9 El Señor dijo a Pablo durante la noche en una visión: «No tengas miedo. Sigue hablando
y no te calles. (Hech 18,9)
La misión de Pablo en Corinto se abre camino en medio de
adversidades, hostilidades de las autoridades que buscan silenciar el mensaje
del Evangelio. El Señor viene en auxilio
del apóstol Pablo, para que las presiones exteriores no produzcan inquietudes
interiores. Ante tanta adversidad, viene el enemigo a sembrar la pregunta:”lo
querrá Dios? Será ésta su voluntad?”. El Señor viene en nuestro auxilio para
desbaratar los laberintos maquinados por el tentador.
“No tengas miedo”.
El miedo distorsiona la visión, incluso lo que era conocido aparece confuso. El
miedo amordaza, paraliza, pone en cuestión el camino emprendido. El miedo
esclaviza. “El miedo es una dimensión natural de la vida. Desde la infancia se
experimentan formas de miedo que luego se revelan imaginarias y desaparecen;
sucesivamente emergen otras, que tienen fundamentos precisos en la
realidad: estas se deben afrontar y superar con esfuerzo humano y con
confianza en Dios. Pero también hay, sobre todo hoy, una forma de miedo más
profunda, de tipo existencial, que a veces se transforma en angustia: nace de
un sentido de vacío, asociado a cierta cultura impregnada de un nihilismo
teórico y práctico generalizado”(Benedicto XVI). Y de hecho están muy presentes
en la vida moderna, incluso de los creyentes. La libertad “absoluta” que
desterró a Dios como un enemigo peligroso, tan enarbolada por algunas
ideologías, sucumbió al grito de los
miedos.
Para el creyente, el miedo atenta contra la confianza en
Dios. Crecer en la confianza, crecer en el amor, será fortalecernos para
enfrentar y vencer los miedos. Si coloniza nuestro corazón de Hijos, e impide
la obra de Dios, nos vuelve esclavos.
“Sigue hablando”.
La palabra de Dios tiene poder para
liberarnos de todas las esclavitudes que padecemos. Sella las grietas causadas por
nuestras dudas e incertidumbres, y nos
fortalece para reemprender el camino. Por qué silenciar la Palabra de Dios? Porque,
Ella es la fuente de la “libertad verdadera”, anuncia un Amor que exorciza los
miedos de tu corazón. Si permites que la Palabra de Dios crezca en ti, serás “tierra
de Dios”, abonada y fecundada por la acción del Espíritu Santo.
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