viernes, 19 de agosto de 2011

HANS URS VON BALTHASAR. XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

La roca. Dos imágenes dominan en el evangelio la respuesta de Jesús a la confesión de fe de Simón Pedro: la imagen de la roca y la de las llaves. Ambas tienen su origen en el Antiguo Testamento, se retoman en el Nuevo y finalmente, como muestra el evangelio, se aplican a la fundación de Jesucristo. Primero la roca: en los salmos se designa a Dios constantemente como la roca, es decir, el fundamento sobre el que puede uno apoyarse incondicionalmente: “Sólo él es mi roca y mi salvación” (Sal 62,3). Su divina palabra es perfectamente fidedigna, absolutamente segura, incluso cuando esa palabra se hace hombre y como tal, se convierte en salvador del pueblo: “Y la roca era Cristo” (1 Co 10,4). Sin renunciar a esta su propiedad, Jesús hace partícipe de ella a Simón Pedro : “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. También la Iglesia participará de esa propiedad de la fiabilidad, de la seguridad total: “El poder del infierno no la derrotará”. La trasmisión de esa propiedad sólo puede realizarse la fe perfecta, que se debe a la gracia del Padre celestial, que se debe a la gracia del Padre celeste, y no mediante una buena inspiración humana de Pedro. La fe en Dios y en Cristo, que nos lleva a apoyarnos en ello0s con la firmeza como la roca sólo gracias a Dios y a Cristo, un fundamento sobre el que Cristo, y no el hombre, edifica su Iglesia.

La llave: En realidad la propiedad de ser roca y fundamento contiene ya la segunda cosa: los plenos poderes, simbolizados en la entrega de las llaves a un seguro servidor del rey y del pueblo; las llaves eran entonces muy grandes por lo que el señor puede cargarlas sobre las espaldas de Eliacín “la llave del palacio de David” casi como una cruz y en todo caso como una grave responsabilidad. Estos son los plenos poderes: “Lo que él abra nadie lo cerrará, lo que el cierre nadie lo abrirá” (Is 22,22).En la Nueva Alianza Jesús es el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cierra, el que cierra y nadie abre” (Ap 3,7). Es la llave principal de la vida eterna, a la que pertenecen también 2las llaves de la muerte y del infierno” (Ap 1,18). Y ahora Cristo hace participe a un hombre, a Pedro, sobre el que se edifica su Iglesia, de ese poder de las llaves que llega hasta el más allá: lo que él ate o desate en la tierra, quedará atado o desatado en el cielo. Adviértase que tanto en la Antigua Alianza como en los casos de Jesús y de Pedro es una persona muy concreta que recibe las llaves. No se trata de una función impersonal como ocurre por ejemplo en una presidencia, donde en lugar del titular de la misma puede elegirse a otro. En la Iglesia fundada por Cristo es siempre una persona muy determinada la que tiene la llave. Ninguna otra persona puede procurarse una ganzúa o una copia de la llave que pudiera abrir o cerrar. Esto vale asimismo para todos aquellos que participan del ministerio sacerdotal derivado de los apóstoles: en una comunidad o parroquia sólo el párroco ( y sus colaboradores sacerdotales) tienen la llave, una llave que no puede ceder ni compartir con nadie. El párroco puede distribuir tareas y ministerios, pero él no está edificado sobre la roca de la comunidad, sino que la comunidad, un parte de la Iglesia, está edificada sobre la roca de Pedro, del que participan todos los ministerios sacerdotales.



Lo mejor posible. Ahora la alabanza de Dios en la segunda lectura puede sonar a conclusión:¡ qué ricas y sin embargo insondables son las decisiones de Dios también con respecto a la Iglesia! “¿Quién fue su consejero?” Cómo hubiera podido construirse mejor su Iglesia, de un modo más moderno, más adaptado al mundo de hoy? La Iglesia edificada sobre la roca de Pedro y sobre su poder de las llaves se manifiesta siempre, y también hoy, como lo mejor posible.

No hay comentarios: