sábado, 26 de febrero de 2011

HANS URS VON BALTHASAR: VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)


Los dos amos.El evangelio de hoy puede parecernos difícil de comprender, pues ¿cómo puede alguien no preocuparse del mañana. Eso significaría probablemente condenarse a morir de hambre ¿Cómo no preocuparse al menos del porvenir de los hijos, de la propia familia?Más aún. si Dios alimenta a los pájaros y viste a las flores,¿por qué deja morir de hambre o vegetar en una miseria indecible a tantos hombres?Si estas preguntas surgen en nosotros espontáneamente, entonces hemos de tener en cuenta que todo este evangelio tiene el siguiente título: dos amos, dos señores que en el fondo son incompatibles, y debemos elegir uno de ellos para servirle.Uno es Dios, del que procede todo bien y,según la parábola de los talentos, nos entrega sus bienes también para que los administremos y se lo devolvamos aumentado, con intereses.El otro es el bienestar entendido como valor supremo, y ya se sabe que un bien supremo siempre es elevado al rango de una divinidad. Aquí se indica que el hombre no puede tener al mismo tiempo dos bienes supremos, dos fines últimos, sino que debe elegir. Debe jerarquizarlos, de modo que, en el caso de una prueba decisiva, queda claro cual de ellos prefiere.

Me ha abandonado el Señor.Así se lamente Sión en la primera lectura, así se lamentan también hoy centenares de miles de personas que sufren en la indigencia o en desgracia.Así gritó también Jesús sobre la cruz, en el momento del oscurecimiento de su espíritu. Se sentía abandonado por Dios, porque quería experimentar y sufrir hasta el fondo: no el de nuestra indigencia terrena, sino el de nuestro rechazo de Dios, el de nuestro pecado.La respuesta de Dios es de una suprema solicitud amorosa que supera incluso a la que una madre tiene por sus hijos de sus entrañas. Por eso Jesús, antes de entrar en las tinieblas de nuestro pecado, ya sabía esto: "Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os dispersaréis cada cual por su lado y a mí me dejaréis solo.Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre (Jn 16,32). El Padre estará a su lado más que nunca cuando llegue la hora de la cruz, pero a Jesús ya no le estará permitido saberlo.El está con los pobres, los oprimidos y los hambrientos más que con los ricos y opulentos, está más con el pobre Lázaro que con el rico epulón, con Job más que con sus amigos; pero pertenece a su servicio supremo, a imitación del Crucificado, el que todos lo pobres profieran su grito de angustia -por la salvación del mundo- en el sentimiento del abandono.

Dejar todo en manos de Dios. La actitud decisiva en este sentido la describe Pablo en la segunda lectura. "Ni siquiera yo me pido cuentas".Ni siquiera sobre la situación que Dios me asigna: si soy reconocido como administrador de los misterios de Dios o llevado ante el tribunal.Ni siquiera sobre si soy culpable ante Dios o no.Incluso si no fuera consciente de ningún pecado, no por ello me consideraría justo, "mi juez es el Señor". Esto significa buscar sobre todo el reino de Dios y su justicia, y no el propio bienestar material o espiritual. Pablo ha trabajado para ganarse el pan. Los siervos de la parábola tienen que esforzarse para acrecentar los bienes que les ha confiado el Señor.La pereza no es precisamente dejar todo en manos de Dios. Pero los buenos siervos no trabajan para aumentar su bienestar personal, sino para acrecentar las propiedades de su Señor.Y esto sin especular de ante mano con el salario, pues éste está escondido en el dejarlo todo: "lo demás se os dará por añadidura"



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