sábado, 10 de diciembre de 2016

HANS URS VON BALTHASAR: TERCER DOMINGO DEL ADVIENTO (A)


Eres tú? El que Juan Bautista tenga que soportar en la cárcel esta oscuridad que Dios le impone, forma parte de su futuro testimonio de sangre. El había esperado un hombre poderoso, que bautiza con Espíritu Santo y fuego. Y en el evangelio aparece ahora un hombre dulce que “no apaga el pabilo vacilante”. Jesús clama su inquietud mostrándole que la profecía se cumple en él: en milagros discretos que aumentan la fe que persevera: “dichoso el que no se sienta defraudado por mí” 

Quizá sea precisamente esta oscuridad impuesta al testigo, la razón por la que Jesús le alaba ante la multitud: Juan se ha entendido a sí mismo como lo que realmente es, como el mensajero enviado delante de Jesús, el que le ha preparado el camino. Juan se ha designado a sí mismo como la simple voz que grita en el desierto, anunciando el milagro de lo nuevo que ha de venir; y efectivamente: el más pequeño en el reino que viene es más grande que él, que se ha considerado como perteneciente a lo antiguo y que sin embargo, como amigo del Esposo, precisamente por tener la humildad de ceder el sitio y eclipsarse, ha sido iluminado por la luz de la nueva gracia. En los iconos aparece como María, la Madre, que procede también de la Antigua Alianza y como él pasa a la Nueva, a derecha e izquierda del Juez del mundo.

El desierto se rogocijará. En la primera lectura de Isaías describe la transformación del desierto en tierra fértil como consecuencia de la venida de Dios. Mirad a vuestro Dios. El desierto es el mundo que Dios no ha visitado todavía; pero ahora Dios viene. El hombre es ciego, sordo, cojo, y mudo, cuando todavía no ha sido visitado por Dios. Pero ahora los sentidos se abren y los miembros se sueltan. Los ídolos que se adoraban en lugar del Dios vivo eran, tal y como nos lo describen los salmos y los libros sapienciales, ciegos, sordos, cojos y mudos; y sus adoradores eran semejantes a ellos. Estaban alejados del Dios vivo, pero ahora “vuelven los rescatados del Señor”, son liberados de la muerte espiritual y renacen a la verdadera viva. Es a esto precisamente a lo que alude Jesús en el evangelio cuando describe la acción.

Paciencia. Pero el retorno a Dios con motivo de su venida a nosotros, exige- como indica Santiago en la segunda lectura- la espera paciente. El labrador y la actitud paciente que normalmente le caracterizan, se nos ponen como ejemplo. El labrador aguarda pacientemente el fruto de la tierra, que, como dice Jesús en una parábola, crece por sí solo, sin que él sepa cómo (Mc 4,27). No atrae la lluvia con magia, espera pacientemente la lluvia temprana y tardía. Santiago sabe que la paciencia cristiana no es una espera ociosa, sino que exige un fortalecimiento del corazón, y esto no en un entrenamiento autógeno, sino porque la venida del Señor está próxima. Paciencia significa no precipitar nada, no acelerar nada artificialmente, sin dejar venir sobre nosotros todo lo que Dios ha dispuesto (Is 28,16). Saber que el juez está ya a la puerta, no nos da derecho a abrirla bruscamente.Con gran sabiduría, a los cristianos impacientes,que no pueden esperar con paciencia la venida del Señor, se les dice que tomen como ejemplo a los profetas y su paciencia perseverante.Con el mismo derecho se podría invocar el ejemplo de la paciencia de María en su Adviento. La mujer encinta no puede ni debe precipitarse. También la Iglesia está encinta, pero no se sabe cuándo le llegará el momento de dar a luz.