, para que interiormente el Espíritu Santo, nos haga escuchar: "tú eres mi hijo".
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