viernes, 4 de abril de 2008

¿Benedicto XVI vs. Juan Pablo II?

Lejos estaría el Papa Benedicto de suponer que una de sus respuestas espontáneas, en estilo coloquial, a las diez preguntas formuladas en el curso de su encuentro anual con los párrocos de Roma al inicio de la cuaresma, y que duró en total una hora y cuarenta minutos, despertaría un torbellino mediático de repercusión internacional. La ocasión la brindó la pregunta de un sacerdote relativa a realidades poco predicadas, como son el juicio final, el infierno y el paraíso. El Papa en su respuesta aprovechó para hablar de las realidades últimas del hombre: muerte, juicio, purgatorio, infierno o gloria. Las palabras exactas han sido reproducidas por Sandro Magister, periodista de L’Espresso, y luego divulgadas por la agencia informativa Zenit en su boletín del 11 de febrero.

Para quien busca entender la mentalidad del periodismo entendido como venta oportunista de noticias, con alto voltaje emocional, éste es un caso privilegiado. ¿Por qué tanto revuelo?

La chispa logró encenderla el comentarista del diario La Repubblica, según el cual el Papa en su respuesta entraba en contradicción con la doctrina de su antecesor, quien en una de las catequesis del año 1999 dedicadas a las “postrimerías”, al hablar del infierno, el miércoles 21 de julio de ese año, lo presentó más como un “estado” que como “lugar” donde el hombre es sometido a tormentos exteriores de todo tipo. Como suele ocurrir, ni la catequesis del Papa Juan Pablo, ni la respuesta ocasional de Benedicto XVI eran citadas en su contexto ni en su integridad.

La aludida catequesis de Juan Pablo II citaba el nº 1033 del Catecismo de la Iglesia Católica (¿y no era acaso el mismísimo cardenal Ratzinger quien presidía su redacción?) donde leemos: “Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados, es lo que se designa con la palabra «infierno» ”. Hablaba de la posibilidad real de incurrir en ese estado, de la eternidad del mismo, y en conformidad con la doctrina del IV concilio de Letrán, afirmaba que en esa situación se encuentran las criaturas espirituales llamadas demonios, que se cerraron al amor de Dios. El mismo Papa aclaraba que, si bien la condenación eterna sigue siendo una posibilidad real, no obstante “no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella”.

De esta doctrina se hizo luego una lectura muy sesgada y se la divulgó en forma tergiversada. Se la presentó como novedad absoluta, se retuvo la negación de que el infierno sea un lugar, sino un estado de lejanía respecto de Dios, y de allí la interpretación reductora de que sería una metáfora o un espacio vacío, una hipótesis irreal, conclusión ésta que en nada respetaba el pensamiento del papa polaco.

El año pasado, en marzo de 2007, se había desatado un revuelo parecido al de este mes de febrero del presente año, a partir de otra intervención ocasional de Benedicto XVI sobre el infierno, donde con sobriedad y agudeza reitera la doctrina tradicional de la Iglesia, en una homilía pronunciada en una parroquia romana de la periferia, comentando el evangelio. En ese momento muchos periódicos publicaron frases como éstas del diario español El País: “El papa Benedicto XVI resucita el infierno. Contra lo dicho por Juan Pablo II en 1999, Ratzinger sostiene que «el infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno» ” (23 de abril de 2007). En ese mismo diario, el mismo día, otro título volvía a la carga, ahora con sarcasmo: “El papa Benedicto entierra el limbo y resucita el infierno”. Ya puede el simple lector comprobar por cuales carriles de objetividad científica circulan las noticias.

Con ocasión del encuentro con el clero romano de este año, los “especialistas” en cuestiones religiosas de numerosos diarios en todo el mundo, los llamados “vaticanistas”, con honrosas excepciones según los medios, a partir del comentario aparecido en La Repubblica iniciaron la onda expansiva repitiendo hasta la saciedad lo que parecía una verdad de evidencia inmediata, a saber, que el Papa Benedicto se había opuesto a la doctrina de su antecesor sobre el mismo tema. La noticia tenía sus variaciones, según la cantidad de condimentos y aderezos. Algunos títulos manifestaban abierta hostilidad (e ignorancia) previa, como es el caso de un diario argentino de gran tiraje que el 8 de febrero repetía en su título los lugares comunes de los más agresivos diarios europeos: “Benedicto XVI: El infierno sí existe … Así volvió a contradecir a su antecesor Juan Pablo II, quien había afirmado que el infierno como lugar no existía, y que sólo es «la situación de quien se aparta de Dios» ”.

¿Qué es lo que dijo exactamente Benedicto XVI en ese encuentro? Conviene leer: “He intentado decir: quizás no sean tantos los que se han destruido de este modo y que son insanables para siempre, quienes no tienen más algún elemento sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, ya que no tienen más en sí mismos un mínimo de capacidad para amar. Esto sería el infierno”.

¿Qué resulta entonces de la lectura directa de las fuentes en comparación con el envase mediático en que se ha vendido la noticia? Se imponen por sí mismas las siguientes conclusiones. Ambos papas admiten la fe sobre la existencia y eternidad del infierno. Uno y otro afirman que en él se encuentran los demonios. Ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI se refieren al mismo como un lugar geográfico. Ambos pontífices hablan del infierno como de una posibilidad real para el hombre; no se trata pues de una metáfora o hipótesis irreal.

¿Difieren doctrinalmente en algún punto sobre este tema? El Papa Wojtyla, después de hablar de la posibilidad real de la condenación eterna, afirmaba que no obstante “no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella”. ¿Contradice el Papa Ratzinger esta afirmación? Vayamos a sus palabras: “He intentado decir: quizás no sean tantos los que se han destruido de este modo y que son insanables para siempre”. A través de este “quizás” ¿no se está manteniendo el Papa en la equidistancia entre un infierno superpoblado y un infierno que con certeza y por principio estaría vacío de seres humanos? ¿No es una manera distinta de afirmar lo mismo, a saber, la posibilidad real de la condenación eterna? Y al mismo tiempo ¿no equivale a renunciar a saber “si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en la condenación eterna”?

Pero vayamos ahora a otra pregunta: ¿puedo yo hablar de motores y mecánica automotriz por el simple hecho de manejar un automóvil? Para mis amigos y conocidos éste sería un buen chiste para distenderse en medio de sus tensiones y fatigas. ¿Qué podría esperar de ellos si me ocupara de estos temas? Mis amigos de gustos clásicos me recordarían una anécdota de Apeles, el máximo pintor griego, cuando quisieron corregirle la plana: “zapatero, a tus zapatos”. Mis amigos más amantes de la poesía gauchesca, me citarían al mayor de sus cultores: “¿qué sabe el chancho ‘e volar, si nunca fue golondrina?” ¿Puede alguien hablar de avances científicos en medicina sin ser médico? Aunque el intento es muy riesgoso y desaconsejable, quizás sería posible si procedo con inmenso respeto y cautela con los términos que uso en relación a lo que ignoro, y me hago asesorar previamente con personas de probada competencia.

Con el título de esta nota he querido imitar deliberadamente el estilo mediático. Es sabido que el pobre periodista que desde sus primeras palabras no logra atraer la atención del público al que se dirige, queda descalificado como tal. Captar la atención, sensibilizar ideas mediante imágenes y vocabulario de impacto emocional, construir o destruir la imagen pública de una figura prestigiosa, parece ser parte esencial del quehacer cotidiano de los comunicadores, sea en el periodismo escrito, radial o televisivo.

No todo es malo en esta lógica. Es muy importante saber presentar, atraer la atención, oponer palabras y crear frases de fácil memorización. Pero ¿qué pasa si hacemos de esto el valor único o supremo del periodismo? Es sencillo, en tal caso no me interesa la comunicación de la verdad, entendida como coincidencia entre la realidad y el juicio que hago sobre ella, sino “vender” una noticia “construida” en función de mis ideas o prejuicios; no deseo ante todo ser objetivo, poniendo al lector u oyente en contacto con la realidad, sino despertar adhesión o rechazo, golpear o engrandecer a alguien. Quien lee, escucha o mira, sin entrenamiento crítico, se comportará entonces con la mentalidad de un hincha de fútbol: ante determinados colores o palabras arderá en entusiasmo o se plegará a la silbatina. Hay comidas cuya baja calidad o insipidez se busca ocultar o “mejorar” con abundante condimento. El aderezo pasa a ocupar el lugar de la sustancia, de lo contrario la comida “no pasa” ni tampoco “se vende”.

Yo recomendaría a nuestros “vaticanistas” que no se improvisen como teólogos. Corren el riesgo de ser “todólogos”, y así la objetividad de lo que presentan va por los pisos. Claro ¡total, la mayoría de los lectores no tiene posibilidad de verificar las afirmaciones, y suele tomar lo escrito en un periódico como palabra sagrada e irrefutable!

Concluyamos, no obstante, con una nota de esperanza, citando a Santa Teresa de Jesús: “En fin fin, la verdad padece más no perece, y ansí espero aun lo habrá de declarar más el Señor”.


+ Antonio Marino
Obispo auxiliar de La Plata


* Mons. Antonio Marino es Doctor en Teología y profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, desde hace treinta años.

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