Hay
que aceptar partir de la tierra del egoísmo, las injusticias, la
ambición desmedida, la explotación, el orgullo, la vanidad, la lujuria y
tantas otras manifestaciones del pecado en la vida de los hombres. Hay
que partir y abandonarlo todo. En realidad, la vida que llevamos
alejados de Dios, es un "espejismo vital", una forma aparente de
vida que no sacia y que conduce lenta y paulatinamente a la desolación,
más que vida es muerte y por ello parece ser que el sepulcro es el lugar escogido para habitar.
Cuántos
sepulcros culturales son propuestos como verdaderos palacios! Cuántos
compramos en cuotas, e incluso, de cuántos somos arquitectos nosotros
mismos. Nuestros sepulcros se fueron construyendo a partir de esas
realidades que nos han ido encerrando, aislando, incomunicando y
debilitando, y así, poco a poco, hemos ido entrando en ellos. El
pecado comunica únicamente la muerte, pues no da ningún signo vital, en
el venial será preparación para ella o participación, y en el mortal
experiencia de oscuridad y desesperanza. Nosotros por la vida de pecado
nos vamos introduciendo lentamente en el sepulcro, y el mal espíritu nos
susurra al final de nuestro camino, que corramos la loza que lo cierra
definitivamente. Hay lozas en nuestros sentidos y en nuestro corazón
que nosotros mismos ponemos a veces sin darnos cuenta. El pecado
claramente se manifiesta como un suicidio espiritual…
El
Señor se detiene delante de nuestros sepulcros, como lo hizo ante el de Lázaro, para liberarnos de la
loza que nos impide ver la luz y desde la puerta grita nuestros nombres. Para
nosotros el sepulcro es también toda situación límite. El temor a la
muerte, el desaliento, el sentir que nos han dejado de lado, la falta de
afecto, la ausencia de diálogo, la soledad, y tantas otras situaciones
que nos van debilitando. La vida vivida así, queda reducida a la espera
de la muerte. Este sepulcro condiciona toda nuestra vida, la llena de
angustia, pesimismo e intranquilidad. De ese sepulcro nos viene a liberar el Señor.
Jesús es el único que con voz potente anuncia una palabra de vida en
todas las situaciones de muerte, solo su voz potente resquebraja las
densas oscuridades que se nos presentan como límites invencibles, para iluminar
nuestra existencia.
Su
Palabra nos invita a partir. Sal de esta tierra de pecado y muerte, y
dirígete hacia una que mana leche y miel. La Cuaresma es un tiempo de
"escucha" de la Palabra del Señor destinada a ser la luz que ilumina
este caminar.
Este camino que comienza en la oscuridad y llega hasta la luz;
"comienza con pensamientos melancólicos sobre la muerte y la destrucción
aparente del hombre (recuerda que eres polvo y al polvo regresarás) y
arriba al anuncio de la vida resucitada que iluminará de alegría y de
esperanza la noche de pascua; un camino que en la partida nos ofrece el
camino áspero de nuestro interior, como reflejo de la transformación de
los corazones y del universo obtenida para nosotros por la entrega de
Cristo" (G. Biffi).
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