viernes, 24 de mayo de 2013

HANS URS VON BALTHASAR: SANTÍSIMA TRINIDAD (CICLO C)

“Os guiará hasta la verdad plena” En el Evangelio de hoy Jesús promete a sus discípulos el Espíritu Santo, que los guiará hasta la verdad completa. Esta totalidad es el misterio íntimo de Dios, su esencia, una esencia que solo él conoce: porque al igual que únicamente el espíritu del hombre conoce la intimidad del hombre, así también, y mucho más aún, la intimidad de Dios nadie la conoce, si Él mismo no nos la da a conocer y no nos hace partícipe de ella (1 Co 2,10-16).

Esta autoapertura de Dios es entonces también la verdad plena, pues tras la verdad de Dios o más allá de ella no puede haber ninguna otra verdad, y toda verdad contenida en el mundo creado no es sino un reflejo y una imitación de la verdad divina. Pero la verdad íntima de Dios es que Dios en cuanto origen y Padre se comunica ya desde siempre total e incondicionalmente a su Palabra o Expresión o Impronta, que es engendrada en esta entrega total; se trata de un acto de amor el más original al que solo se puede corresponder con un amor recíproco igualmente total e incondicional. Pero cuanto más incondicional sea el amor, tanto más fecundo será: un simple “yo-tu” eterno se agotaría en sí mismo si el encuentro no fuera al mismo tiempo la producción de un fruto que -al igual que el niño es el fruto del encuentro de los padres- testimonia el encuentro eterno del Padre y el Hijo. Los seres finitos, incluso cuando se aman, engendran y dan a luz en el amor, son seres yuxtapuestos; pero el ser infinito, que es Dios, sólo puede ser único: los que se aman en El sólo pueden existir el uno en el otro. Cuando el Hijo se hace hombre, no puede revelarnos, otra cosa que el amor del Padre, y su amor al Padre, y el amor de ambos por nosotros. Pero nosotros sólo podemos comprender este misterio y participar interiormente en él, si el Espíritu, que es a la vez, la reciprocidad y el fruto de este amor, se derrama sobre nosotros. Este Espíritu no puede añadir nada más ni nada nuevo, pero su enseñanza es tan ilimitada como el propio amor divino. Si la revelación del Hijo ha dado a conocer ( Jn 1,18) el amor divino hasta el extremo (Jn 13,1) , y este extremo se alcanza con la muerte y la resurrección, lo que comunique el Espíritu será tan ilimitado como lo que ha enseñado el Hijo.

“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo” la segunda lectura subraya esta verdad una vez más. Con su pasión y muerte, Jesús ha realizado finalmente el amor de Dios hacia nosotros y por nosotros, amor que no puede ser sino su propio amor trinitario, pues Dios no nos ama de una forma distinta a como se ama a sí mismo. El que nosotros, que hemos tenido acceso a este amor, seamos confortados en las tribulaciones y perseveramos en la paciencia, con la esperanza de participar en este amor, es decir: el que el sufrimiento en este mundo no nos aleje de Dios sino que nos acerque a Él, y esto reconvierta en nosotros en certeza, se lo debemos al Espíritu del amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones. Merced a este Espíritu, nosotros mismos quedamos incluidos en la corriente eternamente fluyente del amor divino.

“Yo estaba junto a él, como aprendiz; yo era su encanto cotidiano” Esto vale para los cristianos. Pero el misterio trinitario de Dios está desde el principio impreso en toda su creación, como se indica en la primera lectura. Ya antes de las aguas primordiales, existía esta sabiduría de Dios, que aquí es designada como su Hijo “aprendiz su encanto cotidiano” y que en otros pasajes le ayuda a proyectar la creación; una sabiduría que en la Antigua Alianza puede simbolizar tanto al Hijo como al Espíritu, algo divino y a la vez distinto del Creador paterno, de modo que todas las criaturas llevan impresa una huella de la entrega y de la fecundidad divinas. Cristo y el Espíritu Santo enviado por él no son simplemente la revelación de un misterio extraño y totalmente nuevo, sino al mismo tiempo también el desvelamiento para la criatura de su propio ser y de su sentido último.

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