Si al entrar en este mundo Dios enviara un ángel para entregarnos, a cada uno, un pequeño boleto en cual se nos pidiera que escribiéramos los años que queremos vivir, la mayor parte de nosotros, en esos primeros años de nuestra vida pondríamos 60, o tal vez algunos 65 años, creyendo que son suficientes. El mensajero divino, además de llevarse nuestro boleto, nos informaría que la puerta para el encuentro con Dios es la muerte, pero que la hora quedaba librada a nuestra elección. Y si cada diez años, Dios enviara a ese mismo emisario para que nos recordara la fecha puesta en el boleto, veríamos como luego de los 30, es decir al cumplir 40, comenzaríamos a pedir autorización para modificar la fecha que colocamos al entrar en este mundo. Y ciertamente que luego de modificada, y adentrándonos en la nueva década, estaríamos esperando que llegara ese nuevo encuentro con el mensajero de Dios, que trae nuestro boleto, para prorrogar un poco más el tiempo de nuestra partida.
Y si nos adentráramos un poco más en la historia que venimos desarrollando, veríamos que muchos, a pesar de conocer que la muerte es la puerta que nos lleva al encuentro con Dios, iríamos interminablemente corrigiendo el boleto.
Gracias a Dios y conociendo el deseo insatisfecho que reside en el corazón del hombre, únicamente saciado por el Encuentro definitivo con ÉL, decidió conocer ÉL únicamente el día y la hora nuestra partida. Qué bondadoso y sabio es nuestro Dios que nos libró de una carga tan pesada!
Dios sabe del apego que tenemos a los bienes materiales, y cuanto, lamentablemente, nos esclavizan impidiéndonos volar al encuentro de su Amor. Ellos entablan en el corazón del hombre una batalla contra Dios, pues quieren ocupar su lugar. Este "golpe de estado" que dan en el corazón de los hijos de Dios, es progresivo y lento, con la intención de que sea imperceptible. El Enemigo quiere ganar la guerra en pequeñas batallas.
Y muchos de los males que nos afligen tienen su origen en la relación que tenemos con Dios. El apego desordenado a los bienes o personas; el desconocimiento de nuestros desórdenes y sus causas, o el diálogo que se ha establecido con el Enemigo por la cultura imperante sin capacidad de discernimiento, son algunas realidades, que entre otras, nos van debilitando.
En la primera batalla el Enemigo tratará de desterrar a Dios, es necesario ponerlo lejos del corazón del hombre, su objetivo será que aceptes para tu vida, que Dios existe pero está muy lejos de ti y de tus cosas. Dios ha sido desterrado del corazón de los hombres, las familias, las casas, las leyes, los hospitales, los colegios y para la New Age de la Iglesia. Dios ha sido desterrado de su Creación y muchos quieren que lo destierres de las cosas de tu vida social, especialmente si eres creyente. Porque Dios es causa de conflictos, de allí que conviene que pongas tus creencias en las cosas del "Mercado". Supongo que el día del juicio particular, el alma creyente que actúe así, le dirá al Señor: éste era tu mundo y todo es tuyo; pero para vender mis productos TÚ eras un obstáculo.
Muchos han impulsado la secularización, no la secularidad, pero en realidad el impulsor de la secularización es un "Espíritu" que con (por y en) ella congrega y descalifica a Dios proponiéndolo como el principal obstáculo para la concordia social. Acusar a Dios de obstáculo es un pecado gravísimo, es compartir la misma visión que nos trasmiten los Evangelios cuando algunos acusaban a Jesús de obrar por el poder del Enemigo.
En la segunda batalla el Enemigo tratará de matar a Dios en el corazón de los hombres. Así lo anunciaba el profeta de Baal de los tiempos modernos, Nietzsche: "Dios ha muerto". Se nos va ofreciendo, poco a poco, como telón de fondo de la sociedad de consumo, en la cultura imperante, el pensamiento de que con Él o sin Él nada cambia. Éstos y otros axiomas, cual decálogo del Enemigo, van matando a Dios en tu corazón. Ya lo decía F.Dostoievski: "Si Dios no existe está todo permitido":
El bienestar es la felicidad.
Tanto tienes tanto vales.
Un regalo tiene que materializarse, si no, no existe.
La fama a cualquier precio es las meta más preciada.
El porvenir es de los fuertes, los débiles son un obstáculo.
La virtud aburre y el vicio divierte.
No hay nada, ni nadie, más importante que uno mismo.
Frente a una cultura de mercaderes, los creyentes debemos trabajar por una cultura de la gratuidad, en la cual son profetas los santos y solamente ellos pueden indicarnos claramente caminos liberadores para el "hombre de hoy". El mundo necesita santos, la Iglesia nos invita insistentemente a recorrer los caminos de la santidad. En nosotros está ser servidores de una cultura de mercaderes o servir a la cultura de la gratuidad.
Si ahora continuáramos con la historia narrada al principio y nos preguntáramos: ¿qué harían lo santos con ese boleto que trae el emisario divino?. Podemos suponer que siempre lo entregarían en blanco, y le comunicarían al ángel el deseo de que sea Dios quien ponga la fecha de la partida.
Por ello pidámosle al Señor nos conceda Sabiduría, que es la capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser, de la vida y de la historia, traspasando la superficie de las cosas y de los acontecimientos para descubrir en ellos el significado último, querido por el Señor.
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