El Hijo Eterno ha bajado del cielo, esto en la Escritura, aparece afirmado con solemnidad, dirá san Juan: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, este descenso alcanza su mayor ocultamiento en la muerte del Señor. Pero, el sepulcro no pudo retener a Cristo, la Vida se mostró más fuerte que la muerte, y dirá san Pablo, a la luz de este misterio: “¿dónde está muerte tu aguijón?”.
La Resurrección del Señor y su Ascensión a los cielos, llevan a término la obra de Dios, ahora Aquel que se encarnó, se encuentra a la derecha de Dios y ha recibido, todo “honor, poder y gloria”, abriéndonos las puertas del cielo y prometiéndoles a los suyos que volvería a buscarlos, para que estén con él, para siempre.
“Vale la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto de gran intensidad: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados- y con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2, 4-7).
El cielo está poblado de hermanos. Tenemos, a veces equivocadamente, la impresión contraria. Los habitantes del cielo viven en el mundo de Dios; el cielo tiene Reina, y en él habitan los ángeles con todos sus coros, los santos canonizados, y otros que no lo fueron, y aquellos que pasaron por el purgatorio, y que Dios ya ha admitido a su presencia.
El cielo está poblado de amigos de Dios. Ellos pueden enseñarnos el camino de la amistad con Dios. Debemos orar a los “habitantes” del cielo para que cuiden de nuestros pasos con su intercesión, y nos enseñen el camino de la verdadera alegría. Dado que el cielo no es un lugar, sino una relación “viva y personal con la Santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo”.
Con todo, decía Juan Pablo II, “esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna”. En la eternidad, ya está operante esta realidad de relación, y nosotros, los que vamos en camino de ver descorrido el velo, podemos vivir esta realidad de comunión con los habitantes del cielo, por la comunión de los santos.
Y hablando de Juan Pablo II, amigo de Dios, recordemos lo que decía el cardenal Ratzinger (Benedicto XVI) en sus exequias; “podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendícenos, Santo Padre. Nosotros confiamos tu alma querida a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor”. Nos enseña con esta expresión, como debemos por la oración hablar amistosamente a los moradores del cielo, a aquellos que alcanzaron la patria eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario