lunes, 31 de octubre de 2011
viernes, 28 de octubre de 2011
HOLYWEEN EN LAUGAR DE HALLOWEEN

En lugar de lamentarse por los monstruos, las calaveras o las máscaras irreverentes propias de las fiestas de Halloween, en varias parroquias y diócesis de Italia se está difundiendo la idea de descubrir y contar historias y virtudes de los santos de preferencia de cada quien festejando Holyween. Se trata de una la propuesta que realiza el proyecto “Centinelas de la mañana” el cual se está difundiendo en diferentes diócesis de todo el país. En el afiche promocional, elaborado por jóvenes presentes en otras 35 diócesis, está la calabaza y el rostro de Santa Teresita con la frase “Holyween, un santo en cada iglesia”.
Una noche llena de luz
“Pon el rostro de un santo en una iglesia y en tu balcón en las vísperas del día de todos los santos”, piden los centinelas.
“En una noche donde los jóvenes aman vestirse horriblemente, Holyween quisiera mostrar el encanto y la actualidad de los santos, inmortalizados en una foto o en el arte”. “Nos hace bien recordar sus rostros que nos dicen cómo hoy la santidad es posible, en personas concretas de carne y hueso”, aseguran los Centinelas de la mañana.
No obstante, el padre Andrea Brugnoli, creador de esta fiesta precisa: “No queremos ir en contra de nadie. Simplemente queremos llenar la ciudad no de monstruos sino de rostros bellos: los de los santos”.Se espera que centenares de jóvenes bajen por las calles y entren a los bares para anunciar la llegada de la fiesta de Todos los Santos. Para ellos “Halloween” se ha transformado en “Holyween”, que llega este año a su tercera edición.
El slogan habla claro: los santos se toman de nuevo su fiesta y para hacer ahora más evidente la antigua tradición. No tienen nada que temer de las modas del momento, rostros de santos aparecerán en los balcones y en las ventanas de su ciudad.
“Si ves un esplendor en la ventana, pon tu nariz hacia arriba y verás el rostro sonriente de un santo italiano, preferiblemente joven”, recomiendan los Centinelas de la mañana. En las ciudades donde se festeja el Holyween los jóvenes vinculados a este proyecto vivirán una velada llamada “Una luz en la noche”.
Las iglesias permanecerán abiertas desde las 10 de la noche hasta las 2 de la mañana. El encuentro se ha hecho ya 350 veces en 50 ciudades italianas. Hasta ahora centenares de miles de jóvenes han participado en las ediciones pasadas. La prensa y a la televisión han estado presentes para registrar el acontecimiento, atraídos por este fenómeno han registrado el flujo continuo de personas.
En un país como Italia, en el cual el 35 % de los católicos va a misa cada semana (según datos suministrados por Doxa en octubre de 2009) Holyween representa un reto particular. La celebración incluye el concurso de los santos más destacados. El año pasado ganó la Madre Teresa de Calcuta y el Padre Pío ocupó el segundo lugar. Este año, según los organizadores ganará Juan Pablo II “no es santo pero para los centinelas es su campeón”, dicen.
“Los centinelas de la mañana” es un proyecto que busca que los jóvenes sean responsables en primera persona de la pastoral juvenil de cada diócesis. Pertenecen a diferentes diócesis y realidades sociales y eclesiales dentro de Italia. En la localidad de Desenzano hay un centro que suministra material, ideas y propuestas formativas para ayudar a las diferentes diócesis en la tarea evangelizadora de los jóvenes.
Fuente ZENIT
DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

Ml 1,14b-2,2b.8-10; 1Ts 2,7b-9.13; Mt 23, 1-12
En la primera lectura se censura un falso clericalismo en Israel, y esto no sólo en los tiempos de Jesús, sino 450 años antes. Lo que Dios reprocha aquí a los sacerdotes está lejos de haberse superado hoy. También aquí se aduce como fundamento que todos tenemos el mismo Padre, y por lo tanto todos somos hermanos. Y como esto no se tiene en cuenta, se reprochan tres cosas al clero: 1. No os proponéis dar la gloria a mi nombre. No se pone la mayor gloria de Dios en primer lugar, sino que se predica una ética psicológica y sociológica puramente intramundana, al gusto del pueblo. 2. Con semejante enseñanza han hecho tropezar a muchos en la ley; no comprenden la religión de la alianza, se distancian de ella o reniegan abiertamente de Dios. Los Salmos tardíos muestran claramente esta situación. 3. Hay favoritismo en la instrucción del pueblo: se prefiere a ciertos individuos, se trabaja con pequeños grupos y cosas por el estilo, y se olvida al resto del pueblo de Dios. Las amenazas de Dios contra tales métodos son severas: estos sacerdotes profanan la alianza, Dios lanza su maldición contra ellos.
Pablo, por el contrario, nos da en la segunda lectura una imagen ideal del ministerio cristiano; el apóstol trata a la comunidad que le ha sido confiada con tanto cariño y delicadeza como una madre cuida al hijo de sus entrañas, y se comporta en ella no como un funcionario, sino de una manera personal: hace participar a los hermanos en su vida, como hizo Cristo. Además no quiere ser gravoso para la comunidad, su servicio no debe ser una carga material para ella, y por eso trabaja. Y su mayor alegría consiste en que la gente le reconozca realmente como un servidor: en que comprendan su predicación como una pura transmisión de la palabra de Dios, cual es en verdad, y no como la palabra de un hombre, aunque sea un santo. El no quiere conseguir una mayor influencia en la comunidad, sino que únicamente busca que la palabra de Dios permanezca operante en vosotros los creyentes. También él será objeto de calumnias: será acusado de ambición, de presunción etc. Pero sabe que tales cosas forman parte de su servicio sacerdotal. Nos difaman y respondemos con buenos modos; se diría que somos basura del mundo, desecho de la humanidad (1 Co 4,13).
jueves, 27 de octubre de 2011
SANTA CATALINA DE GENOVA: SINTESIS DE SU DOCTRINA SOBRE EL PURGATORIO
Sintesis de su doctrina
1.- En la muerte, al verse el alma separada del cuerpo, se arroja allí donde le corresponde estar: cielo, infierno o purgatorio. Concretamente, si todavía queda en ella algo que purificar, experimenta la necesidad del purgatorio, es decir, del purificatorio.
3.- Aunque con relativa frecuencia alude Catalina a la necesidad de que se cumpla la justicia divina, el purgatorio, en su descripción, se manifiesta más como una exigencia ontológica del propio ser del alma, que como una pena jurídica, merecida a causa de los pecados.
4.- El alma pierde toda atención de sí misma o de sus compañeras de purificación, absorta en el amor de Dios y, ajena a todo valor de tiempo o espacio, vive abandonada a las operaciones divinas que la van purificando. Más abajo precisaremos este punto con ayuda del Catecismo.
5.- El fuego del amor de Dios es lo que precisamente va consumiendo en el alma toda herrumbre o mancha de pecado. El sufrimiento del purgatorio es, pues, ante todo la pena de daño, mucho más que la pena de sentido, es decir, mucho más que «cualesquiera otras penas que allí puedan encontrarse» (15b). En efecto, lo más terrible para el alma es el desgarramiento interior producido por un amor que, a causa de esos impedimentos aún no del todo aniquilados, se ve retardado en el ansia de su perfecta posesión de Dios. Y cuanta más purificación, más intenso el amor y más cruel el dolor. Amor y dolor parecen crecer así en el purgatorio en acelerada progresión. El purgatorio es, pues, un crescendo de amor y dolor que conduce al cielo, a la felicidad perfecta.
6.- Hay en las almas del purgatorio un gozo inmenso, parecido al del cielo, y un dolor inmenso, semejante al del infierno; y el uno no quita el otro.
miércoles, 26 de octubre de 2011
MEDJUGORJE: MENSAJE 25 DE OCTUBRE
“¡Queridos hijos! Los miro y en sus corazones no veo alegría. Hoy yo deseo darles la alegría del Resucitado para que El los guíe y los abrace con su amor y con su ternura. Los amo y oro continuamente por su conversión ante mi Hijo Jesús. Gracias por haber respondido a mi llamado.”
Message 25 October 2011
“Dear children! I am looking at you and in your hearts I do not see joy. Today I desire to give you the joy of the Risen One, that He may lead you and embrace you with His love and tenderness. I love you and I am praying for your conversion without ceasing before my Son Jesus. Thank you for having responded to my call.”
Messaggio 25 ottobre 2011
“Cari figli, vi guardo e nei vostri cuori non vedo la gioia. Oggi io desidero darvi la gioia del Risorto perché Lui vi guidi e vi abbracci con il suo amore e con la sua tenerezza. Vi amo e prego incessantemente per la vostra conversione davanti al mio figlio Gesù. Grazie per aver risposto alla mia chiamata.”
martes, 25 de octubre de 2011
MONSEÑOR ALBERTO SANGUINETTI: AMIGO DEL ESPOSO

http://amicus-sponsi.blogspot.com/
lunes, 24 de octubre de 2011
FRAY NELSON MEDINA:Una oportunidad miserablemente perdida
Es que sucede que este partido, el conservador, ha propuesto la penalización del aborto voluntario en todos los casos, revirtiendo efectivamente la normativa actual pero sólo reciente en Colombia, según la cual se considera legal abortar en ciertos casos, como por ejemplo, si el embarazo es fruto de una violación. La iniciativa del partido conservador fue apoyada por distintos sectores políticos de variadas procedencias, pero finalmente no pasó, fue archivado, y en ese contexto el periódico EL ESPECTADOR, segundo de mayor circulación en Colombia, y decano de la prensa no eclesiástica, entrevistó al P. Carlos Novoa, S.J., vinculado desde hace muchos años a distintos cargos académicos y directivos de la Universidad Javeriana en Bogotá.
Tengo al P. Novoa por persona inteligente y brillante, por lo cual no creo que no se diera cuenta de hacia dónde iban las preguntas que la periodista le dirigía según predecible libreto. Y por ello veo esta entrevista como una oportunidad miserablemente perdida para llevar a mucha gente el verdadero pensamiento de la Iglesia. Novoa ha desperdiciado ese areópago y en cambio ha dejado en el aire numerosas dudas o incongruencias con la fe que profesamos los católicos. Me imagino que cierto tipo de prensa sabe a quién entrevista para crear polémica, ganar lectores y de paso dar una que otra bofetada a la Iglesia. Por contraste, a un verdadero jesuita, que los hay, no lo entrevistará esta clase de prensa. Porque hay que saber que los jesuitas fueron fundados para defender y hacer avanzar la obra de evangelización de la Iglesia pero las cosas se presentan de tal modo que la obediencia que ellos dicen tener al Papa se convierte en contradecirlo para mejor servirlo; y la manera de muchos de ellos de propagar el Evangelio es primero acomodarlo a lo que los oídos del mundo quieren oír, para después decir que los obispos no saben o no quieren difundir lo que ellos sí difunden, llegando al extremo ridículo de creer que sirven a la Iglesia en el proceso de destruir la fe de mucha gente a la que iban a ayudar a madurar.
Digo esto con claridad y con amor, porque debo mucho a la Compañía de Jesús, y porque he tratado a verdaderos discípulos de Ignacio de Loyola, de modo que mi conclusión primera es que debemos orar mucho pues es evidente que el demonio se ensaña contra la Orden Religiosa más numerosa y en cierto modo más poderosa. ¿Se imaginan ustedes cómo sería la situación de diversa, si contáramos con jesuitas fieles a la Iglesia, no para creer que tienen el derecho de corregirla sino para escucharla y servirla con el ardor propio de los valientes guerreros, soldados de la causa del Evangelio? Sí hay unos cuantos muy buenos, que son doctos y santos, y que ponen todas sus notables capacidades a disposición de Jesucristo; otros, lamentablemente, parecen confundir relevancia con eficacia del Evangelio, así como también confunden acercar la fe a la gente con cambiar la fe para que parezca que más gente la acepta.
Pero vayamos a la entrevista–una oportunidad miserablemente perdida. Pregunta la periodista Cecilia Orozco Tascón (COT): ¿Los deberes éticos que nacen de la teología se le pueden imponer a una sociedad entera? Su segunda pregunta es: ¿Se puede violentar la conciencia de otros con el argumento de que priman las creencias religiosas del grupo más numeroso o el más poderoso?
A ver, P. Carlos: no se necesita ser demasiado brillante para saber hacia dónde va esta mujer. La premisa de la que ella está partiendo es que los argumentos contra el aborto son puramente religiosos, y que hay un grupo en la sociedad (los católicos) que pretenden imponer a todos, sobre la base de su fe religiosa, una ley que afectará a todos, creyentes o no. Ese es el punto de partida de ella. ¿Cómo había que responderle? En primer lugar denunciando el juego de ella con palabras como estas: Cecilia, usted parece asumir que toda la argumentación en contra del aborto es religiosa. ¿Sobre qué base cree usted eso? O si usted no piensa eso, Cecilia, no use el verbo “imponer.”
Pero Novoa quiere abrir un espacio distinto de conversación. Afirma que “estamos cargando las tintas donde no hay que cargarlas.” Y explica su punto de vista así:
el problema del aborto no se soluciona con la prohibición ni encarcelando a nadie. No podemos manejar de cualquier manera lo que implica ese drama, ni podemos asimilarlo a un homicidio que se comete con premeditación y alevosía. Ese planteamiento no tiene presentación desde la óptica de la ética teológica, de la ética filosófica o de la jurisprudencia, porque en la mayoría absoluta de los casos el aborto es un drama que se presenta cuando las mujeres se quedan sin otra alternativa.
Oportunidad miserablemente perdida. Analicemos lo que dice Novoa:
- El aborto no se soluciona con la cárcel. (¡Pero nadie ha dicho que la cárcel sea “la” solución! La cárcel tampoco es la solución para el secuestro, pero ¿hay entonces que evitar encarcelar a los secuestradores porque la cárcel no arregla el secuestro? Bien se sabe que todo crimen trae consigo un aspecto punitivo junto a otros, por ejemplo: profiláctico o educativo. A partir de este punto uno siente que el entrevistado ha perdido el Norte).
- No se puede asimilar el aborto a un homicidio. (Sucede que la Iglesia enseña con claridad que la eliminación voluntaria de un ser humano es un homicidio. Uno ve que este sacerdote no está enseñando lo que creemos los católicos. por ejemplo el Catecismo, n. 2274 dice: “Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano.” El n. 2268 define como homicidio voluntario exactamente lo que todos entendemos: supresión de la vida. El aborto es un homicidio, P. Carlos Novoa. Tu misión como servidor de Cristo no es halagar los oídos o los ojos de nadie, sino los de Aquel a quien escogiste servir.)
- El aborto es un drama. (Estamos de acuerdo. Y es dramático que una mujer, por su culpa o la de otros, llegue a considerar el ser humano vivo que lleva en las entrañas. Luego la solución es apoyar a esa mujer para que no mate a ese ser y no se despedace psicológicamente a sí misma.)
Novoa cita después a Juan Pablo II, que en el n. 17 de Evangelium Vitae habla del drama que suele acompañar a las opciones contra la vida. Bien dice el Papa que la situación interior de quien toma una decisión de ese tamaño suele ser dura en grado sumo y que ello atenúa responsabilidades. Estamos de acuerdo todos: la responsabilidad del sujeto puede atenuarse notablemente en medio de las circunstancias a veces espantosas por las que está pasando. Pero ese principio de hermenéutica jurídica no elimina la necesidad de la ley sino que invita a la prudencia del juez, que en este caso, lo mismo que en todo crimen, debe sopesar las circunstancias de cada implicado. Lo correcto no es dejar sin castigo el aborto, nivelando por lo bajo la responsabilidad, sino castigar durísimamente semejante crimen, aunque teniendo presente que en algunos casos la responsabilidad pueda ser menor. Oportunidad miserablemente perdida para haberle aclarado eso a millones de potenciales lectores. Sobre todo por un hecho: al expresarse como lo ha hecho, el P. Carlos Novoa deja también sin castigo a los médicos abortistas y en general a los que se lucran de esa industria infame de muerte.
A partir de ese punto en la entrevista, COT lleva con confianza el agua a su molino. Una vez que ha quedado “claro” que el aborto no es un homicidio y que además no debe ser penalizado, la única pregunta lógica es la que ella hace, y que debe ser traducida así: “Según todo eso, ¿cómo se le pudo ocurrir a alguien proponer de nuevo la penalización del aborto voluntario?” La periodista, croe yo, logró todo lo que quiso: desacreditar al Procurador General, desacreditar la propuesta, mostrar que en ningún caso podría ser vinculante, y sobr todo: llevar al entrevistado a contradicciones como la siguiente:
Un absoluto ético es aquel horizonte contra el cual yo no puedo actuar jamás. Los absolutos éticos en el consenso mínimo universal son la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Personales y Sociales de 1948: la dignidad de la persona humana y la solidaridad. Nadie puede actuar en contra de esos absolutos. En cuanto a la vida humana, debo protegerla, pero hay ciertos momentos en que puedo actuar contra ella.
Hablando así, Novoa deja claras varias cosas:
- La ONU es la que determina los “absolutos éticos.” Es decir, mejor prepararnos para el absoluto ético de la permisividad frente al homosexualismo, los llamados derechos reproductivos, la corrupción de las mentes de los niños a través de una supuesta “educación sexual” que ya ha mostrado por dónde va, y un largo etcétera. Y preparémonos para recibir el ataque, bajo acusación de “intolerancia” por no decirle “amén” a esa agenda.
- Es un absoluto ético la dignidad de la persona humana. Pero en cambio NO es un absoluto ético respetar al embrión ni al feto. Luego, ni el embrión ni el feto tienen estatuto de personas humanas.
- Hay que proteger la vida pero también actuar contra ella, incluso si se trata de vida inocente.
No estoy seguro de que en sus mejores sueños la periodista hubiera deseado más “ganancia.” En cuanto a la fe católica, pues, ya se sabe lo que diré: fue una oportunidad miserablemente perdida. Los últimos comentarios de Novoa, ya sin ayuda de la periodista, muestran que para él cabe exhibir para escarnio al católico incoherente. No parece interesarle mostrar al católico que vive su fe, la ora, la practica, la defiende en público.
Pido a Dios que no vuelva a verse semejante cuadro deplorable, remedo de conversación, en que perdió tan tristemente la fe y también la misma razón, obligada a retorcerse para encontrar donde justificar lo injustificable.
CAMINO A ROMA: TRAS LAS HUELLAS DE JESÚS Y SU MADRE (FABIAN BARRERA)
domingo, 23 de octubre de 2011
PADRE MIGUEL PASTORINO: CREER SIN VER
G DANNEELS:LA LITURGIA ES SUGERENCIA DE REALIDADES INVISIBLES CUYOS EFECTOS SE VEN

miércoles, 19 de octubre de 2011
DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

Los judíos, que tenían que observar 615 leyes, dividían los mandamientos en grandes y pequeños. A Jesús le preguntan en el evangelio cuál es el más grande, el primero, el principal mandamiento de la Ley. En realidad los judíos sabían muy bien que el mandamiento del amor a Dios era el primero de todos, y sabían también que el mandamiento del amor al prójimo había sido inculcado insistentemente por la Ley. Pero como habían perdido el norte en el inmenso laberinto de sus innumerables mandamientos, Jesús establece de nuevo el orden de la manera más clara: ante todo está el amor a Dios como respuesta del hombre entero –pensamiento, pero más profundamente aún: corazón, y englobando a ambos: toda el alma- a la entrega total de Dios en la alianza. Y porque Dios es Dios y Hombre a la vez, puede unir definitiva e inseparablemente amor a Dios y amor al prójimo, y puede también –y esto es lo más significativo de su respuesta- hacer depender todas las demás leyes, y la interpretación de las mismas mediante los profetas, de este doble mandamiento como norma y regla de toda moralidad. De este modo Jesús, retomando el saber anterior de los hombres, pero ordenándolo y clarificándolo, establece el fundamento de toda ética cristiana.
Si desde aquí se mira a Pablo (segunda lectura), se ve que la fe en Dios como volver a Dios abandonado los ídolos se encuentra también en el centro de su discurso a la comunidad de Tesalónica. Pero con ello la comunidad se ha convertido inmediatamente en un modelo moral para todos los creyentes; ha seguido el ejemplo de Pablo; que ha acentuado la inseparabilidad del amor a Dios y al prójimo más que ningún otro apóstol. En su himno a la caridad (1 Co 13), Pablo describe la caridad cristiana de tal forma que se ve en cada frase que el amor a Dios y a Cristo se traduce en el comportamiento con respecto al prójimo: como Dios en Cristo con respecto a los hombres, así también el amor del cristiano es indulgente, benévolo, desinteresado, disculpa y soporta todo. Es cristiano en un doble sentido: por una parte Cristo nos revela el amor del Padre y por otra nosotros podemos regular todo nuestro comportamiento moral a ejemplo de Cristo. Ninguna ética es más simple y transparente que la cristiana.
Pero ahora es el Antiguo Testamento el que nos inculca, en la primera lectura, el peso del amor al prójimo, y lo hace recordando no que Israel ha cumplido su mandamiento primero y principal, el de amar a Dios por encima de todo, sino recordando que Israel se debe enteramente a Dios, que le sacó de Egipto. Dios les ha tratado, a ellos que eran extranjeros, con un amor como el que se dispensa a los propios hijos, y haciendo memoria de este hecho, Israel debe ahora tratar también a los extranjeros, a los pobres, a los huérfanos y a las viudas con el mismo amor y la misma indulgencia. Este antiguo texto, sacado del libro de la alianza de Israel, nos hace pensar por adelantado en el texto que cierra la Nueva Alianza: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El primer amor que Dios me ha demostrado: la gracia de haber sido creado por él, de ser hijo suyo, me obliga no sólo a proclamar esta prueba del amor divino, no solamente a decir este amor al más humilde de mis hermanos, sino también, en la medida de lo posible, a demostrárselo.
martes, 18 de octubre de 2011
BENEDICTO XVI: CONVOCA AL AÑO DE LA FE
CARTA APOSTÓLICAEN FORMA DE MOTU PROPRIO
PORTA FIDE
DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI
CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE
1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[1]. Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado[2]. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,[3]con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis[4], realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe.
Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca»[5]. Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla»[6]. Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios[7], para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.
5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar»[8], consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»[9]. Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»[10].
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz»[11].
En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).
7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo»[12]. El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.[13]Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe».
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.
8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.
9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza»[14]. Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada[15], y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón»[16].
10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.
Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”»[17].
Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor[18].
Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre»[19]. Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido[20]. La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.
11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial»[21].
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.
En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.
En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad[22].
13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.
14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).
15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.
BENEDICTO XVI
[1] Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.
[2] Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9.
[3] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118.
[4] Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12.
[5] Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196.
[6] Ibíd., 198.
[7] Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del “Año de la fe” (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445.
[8] Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801.
[9] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308.
[10] Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52.
[11] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.
[12] De utilitate credendi, 1, 2.
[13] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, I, 1.
[14] Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10.
[15] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
[16] Sermo215, 1.
[17] Catecismo de la Iglesia Católica, 167.
[18] Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5.
[19] Discurso en el Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722.
[20] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1.
[21] Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86 (1994), 115 y 117.
[22] Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS 91 (1999), 31-32. 86-87.
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lunes, 17 de octubre de 2011
DIÁCONO JORGE NOVOA: TODO ES LÍCITO PERO NO TODO CONVIENE (I Cor 10,23-33)
ENCUENTROS CON JESÚS- 22 DE OCTUBRE

«Levántate, toma tu camilla y camina» (Jn 5,8)
CAPILLA MARÍA REINA DE LA PAZ
22 DE OCTUBRE – 16 HS
16.00 hs- Santo Rosario
16.40 hs- Predicación Diác. Jorge Novoa
17.30 hs- Paseo con el Santísimo Sacramento
18.30 hs- Celebración19.15 hs- Oración con imposición de manos.
EL ROSTRO OCULTO DE HALLOWEEN (I)

El diario El Norte, reprodujo las declaraciones de Cristina Kneer de Vidal, ex esoterista, ex satanista y espiritista de origen estadounidense que radica en Hermosillo, Sonora, que dice estar muy preocupada porque cada 31 de octubre decenas de jóvenes y niños son sacrificados en todo México por grupos satánicos.
'No quiero asustar a nadie, todo el mundo es libre de creer lo que quiera, pero mis palabras deben ser tomadas en cuenta, por lo menos pido que me escuchen, razonen y decidan', pidió la mujer.
Según Kneer, 'miles de personas han adoptado sin saberlo una costumbre satánica y con ello están propiciando el crecimiento del satanismo en México, sobre todo en las grandes urbes como Guadalajara y Monterrey'.
Su experiencia
El diario El Norte asegura que la mujer pasó mucho tiempo cerca del satanismo, conoció la maldad y la perversión de muchos satanistas con los que convivió. 'Son temas poco conocidos, practiqué la meditación y aunque ahora me arrepiento, llegué a abominar a Dios', indica.
Según Kneer, el satanismo existe en todo el mundo y su práctica es tan antigua como la adoración a Jehová. Los ambiciosos, señala, firman un pacto con el diablo y a cambio de riqueza y poder ofrecen su alma.
'Pagan un precio terrible, nunca más llegan a tener paz y son brutalmente castigados aún después de su muerte', afirma y advierte que reconocer a un satanista, agrega, es muy difícil, porque son políticos, artistas, funcionarios o comerciantes que gozan de mucho prestigio. 'Eso no quiere decir que todos los políticos sean satánicos', aclara Kneer.
Misas negras
La mujer también sostiene que en fechas como Halloween, los satanistas ofrecen 'misas negras'. 'Las misas se ofician en el campo o en edificios cerrados fuertemente vigilados y se inician con la invocación de Satán que muchas veces no se presenta porque, a diferencia de Dios, no puede estar en todas partes', explica.
A mitad de la misa, asegura, son sacrificados animales como gatos, perros y cuando la misa es muy importante, como la de Halloween, se realizan sacrificios humanos. 'Se eligen preferentemente niños porque son los que aún no han pecado y son los preferidos de Dios y antes de ser sacrificados son violados para despojarlos de su pureza', asegura la mujer.
Según Kneer, ultrajar o dañar a un niño da poder a los satanistas y es una forma de burlarse de Dios.
Las fiestas satánicas, siempre según la mujer, se celebran en ocho distintas fechas, aunque la más importante es la fiesta de Samhain o Halloween del 31 de octubre en que se celebra el año nuevo satánico. 'Es como si se celebrara el cumpleaños del Diablo', explica.
A las víctimas, asegura, se les sacrifica extrayéndoles el corazón que es comido entre los presentes, luego el cuerpo es cremado y echado al mar. 'Para los satanistas es muy fácil deshacerse de los cadáveres porque (los celebrantes) son personas muy importantes', asegura.
Asimismo, advierte que en la noche de Halloween muchos satanistas esconden en los dulces y frutas que regalan a los niños, navajas, droga, veneno o clavos.
Actualmente, Kneer y otras mujeres que han participado en cultos satánicos tienen un grupo denominado SAL que pretende enviar a los satanistas un mensaje de esperanza y la petición de que no hagan más daño. 'Cualquier satanista que lea esta información y que quiera rechazar o abandonar el satanismo puede hacerlo con ayuda de Dios, como ya lo hemos logrado nosotras', señala.