Entre los desafíos que presenta la Nueva Evangelización a la vida cristiana, el perdón como experiencia vital del cristianismo es un mojón irrenunciable que hay que abordar con urgencia. A muchos cristianos, la exigencia del perdón les presenta dificultades y cuestionamientos.
¿Cuánto nos cuesta perdonar? y en muchos casos perdonarnos a nosotros mismos. El perdón que Cristo nos trae, y que alcanza su cenit en el otorgado a los enemigos, es siempre un escándalo, una piedra de tropiezo que nos desequilibra, únicamente comprensible a la luz del Amor Eterno. Los santos en sus vidas son testigos del perdón como experiencia liberadora del Amor Trinitario, su fecundidad se expresa en ellos, como una fuerza invencible que nos lleva a exclamar atrevidamente: ¡Bendito escándalo!
Les propongo que meditemos en torno a tres centros, que vinculados nos dan pistas para cimentar nuestras vidas sobre la experiencia del perdón. Ellos son experiencias vitales, fuentes de vida en abundancia, torrentes de gracia que debemos descubrir y vivir:
1) Todos hemos sido perdonados.
2) La oración sostiene nuestra vida en dirección del perdón.
3) Nuestra experiencia del sacramento de la Reconciliación.
1-Todos hemos sido perdonados
Jesús interroga al auditorio que presuroso quiere lapidar a la mujer acusada de adúltera, "el que esté libre de culpas que arroje la primera piedra". Nadie responde en forma contestataria. El comportamiento de Jesús, siendo que podía, si quería arrojar la primera piedra, quiere hacernos caer en la cuenta que nadie está libre de culpa. Así lo expresa el gran apóstol de los Gentiles en su epístola a los romanos:
"Pues ya demostramos que tanto judíos como griegos están bajo el pecado, como dice la Escritura: No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo. No hay un sensato, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se corrompieron; no hay quien obre el bien, no hay siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta, con su lengua urden engaños. Veneno de áspides bajo sus labios; maldición y amargura rebosa su boca. Ligeros sus pies para derramar sangre; ruina y miseria son sus caminos. El camino de la paz no lo conocieron, no hay temor de Dios ante sus ojos.(Ro 3,10-18)
Este florilegio de textos, tomados de la Antigua Alianza, expresa la condición de la naturaleza humana caída que Cristo vino a restaurar. Y en este sentido, todos somos deudores invitados a perdonar como hemos sido perdonados. " Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (I Jn 2,2).
Todos somos descendientes de Adán y llevamos en nuestra naturaleza (pecado original) las consecuencias (concupiscencia) de la trágica respuesta negativa (desobediencia) dada por los primeros padres (Adán y Eva) al Creador. Nadie puede desentenderse de la condición pecadora de la naturaleza humana. "Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros. " (I Jn 1,8-10).
La efusión del Espíritu en Pentecostés, despliega en la historia humana la fuerza del perdón que nos trae la pascua de Jesús: "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado[1], en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado." (Jn 10,7-12)
El perdón inicialmente está vinculado a la experiencia de reconocerse pecador y ella se ve afectada por la perdida del sentido del pecado[2], aspecto indispensable para vivir la fecundidad del perdón expresado en el amor que Dios nos tiene.
En la Sagrada Escritura hay un largo itinerario que revela el perdón que Dios nos ofrece. Como " culmen de esta revelación puede considerarse la sublime parábola normalmente llamada «del hijo pródigo», pero que debería denominarse «del padre misericordioso» (cf. Lc 15, 1132)[3]".
El itinerario del hijo menor, en la parábola del Padre misericordioso (Lc 15[4]), deja ver claramente el camino que es necesario transitar. La acción del Hijo expresada por tres verbos; "entrar", "levantar" e "ir" revelan que todo está orientado por el Padre, que mueve y acompaña la acción desde el comienzo hasta el fin. El hijo menor al entrar dentro de sí mismo (v.17) se re-conoce a la luz de su ser hijo y conoce su condición de desterrado voluntario (pecador) de los bienes del Padre. Esto le mueve a ponerse de pie, e ir en dirección de la casa paterna.
Y entrando en sí mismo… (v.17)
Dice San Agustín: "Invitado a volver dentro de mí mismo, entré en mi interior guiado por Ti; lo pude hacer porque Tú me ayudaste[5]". Todo hombre que busca la Verdad debe humildemente dejarse interpelar por el Señor. Debemos ejercitarnos en la tarea de mirar hacia nuestro interior, a ello refiere este "entrando", que es la acción por la cual desplegamos en nuestro pensamiento la película de nuestra vida de la que somos protagonistas inexcusables. Hay que buscar espacios para orientarnos hacia la necesaria interioridad que nos propuso San Agustín. La interioridad nos pone en dirección de la Verdad, inicia un camino que nos presenta la verdad sobre nosotros mismos, como dice el gran santo de Hipona: "ella se hace encontradiza a quien estudia, ora y vive bien". Hay que ir en dirección de nuestro interior.
¿Cuánto nos cuesta entrar dentro de nosotros mismos?, y especialmente cuando desde fuera, es tan fácil hablar de los demás ¿Me hago un espacio aún en la vorágine del mundo contemporáneo para mirar hacia mi interior?¿Nuestra mirada interior está iluminada por la mirada del Señor? ¿En quién se apoyan nuestras decisiones?
El Señor quiere entrar en tu Corazón con tu permiso, déjalo que te ilumine, y acompáñalo en el viaje que realiza por tu historia entregándole tu vida con confianza.
El Señor quiere entrar en tu Corazón con tu permiso, déjalo que te ilumine, y acompáñalo en el viaje que realiza por tu historia entregándole tu vida con confianza.
Me levantaré, iré a mi padre y le diré…(v.18)
Ahora viene el tiempo de obrar valientemente, no basta reconocerse pecador, es necesario pedir perdón. Esta etapa exige de nuestra parte una firme decisión, Dios que nos ha conducido hasta aquí, ahora con su gracia nos impulsará hacia el encuentro desbordante de su Misericordia. La condición humana bajo el signo del pecado, queda expresada claramente por la imagen del hombre que está caído, postrado espiritualmente y que ahora quiere levantarse. El hombre inicia, por la gracia, en el camino del perdón su marcha hacia la dignificación de la naturaleza humana redimida. "De este modo, comienza a buscar él mismo al Dios que lo busca: buscado, busca; amado, comienza a amar"[6].
Al levantarnos, experimentamos nuestra debilidad, pero Dios viene en nuestra ayuda. No debemos en este período de tiempo, dar cabida en nuestro corazón, a las voces desalentadoras del Maligno que intenta ponernos piedras en el camino. Hay una meta que todo lo congrega, hacia ella debemos dirigir nuestra mirada, para correr a los brazos del Padre. Esta experiencia del abrazo misericordioso del Padre nos impulsa y alimenta en el resto del camino.
La meta hacia la que nos dirigimos no es incierta, al final del camino está el Padre que se revela misericordioso. Es la fuente del perdón que se nos manifiesta como Misericordia, aunque nuestros pecados sean rojos como la escarlata blanquearán como la nieve (Sl 50). Este Amor manifestado hasta el extremo se consuma en el Gólgota, sacrificio de una vez y para siempre, que Cristo ofrece para el perdón de los pecados (cf. Mt 26, 28). Cristo en la Cruz es el Testigo Fiel del amor misericordioso de Dios. De su costado abierto brota la vida del perdón, como respuesta a la lanza del pecado, aparece el agua del Bautismo y la sangre de la Eucaristía. Pero, los dinamismos vivificadores del perdón, que Jesús había entregado a los apóstoles, se derramarán sobre el pueblo en la efusión del Espíritu Santo, siendo Señor y dador de vida, dilatará en los seguidores de Jesús los caminos del perdón.
¿Quiero vivir postrado bajo el signo del pecado o quiero levantarme tomándome de la mano de Jesús? ¿Extiendo mi mano?¿Creo que Dios es el único que puede perdonarme (sanándome, pacificándome y reconciliándome)?¿He vivido la experiencia del perdón como abrazo del Padre?¿He expresado al Padre con un abrazo de perdón?¿Concurro a otros lugares, buscando la reconciliación y el perdón que solamente puede concederme Dios?¿He dudado del perdón misericordioso de Dios?
Ya no merezco ser llamado hijo tuyo… (v.19)
Nuestra condición de peregrinos es un ir todos los días, poco a poco, aprendiendo a ser hijos de Dios. Siempre estamos en camino de ser hijos. El Espíritu Santo cincela en nuestro interior la filiación adoptiva, nos enseña a decir Abba (padre) descubriéndonos el misterio de la fraternidad. El Padre vela por sus hijos, destinados a reproducir la imagen del Hijo, y quiere celebrar con todos el Banquete eterno. Él conociendo perfectamente "la obra de sus manos" ha puesto al servicio del hombre peregrino su amor misericordioso como fuente de vida incesante. El perdón de Dios es fuente de renacimiento espiritual y principio eficaz de santificación, hasta la cima de la perfección cristiana. La confesión amorosa del hijo, que reconoce en su pecado el destino trágico que ha elegido, concluye en el gozoso abrazo del perdón que recibe del Padre.
¿Somos dóciles a la acción del Espíritu en nuestra vida?¿Recorremos los camino de la filiación que nos propone?¿Reconocemos en el hermano pobre la dignidad que alberga en su interior? ¿Vivimos a la luz de ser hijos de un Padre común con modestia y generosidad para con los más necesitados?
Y, levantándose, partió hacia su padre… (v.20)
El viaje está imbuido por el gozo sencillo que prepara el Encuentro. La vida cristiana como testimonio de este Amor que se dona gratuitamente, es anuncio para los que están "alejados" de un camino de Reconciliación. "El Padre misericordioso que abraza al hijo perdido es el icono definitivo del Dios revelado por Cristo. Dios es, ante todo y sobre todo, Padre. Es el Dios Padre que extiende sus brazos misericordiosos para bendecir, esperando siempre sin forzar nunca a ninguno de sus hijos. Sus manos sostienen, estrechan, dan fuerza y al mismo tiempo confortan, consuelan y acarician. Son manos de padre y madre a la vez [7]".
2- La oración sostiene nuestra vida en dirección del perdón
La vida de oración ejercita al hombre en la búsqueda de la voluntad de Dios. Las frustraciones que padecemos, en muchas oportunidades se deben a nuestra prescindencia de la oración. La oración nos pone en el ámbito de la gratuidad, abriendo nuestro corazón para que la gracia nos mueva a obrar confiando en Dios.
“¡Qué necesario y saludable es que se nos recuerde nuestra condición de pecadores! Nuestros pecados nos mueven a orar, y mientras pedimos perdón a Dios, tomamos conciencia de cuánto debemos perdonar a nuestros hermanos” (San Cipriano). Cuántas veces decimos que no podemos perdonar, que no tenemos fuerzas, que sentimos nuestra impotencia para obrar así. Si oramos con humildad, Dios viene en nuestra ayuda y fortalece nuestra debilidad. Edifica sobre nuestra flaqueza la necesaria reconciliación interior que exige el perdón. La oración nos sumerge en el mundo de Dios, aquello que nos resulta imposible se torna posible "en Dios".
La oración es la llave que abre nuestro corazón delante de Dios, para que Él lo cure, derramando el bálsamos que produce la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Su luz ilumina el orgullo que se oculta en algún rincón perdido de nuestra existencia y nos permite apoyarnos en Él. Vivir la vida en clave de perdón supone asentar la existencia en Dios, apoyándonos en Él, su amor nos impulsa más allá de nuestras fuerzas. El perdón refiere directamente al Amor Trinitario como expresión de la fecundidad de la Redención en la obra de la Salvación.
"¿Cuántas veces debo perdonar a mi enemigo, 7 veces?…Ante la pregunta de Pedro que quiere cuantificar el perdón, Jesús ubica la raíz del perdón en el Amor. Le responde "70 veces 7" (siempre)…Jesús con esta respuesta interroga a Pedro acerca del Amor que le pone límites a su perdón. Al que mucho se le perdonó mucho amará, se da una relación directa entra la experiencia de sentirse perdonado y la de sentirse amado. Perdonar es amar con el amor de Cristo, epifanía histórica del amor de la Santísima Trinidad.
3-Nuestra experiencia del sacramento de la Reconciliación
Algunos Padres de la Iglesia, entre ellos Tertuliano, llamaban a este sacramento la "segunda tabla de salvación". Con este fin Jesucristo instituyó el sacramento de la Reconciliación: "para los que después del Bautismo, hayan caído en pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal" (Catec.Igl., 1446).
La práctica asidua del sacramento de la Reconciliación, agudiza el sentido del pecado y sensibiliza más sutilmente en el reconocimiento de las ocasiones próximas que conducen a pecar. Dios se inclina sobre la naturaleza humana caída y la invita a repetir este gesto fruto de su Misericordia. El perdón humaniza divinizándonos, lejos está de expresar en el hombre un comportamiento débil, "es fuerza de Dios para todo el que cree".
El penitente y el ministro del sacramento mutuamente dan y reciben, Dios obra el consuelo del perdón en el penitente al tiempo que consuela, bendice y santifica al ministro que sirve a la Buena Noticia del perdón de Dios. En la revitalización de la práctica sacramental los ministros juegan un papel esencial, su descuido, afectará al ejercicio del ministerio sacerdotal. Aunque sólo fuera por el ministerio del perdón, que el Señor le ha confiado, la misión del sacerdote merecería ser vivida con plenitud: la salvación de sus hermanos debe ser para él motivo de profundo gozo espiritual.
"Nuestro Señor Jesucristo nos redimió mediante el misterio pascual, cuyo centro es, por decirlo así, el momento del sacrificio cruento. El sacerdote, como ministro del perdón en el sacramento de la penitencia, actúa in persona Christi: ¿cómo podría dejar de sentirse comprometido a participar con toda su vida en la actitud sacrificial de Cristo? Esta perspectiva, sin olvidar el valor de los sacramentos ex opere operato -por tanto, independientemente de la santidad o dignidad del ministro-, abre ante él una inmensa riqueza ascética, ofreciéndole los motivos supremos por los cuales, precisamente por el ejercicio y en el ejercicio de sus funciones sacramentales, debe ser santo y encontrar estímulos y ocasiones de ulterior santificación en el ejercicio mismo del ministerio. Al ser obra divina, el perdón de los pecados debe realizarse con disposiciones espirituales tan elevadas que se pueda afirmar que ese sublime ministerio, en la medida en que lo permita la debilidad humana, se lleva a cabo digne Deo. Esto, sin duda, incrementará la confianza de los fieles. El anuncio de la verdad, sobre todo en el orden moral espiritual, es efectivamente mucho más creíble cuando quien la proclama no sólo tiene el título académico de doctor, sino que sobre todo da testimonio de ella con su vida[8]".
El perdón se nutre de la experiencia del sacramento de la Reconciliación. La oveja que se había perdido, al ser encontrada, es cargada sobre los hombros por Jesús y conducida con cuidado hasta el redil. La celebración del perdón como sacramento nos pone en el espacio festivo de la parábola del Padre misericordioso (Lc 15), hay una abrazo gozoso del Padre que se manifiesta en este don de Cristo para su Iglesia. El penitente va gustando de este abrazo del Padre, que quiere en él y por él, multiplicarse como testimonio del Amor que tiene por los hombres. Somos testigos del Amor que Dios nos tiene y mensajeros de una historia que en nosotros se ha manifestado como perdón.
"El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un "corazón" nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios[9]".
Algunos aspectos prácticos:
Meditar y leer la I Epístola de San Juan.
Poner en el ámbito de la oración todo camino de perdón.
Frecuentar el sacramento de la Reconciliación. (30 días)
[1]Comentando el Salmo 50 Juan Pablo II nos dice: El primer vocablo "hattá" significa literalmente "no dar en el blanco": el pecado es una aberración que nos aleja de Dios, meta fundamental de nuestras relaciones, y por consiguiente también nos aleja del prójimo. El segundo término hebreo es "awôn", que hace referencia a la imagen de "torcer", "curvar". El pecado es, por tanto, una desviación tortuosa del camino recto; es la inversión, la distorsión, al deformación del bien y del mal, en el sentido declarado por Isaías: "¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad" (Isaías 5, 20). Precisamente por este motivo, en la Biblia la conversión es indicada como un "regresar" (en hebreo "shûb") al camino recto, haciendo una corrección de ruta.
La tercera palabra con la que el Salmista habla del pecado es "peshá". Expresa la rebelión del súbdito contra su soberano, y por tanto constituye un desafío abierto dirigido a Dios y a su proyecto para la historia humana (Juan Pablo II: El pecado y el perdón, experiencia de Dios Intervención del Papa en la audiencia general 24/10/2001)
[2] Decía Nietzche en su delirio: ¡El concepto de “pecado” ha sido inventado al mismo tiempo que el instrumento de tortura que la completa, el “libre arbitrio”, para extraviar los instintos, para hacer de la desconfianza para con los instintos una segunda naturaleza!
[3] Catequesis del Papa Juan Pablo II durante la Audiencia General del Miércoles 8 de Septiembre de 1999,«Creo en el perdón de los pecados»
[4] 11 Dijo: «Un hombre tenía dos hijos;
12 y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda.
13 Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
14 «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad.
15 Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos.
16 Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.
17 Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!
18 Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti.
19 Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros."
20 Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.
21 El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo."
22 Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.
23 Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
24 porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta.
25 «Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas;
26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
27 El le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano."
28 El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba.
29 Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos;
30 y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!"
31 «Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo;
32 pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."»
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