domingo, 1 de enero de 2023

DIÁCONO JORGE NOVOA: SAN JUAN BAUTISTA

24 de junio es sinónimo de san Juan Bautista, recordarlo y profundizar en su misión profética, iluminarán los caminos de la evangelización del tercer milenio. Recorramos las Sagradas Escrituras con una mirada contemplativa, hurgando en los distintos pasajes bíblicos donde aparece esta emblemática figura, para "gustar y ver que bueno es el Señor". 

"Contemplar significa mirar prolongada y detenidamente un objeto o un paisaje, experimentando con ello admiración, asombro, fascinación, interés". La mirada creyente no busca solamente altura sino profundidad, descubre una realidad que al tiempo de trascenderlo lo atrae con irresistible fuerza. El que contempla no es un espectador pasivo, aquello que lo atrae, le manifiesta una verdad que lo convoca desde lo profundo de su ser.

Juan Bautista es un santo, agrega San Jerónimo, "también sacerdote", era de linaje sacerdotal (Lc 1,5-8). Su padre Zacarías, oficiaba en el Templo de Jerusalén cuando el arcángel Gabriel le anunció que su oración había sido escuchada ¿Cuál sería la oración de Zacarías? ¿Qué deseos albergaría en su corazón?

Es de suponer que la oración de un sacerdote del Pueblo de Israel, estaría vinculada con la llegada del Mesías, o tal vez, dado que Isabel era estéril, le pediría un hijo a Dios. Para los israelitas la esterilidad era humillante. Si éste era el contenido de su oración, ella se cumpliría plenamente, Isabel iba a dar a luz un hijo que sería el precursor del Mesías.

Isabel, su madre, es al igual que su padre era de tribu sacerdotal, ambos son presentados en la Sagradas Escrituras como justos (dikaioi). A ellos, el salmo 1 los llama bienaventurados, se describen con una serie de verbos los comportamientos de los justos, primero bajo la imagen de la renuncia; halak ( no camina),'amad ( no se detiene) y yashab (no se sienta) y luego los que manifiestan positivamente su acción vinculada a la Ley del Señor; "se complace en la ley, la  susurra....

"Feliz el hombre que no camina según el consejo de los impíos
y en el sendero de los pecadores no se detiene
y en la reunión de los depravados no se sientamas se complace en la Ley de Yahveh
su ley susurra día y noche.
Es como un árbol plantado
Junto a corrientes de agua
Que da a su tiempo fruto
Y jamás se amustia su follaje
Todo lo que hace sale bien…"(Sal 1)


Los justos viven con una gran rectitud de corazón bajo la ley del Señor alabándolo: "aclamad justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos"(Sal 32) .La conducta del justo consiste en una gran rectitud interior que se manifiesta en la vida exterior; el justo se complace en la Ley (Torah), la lee (y medita) asiduamente, de día y de noche. La existencia de los justos, como el árbol plantado junto a la acequia, tendrá fecundidad oportuna, vigor perenne y bendición en sus empresas. Evidentemente que las raíces de Juan son profundas, su vida, como la del árbol plantado junto al río, será fecunda (Sal 1), arraigado en Dios, se nutre del "río de agua viva" que es la ley del Señor.

Dios en los santos corona su propia obra, lo primero que reconocemos en ellos, es el proyecto que se manifiesta en todas las dimensiones de su existencia. Al tiempo que también descubrimos, el Sí de estos hombres a Dios, un sí provocado y acompañado por la gracia. Cuando ambas coordenadas se encuentran, Dios se manifiesta con tal profundidad, que si nos encontrásemos con estos hombres, le rogaríamos como en la ciudad de Gadara, le rogaron a Jesús, "retírate". Dios se manifiesta en ellos con sencillez y profundidad, a través de ellos y de su mirada limpia, penetra nuestras existencias cuestionándola. Dios por ellos, oportuna e inoportunamente nos manifiesta la primacía del amor, "que todo lo espera, que todo lo soporta". El velo del vientre materno de Isabel no impidió el saludo de aquel que había sido presentado por el Ángel, como "lleno del Espíritu Santo desde el seno" de su madre.

El Bautista es un mártir

La Palabra de Dios en los mártires es rechazada violentamente, hasta el extremo de mostrarse aparentemente vencida. La sangre derramada, no silencia el eco de la Voz de Dios, que se da por sus testigos. En su sentido etimológico, el mártir es un testigo. El Bautista es mártir, no ha medido las consecuencias de su compromiso en favor de la Palabra. Juan es la Voz, el Señor la Palabra. Ignacio de Antioquía, exclama poco antes de morir "trigo soy de Dios y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo".

El Bautista nos habla de un testimonio que se torna molesto para los "poderosos de este mundo". Herodes es demasiado pequeño para enfrentar un instante tan medular, es un hombre "disoluto, violento, corrompido por el poder y la falta de fortaleza espiritual", su imagen aparentemente poderosa se debilita ante la danza insinuante de Salomé (Mc 6,21-29). Herodes no está a la altura del momento histórico, el poder arbitrario y demagógico, siempre queda enredado en su propia vanidad.

La voz de Dios en el Bautista está encarcelada, pero no silenciada, ella como el grano de trigo debe morir, al caer en la tierra producirá frutos abundante. Dios recoge la fidelidad de esta entrega y espera el tiempo en que se cosechará lo que se ha sembrado. La sangre "derramada" por los mártires se convierte en semilla de cristianos

El martirio es una gracia, una verdad solamente comprensible desde el interior de la vida cristiana. Cuando aceptan ser "llevados donde no quieren ir", se apoyan en la solidez del amor del Señor. Las preguntas que Jesús realiza a Pedro luego de la traición, no son únicamente reveladoras del corazón de Pedro, son reveladoras del Corazón de Jesús. 

Canta la Santa Iglesia, en la celebración del martirio de Juan el Bautista:

Varón feliz de méritos excelsos,
que mantienes sin mancha tu pureza
santo eremita, mártir esforzado,
magno profeta.
Hoy, cuando triunfas valeroso, arranca
de nuestro pecho el corazón de piedra
el camino torcido guía, allana las asperezas.

Juan es receptor de la gran tradición de Israel, en él, se concentran todas las expectativas de la Antigua Alianza. Está destinado a personificar de forma concentrada el núcleo ardiente de la primera Alianza, cuando se le preguntó, quién era, no pudo identificarse ni con "el profeta" (semejante a Moisés Dt 18,15), ni con Elías(Ml 3,23), ni con el Mesías, al que tenía que preparar el camino (Ml 3,1 según Is 40,3)". Como todo enviado en la historia de la salvación, apenas sabe el lugar que ocupa. Dios lo dispone en su tablero de ajedrez, según el plan de la partida en su totalidad, que solo ÉL conoce. Su misión es la más grande que haya recibido ningún nacido de mujer(Mt 11,11), y por tanto la más difícil de comprender.

El Pueblo de Israel, tras la caída del Templo de Jerusalén y el destierro, percibe un gran silencio profético, hay como "un vacío" de quinientos años. Este silencio parece ser la respuesta de Dios a su Pueblo. Para algunos autores como J. Jeremías, "el Espíritu se ha extinguido", el pueblo siente nostalgia por la voz profética que esta ausente. El espíritu profético que se había extinguido, retorna después de una larga interrupción, Dios rompe su silencio y vuelve a hablar como antaño en día de los profetas. La historia de la salvación con la aparición del Bautista, recobra su curso con un arranque imprevisto.

La experiencia religiosa del resto fiel, se hace carne en la persona y las obra del Bautista. ÉL es, la imagen de la humanidad en total apertura a Dios, a quien es necesario ir descubriendo, rastreando e intuyendo. "Juan apareció, nuestro Dios existía" (S. Jerónimo) La Iglesia universal contempla a esta figura paradigmática. Su puesto es central en la historia de la salvación, porque allí, todo lo prometido se vuelve realidad. En la solemnidad de San Juan Bautista, la Iglesia nos invita a mirar esta realidad y sus repercusiones para nosotros.

Hay muchas características para destacar de este profeta privilegiado, otros anunciaron en la alborada del día, lo que Juan iba a contemplar con sus propios ojos. Así, este "más que un profeta", no solo debe anunciar, sino señalar al "cordero de Dios".

Se puso delante de mí...(Jn 1,30)

La representación que habitualmente nos hacemos de la misión de Juan es simplista. Muchos piensan que fue sencillo para Juan. Se adjudica al profeta una especie de clarividencia, una intuición tan luminosa que, "gracias a ella, él recibe la ciencia inmutable del Espíritu como si éste se apoderase de él en tal forma que desapareciera por completo toda vacilación". Según este modelo, habría un camino en el cual se deben ir preparando las cosas; dígase actitudes, realidades sociales, estructuras etc...para que al llegar el Salvador, camine por el.

Esta percepción inadecuada tiene algo de cierto, pero, vista la misión de Juan en su totalidad, esto resulta un tanto insignificante. Lo que hay que preparar es a la humanidad que debe abrirse a la irrupción de Dios en la historia. Un Dios que está a la puerta. Esto dimensiona la imagen de Juan Bautista en ese aspecto vital que es la fe, Juan prepara un camino que conduce hacia Jesús. No es un camino por el cual vaya a transitar el Salvador, sino, un camino que tiene como destino al Señor. La meta del pueblo que camina es Jesús, ante quien, el Bautista debe "desaparecer" para que Jesús "crezca". Juan hace un camino de fe en el conocimiento y la adhesión al proyecto de Dios. Que incluso ya en el final de su existencia deberá acrisolarse, cuando desde la cárcel manda que sus discípulos pregunten a Jesús; "Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?".

Debe estar atento a la irrupción de Dios, pero siempre en el claroscuro de la fe. Surgen así preguntas existenciales. ¿Por donde vendrá? ¿Dónde aparecerá? ¿Cómo lo reconoceremos? Este moverse intuitivamente, tras las huellas de Dios en la historia de su Pueblo, le permite reconocer la libertad de Dios. Aunque siempre  ha hablado por los profetas ahora lo realiza por su Hijo. La fe se deja sorprender por Dios, para Él no hay imposibles, sus caminos no son los nuestros.

Juan habrá escuchado las alabanzas que su padre y su madre dirigían a Dios, descubriéndole lo favorecidos que eran por esta elección, le habrán recordado, el trance misterioso y maravilloso del anuncio de su nacimiento y lo que vivieron a la hora de ponerle su nombre. Si hay algo, firmemente aceptable y constatable en la vida de Juan, es la libertad de Dios. ÉL camina en medio de ellos, interviniendo en la historia de su Pueblo para consolarlo con la salvación que ya llega. Juan acepta ser en la melodía de Dios, solamente un acorde, tal como Moisés ve "la tierra prometida" pero no entra en ella. Ha percibido que Dios los quiere liberar de esas falsas seguridades, como lo hizo con Abraham, "sal de tu tierra, de la casa de tu padre y ve a una que yo te daré" ¿Dónde esta? No hay respuestas. Así, Juan debe descubrir el proyecto de Dios tal como se le manifiesta e ir recorriendo el camino de la confianza, en el Dios que es Fiel a la Alianza. Por él, se pide "la antigua fidelidad a Dios, al sentido original de esa lealtad que revela la autenticidad de una conversión a Dios en el dar frutos(Mt 3,8) y una renuncia a toda seguridad frente a Dios.

Su figura austera se presenta en las afueras de la ciudad. No es una "caña que se lleva el viento". Anuncia y vive la posibilidad real de la salvación que ya llega, y de la cual ninguno queda excluido. La Palabra de Dios lo conduce al desierto, al comienzo recordábamos que el Bautista era de linaje sacerdotal, siendo que es sacerdote, y sabiendo que llega el Mesías, no lo busca en el Templo. Se deja conducir por la Verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica, es la verdad revelada en la plenitud de los tiempos.

El sacerdocio antiguo ha pasado, el Mesías trae un sacerdocio nuevo y eterno. De la esterilidad de Israel (Isabel) y su silencio (Zacarías) Dios suscita un clamor fecundo que anuncia la llegada del Mesías. "El que me envió", no la carne estéril ni la mudez provocada por la falta de fe, sino Dios, el Dios de nuestros Padres, el que Es eternamente me conduce hacia Jesús.

El Bautista y la evangelización...

¿Puede este hombre de Dios, ayudarnos a encontrar pistas para la Nueva Evangelización? ¿Puede haber un punto de contacto, entre dos culturas que parecen tan diametralmente opuestas? Una voz clama en el tercer milenio, en continuidad con todas las voces que a lo largo de la historia han clamado, anunciando la necesidad de preparar los caminos del Señor. Una voz que anuncia el misterio oculto en Dios desde la eternidad, y ahora manifestado en Jesucristo. Señalando a nuestra sociedad, la plenitud de la Revelación de Dios en el Señor, una plenitud que trae la Verdad; sobre Dios, el mundo y el hombre.

El Bautista sabe lo que ocurre en Jerusalén, conoce las ambiciones y mezquindades del poder político y religioso de su tiempo, no está al margen del camino como el ciego del Evangelio, esta en el camino que conduce a la salvación. La verdad que proclama golpea con tal intensidad los corazones de sus oyentes, invitándolos a abandonar la vida antigua de pecado, que acude mucha gente al lugar donde se encuentra. Ni el número de los que se convierten, ni las lindas intenciones, lo mueven a seguir en su misión. Se encuentra en el lugar apropiado a la hora justa para cumplir la voluntad de Dios. Esa voluntad que no busca el halago fácil ni el reconocimiento masivo, vivida por Juan en la soledad del desierto, lo ha templado en una vida recta delante de Dios y los hombres.

Solamente bosquejamos algunas pistas para la Evangelización, creo, que ellas pueden ayudarnos. No caben dudas, que el Bautista comprende y vive en profundidad la hora que le toca vivir. Un segundo aspecto a contemplar, es apreciar como esta hora del Bautista lo ubica en un cruce de caminos singular, es decir un lugar para el encuentro. Ambos aspectos pueden orientarnos al meditar en la vida de Juan dándonos pistas para la Nueva Evangelización. Las dos pistas que hemos tomado expresan claramente los motivos que fueron causa de gozo para su padre Zacarías (Lc 1,68-79) y por lo tanto son causa de alegría para nosotros.

" Y será lleno del Espíritu Santo, aún desde el vientre de su madre. Y a muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor, que es el Dios de ellos. Y marchará delante de Él con el espíritu y la virtud de Elías, para convertir el corazón de los padres a los hijos, y los incrédulos a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un Pueblo perfecto" ( Lc 1,15-17)

El Bautista será portador de una santidad extraordinaria, estará lleno del Espíritu profético de la Antigua Alianza ( es más que profeta), asemejándose a Elías, convirtiendo a muchos israelitas al Señor, para preparar un Pueblo que acoja al Mesías.

La hora presente

Juan tenía conciencia de haber sido enviado en la última hora, antes del inminente juicio de Dios (Mt 3,10), para exhortar a la penitencia (Mt 3,8) y para bautizar a los penitentes. Es el pregonero de la salvación de Dios que en camino está a punto de irrumpir, en una última posibilidad de conversión radical, en la imposibilidad de subsistir delante de Dios por medio de algo que no sea esta radical conversión que transforme, desde su raíz, la totalidad de la vida humana hasta el presente.

En nuestras vidas, hay horas buenas y malas, momentos difíciles y otros sencillos, alegrías y tristezas, hay encuentros y desencuentros. Experimentamos, cuanta verdad encierra aquel pasaje bíblico, "todo tiene un momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo" como dice el "Cohélet"(Qo 3,1).

Frente a las cuales, podemos tener dos actitudes; vivir o vivirla(s). El infinitivo en los verbos nunca determina al sujeto en su ubicación histórica, no se pude enunciar una frase como esta; yo morir de pena. El depositario de esta confesión no sabría, si consolar, aconsejar o lamentarse con su confidente, pues la acción no declara si le ocurrió en el pasado, si aún está presente, o si (cree que)le ocurrirá en el futuro. No debemos vivir en infinitivo nuestra existencia, con ello corremos el riesgo de estar, como dice el Concilio Vaticano II, presentes físicamente pero no con el corazón. En el lenguaje del Evangelio más atrayente, "viendo no ven y oyendo no oyen".

Juan es un hombre de su tiempo, su vida está arraigada en Dios, y por ello es un hombre de su tiempo, ve el tiempo según el designio de Dios. Ello capacita su mirada para reconocer la presencia o ausencia de Dios en la vida de su Pueblo.

Anunciar que el hacha esta puesta en la raíz (Mt 3,10), descarta cualquier pensamiento superficial que quiera justificar una especie de misión llevada adelante inconscientemente. Para poder gritar sobre la inconsciencia de su Pueblo, primero debe gritar sobre sus ambigüedades e incoherencias. Debe primero recibir la Palabra que Dios le dirige evidenciándole la necesidad de recibir el "perdón de los pecados" por medio del arrepentimiento. Esa pesada responsabilidad es mayor aún, cuanto el Bautista, no reniega de su Pueblo, sufre con Él. Su palabra quiere rescatar cualquier signo de vida por frágil e insignificante que parezca, no viene a apagar "la mecha humeante, ni a quebrar la caña cascada". Cualquier indicio de dignidad puede ser una realidad potencial para la conversión. Su propuesta no nace de una debilidad, nace de la experiencia de Dios en su Pueblo Israel.

"Los tiempos de crecimiento y de progreso en la vida de la salvación son infinitamente diversos. Algunas cosas que unos entienden inmediatamente, otros la entienden después de muchos años, después de decenios. En todo hay una extraña Sabiduría, que hasta nos podría parecer fatalismo; y, sin embargo, el hecho de que Jesús vivió y aceptó estas maduraciones lentas nos debe hacer reflexionar: ¡cada cosa a su debido tiempo! No por esto debemos intencionalmente retardar los tiempos y evitar un compromiso total, si no que se trata de reconocer que hay leyes misteriosas que gobiernan el desarrollo, en la naturaleza como en el espíritu, como en los pueblos y en las sociedades. Y hay que poner atención a estas leyes, para que, por una parte, no se nos escape el tiempo justo a causa de su propia pereza, sino que, por otra, ni siquiera creamos poder apresurar y producir rápidamente lo que, en cambio, requiere madurez profunda y personal. Lo que se realiza fuera del tiempo, será siempre algo artificial y postizo, que no podrá menos de ser rechazado, antes o después, por aquel organismo que lo ha integrado en sí mismo. Es cierto que, adhiriendo al designio de Dios, se hace infinitamente más de lo que no se haría si los tiempos fueran establecidos por nosotros". Basta pensar en ese período oculto, pero sumamente fecundo, tanto del Bautista, como de Jesús en Nazaret.

En un cruce de caminos

Los caminos de Dios en Cristo se hacen caminos para el hombre, todo cruce se vuelve lugar para el encuentro, porque Él camina con nosotros. Juan se encuentra en un cruce singular, en su existencia hay dos polos que están ordenados el uno al otro, atrayéndose mutuamente.

Uno de los polos es Dios; quien funda toda la experiencia de Juan, es el "que lo envió" y le dijo "cuando veas". Una serie de signos evidentes le indicarían al destinatario de su confesión, ciertamente que no lo conoce, pero, Aquel que lo envió le aseguró una asistencia especial para que pudiera reconocerlo. La misión recibida de "lo alto" debe ser realizada en "lo bajo". No hay misiones que no tengan nada que ver con el hombre. "Por consiguiente, la "misión" y la "donación" en Dios son exclusivamente temporales(Santo Tomás). La misión que cada uno de nosotros deba realizar tiene su origen en la prolongación de las misiones del Hijo y del Espíritu. Estas misiones son siempre eclesiales, no somos nosotros enviados aisladamente, brota en nosotros por nuestra pertenencia al cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

El otro polo, esta dado por esas palabras que volaron permanentemente sobre la cabeza de Juan, "Este es… " .Esta destinado a Jesús, toda su existencia pende de aquel instante, está totalmente orientado hacia ÉL. Permanentemente ha vivido deseoso de cumplir con este designio, es la Hora del gran consuelo, no se trata de protagonismos menores, es la hora definitiva, Dios visita a su Pueblo.

Nosotros somos portadores de una Buena Noticia. Podemos reconocer al Señor, vivimos permanentemente en medio de lo cotidiano con la capacidad de reconocer al Señor, de reconocer su Reino o las semillas del Verbo presentes en nuestra cultura. Nosotros estamos en ese cruce de caminos de Juan Bautista, entre el que nos "envió" con la posibilidad de "indicar" a otros al Cordero de Dios. Nos nutrimos de una vida que no tiene su origen en nosotros, y que esta destinada, por y en nosotros a comunicarse, a darse a conocer. Somos Testigo y servidores del Reino, como Juan, nuestras vidas estan toda orientadas por el anuncio explícito y el ejemplo, hacia el que nos rescató de la muerte.

El beato Juan Pablo II, desgrana una serie de elementos en la encíclica "Redenptoris missio", que nos permiten reflexionar sobre lo que supone servir al Reino. Estamos al servicio del Reino, en nosotros y por nosotros para el prójimo (que somos Iglesia) cuando encarnamos en nosotros y exhortamos a todos a la conversión. La salvación empieza, ya desde ahora, con la novedad de vida en Cristo. Servimos al reino, difundiendo los valores evangélicos que son expresión del Reino, reconociendo que la realidad incipiente del Reino puede hallarse fuera de los confines de la Iglesia. "La Iglesia, finalmente, sirve también al Reino con su intercesión, al ser este por su naturaleza don y obra de Dios. Nosotros debemos pedirlo, hacerlo crecer dentro de nosotros; pero también debemos cooperar para que el reino sea acogido y crezca entre los hombres".

Cuanta enseñanza para nosotros, que cantidad de proyectos desearíamos ver con mayor claridad. Cuantas veces nos asalta la tentación de querer ver o conocer el desenlace final de nuestras vivencias para resolver si debemos hacer tal o cual cosa.

Conclusión

La Nueva Evangelización siempre exige una aguda mirada sobre la realidad, que penetre hasta los mismos fundamentos culturales que la dirigen, para reconocer su orientación medular. Una mirada creyente, que busque otear en la civilización actual las huellas del Señor, que busque en la identidad fundacional del pueblo, la matriz cristiana que poseen la mayoría de nuestros pueblos latinoamericanos.

Preguntaban a Hans Urs von Balthasar como definía su Teología, y respondía, es "como el dedo indicador de Juan Bautista que remite a la plenitud de la Revelación en Jesucristo". Podemos apropiándonos de esta frase responder, la Iglesia levanta una y otra vez, a tiempo y a destiempo, el dedo indicador de la fe para confesar a Jesucristo, alfa y omega, el mismo ayer, hoy y siempre.

Ante algunas vacilantes preguntas que surgen muchas veces en nuestro horizonte, debemos indicar:

"No se trata, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia, hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celestial. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz" (TMI 29)

Textos utilizados
Teología del Nuevo Testamento, J. Jeremías.
Suma Teológica, Tomo II,1q.43 a.1 Santo Tomás.
Gloria Vol.7 ; Hans Urs von Balthasar.
El Evangelio según San Juan, Carlo María Martini.
Pan para el pueblo, Carlo María Martini.
Los salmos ,Horacio Bojorge SJ.
Evangelio según San Marcos ,San Jerónimo.

Textos del Magisterio de Juan Pablo II




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