jueves, 13 de agosto de 2015

C.S.LEWIS:CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO (PRÓLOGO)

No tengo la menor intención de explicar cómo cayó en mis manos la correspondencia que ahora ofrezco al público.

En lo que se refiere a los diablos, la raza humana puede caer en dos errores iguales y de signo opuesto. Uno consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un materialista que a un hechicero. El género de escritura empleado en este libro puede ser logrado muy fácilmente por Cualquiera que haya adquirido la destreza necesaria; pero no la aprenderán de mí personas mal intencionadas o excitables, que podrían hacer mal uso de ella.

Se aconseja a los lectores que recuerden que el diablo es un mentiroso. No debe aceptarse como verídico, ni siquiera desde su, particular punto de vista, todo lo que dice Escrutopo. No he tratado de identificar a ninguno de los seres humanos mencionados en las cartas, pero me parece muy improbable que los retratos que hacen, por ejemplo, del padre Spike, o de la madre del paciente, sean enteramente justos. El pensamiento desiderativo se da en el Infierno lo mismo que en la Tierra.

Para terminar, debiera añadir que no se ha hecho el menor esfuerzo para esclarecer la cronología de las cartas. La número XVII parece haber sido redactada antes de que el racionamiento llegase a ser drástico, pero, por lo general, el sistema de fechas diabólico no parece tener relación alguna con el tiempo terrestre, y no he intentado recomponerlo. Evidentemente, salvo en la medida en que afectaba, de vez en cuando, al estado de ánimo de algún ser humano, la historia de la Guerra Europea carecía de interés para Escrutopo.

miércoles, 12 de agosto de 2015

DIÁCONO JORGE NOVOA: PUEDO COMULGAR?


La Eucaristía es el tesoro  que la Iglesia custodia a lo largo de los siglos: Jesucristo; cuerpo, alma, sangre y divinidad. Esta es nuestra fe católica. Herencia de siglos que mantiene su perenne verdad, el Señor está presente real y substancialmente en el Santísimo Sacramento del Altar.

La comunión con el Señor  como  fuente de  intimidad de todo discípulo, cual sarmientos unidos a la vid, nos nutre de la vida divina que nos alcanza el Resucitado. Comulgar. Aunque parece que la acción activa está de nuestra parte, en realidad, es Él quien nos hace uno (comunión) con Él. “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6,56).

Para unirse al Señor por la santa Comunión, hay que estar preparados. No basta “querer”, debo revisar mi conciencia, la Iglesia pone a mi alcance el examen de conciencia, necesario para una buena preparación.

Si estamos en pecado mortal no debemos acercarnos a la comunión hasta realizar una adecuada confesión, no es verdad que la comunión perdona los pecados mortales, y no resulta necesario confesarse. El sacramento de la Confesión (Reconciliación) es el medio apropiado para prepararse adecuadamente. 

Dice el apóstol Pablo a los corintios:Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa” (I Cor 11,27-28).

Cada vez más, se encuentran creyentes, que participan en las eucaristías dominicales comulgando, algunos obrando por ignorancia, otros no, en los que hay impedimentos objetivos reales  para recibir la comunión.
En la vida espiritual (cristiana) estas realidades anuncian empantanamientos, NO HAY CRECIMENTO ESPIRITUAL, hay manifestaciones de formas de vida híbridas (cristiana y pagana) tal como ocurría en Corinto, donde Pablo manifiesta la incompatibilidad de la levadura vieja que está fermentando la harina nueva.

R.P HORACIO BOJORGE : COMBATE ESPIRITUAL (3)

jueves, 6 de agosto de 2015

RPHORACIO BOJORGE : EL COMBATE ESPIRITUAL (1)

BENEDICTO XVI: LA TRANSFIGURACIÓN


Allí se dice que Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, a solas (cf. Mc 9, 2). Volveremos a encontrar a los tres juntos en el monte de los Olivos (cf. Mc 14, 33), en la extrema angustia de Jesús, como imagen que contrasta con la de la transfiguración, aunque ambas están inseparablemente relacionadas entre sí. No podemos dejar de ver la relación con Éxodo 24, donde Moisés lleva consigo en su ascensión a Aarón, Nadab y Abihú, además de los setenta ancianos de Israel.
De nuevo nos encontramos -como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración- con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pensar en los diversos montes de la vida de Jesús como en un todo único: el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la ascensión, en el que el Señor -en contraposición a la oferta de dominio sobre el mundo en virtud del poder del demonio- dice: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18). Pero resaltan en el fondo también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los montes de la revelación del Antiguo Testamento, que son todos ellos al mismo tiempo montes de la pasión y montes de la revelación y, a su vez, señalan al monte del templo, en el que la revelación se hace liturgia.

En la búsqueda de una interpretación, se perfila sin duda en primer lugar sobre el fondo el simbolismo general del monte: el monte como lugar de la subida, no sólo externa, sino sobre todo interior; el monte como liberación del peso de la vida cotidiana, como un respirar en el aire puro de la creación; el monte que permite contemplar la inmensidad de la creación y su belleza; el monte que me da altura interior y me hace intuir al Creador. La historia añade a estas consideraciones la experiencia del Dios que habla y la experiencia de la pasión, que culmina con el sacrificio de Isaac, con el sacrificio del cordero, prefiguración del Cordero definitivo sacrificado en el monte Calvario. Moisés y Elías recibieron en el monte la revelación de Dios; ahora están en coloquio con Aquel que es la revelación de Dios en persona.

"Y se transfiguró delante de ellos", dice simplemente Marcos, y añade, con un poco de torpeza y casi balbuciendo ante el misterio: "Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo" (Mc 9, 2 s). Mateo utiliza ya palabras de mayor aplomo: "Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz" (Mt 17, 2). Lucas es el único que había mencionado antes el motivo de la subida: subió "a lo alto de una montaña, para orar"; y, a partir de ahí, explica el acontecimiento del que son testigos los tres discípulos: "Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco" (Lc 9, 29).La transfiguración es un acontecimiento de oración; se ve claramente lo que sucede en la conversación de Jesús con el Padre: la íntima compenetración de su ser con Dios, que se convierte en luz pura. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz. En ese momento se percibe también por los sentidos lo que es Jesús en lo más íntimo de sí y lo que Pedro trata de decir en su confesión: el ser de Jesús en la luz de Dios, su propio ser luz como Hijo.

Aquí se puede ver tanto la referencia a la figura de Moisés como su diferencia: "Cuando Moisés bajó del monte Sinaí... no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor" (Ex 34, 29). Al hablar con Dios su luz resplandece en él y al mismo tiempo, le hace resplandecer. Pero es, por así decirlo, una luz que le llega desde fuera, y que ahora le hace brillar también a él. Por el contrario, Jesús resplandece desde el interior, no sólo recibe la luz, sino que El mismo es Luz de Luz.

Al mismo tiempo, las vestiduras de Jesús, blancas como la luz durante la transfiguración, hablan también de nuestro futuro. En la literatura apocalíptica, los vestidos blancos son expresión de criatura celestial, de los ángeles y de los elegidos. Así, el Apocalipsis de Juan habla de los vestidos blancos que llevarán los que serán salvados (cf. sobre todo Ap 7, 9.13; Ap 19, 14). Y esto nos dice algo más: las vestiduras de los elegidos son blancas porque han sido lavadas en la sangre del Cordero (cf. Ap 7, 14). Es decir, porque a través del bautismo se unieron a la pasión de Jesús y su pasión es la purificación que nos devuelve la vestidura original que habíamos perdido por el pecado (cf. Lc 15, 22). A través del bautismo nos revestimos de luz con Jesús y nos convertimos nosotros mismos en luz.

Ahora aparecen Moisés y Elías hablando con Jesús. Lo que el Resucitado explicará a los discípulos en el camino hacia Emaús es aquí una aparición visible. La Ley y los Profetas hablan con Jesús, hablan de Jesús. Sólo Lucas nos cuenta -al menos en una breve indicación-de qué hablaban los dos grandes testigos de Dios con Jesús: "Aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén" (Lc 9, 31). Su tema de conversación es la cruz, pero entendida en un sentido más amplio, como el éxodo de Jesús que debía cumplirse en Jerusalén. La cruz de Jesús es éxodo, un salir de esta vida, un atravesar el "mar Rojo" de la pasión y un llegar a su gloria, en la cual, no obstante, quedan siempre impresos los estigmas.
Con ello aparece claro que el tema fundamental de la Ley y los Profetas es la "esperanza de Israel", el éxodo que libera definitivamente; que, además, el contenido de esta esperanza es el Hijo del hombre que sufre y el siervo de Dios que, padeciendo, abre la puerta a la novedad y a la libertad. Moisés y Elías se convierten ellos mismos en figuras y testimonios de la pasión. Con el Transfigurado hablan de lo que han dicho en la tierra, de la pasión de Jesús; pero mientras hablan de ello con el Transfigurado aparece evidente que esta pasión trae la salvación; que está impregnada de la gloria de Dios, que la pasión se transforma en luz, en libertad y alegría.

En este punto hemos de anticipar la conversación que los tres discípulos mantienen con Jesús mientras bajan del "monte alto". Jesús habla con ellos de su futura resurrección de entre los muertos, lo que presupone obviamente pasar primero por la cruz. Los discípulos, en cambio, le preguntan por el regreso de Elías anunciado por los escribas. Jesús les dice al respecto: "Elías vendrá primero y lo restablecerá todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de él" (Mc 9, 9-13). Jesús confirma así, por una parte, la esperanza en la venida de Elías, pero al mismo tiempo corrige y completa la imagen que se habían hecho de todo ello. Identifica al Elías que esperan con Juan el Bautista, aun sin decirlo: en la actividad del Bautista ha tenido lugar la venida de Elías.

Juan había venido para reunir a Israel y prepararlo para la llegada del Mesías. Pero si el Mesías ismo es el Hijo del hombre que padece, y sólo así abre el camino hacia la salvación, entonces también la actividad preparatoria de Elías ha de estar de algún modo bajo el signo de la pasión. Y, en efecto: "Han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de él" (Mc 9, 13). Jesús recuerda aquí, por un lado, el destino efectivo del Bautista, pero con la referencia a la Escritura hace alusión también a las tradiciones existentes, que predecían un martirio de Elías: Elías era considerado "como el único que se había librado del martirio durante la persecución; a su regreso... también él debe sufrir la muerte" (Pesch, Markusevangelium II, p. 80).

De este modo, la esperanza en la salvación y la pasión son asociadas entre sí, desarrollando una imagen de la redención que, en el fondo, se ajusta a la Escritura, pero que comporta una novedad revolucionaria respecto a las esperanzas que se tenían: con el Cristo que padece, la Escritura debía y debe ser releída continuamente. Siempre tenemos que dejar que el Señor nos introduzca de nuevo en su conversación con Moisés y Elías; tenemos que aprender continuamente a comprender la Escritura de nuevo a partir de El, el Resucitado.
Volvamos a la narración de la transfiguración. Los tres discípulos están impresionados por la grandiosidad de la aparición. El "temor de Dios" se apodera de ellos, como hemos visto que sucede en otros momentos en los que sienten la proximidad de Dios en Jesús, perciben su propia miseria y quedan casi paralizados por el miedo. "Estaban asustados", dice Marcos (Mc 9, 6). Y entonces toma Pedro la palabra, aunque en su aturdimiento "... no sabía lo que decía" (Mc 9, 6): "Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías" (Mc 9, 5).

Se ha debatido mucho sobre estas palabras pronunciadas, por así decirlo, en éxtasis, en el temor, pero también en la alegría por la proximidad de Dios. ¿Tienen que ver con la fiesta de las Tiendas, en cuyo día final tuvo lugar la aparición? Hartmut Gese lo discute y opina que el auténtico punto de referencia en el Antiguo Testamento es Ex 33, 7 ss, donde se describe la "ritualización del episodio del Sinaí": según este texto, Moisés montó "fuera del campamento" la tienda del encuentro, sobre la que descendió después la columna de nube. Allí el Señor y Moisés hablaron "cara a cara, como habla un hombre con su amigo" (Ex 33, 11). Por tanto, Pedro querría aquí dar un carácter estable al evento de la aparición levantando también tiendas del encuentro; el detalle de la nube que cubrió a los discípulos podría confirmarlo. Podría tratarse de una reminiscencia del texto de la Escritura antes citado; tanto la exégesis judía como la paleocristiana conocen una encrucijada en la que confluyen diversas referencias a la revelación, complementándose unas a otras. Sin embargo, el hecho de que debían construirse tres tiendas contrasta con una referencia de semejante tipo o, al menos, la hace parecer secundaria.

La relación con la fiesta de las Tiendas resulta plausible cuando se considera la interpretación mesiánica de esta fiesta en el judaísmo de la época de Jesús. Jean Daniélou ha profundizado en este aspecto de manera convincente y lo ha relacionado con el testimonio de los Padres, en los que las tradiciones judías eran sin duda todavía conocidas y se las reinterpretaba en el contexto cristiano. La fiesta de las Tiendas presenta el mismo carácter tridimensional que caracteriza -como ya hemos visto- a las grandes fiestas judías en general: una fiesta procedente originariamente de la religión natural se convierte en una fiesta de conmemoración histórica de las intervenciones salvíficas de Dios, y el recuerdo se convierte en esperanza de la salvación definitiva. Creación, historia y esperanza se unen entre sí. Si en la fiesta de las Tiendas, con la ofrenda del agua, se imploraba la lluvia tan necesaria en una tierra árida, la fiesta se convierte muy pronto en recuerdo de la marcha de Israel por el desierto, donde los judíos vivían en tiendas (chozas, sukkot) (cf. Lv 23, 43).Daniélou cita primero a Riesenfeld: "Las Tiendas no eran sólo el recuerdo de la protección divina en el desierto, sino lo que es más importante, una prefiguración de los sukkot [divinos] en los que los justos vivirían al llegar el mundo futuro. Parece, pues, que el rito más característico de la fiesta de las Tiendas, tal como se celebraba en los tiempos del judaísmo, tenía relación con un significado escatológico muy preciso" (p. 451). En el Nuevo Testamento encontramos en Lucas las palabras sobre la morada eterna de los justos en la vida futura (Lc 16, 9).

"La epifanía de la gloria de Jesús -dice Daniélou- es interpretada por Pedro como el signo de que ha llegado el tiempo mesiánico. Y una de las características de los tiempos mesiánicos era que los justos morarían en las tiendas, cuya figura era la fiesta de las Tiendas" (p. 459).La vivencia de la transfiguración durante la fiesta de las Tiendas hizo que Pedro reconociera en su éxtasis "que las realidades prefiguradas en los ritos de la fiesta se habían hecho realidad... La escena de la transfiguración indica la llegada del tiempo mesiánico" (p. 459). Al bajar del monte Pedro debe aprender a comprender de un modo nuevo que el tiempo mesiánico es, en primer lugar, el tiempo de la cruz y que la transfiguración -ser luz en virtud del Señor y con El- comporta nuestro ser abrasados por la luz de la pasión.

A partir de estas conexiones adquiere también un nuevo sentido la frase fundamental del Prólogo de Juan, en la que el evangelista sintetiza el misterio de Jesús: "Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros" (Jn 1, 14). Efectivamente, el Señor ha puesto la tienda de su cuerpo entre nosotros inaugurando así el tiempo mesiánico. Siguiendo esta idea, Gregorio de Nisa analiza en un texto magnífico la relación entre la fiesta de las Tiendas y la Encarnación. Dice que la fiesta de las Tiendas siempre se había celebrado, pero no se había hecho realidad. "Pues la verdadera fiesta de las Tiendas, en efecto, no había llegado aún. Pero precisamente por eso, según las palabras proféticas [en alusión al Sal 118, 27] Dios, el Señor del universo, se nos ha revelado para realizar la construcción de la tienda destruida de la naturaleza humana" (De anima, PG 46, 132 B; cf. Daniélou, pp. 464-466).

Teniendo en cuenta esta panorámica, volvamos de nuevo al relato de la transfiguración. "Se formó una nube que los cubrió y una voz salió de la nube: Este es mi Hijo amado; escuchadlo" (Mc 9, 7). La nube sagrada, es el signo de la presencia de Dios mismo, la shekiná. La nube sobre la tienda del encuentro indicaba la presencia de Dios. Jesús es la tienda sagrada sobre la que está la nube de la presencia de Dios y desde la cual cubre ahora "con su sombra" también a los demás. Se repite la escena del bautismo de Jesús, cuando el Padre mismo proclama desde la nube a Jesús como Hijo: "Tú eres mi Hijo amado, mi preferido" (Mc 1, 11).

Pero a esta proclamación solemne de la dignidad filial se añade ahora el imperativo: "Escuchadlo". Aquí se aprecia de nuevo claramente la relación con la subida de Moisés al Sinaí que hemos visto al principio como trasfondo de la historia de la transfiguración. Moisés recibió en el monte la Torá, la palabra con la enseñanza de Dios. Ahora se nos dice, con referencia a Jesús: "Escuchadlo". Hartmut Gese comenta esta escena de un modo bastante acertado: "Jesús se ha convertido en la misma Palabra divina de la revelación. Los Evangelios no pueden expresarlo más claro y con mayor autoridad: Jesús es la Torá misma" (p. 81). Con esto concluye la aparición: su sentido más profundo queda recogido en esta única palabra. Los discípulos tienen que volver a descender con Jesús y aprender siempre de nuevo: "Escuchadlo".

Si aprendemos a interpretar así el contenido del relato de la transfiguración -como irrupción y comienzo del tiempo mesiánico-, podemos entender también las oscuras palabras que Marcos incluye entre la confesión de Pedro y la instrucción sobre el discipulado, por un lado, y el relato de la transfiguración, por otro: "Y añadió: "Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán hasta que vean venir con poder el Reino de Dios"" (Mc 9, 1). ¿Qué significa esto? ¿Anuncia Jesús quizás que algunos de los presentes seguirán con vida en su Parusía, en la irrupción definitiva del Reino de Dios? ¿O acaso preanuncia otra cosa?.

Rudolf Pesch (II 2, p. 66 s) ha mostrado convincentemente que la posición de estas palabras justo antes de la transfiguración indica claramente que se refieren a este acontecimiento. Se promete a algunos -los tres que acompañan a Jesús en la ascensión al monte- que vivirán una experiencia de la llegada del Reino de Dios "con poder". En el monte, los tres ven resplandecer en Jesús la gloria del Reino de Dios. En el monte los cubre con su sombra la nube sagrada de Dios. En el monte -en la conversación de Jesús transfigurado con la Ley y los Profetas- reconocen que ha llegado la verdadera fiesta de las Tiendas. En el monte experimentan que Jesús mismo es la Torá viviente, toda la Palabra de Dios. En el monte ven el "poder" (dýnamis) del reino que llega en Cristo.
Pero precisamente en el encuentro aterrador con la gloria de Dios en Jesús tienen que aprender lo que Pablo dice a los discípulos de todos los tiempos en la Primera Carta a los Corintios: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-, poder (dýnamis) de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1, 23 s) Este "poder" (dýnamis) del reino futuro se les muestra en Jesús transfigurado, que con los testigos de la Antigua Alianza habla de la "necesidad" de su pasión como camino hacia la gloria (cf. Lc 24, 26 s). Así viven la Parusía anticipada; se les va introduciendo así poco a poco en toda la profundidad del misterio de Jesús.
Fuente: Jesús de Nazaret

SAN JERÓNIMO: LA TRANSFIGURACIÓN


El Señor apareció a los apóstoles como estará en el día del juicio. No se crea que el Señor dejó su aspecto y forma verdadera, o la realidad de su cuerpo y que tomó un cuerpo espiritual. El mismo evangelista nos dice cómo se verificó esta transfiguración en estas palabras: "Resplandeció su rostro como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve"; estas palabras nos manifiestan que su rostro resplandecía y que sus vestiduras eran blancas. No hay cambio, pues, en la substancia, el brillo es lo que había cambiado. El Señor efectivamente se transformó en aquella gloria, con que vendrá después a su Reino. La transformación le dio esplendor, mas no le quitó la figura. Supongamos que su cuerpo hubiese sido espiritual, ¿cómo se cambiaron sus vestiduras? Porque se pusieron tan blancas, que, según otro evangelista ( Mc 9), ningún lavandero de la tierra las podría poner tan blancas. Todo esto es corporal y apreciado por el tacto y no espiritual que ilusiona la vista y es sólo un fantasma...

Vas equivocado, Pedro; o como dice otro evangelista ( Lc 9), no sabes lo que te dices: no busques tres tiendas porque no hay más tienda que la del Evangelio, donde están contenidos la Ley y los Profetas. Mas si buscas tres tiendas, no iguales a los siervos con el Señor; haz tres tiendas (o mejor una sola) para el Padre, para el Hijo y para el Espíritu Santo. Porque las tres Personas que forman un solo Dios, no deben tener en tu corazón más que una sola tienda.

miércoles, 5 de agosto de 2015

DIÁCONO JORGE NOVOA: BUENAS RAZONES PARA RETRASAR EL SEGUIMIENTO...?

Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
A otro dijo: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.» También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»


Si buscáramos sintetizar la enseñanza  de hoy, diríamos : no debemos posponer por nada nuestro seguimiento del Señor, o la  frase tan conocida de san Benito  " no anteponer nada al amor de Cristo", esto se explícita  más claramente  en la enseñanza de Jesús, debido a que las razones que se esgrimen para posponer las respuestas son buenas.

Son tres los diálogos que se nos presentan, y que tienen como centro  la respuesta a la llamada del Señor. En el primero de los casos,  el futuro discípulo se aventura a expresarle su deseo de seguimiento, y con la radicalidad que supone el " donde quiera que vayas". Jesús le manifiesta una verdad exigente que debe meditar: está dispuesto a seguirlo, sabiendo que no tiene dónde reclinar la cabeza?

El maestro de Nazaret no está sostenido por ningún poder temporal, seguirlo es participar de este despojamiento  de los poderes de este "mundo". Resulta impactante esta afirmación, Nuestro Señor no tuvo  donde reclinar su cabeza y esto es lo que ofrece a los suyos, no habrá comodidades o acomodarse con los poderosos, es este el camino adecuado, porque su reino no es de este mundo.No hay seguridades humanas, ni acuerdos posibles con los "poderes de este mundo", entendidos en el lenguaje bíblico, y su lógica perversa.

Dónde reclina Cristo su cabeza? Cuál es su lugar de su descanso? Todo brota de su encuentro con el Padre y se prolonga en el encuentro con su Madre y los suyos. Esta es la fuente de su descanso y el testamento que tiene para los suyos.

A los dos restantes será Él, quien los llame, no nos detendremos en el sígueme poderoso de Nuestro Señor, sino en las respuestas de los llamados, ambas razones que se esgrimen para posponer el seguimiento son buenas. A nadie se le puede ocurrir pensar que Jesús es un déspota que impide a un hijo despedirse de los de su casa o enterrar a su padre, aquí está la radicalidad de la llamada y lo impostergable de la respuesta, ni siquiera por buenas razones se la debe posponer. La respuesta incluye un compromiso de toda la vida, con Aquel que nos llama y con aquellos a quienes servimos, la respuesta a Él , determina los modos de vivir todas las relaciones y situaciones de la vida.

Detengámonos en una de las respuesta, la que manifiesta la necesidad, luego de poner la mano en el arado de no mirar para atrás. Jesucristo nos libera de las cadenas que muchas vences nos encadenan a nuestro pasado, su presencia hace que  el pasado no sea impedimento para el futuro que nos propone. Este encuentro y su llamada, nos ponen ante una oportunidad que nunca imposibilitará, en su realización,  nuestro pasado, nada de los vivido impedirá que su llamada e invitación nos alcancen.

Supongo, que tal vez, tu vida pasada de pecado te perturba, o que te gustaría, ahora que lo has conocido, no haber vivido cosas que viviste, a todos nos ha pasado, incluso sentirte indigno de este llamado y de su amistad. Te invito a mirar hacia adelante, al futuro, y a caminar con valor en la dirección que te proponga. Somos testigos de su amor y perdón, y debemos vivirlos en nosotros y proponerlos a los demás.

ÉL ilumina nuestro pasado para que podamos reconocer nuestros pecados, pero nunca nos deja esclavizados por el, por el contrario nos impulsa hacia el futuro con esperanza y paz.
 

martes, 4 de agosto de 2015

DIÁCONO JORGE NOVOA: LA PERLA Y EL TESORO (Mt 13,44-45)

Mi tesoro,  es ser  hijo muy amado  del Padre (Mt 13,44-45)

Jesús presenta el reino de los cielos como una realidad muy valiosa, utiliza dos imágenes para ilustrarlo: la perla y el tesoro. Algunas cosas se presentan comunes a los dos ejemplos propuestos por Jesús,  ambos son encontrados ,el valor es incalculablemente superior a todo lo que se tiene, por lo cual se vende todo, con la intención de adquirirlo.

Este tesoro se nos ha manifestado como don del Padre que debemos pedir, pues ha sido su designio que pusiera su " morada entre nosotros". Qué tiene Dios para nosotros? Un tesoro valioso que puso su morada entre nosotros, es decir, su Hijo Único. Dios siempre escucha nuestras súplicas y las atiende, pero ,  no ha querido Él darnos "cosas", ha querido darse,  y lo ha hecho haciéndonos  partícipes de su vida divina. El Hijo es el portardor de este tesoro, en  el bautismo  se escuchó la voz del Padre, "este es mi hijo muy amado, escúchenlo". Debemos escuchar al Señor y obedecer sus enseñanzas.

Él es el Hijo, que al encarnarse vive en la tierra, como hombre, lo que vive desde siempre en el cielo, como Dios. Siendo el único Hijo,  al encarnarse, traduce en lenguaje humano, por sus palabras y obras , el misterio amoroso de la relación eterna.  Este tesoro  aparece oculto en su humanidad, pero , se vuelve claro a la fe  de los sencillos  . Por ello, Jesús da gracias, porque el Padre, ha ocultado esta cosas a los soberbios y se las revelado a los pequeños. La soberbia nos incapacita para reconocer el tesoro, nos vuelve ciegos para la obra Dios.

El que valora adecuadamente lo encontrado, como tesoro, vende todo lo que tiene, es decir, no tiene otro deseo en su corazón que  poseer este bien. No hay sacrificio que pueda detenernos, ni renuncias que no puedan soportarse, todo es poco ante el bien que recibimos. Haberlo hallado y estar en su posesión   provoca en nosotros un alegría tal, ilumina todas las cosas de nuestra existencia y nos hace percibirlas de modo totalmente  nuevo.

Si  entendemos el tesoro como la filiación, es decir, volvernos hijos del Padre eterno, este bien, ilumina toda nuestra existencia, dándonos una luz nueva sobre toda realidad. Le da un sentido nuevo a nuestra existencia, como diría san Pablo, ya no vivimos para nosotros , sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Si nuestro tesoro es vivir en Cristo, nada detendrá en nosotros la decisión de convertirnos,  y el deseo de volvernos dóciles a la gracia de Dios.

Si tus tesoros son tus bienes materiales, ellos siempre dejaran tu corazón insatisfecho,  no permitiéndote nunca encontrar la verdadera libertad. Dios tiene un tesoro para ti, anímate a buscarlo, porque el que busca encuentra..