Las tres lecturas de la Escritura forman hoy más que nunca una unidad. En el centro aparece el evangelio. En el centro aparece el evangelio con las bienaventuranzas, que solo son comprensibles a partir de la figura y del destino de Jesús. La primera lectura muestra la historia anterior, retomada y llevada a plenitud por Cristo; la segunda lectura muestra la historia posterior en la Iglesia, que está formada por Dios muy enfáticamente según el modelo de Cristo.
Cristo y las bienaventuranzas. La enseñanza de Jesús en el evangelio se dirige expresamente a sus discípulos, es decir: a aquellos que están dispuestos no sólo a oírle sino también a seguirle. La novena bienaventuranza (Mt 5,11-12a) se refiere directamente a ellos. Lo que Jesús expone aquí a modo de programa no es una moral universal, comprensible para todo el mundo, sino la expresión de su misión y destino más personales. Él es el que se ha hecho pobre por nosotros, el que llora por Jerusalén, el no-violento contra el que se desencadena y estrella toda la violencia del mundo, el que tiene hambre y sed de la justicia de Dios. En todas estas situaciones él es el bienaventurado porque encarna perfectamente la salvación querida por Dios para el mundo y la hace posible. Por eso se alegra ya en el mundo en medio de las tribulaciones (Lc 10,21) y se alegrará eternamente como el que ha cumplido su misión y vuelve al Padre. Jesús comienza su predicación con una autopresentación que invita a seguirle.
Los pobres de Yahvé. Los discípulos no hubieran podido entender nada de esto si no hubieran tenido una mínima precomprensión de todo ello. La Antigua Alianza podía expresar de Dios la pobreza y la riqueza: ambas tienen sus ventajas relativas (Pr 30,8). Pero Israel no discurre a la manera estoica (primera lectura): concibe la riqueza como un valor y la pobreza como un contravalor; pero entiende cada vez mejor que el pobre puede tener ventaja de poner su confianza en Dios y esperarlo todo de él, mientras que el rico corre el riesgo de confiar en sus bienes, de oprimir a los pobres en su codicia y (como Ajab) de robarles lo poco que éstos tienen. Ya la ley, pero sobre todo los Profetas condenan esta actitud como contraria a la alianza de Dios; la sabiduría y los últimos Salmos recuerdan la provisionalidad de todos los bienes de este mundo, idea que Jesús reitera drásticamente en la parábola del labrador rico. Pero la Antigua Alianza no conoce todavía la pobreza voluntaria o la renuncia voluntaria a toda violencia,etc. Sólo la misión nueva y particular de Cristo las justifica. El óbolo de la viuda ( a la que Jesús admira) no era una pobreza voluntaria (en el sentido del consejo evangélico),sino amor espontáneo a Dios y al prójimo, vivido a partir de una comprensión radical del primer mandamiento.
La segunda lectura describe exactamente lo que es seguir a Jesús en la propia existencia según las bienaventuranzas. Pablo enumera: lo necio (respecto a la riqueza espiritual de la sabiduría), lo débil (lo que no puede defenderse contra el poder y la prepotencia) la gente baja (que no puede producir nada distinguido ni digno de consideración); en resumen: lo que no es nada, lo que se considera como algo o alguien sin valor en todos los sentidos: todo eso lo ha elegido Dios para asimilarlo a la sabiduría de la cruz de Cristo,en esta fuerza de su debilidad, ha vencido a todos los poderes y autoridades de este mundo. Gloriarse en el Señor (Jr 9,23) significa aquí exactamente gloriarse en la cruz de Cristo (Gal 6,14). Los discípulos que escuchan tendrán que aprender eso lentamente a través de la pasión, la resurrección y el envío del Espíritu.
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