lunes, 8 de septiembre de 2014

SAN JUAN PABLO II: LA ENEMISTAD ANUNCIADA EN EL PROTOEVANGELIO

El análisis del ´protoevangelio´ nos hace, pues, conocer, a través del anuncio y promesa contenidos en él, que Dios no abandonó al hombre al poder del pecado y de la muerte. Quiso tenderle la mano y salvarlo. Y lo hizo a su modo, a la medida de su santidad transcendente, y al mismo tiempo a la medida de una ´compasión´ tal, como podía demostrar solamente un Dios-Amor.Las mismas palabras del ´protoevangelio´ expresan esa compasión salvífica, cuando anuncia la lucha (´Establezco enemistades!´) entre aquel que representa ´las fuerzas de las tinieblas´ y Aquel que en el Génesis llama ´estirpe de la mujer´ (´su estirpe´). Es una lucha que acabará con la victoria de Cristo (´te aplastará la cabeza´). Pero ésta será la victoria obtenida al precio del sacrificio de la cruz (´cuando tú le hieras en el talón´). El ´misterio de la piedad´ disipa el ´misterio de la iniquidad´. De hecho precisamente el sacrificio de la cruz nos hace penetrar en el mismo núcleo esencial del pecado, dejándonos captar algo de su misterio tenebroso.

Nos guía de modo especial San Pablo en la Carta a los Romanos cuando escribe: ´si el pecado de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la salvación y la vida´ (Rom 5, 18).5. En el ´protoevangelio´ en cierto sentido Cristo es anunciado por primera vez como ´el nuevo Adán´ (Cfr. 1 Cor 15, 45). Más aún, su victoria sobre el pecado obtenida mediante la ´obediencia hasta la muerte de cruz´ (Cfr. Fil. 2,8), comportará una abundancia tal de perdón y de gracia que superará desmesuradamente el mal del primer pecado y de todos los pecados de los hombres. Escribe también San Pablo: ´Si por culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todo´ (Rom 5, 15).Incluso sin dejar el terreno del ´protoevangelio´, se puede descubrir que en la suerte del hombre caído (status naturae lapsae) se introduce ya la perspectiva de la futura redención (status naturae redemptae).

La primera respuesta del Señor Dios al pecado del hombre, contenida en Gen 3, no permite, pues, conocer desde el principio a Dios como infinitamente misericordioso. El, desde el primer anuncio, se manifiesta como el Dios que ´tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito´ (Jn 3, 16); que ´mandó a su hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados´ (1 Jn 4, 10); que ´no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó a la muerte por nosotros´ (Rom 8, 32).Tenemos así la certeza de que Dios, que en su santidad transcendente aborrece el pecado, castiga justamente al pecador, pero en su inefable misericordia al mismo tiempo lo abraza con su amor salvífico. El ´protoevangelio´ ya anuncia esta victoria salvífica del bien sobre el mal, que se manifestará en el Evangelio mediante el misterio pascual de Cristo crucificado y resucitado.
Hay que notar cómo en las palabras de Gen 3, 15 ´Establezco enemistades´, en cierto sentido se coloca en primer lugar a la mujer; ´Establezco enemistades entre ti y la mujer´. No: entre ti y el hombre, sino precisamente: entre ti y la mujer. Los comentaristas desde tiempos muy antiguos subrayan que aquí se opera un paralelismo significativo, El tentador ´la antigua serpiente´ se dirigió, según Gen. 3, 4, primero a la mujer, y a través de ella consiguió su victoria. A su vez el Señor Dios, al anunciar al Redentor, constituye a la Mujer como primera ´enemiga´ del príncipe de las tinieblas. Ella ha de ser, en cierto sentido, la primera destinataria de la definitiva Alianza, en la que las fuerzas del mal serán vencidas por el Mesías, su Hijo (´su estirpe´).

Este -repito- es un detalle especialmente significativo, si se tiene en cuenta que, en la historia de a alianza, Dios se dirige antes que nada a los hombres (Noé, Abrahán, Moisés). En este caso la precedencia parece ser de la Mujer, naturalmente por consideración a su Descendiente, Cristo. En efecto, muchísimos Padres y Doctores de la Iglesia ven en la Mujer anunciada en el ´protoevangelio´ a la Madre de Cristo, María. Ella es también la que por primera vez participa en esa victoria sobre el pecado lograda por Cristo: está, pues, libre del pecado original y de cualquier otro pecado, como en la línea de la Tradición subrayó ya el Concilio de Trento y, por lo que concierne e especialmente al pecado original, Pío IX definió solemnemente, proclamando el Dogma de la Inmaculada Concepción.

No pocos antiguos Padres´, como dice el Concilio Vaticano II (Cons. Lumen Gentium, 56), en su predicación presentan a María, Madre de Cristo, como la nueva Eva (así como Cristo es el nuevo Adán, según San Pablo). 

María toma su sitio y constituye lo opuesto de Eva, que es ´la madre de todos los vivientes´ (Gen 3, 20), pero también la causa, con Adán, de la universal caída en el pecado, mientras María es para todos ´causa salutis´ por su obediencia al cooperar con Cristo en nuestra redención (Cfr. Ireneo, Ad. Haereses, III, 22, 4).